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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

Cómo apareció el cadáver de Eva Perón
Hace 13 años Juan Domingo Perón recibía en Puerta de Hierro el ataúd con los restos de su segunda mujer. Jorge Daniel Paladino fue una de las figuras clave de un hecho político-militar que todavía conmueve a los argentinos. Por primera vez cuenta cómo negoció con Lanusse la entrega del cuerpo y cómo abrió el ataúd a golpes de martillo en la quinta de Madrid.
Revista Somos
1984
un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

"En la ciudad de Madrid, Capital del Estado Español, a los tres (3) días del mes de setiembre del año mil novecientos setenta y uno, en el domicilio de la calle Navalmanzano número seis (6), Puerta de Hierro, reunidos los abajo firmantes, el Excelentísimo Señor Embajador Extraordinario y Plenipontenciario de la República Argentina en España, Don JORGE ROJAS SILVEYRA, en nombre y representación del Gobierno Argentino, y el Señor Don JUAN DOMINGO PERON, por sí, ambos dejan expresa constancia que el Señor Embajador Jorge Rojas Silveyra ha procedido a entregar en el día de la fecha al Señor Juan Domingo Perón, con la plena conformidad de éste, una caja mortuoria que contiene los restos mortales de su señora esposa doña MARIA EVA DUARTE DE PERON.- Para constancia y ratificación de este acto, se firman seis (6) ejemplares de un mismo tenor y a un solo efecto en presencia de los testigos Reverendo Padre Don ALESSANDRO ANGELI, Don JORGE DANIEL PALADINO y Coronel Don HECTOR EDUARDO CABANILLAS." (Acta)


acta firmada en Madrid 1971

los restos llegan a Olivos

Paladino

 

Decidió romper el silencio y contar lo que sabe sobre el cadáver de Eva Perón. Jorge Daniel Paladino es uno de los protagonistas de una historia que se escribió por capítulos en Buenos Aires, Milán, el Vaticano, Madrid y nuevamente Buenos Aires. Esto fue lo que dijo en su despacho de la calle Bartolomé Mitre al 2200.
—¿Cómo se definió la entrega del cadáver a Perón por parte de los militares?
—Yo era el delegado personal de Perón y venía conversando el tema con el gobierno del general Alejandro Lanusse. El 1º de septiembre de 1971 viajé a Madrid, sin tener la certeza de cuándo sería la entrega. Apenas llegué me llamó el embajador allí, brigadier Rojas Silveyra, para que fuera al hotel Gran Castilla, donde habría una reunión importante.
—¿Quiénes estaban?
—En un salón reservado me esperaban el coronel Héctor Cabanillas, Rojas Silveyra y el agregado cultural Gómez Carrilo. Rojas Silveyra me anunció que Cabanillas sería el encargado de entregar el cadáver al día siguiente, si no había inconvenientes. Pero ese inconveniente existió. Resulta que el cónsul español en Milán no aceptó parte de la documentación para pasar la frontera, y eso demoró la entrega.
—¿Qué pasó el 3 de septiembre del '71?
—Ese día, a las 21.30, llegó a la quinta 17 de Octubre un furgón simulado como de transporte de flores, que había recogido el cadáver en la frontera. Adentro de la casa estaban Rojas Silveyra, Cabanillas, Gómez Carrillo, Perón, Isabel, López Rega y yo. No había dos monjas francesas, como se dijo alguna vez.
—Perón sabía que Cabanillas había sido el hombre encargado de hacer desaparecer el cadáver de su mujer. ¿Cómo se saludaron?
—Fue todo muy protocolar, fue un saludo casi militar. Recuerdo que Perón estaba vestido con un traje oscuro, muy sobrio, y que Cabanillas también estaba de traje.
—¿Qué pasó cuando llegaron los restos de Eva Perón?
—Los colocaron en la planta baja, en un hall grande, donde existía una mesa grande que sirvió de apoyo al ataúd. Se retiraron todos, y sólo quedamos un empleado de la casa y yo para abrir el cajón y reconocer los restos.
—¿Lo hizo personalmente?
—Ese día habíamos comprado una lámpara de esas para soldar estaño, porque sabíamos que el ataúd tenía una chapa de zinc. Pero no llegó a funcionar, y debimos recurrir a otro método. No quisimos avisar a ninguna casa mortuoria, especialista en el tema, porque la ley española decía que el cadáver debía ser enterrado. Entonces recurrimos a un cortafierro y a un martillo para abrir la chapa. Fue un trabajo duro, demoramos unos 50 minutos trabajando fuerte, golpeando con fuerza, hasta que logramos abrir la parte superior.
—¿La otra persona que estaba con usted era López Rega?
—Era un empleado de la casa.
—¿Qué dijo Perón cuando ustedes terminaron de abrir el ataúd?
—No mucho. Dijo: "Sí, efectivamente es Eva", y nada más. Estaba con el gesto muy adusto, concentrado. No era hombre de demostrar sus emociones, pero la procesión le iba por dentro.
—¿Isabel Perón qué dijo?
—Igual que Perón, pero yo no me preocupé mucho de ella. Tenía clavado los ojos en lo que hiciera o dijera el general. Todavía conservo una gran cicatriz en el dedo meñique, producto de un corte hecho por la chapa del cajón.
—¿Cuándo y cómo había negociado usted la entrega del cadáver con el general Lanusse?
—La primera vez que me reuní con Lanusse fue el 25 de mayo del '71, en Olivos. Fuimos con la Hora del Pueblo y se tocó el tema. Estaban en esa reunión Arturo Mor Roig, el brigadier Ezequiel Martínez, el general Panullo, Horacio Thedy y Ricardo Balbín. Le dijimos a Lanusse que la devolución del cadáver sería un gesto de pacificación, pero él nos respondió que ignoraba el paradero de los restos, pero que le parecía saber de una persona que conocía el secreto.
—¿Cuándo fue la segunda reunión?
—A los pocos días pedí otra entrevista con Lanusse, que se concretó en un pequeño escritorio de la residencia de Olivos. Estuvimos a solas, y le planteé también la necesidad de convocar a elecciones generales. Después tuvimos otro encuentro en la Casa Rosada, y me aseguró que sólo el hombre encargado del operativo sabía dónde estaban los restos y que, previendo le pasara algo, había dejado la documentación en un banco de Montevideo. Ahí comenzamos a investigar por nuestra cuenta y a presionar sobre Lanusse, porque caso contrario llegaríamos sólo hasta la puerta del cementerio.
—¿Por qué?
—Porque nadie sabía con qué nombre había sido enterrada. Para los italianos Eva Perón no existía. Por ese entonces el clima político se había agitado. Tiraban panfletos donde decían: Paladino, basta de mentiras, y un grupo de exiliados me bombardeaba desde Montevideo diciendo que el cadáver de Evita había sido tirado al río.
—¿Cómo se encontró con el coronel Moore Koening?
—Un amigo común hizo el contacto, y nos encontramos en el departamento de un amigo en pleno centro, a principios de 1971. Seguimos una pista y al final fuimos a dar al Vaticano. No hablamos con el Papa, sino con quienes efectivamente sabían del manejo de nuestro asunto.
—¿Con quién habló en el Vaticano?
—Me reuní tres veces con el padre Arrupe, a quien le decían el Papa negro, y que manejaba los asuntos de mayor envergadura de la Iglesia. Fue uno de los hombres más asombrosos que traté. Perón también sabía que el Vaticano tenía alguna información sobre Evita, y por tal motivo, hacia fines de enero del '71, le escribió una carta al Papa Paulo VI pidiéndole que el cadáver se resguardara. El Papa le contestó que nada sabía del cadáver en cuestión.
—¿Cómo siguió la búsqueda?
—Después nos enteramos de que tres cadáveres habían salido del país y que uno era el de Evita. Primero salió para Alemania Occidental, y luego para Italia con el nombre de María Maggi.
—¿Cómo se enteró Lanusse de quién tenía el secreto?
—Mire, eso no lo sé. Supongo que habrá averiguado en el mismo Ejército, el arma que hizo el operativo. Quizá
supiera que Cabanillas era el responsable, pero tenía que localizarlo, porque creo que ni siquiera estaba en el país entonces.
—¿Por qué Lanusse, un acérrimo antiperonista entonces, le devuelve el cadáver de Evita a Perón?
—Creo que para hacer un gesto de acercamiento, para ir tratando otros temas que hacían a la marcha del país. Además era un hombre aferrado a la doctrina cristiana. Por otra parte estaba la presión que hacíamos nosotros para que los militares no se volvieran atrás. Recuerdo que un día fui a un acto en Lomas de Zamora y dije que el gobierno entregaría el cadáver en 50 días. Lo dije para presionarlo a Lanusse. Por otra parte, acuérdese que por entonces se decía que este general tenía un proyecto electoralista propio entre manos. Cuando yo dejé la residencia de Perón, en Madrid, nunca más supe nada del cadáver de Eva Perón.

UNA LARGA HISTORIA. El proceso que terminó con la devolución del cadáver de Eva Perón se inició en los albores mismos de la Revolución Libertadora, cuando varios de los hombres clave en la historia de este caso ocuparon posiciones en el poder. Eduardo Lonardi designó comandante en jefe del Ejército al general Julio Lagos, y éste nombró al coronel Héctor Cabanillas jefe del Servicio de Informaciones del arma. Años después, Cabanillas sería la pieza clave en todo el proceso. Después del 13 de noviembre de 1955, Cabanillas fue reemplazado al frente de la SIE por el teniente coronel Carlos Moore Koening, que llevó como su mano derecha al mayor Arandía.
El cuerpo de Eva Duarte constituía —para algunos hombres del gobierno que depuso a Perón— un motivo de peligro, y su exhibición en el edificio de la CGT era considerada como una bomba de tiempo. El coronel Cabanillas comenzó a pensar una alternativa para dar cristiana sepultura al cadáver, aunque después negara su planificación. Cuando Koening lo reemplazó, obtuvo el permiso del general Aramburu para realizar el operativo. Según lo que se dijo después, Aramburu le ordenó dar cristiana sepultura al cuerpo embalsamado, "pero yo no debo saber dónde". El Operativo Evasión estaba en marcha.
En aquel momento había tres posturas entre los militares que opinaban sobre cuál debería ser el destino del cadáver de Eva Duarte:
- Quienes propusieron la incineración del cadáver (línea más dura).
- Quienes propusieron fondearlo en el Río de la Plata, haciendo caso a la afirmación del doctor Pedro Ara al decir que "ni el fuego, ni el barro, ni el agua pueden destruir el cuerpo". Pero conociendo el lugar de fondeo.
- Quienes querían darle cristiana sepultura.
Esta última postura fue la adoptada por el presidente Pedro Eugenio Aramburu, quien había escuchado la postura del sacerdote Iñaki de Aspiazu y lo informado por un militar de alto rango que había chequeado cuál era la opinión del Vaticano sobre el tema. Todavía se dice que ese militar había sido Alejandro Agustín Lanusse.
El 22 de noviembre de 1955 —seis días después de intervenir la CGT— fue retirado el cuerpo de su mausoleo provisorio. El operativo lo comandó Koening, quien debió firmar un recibo al interventor en la CGT, Alberto Patrón Laplacette. El ataúd no pudo ser depositado en el entonces Arsenal Esteban de Luca y luego de tres días de loca carrera fue depositado en la sede del Servicio de Informaciones del Ejército, Callao y Viamonte. Fue ubicado en un cajón de ambalajes frente a la puerta del despacho de Moore Koening que después pasó a formar parte del mobiliario de la habitación, según los relatos. Nadie, a excepción de las 7 personas que intervinieron en el operativo (entre ellas un llamado mayor Duarte, que en realidad era el mayor Arandía, que hacía las veces de chofer), supo lo que contenía ese cajón. Tampoco lo sabían el presidente Aramburu ni el vicepresidente, Isaac Rojas. Quienes muchos años después consultaron los libros del Servicio de Informaciones del Ejército de aquellos días sólo encontraron constancia de que había ingresado al edificio un cofre armero con destino y propiedad del coronel Moore Koening. Nada más que eso.
Después de los sucesos del 9 de junio de 1956 (sublevación de Valle), Moore Koening fue reemplazado en el cargo por el coronel Mario Cabanillas (salteño y sin ningún parentesco con Héctor Cabanillas), pero el plan ya estaba en marcha. Ya en mayo del '56, Koening había hecho dos viajes a Europa y se había entrevistado allí con el coronel Bernardino Labayrú para tratar algunos detalles del operativo.
Pero en marzo del año '57 el coronel Héctor Cabanillas se reintegró a su puesto en el SIE y ejecutó el O-E (Operativo Evasión), que tuvo lugar entre abril y septiembre de 1957. Se dijo que desde la presidencia se encargaron 30 ataúdes, 12 de los cuales salieron a ciudades de Europa, África y Asia, conteniendo cadáveres. Uno de ellos, el de Eva Perón. Pero la versión de Paladino afirma que salieron 3 ataúdes: uno a Bélgica, otro a Sudáfrica y el restante a Alemania Occidental. Este último fue el que contenía los restos de Eva Perón.
El operativo culminó el 18 de septiembre de 1957, cuando un féretro supuestamente correspondiente a María Maggi, viuda de Magistris, entró al cementerio Maggiori de Milán. Los restos de la señora Maggi figuraban
como repatriados por su hermano Carlos Maggi, y una religiosa de la congregación de San Pablo (Giuseppina Airoldi) fue la encargada de tramitar su sepultura. El ataúd fue colocado en la tumba delante de la religiosa y de un hombre que declaró ser pariente de la extinta y que debía volar a Buenos Aires apenas finalizada la ceremonia. Ese hombre habría sido el coronel Cabanillas, que así creía terminada su misión.
Siempre se dijo que Aramburu había guardado el secreto en un sobre prolijamente lacrado que debía ser entregado por un escribano un año después de su muerte al comandante en jefe del Ejército. Fue Alejandro Agustín Lanusse quien lo recibió, mientras ocupaba la Casa Rosada. Y puso manos a la obra: lo primero fue certificar si los datos eran correctos, y mandó localizar al coronel Héctor Cabanillas, quien finalmente sería el encargado de entregarle el cadáver a Juan Domingo Perón.
A fines de julio de 1971 ocurrió un hecho clave y poco conocido. Una caja de grandes dimensiones llegó a Ezeiza en un vuelo de Aerolíneas Argentinas que hacía el trayecto Roma-Buenos Aires: traía el cadáver de Eva Perón. Fue un día sábado, y una camioneta del Ejército lo trasladó hasta el penal militar de Magdalena, donde una comisión de peritos de Sanidad del Ejército, del gabinete médico de la Policía Federal y de la Facultad de Ciencias Médicas revisó el contenido de la caja. Tan misteriosamente como había llegado, el féretro fue remitido nuevamente a la embajada argentina en Italia.
El 3 de septiembre de 1971 Perón recibió el cuerpo en la quinta 17 de Octubre, donde permaneció por su expresa disposición hasta que fueron traídos a Buenos Aires. El ataúd llegó al Aeroparque el 17 de noviembre de 1974 —bajo el gobierno de Isabel-López Rega— con un impresionante dispositivo de seguridad. Fue llevado a la quinta presidencial de Olivos. El 22 de octubre de 1976, ya caído el gobierno peronista, los restos de Eva Duarte llegaron hasta el subsuelo del mausoleo blindado que la familia tiene en la Recoleta, a pocos metros del ocupado —paradójicamente— por Pedro Eugenio Aramburu.
Tabaré Areas
Investigación: Peter C. Bate y Pedro O. Ochoa

 

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