Revista Periscopio
12.05.1970 |
Tal vez el tiempo desdibuje los contornos y la intensidad de las
imágenes. O quizá las acreciente. Z es uno de esos fenómenos que
lindan con lo legendario: es posible que la película pase y se
olvide, pero nadie dejará escapar de su memoria la comunión vivida
con el casi millar de espectadores (abogados, funcionarios,
gremialistas, artistas, escritores) que colmó la sala del Gran Rex
en la matinée del jueves pasado.
Este es un hecho más que se suma a numerosos antecedentes, para
circunscribir el film a la esfera de las consideraciones
periodísticas antes que a la evaluación crítica: primero fue el
asesinato de Lambrakis en Salónica; después, la novela del exilado
Vassilikos; la represión y encarcelamiento de artistas e
intelectuales en Grecia; los esfuerzos para sacar de la cárcel una
cinta magnética, en la que Mikis Theodorakis había registrado
(silbándola) la música para el film; más tarde, el apoyo de un
elenco estelar de primera línea, casi ad honorem el aporte de los
ahorros de actores, luego de la general indiferencia que el guión y
el cast suscitaron en las poderosas productoras norteamericanas. Y
finalmente el éxito mundial, el record de premios y el espíritu con
que la reciben distintos públicos.
A tres años de su debut como realizador (Crimen en el coche-cama.
1966),
Costa-Gavras, 36, encara su segundo film reafirmando su interés por
la investigación y su tendencia a las situaciones angustiantes: aquí
no sólo logra exasperar con el clima general de la narración, sino
que conduce a vivir una persecución directamente, en la escena en
que un coche intenta aplastar a uno de los testigos para impedir que
declare. "Sobre una base policial —confesó el director, a propósito
de su éxito— es posible exponer ideas, como en Z, donde hay una
investigación, un juicio y una condena, pero al mismo tiempo hay un
mundo real, actual y alegatorio."
Z no es un alegato, es un documento concreto y directo: expone
cronológicamente una serie de sucesos que desencadenan la
instauración de un estado represivo absoluto. El armado de la trama,
la intriga y los mecanismos de tensión corresponden a los del género
policial, pero la naturaleza verdadera del asunto le da un carácter
mucho más profundo. Frente a una materia avasalladora, no hay tiempo
de reparar en la factura del film: como en las anónimas epopeyas
clásicas, la historia y la civilización parecen ser los verdaderos
autores de esta obra. La habilidad artesanal de Costa-Gavras reside,
precisamente, en no traslucir un cuidadoso proceso de elaboración.
Por la misma razón, los hechos prevalecen sobre los caracteres. Sin
embargo, brochazos certeros identifican tipologías conocidas: el
general de Gendarmería que se irrita frente al predominio de la
razón y el derecho; el activista de barricada (Charles Denner), que
argumenta emocionalmente ante el Juez en base a proclamas; el
aficionado al fútbol (Georges Geret) que se arriesga a la verdad no
por ideologías sino por instinto; el Juez de Instrucción (Francois
Périer), que pasa de la ofuscación a una complaciente actitud
conciliadora, cuando advierte el juego político. Por lo demás, no
hacen falta caracteres cuando un elenco presta su sangre y su
aliento a una causa elemental: prohibir la prohibición. Estar vivo y
dejar estar vivo.
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La avidez por Z, el mediodía, y la caída del Diputado: Un
giorno de leoni. |
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"Un giorno de leoni"
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