"Esto no es un barrio, es un sentimiento." No hace falta mucho para
darse cuenta. En Córdoba, un aire de nostalgia suele invadir a los
que evocan el pasado del "Clínicas"; orgullosa nostalgia —impregnada
de leyenda— de un centro generador de conmociones políticas.
Alberto Cerdá, un estudiante santiagueño, estaba lejos de suponer,
mientras distribuía panfletos, que su nombre serviría para recrear
un mito que parecía esfumarse. En la mañana del 18 de agosto de
1966, una bala policial convirtió a Cerdá en el primer herido de la
Revolución Argentina. Tuvo suerte: el plomo sólo alcanzó a
calcinarle parte del pie. La reacción popular fue instantánea. Como
tantas veces, el Barrio y el propio Hospital soportaron la invasión
de la Policía.
Después, la noche del 7 de setiembre, cayó con el cráneo destrozado
Santiago Pampillón, un mendocino de 24 años, militante del
Integralismo. Esa misma noche se "tomó" el Barrio Clínicas. Córdoba
inauguraba una protesta nueva —masiva, tremenda—, mientras el país
seguía su luna de miel con el Gobierno.
Allí nació, quizá, la Nueva Oposición, que a partir de ese momento
plantea una alternativa distinta. La Revolución se malogró una vez
más, los partidos son tan impotentes para apoyarla como para
resistirla, el país busca "otra cosa" que aún no sabe definir.
Córdoba lo intentó hace un año y se equivocó en parte, pero sigue
probando. Desde entonces, sabe que la réplica a la violencia no es
la violencia: basta mirar cara a cara a los detentadores del poder,
con desdeñosa firmeza, para obligarlos a cambiar de procedimientos
o, si no, para impedirles gobernar. El régimen actual lo ha
comprendido y titubea en la opción.
El corazón político de la ciudad es el Barrio Clínicas. Sus límites
son imprecisos, escapan a la frialdad de un catastro. Rodeando al
vetusto Hospital, casas y calles terminan por configurar un conjunto
urbano, feo e inexpresivo, si se prescinde de su historia, su gente,
su tumultuosa vida.
Miguel Bravo Tedín, autor de la biografía del Barrio (256 páginas
dactilografiadas), suele citar un antecedente: el "de las Quintas",
un lugar sombrío y frutal de fines del siglo pasado. El Clínicas —40
manzanas de la ciudad— no comienza a ser refugio estudiantil hasta
1914. Casas bajas, patios con macetas de geranios que ornaron
amables prostíbulos (hasta su erradicación en 1937). La Catalana, la
Bella Italia. Madame Safo, La Aída, La Dominga. La Pimpora, evocan a
cortesanas —telúricas o importadas— que dejaron su nombre a locales
no menos célebres.
HISTORIAS PARA SER CONTADAS
Adiposo, calvo, descendió con su aire doctoral; desde el auto, dos
hijos curiosos y una esposa indiferente lo vieron caminar por la
siesta del domingo. "Aquí viví yo", musitó en una puerta
desvencijada. Mientras su mujer bostezaba, él regresó al auto.
La escena es común en el Barrio: son muchos los que gustan de
revivir su juvenilia. "Siempre ocurre lo mismo —deslizó un vecino a
Periscopio— con los que luego volvieron a sus Provincias. Les gusta
venir a llorar un poco; los hace felices."
Las avenidas, la luz de mercurio, las demoliciones, terminaron por
cambiar la vieja cara. Ya no hay estudiantes que conserven la clave
para ingresar a La Piojera (Cine Moderno): en salida de baño y con
el termo en la mano.
Tampoco hay cordobés universitario que haya dejado de querer al
Barrio. Arturo Zanichelli volvió un día a visitarlo: "No me digás
'señor Gobernador' —regañó a la dueña de la pensión donde había
vivido—: decime rengo de m ..., como entonces".
No fue el único: una pléyade de políticos —buenos si los hay, y de
los otros— pasó por este territorio espiritual. "De aquí salieron
tantos Gobernadores, Ministro; y parlamentarios que es imposible
recordarlos —se ufanan los vecino; viejos—. Toda muchachada del
Barrio. Y durante la época de Perón, créame, esto era una cueva de
opositores: Palacios. Balbín, Ghioldi, Zavala Ortiz. Vítolo, solían
comer asado con los muchachos. Una vez vino Frondizi: tuvo que
soportar a un chiquilín que, trepado a una tapia, cada tanto le
gritaba: "¡Viva Perón!". Claro que algunos —concluyen— sólo parecen
haber asimilado lo malo del Barrio."
La historia de las revueltas tiene fechas preclaras: en 1918. el
estallido reformista, que más tarde, hacia 1930 —cuando el
movimiento soportó algunos embates—, hizo decir a su inspirador,
Deodoro Roca: "Trepen, señores de la Contrarreforma. Apodérense de
los Consejos, restablezcan la pérdida «disciplina». Restablezcan
también la «autoridad», que viene de la imposición, del temor, de la
fuerza... La Universidad está en su cuarto de hora de
desvanecimiento y abandono. Y se entrega, entre suspiros y ayes, a
la Contrarreforma, galán cauto y mañoso". No sería, desde luego, el
único eclipse del reformismo.
Pero los estallidos se multiplican a lo largo del tiempo: de 1943 al
45, los estudiantes son protagonistas de la oposición al régimen
surgido el 4 de junio. Durante aquella famosa huelga, se inventan
los "mítines aéreos" (en los techos de las casas de pensión), ante
una Policía sin más recursos que los caballos de la Guardia y sus
sables romos, igualmente temibles en el planazo.
La Federación Universitaria de Córdoba se daba de patadas
—literalmente— con la FUA; es que no quería integrarse en la Unión
Democrática. Esa no sería su única actitud adversa a la "línea
nacional"; ya no dejarían de repetirla, como si oponerse siempre
fuera una prueba de sagacidad o de intuición política.
Años antes —1938—- los ocupantes del Clínicas se empeñaron en
hostilizar al fascismo. Durante un incidente en el que, según la
leyenda, participó Carlos I. Caballero, actual Embajador en Perú,
perdieron la vida tres estudiantes de esa tendencia.
Luego, 1955: la combatividad de los universitarios cordobeses contra
Juan Domingo Perón les valió el decreto que les permitiría integrar
el claustro tripartito. "Pero cuando nos fuimos a afeitar —dicen—
nos robaron la Revolución. Nos encontramos, de golpe, con los mismos
tipos que combatíamos por fascios, por reaccionarios." Naturalmente,
nada nuevo, tratándose de política.
Arturo Frondizi, en 1958, desató otra memorable tormenta con la
creación de las Universidades privadas. Para peor, fue un hijo del
Barrio, el macizo entrerriano Horacio Domingorena, quien inventó la
ley; atrás quedaban los tiempos en que él mismo enchastraba paredes
con leyendas, mientras presidía la Federación Universitaria.
También hubo tiempo para humoradas: las paredes del ghetto
anunciaron, tiempo después, el nacimiento del Partido Lírico
Independiente, un remedo del instrumento usado por Alsogaray para
comprender que entre él y el pueblo nada había en común.
Tras alguna calma, el 7 de setiembre de 1966 aquel par de balazos
ponía en agitación al Clínicas. A Pampillón, que era estudiante de
ingeniería aeronáutica y delegado gremial de IKA, lo mató un
proyectil calibre 45: el rumor de que había entrado en coma originó
una batalla campal entre 4.000 estudiantes y una dotación policial
completa en aquella tierra de nadie.
Así estalló el cordobazo, en 1969. El viernes 26 de mayo, el
Clínicas quedaba una vez más en manos adolescentes. El procedimiento
era el de siempre: obstruir con barricadas las calles que cortan
Avenida Colón, apagar a pedradas las luces de las esquinas,
encaramarse a los techos. A partir de entonces, entrar allí se torna
un acto riesgoso. Pero en esta ocasión los obreros se unieron a los
estudiantes. En la esquina de 9 de Julio y Chaco apareció un
letrero: "Barrio Clínicas, territorio libre de América". Ahora la
Revolución dejaba de ser un juego, se convertía en tragedia.
No es difícil descubrir cómo viven los estudiantes en 1970. Las
tétricas casas de inquilinato ya no existen; sólo unas pocas bastan
como testimonio. Los departamentos nuevos, la invasión de la clase
media, el traslado de cátedras y Facultades, a la ciudad
Universitaria —enclavada en el Parque Sarmiento— han transformado al
Barrio sin cambiar su espíritu. Acaso sea mejor, porque el Clínicas,
después de todo, se niega en convertirse en tarjeta postal, recreo
de turistas.
Las diversiones son distintas, también. Pero aún pueden disiparse
las horas en una hilera de bares definidos: La Estrella, Clínicas,
Vittorio. Durante ciertos días, la grita deportiva que late en la
cancha de Belgrano —pretendiente al Campeonato Nacional— atruena las
tardes de sol. Curiosamente, el Barrio se halla metido dentro de
otro (Alberdi). Las instituciones allí se multiplican: la Escuela
Normal y los Salesianos (en idílica vecindad junto a la Plaza Colón
y la Maternidad), el Cuartel de Bomberos, la Cervecería Córdoba, un
puñado de clubes, el Hospital y el Cementerio San Jerónimo.
Enumerarlas solía ser el orgullo de Pichuco Lugo, personaje que
murió atropellado en plena Avenida Colón.
Vivir en el Clínicas, haber pasado por él, parece ser ya una carta
de presentación civil. Por mucho menos, en Francia, los ocupantes
del Barrio Latino suelen imaginar lo mismo.
EL "BICHITO" DE LA POLITICA
En la última elección nacional —7 de julio de 1963—, cuatro
cordobeses y uno adoptivo disputaron la Presidencia de la República:
Emilio Olmos, Pedro Eugenio Aramburu, Horacio Sueldo y Alfredo
Orgaz, fueron derrotados por Arturo U. Illia. Un episodio más que
atestigua la indeleble vocación política de la orgullosa Provincia.
Otra prueba —que los cordobeses citan complacidos— es que ninguna
Provincia ha tenido más Presidentes: Santiago Derqui (1860-62) ,
Miguel Juárez Celman (1886-90), José Figueroa Alcorta (1906-10),
Pedro E. Aramburu (1955-58). De paso, "asimilan" a otros tres: Julio
A. Roca (dos veces: 1880-86 y 1898-1904), tucumano con familia
cordobesa; Eduardo Lonardi (por haber elegido a la "docta" para su
alzamiento) y Arturo U. Illia (nacido en Pergamino).
Claro que —según González Tuñón— existen "dos Córdobas", una "de
color dorado, la viva, la ardiente, la generosa, la bien querida", y
"otra, de color morado, de espectros feroces que aún quieren mandar,
una Córdoba de litigantes apresurados, de ventanas ciegas, de
antiguos muertos de levita que todavía, más allá de la ceniza,
consiguen opíparos nombramientos oficiales para sus descendientes;
una Córdoba de familias venidas a menos, con las fincas hipotecadas
y las butacas del cielo embargadas". Y sigue la queja: "Córdoba, del
turismo celeste entre el limbo y el purgatorio". "Córdoba, la del
pequeño burgués, del filofascista y el encapuchado."
Sin duda, para 1970, esas definiciones —que datan de 30 años— han
cambiado, pero no lo suficiente. A pesar de ello, Córdoba es una
Provincia viva, convulsiva y, por ende, creadora.
Esa inestabilidad parece una costumbre: desde que Amadeo Sabattini
entregó el poder a Santiago del Castillo, el 17 de mayo de 1940,
ningún otro gobernante logró completar el período constitucional de
cuatro años de gobierno. Desde entonces, los mandatarios electos
vieron interrumpidas sus permanencias por razones muy dispares.
Argentino Auschter, el primer Gobernador peronista, fue intervenido
a raíz del conflicto con su Vice, Ramón Asís, en 1947. Auschter
provenía de la UCR (Junta Renovadora) y su contrincante, del
laborismo. El Brigadier Juan Ignacio San Martín, que venció en 1949,
dimitiría para asumir el Ministerio de Aeronáutica, durante la
segunda presidencia de Perón. Como el Vicegobernador electo,
Bernardo Pío Lacaze, había fallecido, ejerció el mandato Atilio
Antinucci, Presidente provisional del Senado.
Las desventuras de los Gobernadores —y de la autonomía provincial—
se acentuarían con la caída del peronismo. Raúl Felipe Lucini fue
destituido por la Revolución Libertadora, Arturo Zanichelli, quien
llegó al Gobierno el 19 de mayo de 1958, cayó el 14 de junio de
1960, intervenido por su correligionario Arturo Frondizi, en
cumplimiento de una ley del Congreso, que se fingió convencido de
sus contactos con terroristas. El último gobernante constitucional.
Justo Pastor Páez Molina, cayó el 28 de junio de 1966.
La historia, sin embargo, no comienza a partir de Sabattini: si se
escruta aun más la lista, el "tanito de Villa María" —según solía
decirle peyorativamente Juan Perón— constituyó una excepción en casi
40 años.
Para el período 1932-1936 fue electo Gobernador el conservador
Emilio Olmos. quien falleció mientras ejercía el cargo; le sucedió
el Vice, Pedro J. Frías, José Antonio Ceballos asumió en 1928.
habiendo sido electo Vice., por renuncia del Gobernador electo,
Enrique Martínez (quien pasó a la Vicepresidencia del segundo
mandato de Hipólito Yrigoyen) fue derrocado el 6 de setiembre de
1930.
La estabilidad es una utopía en Córdoba: lo prueba la propia
Revolución Argentina, que debió acudir a seis hombres en cuatro años
para cubrir el incómodo sillón de la Casa de las Tejas.
Raúl Felipe Lucini —hoy cincuentón— es el último Gobernador con vida
que los cordobeses hayan elegido: su partido, el peronista, fue
proscripto hace quince años. "Ahora —paladea, con amarga ironía—
todos estamos proscriptos."
Lucini consume sus días en el ejercicio de su profesión: la
medicina. Sin embargo, dedicó unos momentos de la semana pasada a
discurrir, ante Periscopio, sobre algunos mandatarios cordobeses —de
diversas corrientes políticas— a los cuales el pueblo recuerda con
afecto.
"Sobre Sabattini no quiero opinar; yo era muy chico —pretexta—; pero
tengo entendido que fue un Gobierno de orden y honesto."
Tanta ingenuidad no resulta convincente: para él, en definitiva, el
desarrollo de Córdoba recibió su mayor impulso durante el peronismo.
Ignora, por supuesto interesadamente, que Sabattini dotó a la
Provincia de una infraestructura en diques (a través del Nuevo San
Roque, el de la Viña y el de Cruz del Eje) sin la cual no hubiera
podido industrializarse.
Para Lucini, no fue demasiado: "Sabattini —memoriza— hizo media
docena de escuelas y dos diques: el peronismo superó ampliamente
esos márgenes;", supone.
A su juicio, el brigadier San Martín fue un "pionero de la
industrialización". Su administración, y las que le siguieron bajo
el mismo rótulo partidario, "transformaron a Córdoba", con la
instalación de Kaiser y Fiat, con el impulso y desarrollo del IAME
(Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado). "Nosotros pusimos
las bases de la electrificación. una tarea que continuaron después
otros Gobiernos".
Alude, sin duda, al de Arturo Zanichelli —vilipendiado a su hora por
la firma de los contratos de electricidad con la empresa italiana
Ansaldo—. Según Lucini. "no se lo dejó actuar. Zanichelli era un
hombre bueno, honesto, que no pudo desarrollar su capacidad".
Lo cierto es que Córdoba tuvo que apelar a tres hombres no nacidos
en su perímetro para trazar las bases de su convulsivo desarrollo
actual: a su tiempo, el rosarino Amadeo Tomás Sabattini, el
bonaerense Juan Ignacio San Martín y el mendocino Arturo Orlando
Zanichelli terminaron por hacer —quizá sin saberlo, apenas por
intuición política, tal vez— una tarea no común entre las
administraciones argentinas. Los gobernantes elegidos por el pueblo,
en medio de discusiones, de banderías, merecieron su gratitud, que
hoy se mide por obras concretas, materiales. Los otros —funcionarios
de menor cuantía, obedientes a la autoridad central— nunca se han
distinguido, ni siquiera por su eficiencia.
LOS FRANCOTIRADORES
Pero, al margen de la política, hubo otra gente, una especie de
francotiradores intelectuales cuyo símbolo es Deodoro Roca. Vale la
pena recordar unos párrafos suyos de 1936: "Vengo de Córdoba, ciudad
situada no, precisamente en un determinado lugar geográfico, sino en
esa vaga latitud de los mitos nacionales: floreo de tropos y
blasonados lugares comunes, para uso de viajeros asombrados. No
vengo del famoso «Centro de la República», de cuya latitud y
capitalidad espiritual suele ser de rigor colgar emociones y
doctrinas de almanaque. Y no traigo representación alguna de la
intelectualidad cordobesa, que sigue moliendo harina de código de
los molinos del tiempo. Vengo de Córdoba, pero de otra parte. Vengo
de una trinchera, donde un grupo de hombres cree que esta América
del Sur —apostrofaba— es el campo propicio de tremendos y cercanos
desenlaces, y que por eso lucha y hace señales, a veces
descompuestas, para atraer la atención sobre cosas y problemas que
para las mayorías desatentas parecen, todavía, temas adscriptos al
floripondio de la Revolución o a la vocación de los necios que
llenan Academias o Parlamentos".
Córdoba, capital adoptiva de otros hombres del interior, sirvió para
que un rosarino —Ernesto Guevara— evacuara sus primeras acciónesele
rebelde, en 1945, protestando contra Juan Perón. Así es Córdoba: una
continua, saludable contradicción.
Córdoba tiene un río que es un hilo
de agua apestosa que se arrastra lento;
la Catedral, confuso monumento,
y la Universidad, que es un asilo.
Ciudad de todo lo que cause estrilo,
ciudad de metejón y aburrimiento,
ciudad que pone en fobia al más tranquilo,
tu virtud fue el estrilo de Sarmiento.
Ir al cine, chismear, dormir la siesta,
hacer sobre política una apuesta,
contarle el abolengo al peluquero,
ésa es tu vida cultural y artística.
Cuándo te perderé, Docta, de vista;
cuándo saldré, doctor, de este agujero.
El soneto del vate popular Emilio Pizarro no alcanzaba a aguijonear
a los cordobeses de 1925. Lejos estaban de imaginar que Córdoba
tiraría al diablo la aldea y, en unos años, se convertiría en el
detonante permanente de la Argentina. Claro que debió correr
demasiada agua del Suquía —ese "río que es un hilo"— para que la
ciudad despertase. Pero, en adelante, el poder nunca será tan sólo
para las autoridades políticas: tienen que compartirlo con
estudiantes, gremialistas, curas obreros y poetas.
JORGE NEDER
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Tato bores y Rita Pavone |
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