Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


La Clase Media

Revista Extra
Mayo 1967

Sin salida
Roberto M. Cossa

UNA de las críticas que con más frecuencia he recibido sobre mi teatro es el clima sofocante en el que se mueven sus personajes, el cerco que los constriñe, la falta de salida, para utilizar la frase habitual.
Lo curioso es que en esta crítica han coincidido liberales e izquierdistas; aquéllos, quizás, exigiendo una respuesta a su propia problemática. Estos, anteponiendo una fe inapelable en el futuro del hombre. Los izquierdistas, evidentemente, olvidan aquí la condición de clase de mis personajes y trasladan a la clase media una expectativa que, en conjunto de clase, sólo pertenece a la clase obrera.
Mi teatro es un teatro de clase media; para definirlo mejor de clase media baja: el empleado, el artesano, el vendedor. Incluso de personas de un nivel intelectual bajo. Es decir, es el hombre de una posición económica igual, o a veces inferior, a la del obrero, pero que maneja los valores sociales, económicos y morales de la burguesía. Es el hombre que admira al gerente o al patrón de la empresa porque quisiera alcanzar su poder económico y desprecia al obrero por "su falta de educación", por sus "costumbres", por su "falta de cultura".
ES, además, un individualista neto que, pese a sufrir dentro de una sociedad que lo desprotege de toda oportunidad de realización, vive con la esperanza de que un "golpe de suerte" le de un poder dentro de la sociedad que no tuvo hasta ese momento.
Al carecer de un nivel intelectual mayor, basa todas sus aspiraciones en el dinero que para él es la llave que puede abrir la puerta hacia la felicidad. Es el hombre para quien el automóvil es "importante", para quien la vestimenta cobra gran relevancia. Es decir, maneja los valores burgueses, que nunca llega a satisfacer ya que la apetencia de bienes materiales es permanente desde cualquier escalón del status económico que se posea.
En su totalidad, la clase media no tiene salida. Por un lado, maneja los valores morales y sociales de la burguesía, a quien sirve. Por el otro, su actitud individualista aísla a sus componentes entre sí y les impide adquirir una conciencia de lucha como tiene la clase obrera. Es por eso que la clase media no tiene salida, es por eso que se siente desprotegida, inerme, constreñida.
Naturalmente que, a nivel individual, el hombre de clase media puede encontrar sus propias salidas: la mayoría de los intelectuales artistas, investigadores, teóricos surgen de la clase media. Incluso los dirigentes revolucionarios, Aclaremos: salida en cuanto adquieren conciencia de su limitación de clase, en cuanto pueden encabezar u orientar el pensamiento de una época. En cuanto pueden trasladar sus limitaciones de clase a acciones humanísticas más importantes. Pero debemos reconocer que éstas son las excepciones.
En mi última obra, "La pata de la sota", las frustraciones son caracterizadas por Alberto, el hijo que siempre está por hacer un negocio que lo salve, continúa la problemática de aquellos personajes. Don José, en cambio, el padre, es el hombre que cimentó toda su vida en sus propios esquemas morales, abstraídos de la realidad social que lo circunda. Es el hombre que creyó que con la caída del peronismo se abría un nuevo mundo en la Argentina, que —él lo dice— "lo importante es la honradez y la educación" y cuya única reflexión frente al mundo que se le viene abajo es "no me explico". Julia, la hija menor, es quien, para muchos, puede expresar de alguna manera "la Salida". Puede salvarse —la obra no lo define— pero de alguna manera rompe con la familia, deja la casa, destruye el cerco que la aprieta. Ahora bien, esta actitud, en sí misma, no es "la salida", pero por lo menos expresa una forma de conciencia que la sociedad moderna permite, en la medida que muchos valores morales tradicionales están en crisis. Julia seguirá seguramente dentro del cerco, pero su mundo se ampliará en la medida que su propia experiencia personal la enriquezca.
COMO marxista, me he preguntado muchas veces si mi teatro respondía ideológicamente a lo que en teoría siento. Es decir, he buscado —y busco— respuestas a estos reparos sobre un teatro sofocante, "sin salida".
Yo me he manejado siempre dentro de un teatro más emocional que político. He preferido —en la medida que lo he sentido— las sugerencias a las definiciones. Es probable que el espectador de mi teatro salga más angustiado que esclarecido. Pero mi teatro no asume la defensa de sus personajes, de la clase a que pertenecen. Más aún, adopta frente a ellos una actitud crítica. Mostrar las contradicciones de la clase media frente a la sociedad es ayudar —aun en lo mínimo— a una forma de toma de conciencia. Angustiarla es ayudarla a que piense. Y si aceptamos este esquema (sobre la base de los personajes que yo elijo) dar "una salida" es adoptar la famosa tesis de "El gatopardo": "algo hay que cambiar para que nada cambie". Aquí sería: "hay que dejar que entre un poco de aire para que crean que respiran".
Me es necesario, llegado aquí, remitirme al teatro de Chejov salvando, naturalmente todo tipo de comparación dramática. Pocos años antes de la revolución que iba a cambiar a su país y al mundo, existiendo ya luchas concretas que anticipaban el advenimiento de la Revolución, Chejov no puso en sus obras ningún revolucionario. Pero nadie, como Chejov, mostró la crisis de una sociedad que se caía, y de alguna manera anticipó la destrucción de una clase que no tenía salida.

La Clase Media ¿De qué está enferma?

"En junio de 1966 la clase media argentina asistía pasivamente a la caída sin gloria del radicalismo, al que había ayudado a subir tres años antes. La impotencia que caracterizó a este gobierno —fluctuando entre su vacilante oposición a la oligarquía y su hostilidad por la clase obrera— reflejaban las tendencias de la pequeña burguesía argentina y su incompetencia para conducir al país. Decepcionada por el fracaso de sus propios representantes, la clase media no se sintió demasiado afectada por el golpe y hasta en algunos sectores lo recibió con alegría. Se trataba de establecer un gobierno de "mano dura" que estaría dispuesto a "poner las cosas en su lugar" y esto es muy del gusto de la clase media que, a pesar de todo su democratismo, tiene una personalidad predominantemente autoritaria y prejuiciosa y se deja fascinar por el espectáculo del poder y el culto de las jerarquías. El golpe no era contra ella, pensaba, sino contra el peronismo que iba a triunfar en las próximas elecciones, contra el comunismo infiltrado, contra las permanentes huelgas —"ahora por lo menos van a andar los teléfonos ". decían—, contra el caos de Tucumán, en una palabra contra la clase obrera, el enemigo predilecto de la clase media." Juan José Sebrelli


"Este considerable estrato de nuestra sociedad está enfermo de "expectativas frustradas". En efecto sus niveles de educación, y la demostración del bienestar que la clase media disfruta en países más adelantados y que le llegan por medio del cine, la literatura y las narraciones de los que viajan, vuelven y cuentan, les proporcionan imágenes, de referencia y le despiertan acuciantes ambiciones." (Antonio Cafiero, 44 años, casado, 10 hijos)

Está fundamentalmente enferma de inautenticidad. Y es que en rigor la llamada "clase media", no es una clase social sino tan sólo un grupo híbrido y heterogéneo inflado por los sociólogos burgueses para desvirtuar el esquema marxista de la lucha de clase.
Es el grupo más alienado; más deshumanizado de la sociedad. Dócil consumidor de los objetos impuestos por la gran publicidad y receptor pasivo de todos los fetiches fabricados por la cultura burguesa, Como no desempeña una función específica dentro de las relaciones de producción no tiene asignado históricamente ningún papel autónomo en la lucha entre capitalismo y proletariado. En los períodos de crisis está condenada a sumarse a una de las dos clases en lucha. Y aquí aparece su mayor dilema: porque participa de todas las taras de la oligarquía —a la que pretende emular en su comportamiento social— pero sufre todas las limitaciones de la clase obrera, a cuya suerte está atada irremisiblemente.
Un automóvil, un aparato de televisión, un cristo de utilería y un hijo estudiando inglés, constituyen las grandes aspiraciones de este grupo social, enfermo con las enfermedades de la civilización capitalista. (JUAN CARLOS CORAL, 33 años, soltero, ex diputado socialista)

 

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Roberto M. Cossa
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Juan J. Sebrelli
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