Revista Argentina
01.01.1950 |
La Guardia Nacional de Córdoba durante un
ejercicio de tiro al blanco, en los alrededores de la ciudad, donde
ahora está el Jardín Zoológico
por José Ignacio Dutari
Córdoba, diciembre de 1949. — Allá, por fines del año 1895, el
gobierno de la nación, acuciado por un momento muy difícil de las
relaciones internacionales del país, encaró resueltamente la
organización de la numerosa Guardia Nacional, que se dispersaba por
toda la República.
Cada provincia tenía organizadas estas fuerzas, con las que se
constituían batallones, regimientos y brigadas, con sus jefes y
oficiales respectivos. Estaban en los pocos y maltrechos cuarteles
existentes, y a cargo de personal del ejército de línea, el
armamento, municiones, equipo y vestuario que correspondían al
número de fuerzas enroladas.
Esos guardias nacionales, en quienes fincaba la seguridad del
territorio patrio, en virtud de la ley del 5 de enero de 1894,
reglamentaria de los "Ejercicios Doctrinales", que comprendían doce
domingos del año, cumplían un defectuoso programa de instrucción que
había dado resultados absolutamente negativos.
Y no podía ser de otro modo. La instrucción militar que forma parte
de un arte y de una ciencia muy difíciles de adquirir, no se
aprendía en treinta o cuarenta horas de labor, por más aptos y
capacitados que fuesen los maestros y por más inteligentes y
contraídos que resultasen los discípulos.
Estas observaciones llevaron al gobierno del doctor José Evaristo
Uriburu, que por aquel entonces regía los agitados destinos de la
Patria, al convencimiento de que era urgente cambiar el sistema de
organización e instrucción de la Guardia Nacional. Le detenía el
temor de un gasto excesivo; el país era pobre y las finanzas
públicas estaban exhaustas.
Al final triunfó la buena tesis: nunca es grande un gasto cuando
está de por medio la seguridad de la nación.
Y así surgió la ley de 22 de noviembre de 1895. En lugar de las
reuniones dominicales, de abril a junio del año siguiente se
movilizaría la Guardia Nacional de la República por el término de
dos meses, para realizar ejercicios continuados de ejército en
campaña.
Se desencajonaron cien mil fusiles máuser recién llegados de
fábricas alemanas, se sacaron del arsenal otros tantos remingtons, y
a las provincias se las proveyó de municiones, equipos, monturas,
etc., en proporción al número de hombres de veinte años que podían
poner sobre las armas.
La República entera fué un gran campo de maniobras, pues surgieron
contemporáneamente varios campamentos: Currumalal, en Buenos Aires;
Santa Catalina, en Córdoba; Capayán, en Catamarca; Challao, en
Mendoza, otros en Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, que agruparon
las fuerzas del litoral y de la Mesopotamia, además del de Villa
Mercedes en San Luis, especializado en artillería y de los de Salta
y Tucumán, donde se concentraron los hombres del norte argentino.
Tal fué el primer ensayo, serio y grande, en nuestro país, del
servicio militar obligatorio, que con las conscripciones anuales
empieza a producir los frutos que vislumbró su autor, el general
Ricchieri, por obra de la ley de 11 de diciembre de 1901.
Y así la República, desde abril a junio de 1896, vio movilizarse
entusiastamente a
su juventud de veinte años, formando 44 batallones de infantería, 42
regimientos de caballería y 32 baterías de artillería, además de
otras formaciones auxiliares. Estaban a su frente los generales y
jefes asignados a las diferentes provincias en virtud de la ley de
ejercicios doctrinales. Los guardias nacionales, antes tan
recalcitrantes para el servició de las armas, empezaban a animarse;
tomaban amor a los ejercicios y a las prácticas un tanto duras de la
vida militar.
* * *
Los hombres de Córdoba, formando la brigada de ese nombre, a las
órdenes del general don Ignacio H. Fotheringham, una de las figuras
más brillantes del viejo ejército, se concentraron sobre el río
Cuarto, a orillas del arroyo Santa Catalina, en lo que ahora es
Holmberg, donde ya existía por aquellos años una incipiente fábrica
militar de pólvora.
El Comando se ubicó en el mismo Río Cuarto, en una casa que pudo
llamarse la Casa de los Generales. En ella establecieron sus sedes
Mansilla, Roca, Paunero, Conesa, Arredondo y Racedo.
La concentración se hizo rápida y ordenadamente. Desde Villa María y
Villa Mercedes se sucedían los trenes, unos tras otros, llevando una
muchachada alegre y numerosa. Era el primer paso del ensayo y
resultaba promisor.
Con los cordobeses movilizados, que, al decir de su general, "eran
una juventud entusiasta y una oficialidad distinguida", se formaron
cuatro batallones de infantería, de cinco compañías, de noventa
hombres cada una. Con los batallones 1º y 2º se constituyó el
Regimiento General Paz, que comandaba el teniente coronel don Luis
B. Loredo, y con el 3° y el 4º el Regimiento San Martín, que tenía
como jefe al teniente coronel de guardias nacionales don Manuel A.
Espinosa. Todas esas formaciones se hicieron sobre la base del
Batallón 7 de Infantería de Línea, que dió una compañía a cada una
de las unidades movilizadas, entre las que repartió sus bandas de
música y lisa. La bandera fué asignada al 3er. batallón movilizado.
"Los soldados del Ejército de Línea confraternizarán con sus
hermanos de la Guardia Nacional y en el noble empeño de enseñar y
aprender consolidarán más que nunca los vínculos que los unen a los
otros, como ciudadanos, como argentinos y como miembros de una misma
familia, sosteniendo una misma y noble causa", dice la primera orden
dictada por el general Fotheringham en Río Cuarto, el 28 de marzo de
1896, al disponer la organización de las fuerzas a su mando.
La caballería, alma y nervio de los ejércitos criollos, también
estuvo representada en Santa Catalina por dos escuadrones, armados
con sable y carabina, a las órdenes del teniente coronel don Julio
Alba. La artillería del ejército a que pertenecía Córdoba se
concentró, formando una brigada especial mandada por el general
Reynolds, en Villa Mercedes; y allí fueron, alrededor de
cuatrocientos cordobeses.
Colaboraba con el general Fotheringham en el comando de la brigada
un núcleo de jefes del ejército de línea, algunos de cuyos nombres
son familiares en el ambiente cordobés. El coronel don Pedro A.
Gordillo era el jefe del estado mayor; el teniente coronel don
Américo Álvarez, secretario general de la comandancia; el teniente
coronel don Romirio Valdés, jefe del detall, y el doctor don
Francisco Albino, auditor de guerra. Estaban, además, los tenientes
coroneles Ramón I. de Olmos, Ramón Aberastáin Oro, Enrique Berhó,
José Ignacio Santillán Vélez y otros oficiales de menor graduación,
que el tiempo ha obscurecido.
A manos de aquellos jefes, fogueados casi todos en los campos de
batalla del Paraguay y de la organización nacional, a su empeño,
decisión y constancia quedó entregada la formación militar de los
ciudadanos que tras de dos meses de enseñanza "debían quedar
convertidos en soldados listos para defender la Patria y conservar
su honor e integridad", según rezaba una orden del jefe de la
brigada.
Tal la incipiente organización de lo que se puede llamar
participación de Córdoba en el primer ensayo de conscripción militar
argentina, que, anticipándose a la obra fundamental del general
Ricchieri, puso en el país una nota de sano y alto patriotismo, en
que se movilizaron sentimientos y corazones, al mismo tiempo que los
hombres llamados a las filas afluían presurosos a los campamentos.
* * *
La vida en campaña fué difícil y llena de privaciones. Todo faltaba
y se suplía con espíritu de sacrificio y se superaba con voluntad y
energía patriótica. Los que mejor estaban alojados utilizaban carpas
y ramadas. Los más dormían sobre el apero, a campo raso. Algunos
jefes tenían ranchos de paja y barro.
La diana se tocaba al aclarar el día, junto con el canto del gallo.
Media hora después se pasaba revista y se iniciaba la instrucción,
que duraba toda la mañana, para repetirse por la tarde, después del
rancho y de la siesta.
— ¡Paso redoblado! ¡Mar!
—¡Flanco derecho doblando! ¡Mar!
—¡Paso al trote! ¡Mar!
Y así, entre toques de corneta y redobles de tambor, pasaron en el
campamento, siempre iguales, los días de aquel otoño. Con viento o
agua, calor o frío, chapaleando el barro o cubiertos de tierra por
el guadal medanoso, entre marchas y contramarchas, los cordobeses
aprendían el manejo del fusil y practicaban el tiro al blanco, en
que se distinguía el batallón en que estaban los serranos. Lista
mayor se pasaba a las 5.15 de la tarde, retreta se tocaba a las 8 de
la noche y a las 9 1/2 llegaba el silencio precursor de un nuevo día
igual al anterior.
El rancho no era muy variado: caldo con mazamorra o fideos, puchero,
locro, asado y mate, todo acompañado con galletas que se proveían
desde Río Cuarto, de tarde en tarde. Alguna torta con grasa, amasada
por las vivanderas sobre las caronillas, y asada al rescoldo era una
cosa muy apetecida. El "gringo cantinero" proveía el carlón
mendocino y algunas golosinas, junto con el tabaco y el papel para
pitar.
Hubo días en que no se comió, por no haber llegado a tiempo las
proveedurías. El general Fotheringham cuenta en sus "Memorias" que
en una oportunidad mandó "preso, con centinela de vista,
incomunicado y al raso al delegado de la intendencia encargado de la
alimentación de las fuerzas. No lo hice fusilar porque tal vez la
superioridad no hubiese aprobado el proceder. Mandé a buscar veinte
vacas gordas por los alrededores y se celebraron nuevas bodas de
Canaán un poco antibíblicas".
Decididamente, aquella vida no tenía muchos alicientes. Sólo el
deseo de servir a la Patria y prepararse para defenderla animaba a
aquella juventud.
* * *
Para el general todo era motivo de preocupación.
El 9 de abril disponía que los jefes de cuerpo y sus oficiales
debían "usar de todo empeño" para encontrarse uniformados antes del
día 15. A ese efecto tomó una serie de medidas, y a objeto de
facilitar su confección al "fiado", celebró un contrato con un
sastre de Córdoba, don Cándido Videtti, quien cobraba 125 pesos "por
un uniforme de teniente coronel o mayor, con presillas". El de
subteniente costaba 110 pesos y el de capitán 120.
Otro día al pasar inspección hace una observación que anota en su
libreta:
"Entre la tropa hay pocos hombres de las clases acomodadas. Mejor
dicho: ni uno solo de los que se llaman mozos decentes. ¿Es que no
habrán tenido hijos las damas cordobesas el año 76?"
Honda preocupación, ésta, que lo persigue constantemente y le hace
escribir años después:
"Las excepciones se prodigan con afable sonrisa a los botines de
charol. Raras veces son para los pobres de alpargatas. Son estos
favoritismos insanos, estos privilegios condenados por la
Constitución, los que hacen vociferar a socialistas y anarquistas.
Nada más hiriente que la ley del embudo".
Felizmente, estas cosas se acabaron para siempre. ¡Ya no hay
privilegios!
* * *
De los hombres de Córdoba que estuvieron en Santa Catalina muchos
viven aún. En un registro que se abrió en una dependencia militar se
anotaron alrededor de ciento ochenta, entre jefes, oficiales y
soldados, aunque presumiblemente existen más.
El reservista de más jerarquía que aun pasea su silueta gallarda por
las calles de Córdoba es el ingeniero don Gregorio Videla, que en
aquella movilización llegó a la jerarquía de 2º jefe del Batallón
Movilizado Nº 3, del que era jefe el ingeniero don José Agustín
Ferreyra, después intendente de la ciudad y en esa época teniente
coronel de guardias nacionales.
Entre los oficiales que estuvieron movilizados en Santa Catalina,
con variada graduación, casi todos estudiantes universitarios en
aquel fin del siglo, figuran hombres que después tuvieron una
destacada actuación en distintos aspectos de la vida de la provincia
y del país.
Allí estuvieron, entre otros: Arturo M. Bas, Aníbal Pérez del Viso,
Elpidio González, Wenceslao Funes, Moisés Torres, José Soaje, Carlos
Luque, Tosé Betolli, Teófilo Martínez Farías, Santiago Patiño, José
A. Mayorga, Pedro Tofanelli, Borja Vaca, Manuel J. Aparicio, Enrique
Mota, Francisco Alvarez Sarmiento, Pablo Barrelier, Mardoque
Galíndez, Elíseo Videla, Moisés y Abel Granillo Barros, Lucas
Vázquez González, Tomás Casas, Wenceslao Teje-rina, Benjamín
Pizarro, Manuel Carranza, Antonio del Valle, Félix Amézaga, Dolveo
Albarracín, Junín Ocampo, Justiniano Claría, Eduardo Quinteros,
Medardo Avila, Federico Freites Soria, Benjamín Lazcano, Ricardo
Molina, Ignacio Freyre, Roberto Beltrán, Guillermo Roldán, Juan
Obregón Frías, Teodosio Luque, Ricardo Pitt, Carlos Stange,
Alejandro Verde, Ercolíno Conté, Julián Maidana, Ignacio Iturraspe,
etcétera.
Como se ve, "una brillante oficialidad", para repetir un concepto
hecho carne en
el jefe de la brigada.
* * *
Se terminaron los dos meses de instrucción con un simulacro de
ataque y defensa de una posición, en que las fuerzas contrapuestas
estaban a las órdenes del general Fotheringham y del coronel
Gordillo. Un cañoneo, unas descargas cerradas de fusilería, una
carga a la bayoneta y otra de la caballería. Fué el último
ejercicio.
Dos días después llegaba a Santa Catalina el ministro de guerra,
ingeniero Villanueva, con un séquito de generales: Capdevila, Racedo,
Godoy y otros. Nuevos ejercicio de tiro al blanco que llamaron la
atención del ministro. Revista y desfile final. Otra carga de la
caballería. Felicitaciones a la brigada y a sus jefes.
Orden de desmovilización. El contingente de Córdoba baja a la ciudad
con su general a la cabeza. Entusiasta y patriótica recepción que
concluye con un gran banquete en el cuartel de artillería, en Alta
Córdoba: lo preside el gobernador, quien pronuncia un elocuente
discurso. Ese 15 de junio de 1896 fué de fiestas grandes. Repicaron
las campanas de las iglesias, el comercio cerró sus puertas y la
Universidad suspendió las clases.
Al día siguiente se realizó la desmovilización, y todos volvieron a
sus casas: oficiales y soldados. Nadie se acordó ya de ellos.
En Buenos Aires los reservistas de Currumalal siguieron viviendo en
el recuerdo y cariño de la ciudad, que veía en ellos a los
"muchachos" que se armaron para defender la Patria en un momento
difícil de su vida. Como los de Santa Catalina, Villa Mercedes,
Capayán. . .
* * *
En diciembre de 1947 me tocó organizar en Córdoba la "Semana del
Reservista" y por mi sugerencia, que encontró amplio eco en las
autoridades militares, general Vago y coronel Aguirre, se invitó a
los reservistas de Santa Catalina a participar en el desfile final.
Fué la primera vez que se los recordaba después de cincuenta años, y
buena parte integró la columna, ocupando modernísimos "jeeps". Se
los cubrió de flores y se los ovacionó constantemente.
Los diarios dijeron al día siguiente:
"El público los identificó de inmediato. Pasaron sobre vehículos
motorizados del ejército. Y muchas sombras de los que ya se fueron
los acompañaron".
"Eran los ciudadanos de aquella época distante, cuando la ciudad
conservaba su empaque colonial".
"Los reservistas de Santa Catalina, ahitos los corazones con las
añoranzas emocionadas de los días de la juventud, estuvieron también
en el desfile".
"Córdoba dejó a su paso las flores del aplauso, y las pupilas se
nublaron con una cerrazón de lágrimas generosas de recuerdo, ante la
visión del tiempo que se fué".
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Edificio en que funcionó en la ciudad de Córdoba hasta fines
del siglo pasado una fábrica de pólvora. La primera de ese
género establecida en el país, en 1810 estuvo también en la
misma ciudad. De 1891 a 1898 hubo la fábrica militar de
Santa Catalina, donde se ubicó la primera conscripción
cordobesa, en 1896. Ahora es Villa María donde se levanta la
Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos, uno de los más
altos exponentes de la industria argentina. Decididamente,
Córdoba es la tierra de la Pólvora.
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General don Ignacio H. Fotheringham |
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