Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


El infierno, según Dante
Revista Siete Días Ilustrados
06.07.1970

A los 48 años, Dante Panzeri, uno de los periodistas deportivos más polémicos del país, revela aspectos desconocidos de su personalidad y esgrime su restallante crítica para analizar el intrincado mundo del fútbol actual.

¿Revolucionario o poseur? ¿Moralista o resentido? Una catarata de dudas podrían desplomarse sobre su intrigante personalidad. Es que Dante Enrique Panzeri (48, dos hijos) polariza el odio y la simpatía de los aficionados al fútbol, Dueño de un estilo punzante y polémico, se empinó, hace unos años, en la cúspide del periodismo deportivo local Fue una rápida escalada que culminó cuando, obligado por diversas circunstancias, optó por un retiro marginal Sin embargo, persiste en su constante hostigamiento a diversas realidades del deporte nacional que, según su criterio, merecen ser censuradas sin piedad. "El periodismo es un apostolado", suele pontificar. Frase a la que también apela para describir un proceso que se gestó en la localidad cordobesa de San
Francisco —su ciudad natal— cuando sólo contabilizaba 15 años. Entonces desgranó sus primeras carillas en un; periódico local, La Voz de San Justo. Fue el comienzo de una carrera que, a los 20 años, prolongaría en Buenos Aires. Recomendado por el entonces crack racinguista Enrique Chueco García, ingresó, como colaborador, en la revista especializada El Gráfico. "Era una época maravillosa —añoró—. Aquella Avenida de Mayo, clásicamente madrileña, con sus cafés repletos de intelectuales, influyó tremendamente en mi formación." Es que Panzeri, un autodidacto, cimentó allí su preparación: "Yo apenas llegué al sexto grado de la escuela primaria. Mi entusiasmo hizo el resto: preocupado por elaborar una tabla comparativa de marcas deportivas, por ejemplo, comencé a estudiar logaritmos". Ya afincado en la Capital Federal, colaboró también en el semanario futbolístico Campeón, hasta que ingresó, definitivamente, en la redacción de El Gráfico. Allí permaneció hasta 1962, cuando renunció a la dirección de la revista. Además, transitó la crítica de ciclismo y natación, pero su pasión es el fútbol, deporte que aprendió a gustar desde chico "entre aquellos jugadores monstruos que —según definió con admiración— pululaban en Córdoba y Santa Fe". Desde 1959 realizó fugaces apariciones en televisión y radio. En la actualidad, revista como colaborador en los diarios Crónica, de Buenos Aires, El Día, de La Plata y en los semanarios El Ciclón, Análisis y Ahora. Su extenso curriculum incluye también un controvertido ensayo: Fútbol, Dinámica de lo Impensado, que editara hace unos años.
Casi ocho horas de diálogo, desplegadas en el gabinete de trabajo que Panzeri construyó especialmente en su casa, en el barrio porteño de Villa Devoto —"estuve casi un año y medio buscando un lugar ideal para vivir, lejos del ruido, con medios de locomoción cercanos y apartado de las amenazas de ferias o paradas de colectivo"— permitieron a SIETE DIAS descubrir facetas inéditas del crítico, que, además, censuró con su casi legendaria vehemencia diversos aspectos del deporte nacional Estas fueron sus confesiones:
—¿Se siente odiado por la gente?
—Me interesa un rábano lo que la gente piense de mi.
—Para la opinión general usted es un periodista destructivo. ¿Está de acuerdo con el rótulo?
—Creo ser destructivo de algo que me enorgullece aniquilar: soy destructivo de la delincuencia, creo ser destructivo de la destrucción.
—¿Y eso le otorga imagen de antipático?
—Sí, sí. . . Yo nunca anduve repartiendo dulce de leche ni pasando la lengua por ninguna media. No, eso no. Nací así.
—¿No cree que esa antipatía obedece a que, no le dice a !a gente lo que ella espera?
—Entre la amistad o credulidad de una persona de bien y el odio de cien enfermos del fútbol yo me quedo con ese uno que va a estar satisfecho de que le diga lo que yo pienso, aunque no lo comparta.
—¿Qué reacción advierte en el público cuando, lo ve y reconoce?
—No me fijo, no sé.
—¿Alguna vez tuvo problemas con los hinchas?
—Muy pocas veces y muchas menos de las que la gente supone. Una sola vez, en el estadio de Racing, me tiraron una trompada de atrás. Erraron el golpe pero sentí que el puño pasaba muy cerca. Di media vuelta y descargué una trompada contra el primero que encontré: era un tipo que venía a defenderme . . . Después, insultos y amenazas creo haber recibido la misma cantidad que deben capitalizar los periodistas dulce de leche. Por ahí veo que todos esos comerciantes de la adulonería también andan con problemas.
—¿Cree que con su estilo aporta soluciones al deporte local?
—Yo vengo aportando soluciones desde hace 30 años. A comienzos de este año, cuando el interventor en la Asociación del Fútbol Argentino, Martín Oneto Gaona, pagó un millón de pesos al creador del disparatado fixture del actual Campeonato Metropolitano, sentí una indignación tremenda. Frente a semejante barbaridad, lo primero que se me ocurrió fue revisar mis archivos. Encontré diez sistemas para confeccionar un fixture donde no se produjera ninguna situación de irregularidad. Finalmente, resolví el asunto. No era fácil pero en tres horas armé el rompecabezas. Cuando lo tuve listo consulté a un amigo. Le pasé todos los
datos y empezamos a cotejar: llevamos el control a todos los extremos y estaba perfecto.
—¿Qué hizo luego?
—Cuando disipé todas las dudas le dije al director del diario Crónica que tenía en mis manos la solución que ellos buscaban; que a pesar de no simpatizar con las personas que se han apoderado del fútbol en esta época de lo falsificado, yo a ese deporte lo seguía queriendo mucho y sentía necesidad de ofrecer mi proyecto a AFA. Todo eso con la expresa aclaración de que no pretendía un centavo.
—¿Qué tal le fue?
—En el diario se pusieron en contacto creo que con uno de los secretarios del interventor, quien me dio una cita concreta, precedida por mi advertencia: no quería soportar un solo segundo de "amansadora". Puntualmente, el día convenido estuve en la Asociación. Comenzaron por tener la impertinencia de hacerme esperar diez minutos. Pero lo toleré porque me pareció un margen lógico. Cuando estaba a punto de irme, apareció un señor que no era el que me había citado. Me explicó que quien tenía que atenderme se había ausentado de la casa, pero qué, en fin, él me escuchaba. Le expliqué que no tenía nada que decir, que ahí estaba la solución, y le di el sobre. Sin mirar mi trabajo dijo que estaba mal, que no había solución. Bueno, le dije, conozca esto y si le sirve, úselo.
—Por lo visto, no lo usaron.
—Quedaron en darme noticias, pero nunca supe nada más. Creo que tiraron mi propuesta. Como publiqué todo este episodio, tiempo después le preguntaron a Oneto Gaona qué había pasado y él respondió que no sabía nada, que no tenía noticias, que iba a averiguar. . .
—Panzeri tiene fama de Infalible, de documentado. ¿Qué hay de cierto en eso?
—Mi archivo crece todos los días. ¡Y pensar que la mejor parte la dejé en las oficinas de El Gráfico! Fue un gran error de mi parte. Perdí una documentación brutal: los de El Gráfico la deben haber tirado, no creo que a ellos les sirva. Claro que no todo es archivo: además uso la memoria porque fui testigo de lo que expreso. Hay quienes tienen memoria y la usan y quienes procuran no usarla. Todos los mentirosos que, durante tantos años, estuvieron diciendo que había que jugar como los europeos y que el fútbol es la cibernética, ahora están viendo lo que pasó en el Mundial de México; lo que ocurrió con el estado físico que ellos les adjudicaron a los rusos y con el fútbol planificado. ¿Acaso olvidaron todo lo que dijeron en ese sentido? ¡Claro que no! Pero ahora salen diciendo que eso es una mentira.

POR UN PUÑADO DE PESOS
A esta altura, la charla apuntó hacia ciertas facetas del periodismo: su significado y deformaciones. Una realidad que parece afectar profundamente a Panzeri.
—¿Por decir verdades tropezó con problemas?
—Por supuesto. Pero creo que hay algo que aclarar: yo no soy ningún bicho raro, ningún héroe, ningún tipo meritorio. Portarse bien no creo que sea una hazaña. Si no tuviese la conducta que tengo y practicase la que exhibe la mayoría de los que están en mi oficio, viviría muy mal y sería muy desgraciado.
—¿Pero esa actitud lo perjudicó materialmente?
—Sí, en la medida que Fulano no me da trabajo y Zutano me echa de tal o cual programa de radio o televisión. Quizás esto ocurre porque las agencias de publicidad consideren que no convengo a sus intereses, por ahí rozados; porque digo ciertas cosas que les resultan inconvenientes. Pero si me dieran todo el trabajo que me niegan porque soy como soy, probablemente no me harían un bien. Sería muy desgraciado porque tendría que estar sometido a la misma; condición de borregos en que están los otros que, supuestamente, viven muy felices de ser macaneadores. A mí no me ha costado nada ser como soy.. .
—Económicamente, ¿perdió mucho dinero a raíz de asa intransigencia?
—Por supuesto; pero pregunto: si me beneficiaba monetariamente, ¿cómo quedaba espiritualmente? Hecho una piltrafa y, consecuentemente, imposibilitado de aprovechar ese beneficio económico del hipócrita que se presta al juego. Así que no habría podido ni bebería, ni contarla. En dinero he perdido bastante porque siempre me hice pagar muy bien y cada trabajo que me sacaron fueron muchos pesos de menos. De cualquier manera, no puedo detenerme a pensar en eso.
—¿Cree que el periodismo deportivo se ha comercializado?
—Vea, de haberme entregado como un cordero a toda esta maquinaria industrial en que se ha sumergido el periodismo deportivo, hoy sería un fracasado social, un paria. Me habría desinflado.
—Hay quienes suponen que su actitud es sólo pose: un método más para hacer negocio.
—Ya nunca fui detrás de los pesos.
Como si quisiera refrendar definitivamente sus respuestas, Panzeri detuvo el diálogo para reseñar, en algo que pareció un rapto de desahogo, su paso por la revista El Gráfico y todo el proceso que culminó con su alejamiento:
—Hay quienes suponen que para mí significó una gran pérdida haberme ido, una noche de 1962, de El Gráfico, después de estar allí 17 años. En ese momento, si quería, tenía todas las posibilidades de enriquecerme. Sin embargo, creo que gané con mi actitud y puedo demostrarlo. Yo me fui exactamente en el momento que, dentro de la empresa, comenzó a volverse imposible la continuidad de mi doctrina periodística que, hasta ese momento, no había tenido objeciones. Está bien que me respaldaba económicamente, tal como ahora, en otras actividades. Yo trato de no tener las uvas en una sola frutera, para que, si ésta se cae, no se caigan todas las uvas; siempre trato de que me quede una frutera con uvitas. Pero si llegaba a tropezar con esa situación seis meses más tarde, cuando nació mi primer hijo, no puedo asegurar ahora, ni en aquel momento, que me hubiera ido de esa revista. Quizás hubiese recapacitado. Y si eso ocurría: ¿qué habría sido de mí? Estaría como otros que no adoptaron mi decisión. Sería un asalariado, obligado a traicionar diariamente su conciencia. Porque el salario, la familia, la obligación material ante la vida imponen transar con aquello que repugna a nuestras convicciones. De haber transado, hoy me encontraría con la imposición de tener que escribir para que el rojo parezca azul y el azul, negro. Una vez dentro de esa maquinaria hay que hacerlo.
—Usted no tiene trato muy frecuente con la gente del fútbol; ¿se aísla o lo aíslan?
—Ni una cosa ni la otra, yo me siento cómodo con los que piensan como yo. En una oportunidad, durante una gira por Europa, se me acercó Martín Pando, el ex crack de Argentinos Juniors, River y Lanús. El petiso vino decidido a encararme y me dijo secamente:
—Quiero hablar con usted.
—¿Para qué?
—Dicen que es una fiera y a mí me gustan las fieras. ¿Cuándo podemos hablar?
—Ahora mismo. Comenzó a indagarme. Después confesó que había disparado un par de preguntas claves para saber si tenía que seguir charlando conmigo o irse. El vino con esa actitud y encontró reciprocidad en mí. Lo que ocurre es que él es un jugador de esta época pero con la mentalidad de aquellos que, hoy con 50 años de edad, se sienten cómodos conmigo.
—¿No le parece útil dialogar con los que son actores o autores del espectáculo futbolístico?
—El periodista es quien debe opinar. A mí no me interesa ver el partido y después preguntar, ni siquiera a Pando, cómo fue. Mi misión es verlo y parirlo. Si no estoy en condiciones, a buscar una pala, o un taxi, o un delantal blanco y a cambiar de oficio. Lo contrario sería imitar al imbécil que está en el estadio con una radio portátil pegada al oído para saber qué está pasando frente, a sus ojos en la cancha.
—¿Cree que los periodistas son responsables de esa aberración?
—Lamentablemente, el periodismo llegó a eso. Hoy no es una fuente de opinión sino un agrupamiento de dactilógrafos. Creo que debe haber buenos periodistas, pero carecen de libertad de expresión; no con respecto al gobierno o al país: libertad de expresión con respecto a una pelota de fútbol. Mire de qué estupidez hablo, pero ni en eso hay espontaneidad.
—Hay quienes suponen que Panzeri debió dedicarse al periodismo político, ¿cree que habría podido hacerlo?
—En mis comienzos escribí sobre política en un diario santafesino. Pergeñaba unos artículos incendiarios contra el viejo Castillo, que era presidente. Lógicamente, fui, y probablemente lo siga siendo en algún sentido, un joven rebelde, como todos. La rebelión de la juventud no es un asunto que se haya fabricado con las melenas largas que hay ahora, existió siempre0
—¿Cree que haciendo periodismo político habría gozado de la libertad de expresión que le permite el comentario deportivo?
—Haciendo periodismo deportivo no he dicho otra cosa que lo que pudo decir cualquiera. Probablemente, de haber aplicado la misma conducta a temas políticos me habrían echado al segundo artículo. Escribiendo sobre deportes hace 33 años que me aguantan.
—A su juicio, ¿cuál es más brillante: el Panzeri que comenta política deportiva o el que realiza críticas técnicas?
—Ser juez de uno mismo es muy difícil. Eso hay que preguntárselo a la la gente.
—¿Pero en cuál postura se siente más cómodo?
—Yo me siento cómodo en las dos. La técnica es humanidad. La crítica modela el gusto. El mío está estructurado a través de aquella generación de monstruos futbolísticos que conocí en mi provincia.
—¿Volvería a trabajar en televisión?
—Sí; si me pagan, sí. Simplemente, porque creo que la televisión es un. negocio. Si me visitan representantes de cualquier agrupación (Sol de Mayo, Aurora, Belisario Roldán o Sociedad de Beneficencia Pro Bomberos de Villa Dominico) y me piden que dicte algunas conferencias en su sede social para 200 tipos que van ahí a jugar al truco, miro si tengo tiempo y algunas veces voy. Nunca se me ocurrió preguntarles cuánto pagaban. Ahora bien, si viene alguien de una radio o de un canal de televisión y me invita a un programa, antes que nada le pregunto cuánto dinero me corresponde. Porque estoy absolutamente convencido de que no me buscan para darme una oportunidad de hablar; lo hacen para tratar de vender alguna cosa con el pretexto positivo o negativo que pueda significar yo. Además, voy con la seguridad de que me van a dar una patada de expulsión con la misma rapidez con que me vinieron a tirar una mano de invitación.

MI QUERIDO ENEMIGO
No sorprende que la continua acción crítica de Panzeri le haya acarreado, en innumerables oportunidades, problemas judiciales o enemistades furibundas.
—¿Cuántos juicios inició o le iniciaron?
—No recuerdo exactamente. Comencé a toparme coa este tipo de problemas en 1960. Tuve varios desacatos, afortunadamente ganados. Recuerdo uno muy lindo, que me hizo sentir muy honrado, con la vanidad rellena. Fue contra el jefe de la Policía Federal, a raíz de un partido jugado hace varios años entre Vélez y River, donde murió un muchacho al explotar una bomba de gas lacrimógeno sobre su cabeza. Yo vi el partido desde la platea de Vélez, fui testigo de todo. Tiempo después me pidieron opinión en una radio —El Mundo— y dije que el jefe de Policía era un contrabandista social. Aclarando que, para mí, el término contrabandista tenía un significado mayor al que le asigna el común de la gente. Incluye a aquellos que contravienen los bandos, es decir, las antiguas leyes. (Entonces expliqué que ese muchacho había muerto porque sólo en este país, donde el jefe de Policía puede ser contrabandista social —ese cargo lo ocupaba entonces el coronel Muzzio, que después fue intendente de Avellaneda—, podía darse el caso de que la policía renegara de sus obligaciones con la sociedad, retirándose de las canchas de fútbol porque el periodismo no la trataba
bien. Me tuvieron que dar la razón y rever de inmediato la medida, incluso, en mi presencia.
—¿Perdió algún juicio?
—Salvo el que me ganó el presidente de Boca Juniors, Alberto J. Armando, no perdí ninguno.
—¿Lo conoce bien a Armando?
—Cómo no lo voy a conocer si somos del mismo pueblo.
—Pareciera que los dos libran una batalla constante.
—No creo que haya tal batalla en lo personal. Ocurre que él está en una actitud pública que, a mi juicio, es dañina y yo me siento un poco defensor del interés público. Cuando Armando se ubique en la posición que le corresponde como dirigente, cuando yo lo vea actuar correctamente, desaparecerán automáticamente las razones por las que hoy lo combato. Pero mientras persista en los desplantes que tiene . . .

EN FAMILIA
Quien tuviera oportunidad de conocer al crítico en la intimidad, seguramente se sorprendería. La serenidad con que trascurren sus jornadas hogareñas parece contrastar con la fogosa y arrebatadora atmósfera que respira en sus notas.
—¿Sale de paseo con su familia?
—De vez en cuando, pero jamás al centro. Generalmente vamos a los lugares donde no hay barullo, San Isidro, Martínez .. .
—¿Es religioso?
—No profeso ninguna de las religiones instituidas para consumo público. Tengo mi propio culto: portarme bien.
—¿Ve televisión?
—Sólo por razones profesionales.
—¿No le gusta?
—Es un monstruo. Pero en casa somos tres contra uno. Lo único que no tolero es el aparato encendido mientras estamos sentados a la mesa para almorzar o cenar.
—¿Qué importancia otorga Panzeri a su familia?
—Le diría que es lo único que me importa. Todos mis esfuerzos están destinados a ella. Yo lo noto en, cosas pequeñas: antes me encantaba estar bien vestido, cambiar de traje todos los días, lucir corbatas nuevas. Disponía de dinero y me gustaba. Ahora sólo pienso en los chicos, vivo para ellos.

Cuando el diálogo ya agonizaba, SIETE DIAS inquirió a D.P. sobre sus perspectivas como escritor:
—¿Tuvo éxito su ensayo Fútbol. Dinámica de lo impensado?
—Durante un par de meses anduvo bastante bien. Creo que hasta lo incluyeron en esas carteleras de best sellers que ofrecen algunos semanarios. Después no pasó más nada.
—¿No piensa volver a escribir?
—Tengo otro libro escrito, pero no apareció todavía un editor con suficiente coraje para publicarlo. Se llamaría La hipertrofia del fóbal. Hay cosas muy graves ahí; si se publica, caería en la volteada mucha gente. Hasta algún político y un ex vicepresidente de la Nación. Todos los días La hipertrofia... se va engrosando con alguna página.
—¿Por qué no lo ofrece?
—No me gusta ofrecer. Si alguien está interesado en publicarlo, que me llame. No sé sí será falso orgullo, pero nunca me ofrecí para nada...
ALEJANDRO MARTI
Revista Siete Días Ilustrados
06.07.1970

 

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