Sin salida
Roberto M. Cossa
UNA de las críticas que con más frecuencia he recibido sobre mi
teatro es el clima sofocante en el que se mueven sus personajes, el
cerco que los constriñe, la falta de salida, para utilizar la frase
habitual.
Lo curioso es que en esta crítica han coincidido liberales e
izquierdistas; aquéllos, quizás, exigiendo una respuesta a su propia
problemática. Estos, anteponiendo una fe inapelable en el futuro del
hombre. Los izquierdistas, evidentemente, olvidan aquí la condición
de clase de mis personajes y trasladan a la clase media una
expectativa que, en conjunto de clase, sólo pertenece a la clase
obrera.
Mi teatro es un teatro de clase media; para definirlo mejor de clase
media baja: el empleado, el artesano, el vendedor. Incluso de
personas de un nivel intelectual bajo. Es decir, es el hombre de una
posición económica igual, o a veces inferior, a la del obrero, pero
que maneja los valores sociales, económicos y morales de la
burguesía. Es el hombre que admira al gerente o al patrón de la
empresa porque quisiera alcanzar su poder económico y desprecia al
obrero por "su falta de educación", por sus "costumbres", por su
"falta de cultura".
ES, además, un individualista neto que, pese a sufrir dentro de una
sociedad que lo desprotege de toda oportunidad de realización, vive
con la esperanza de que un "golpe de suerte" le de un poder dentro
de la sociedad que no tuvo hasta ese momento.
Al carecer de un nivel intelectual mayor, basa todas sus
aspiraciones en el dinero que para él es la llave que puede abrir la
puerta hacia la felicidad. Es el hombre para quien el automóvil es
"importante", para quien la vestimenta cobra gran relevancia. Es
decir, maneja los valores burgueses, que nunca llega a satisfacer ya
que la apetencia de bienes materiales es permanente desde cualquier
escalón del status económico que se posea.
En su totalidad, la clase media no tiene salida. Por un lado, maneja
los valores morales y sociales de la burguesía, a quien sirve. Por
el otro, su actitud individualista
aísla a sus componentes entre sí y les impide adquirir una
conciencia de lucha como tiene la clase obrera. Es por eso que la
clase media no tiene salida, es por eso que se siente desprotegida,
inerme, constreñida.
Naturalmente que, a nivel individual, el hombre de clase media puede
encontrar sus propias salidas: la mayoría de los intelectuales
artistas, investigadores, teóricos surgen de la clase media. Incluso
los dirigentes revolucionarios, Aclaremos: salida en cuanto
adquieren conciencia de su limitación de clase, en cuanto pueden
encabezar u orientar el pensamiento de una época. En cuanto pueden
trasladar sus limitaciones de clase a acciones humanísticas más
importantes. Pero debemos reconocer que éstas son las excepciones.
En mi última obra, "La pata de la sota", las frustraciones son
caracterizadas por Alberto, el hijo que siempre está por hacer un
negocio que lo salve, continúa la problemática de aquellos
personajes. Don José, en cambio, el padre, es el hombre que cimentó
toda su vida en sus propios esquemas morales, abstraídos de la
realidad social que lo circunda. Es el hombre que creyó que con la
caída del peronismo se abría un nuevo mundo en la Argentina, que —él
lo dice— "lo importante es la honradez y la educación" y cuya única
reflexión frente al mundo que se le viene abajo es "no me explico".
Julia, la hija menor, es quien, para muchos, puede expresar de
alguna manera "la Salida". Puede salvarse —la obra no lo define—
pero de alguna manera rompe con la familia, deja la casa, destruye
el cerco que la aprieta. Ahora bien, esta actitud, en sí misma, no
es "la salida", pero por lo menos expresa una forma de conciencia
que la sociedad moderna permite, en la medida que muchos valores
morales tradicionales están en crisis. Julia seguirá seguramente
dentro del cerco, pero su mundo se ampliará en la medida que su
propia experiencia personal la enriquezca.
COMO marxista, me he preguntado muchas veces si mi teatro respondía
ideológicamente a lo que en teoría siento. Es decir, he buscado —y
busco— respuestas a estos reparos sobre un teatro sofocante, "sin
salida".
Yo me he manejado siempre dentro de un teatro más emocional que
político. He preferido —en la medida que lo he sentido— las
sugerencias a las definiciones. Es probable que el espectador de mi
teatro salga más angustiado que esclarecido. Pero mi teatro no asume
la defensa de sus personajes, de la clase a que pertenecen. Más aún,
adopta frente a ellos una actitud crítica. Mostrar las
contradicciones de la clase media frente a la sociedad es ayudar
—aun en lo mínimo— a una forma de toma de conciencia. Angustiarla es
ayudarla a que piense. Y si aceptamos este esquema (sobre la base de
los personajes que yo elijo) dar "una salida" es adoptar la famosa
tesis de "El gatopardo": "algo hay que cambiar para que nada
cambie". Aquí sería: "hay que dejar que entre un poco de aire para
que crean que respiran".
Me es necesario, llegado aquí, remitirme al teatro de Chejov
salvando, naturalmente todo tipo de comparación dramática. Pocos
años antes de la revolución que iba a cambiar a su país y al mundo,
existiendo ya luchas concretas que anticipaban el advenimiento de la
Revolución, Chejov no puso en sus obras ningún revolucionario. Pero
nadie, como Chejov, mostró la crisis de una sociedad que se caía, y
de alguna manera anticipó la destrucción de una clase que no tenía
salida.
La Clase Media ¿De qué está enferma?
"En junio de 1966 la clase media argentina asistía pasivamente a la
caída sin gloria del radicalismo, al que había ayudado a subir tres
años antes. La impotencia que caracterizó a este gobierno
—fluctuando entre su vacilante oposición a la oligarquía y su
hostilidad por la clase obrera— reflejaban las tendencias de la
pequeña burguesía argentina y su incompetencia para conducir al
país. Decepcionada por el fracaso de sus propios representantes, la
clase media no se sintió demasiado afectada por el golpe y hasta en
algunos sectores lo recibió con alegría. Se trataba de establecer un
gobierno de "mano dura" que estaría dispuesto a "poner las cosas en
su lugar" y esto es muy del gusto de la clase media que, a pesar de
todo su democratismo, tiene una personalidad predominantemente
autoritaria y prejuiciosa y se deja fascinar por el espectáculo del
poder y el culto de las jerarquías. El golpe no era contra ella,
pensaba, sino contra el peronismo que iba a triunfar en las próximas
elecciones, contra el comunismo infiltrado, contra las permanentes
huelgas —"ahora por lo menos van a andar los teléfonos ". decían—,
contra el caos de Tucumán, en una palabra contra la clase obrera, el
enemigo predilecto de la clase media." Juan José Sebrelli
"Este considerable estrato de nuestra sociedad está enfermo de
"expectativas frustradas". En efecto sus niveles de educación, y la
demostración del bienestar que la clase media disfruta en países más
adelantados y que le llegan por medio del cine, la literatura y las
narraciones de los que viajan, vuelven y cuentan, les proporcionan
imágenes, de referencia y le despiertan acuciantes ambiciones."
(Antonio Cafiero, 44 años, casado, 10 hijos)
Está fundamentalmente enferma de inautenticidad. Y es que en rigor
la llamada "clase media", no es una clase social sino tan sólo un
grupo híbrido y heterogéneo inflado por los sociólogos burgueses
para desvirtuar el esquema marxista de la lucha de clase.
Es el grupo más alienado; más deshumanizado de la sociedad. Dócil
consumidor de los objetos impuestos por la gran publicidad y
receptor pasivo de todos los fetiches fabricados por la cultura
burguesa, Como no desempeña una función específica dentro de las
relaciones de producción no tiene asignado históricamente ningún
papel autónomo en la lucha entre capitalismo y proletariado. En los
períodos de crisis está condenada a sumarse a una de las dos clases
en lucha. Y aquí aparece su mayor dilema: porque participa de todas
las taras de la oligarquía —a la que pretende emular en su
comportamiento social— pero sufre todas las limitaciones de la clase
obrera, a cuya suerte está atada irremisiblemente.
Un automóvil, un aparato de televisión, un cristo de utilería y un
hijo estudiando inglés, constituyen las grandes aspiraciones de este
grupo social, enfermo con las enfermedades de la civilización
capitalista. (JUAN CARLOS CORAL, 33 años, soltero, ex diputado
socialista)
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