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pie de fotos
-Stábile "Destierran al hombre"
-Spinetto "Tenemos que ganar"
-Minella "No me divierto nada"

 

 

"iOjo con Francia!" La frase no revelaba un excesivo temor. Era la síntesis de la preocupación metódica de un hombre canoso, de frente arrugada, pómulos salientes y cara sumida, que fue años atrás actor de un milagro de supervivencia deportiva: dirigió durante dos décadas al seleccionado argentino de fútbol. Detrás de sus espesas cejas, de sus ojos obscuros, se esconde ya, al cabo de ese tiempo, una desconfianza de todo, incluso de un fútbol —el francés— que él conoció en su apogeo, pero que desde entonces no dejó de declinar.
Guillermo Stábile (59 años, casado, dos hijos y cuatro nietos) medita en el seleccionado argentino que el lunes 31 de mayo partirá para Francia rumbo a un encuentro que podrá ser un banco de prueba para la dudosa aptitud futbolística argentina. En el estadio Parc des Prince, del Racing Club de París, con capacidad para 40.000 mil espectadores, situado en un barrio residencial en las afueras de la capital francesa, meta apasionada de la traspirada, doliente y vibrante caravana del ya legendario Tour Ciclista, se medirá Argentina; el viernes 4 de junio, con el seleccionado francés, en el primero de los dos partidos de su quinta incursión por el extranjero, por el que la Federación Francesa de Fútbol, ávida también de probar internacionalmente sus propias fuerzas, le pagará 15,000 dólares. No será un brillante negocio para la delegación viajera, que tendrá que desembolsar de sus anémicas faltriqueras los gastos de traslado. Al regreso de esa homeopática gira, Argentina enfrentará —el miércoles 9 de junio, en el gigantesco estadio Maracaná— al seleccionado de Brasil.
Esta excursión será el primer paso preparatorio para los encuentros que sostendrá Argentina con Paraguay y Bolivia por las eliminatorias para el campeonato mundial, a realizarse en Inglaterra el año próximo. La compulsa internacional se hizo imprescindible. Paraguay y Bolivia, que en otros tiempos no hubiesen hecho fruncir el ceño de nadie, constituyen ahora un escollo que puede ser la primera sombra para el gobierno pacificador del imperturbable abogado Francisco Perette, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino. Casi todos tratan de ocultarlo, pero hay un miedo íntimo, no revelado, un miedo que futbolísticamente es el más imperdonable de todos los miedos: el miedo al papelón, "¿Podrá repetirse el descalabro de Suecia?", se preguntan muchos. "No, eso ya pasó. Sería el colmo", contestan otros. Pero Suecia, superada o no, ha clavado en el alma de los dirigentes, jugadores y fanáticos una banderilla que todavía despide un perceptible olor a piel quemada. Después de todo, hubo otro campeonato del mundo de por medio y el papelón fue sólo levemente menor.
Desde la implantación del profesionalismo, en 1931, el seleccionado argentino tuvo doce directores técnicos: Guillermo Stábile, José Della Torre, José Barreiro. Victorio Luis Spinetto, José Manuel Moreno, José D Árnica, Juan Carlos Lorenzo, Alejandro Galán ("Jim Lopes"), Horacio Amable Torres, Néstor Rossi y José María Minella. El que más duró fue Stábile (desde marzo de 1939 hasta julio de 1958) y el más fugaz, Rossi (un solo partido, el sostenido con Uruguay el 15 de agosto de 1962). Todos ellos desempeñaron individualmente su resbaladiza función. Pero en 1959 se produjo una novedad: un triunvirato asumió la suma del poder técnico, después del aún no perdonado desmoronamiento de Suecia. Era entonces la época de la convulsión, de la intolerancia, del arrebato, de la que, tras ensayar curiosas piruetas de equilibrista, fue su único sobreviviente, sordo a las injurias, el entonces presidente de la AFA, Raúl H. Colombo. Aquel triunvirato lo formaron Della Torre, Barreiro y Spinetto y se mantuvo seis partidos, desde el 7 de marzo hasta el 4 de abril de 1959, tiempo que duró el campeonato sudamericano realizado en el estadio de River Plate y para el que fue designado exclusivamente. Su misión se vio coronada por el éxito, al adjudicarse el título el seleccionado argentino, sin haber sido vencido por ninguno de sus seis rivales: Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. Totalizó allí Once puntos sobre doce posibles, pues sólo empató con Brasil (1 a 1).
La primera gira del seleccionado argentino se realizó en 1951. El 9 de mayo se midió en el estadio de Wembley con los enciclopedistas del fútbol: Inglaterra. Cayó allí por. 2 a 1. El traspié, de todos modos, no tuvo el tono de una desilusión. Por el contrario, fue una labor ponderada y el arco argentino, sometido a un frío hostigamiento repetido, consagró la figura, atlética de un hombre de espesos bigotes renegridos y de agilidad simiesca: Miguel Rugilo, quien regresó a la Argentina con la ganancia de un sobrenombre: "El león de Wembley". Brilló también entonces la peligrosa contundencia de Mario Boyé, autor del gol argentino. Pocos días después se celebró la victoria sobre Irlanda por 1 a 0, gracias a la hábil acción que a los ocho minutos de la segunda etapa le permitió a Ángel Lebruna batir al guardavalla adversario.
Marcó 1952 la segunda tournée argentina. Como en la primera, se compuso de dos partidos, pero su resultado fue aún, más alentador. En el primer encuentro superó en Madrid al seleccionado de España por 1 a 0, con un gol de Infante, al aprovechar un rebote en el arquero hispano, Ramallets, tras un tiro libre de Allegri. En el segundo, en Lisboa, se impuso a Portugal por 3 a 1.
Siguió la tercera gira, en 1954, en la que aventajó en Lisboa a Portugal por 2 a 0 y se perdió en Roma con Italia por el mismo score. Luego el seleccionado se aventuró, en 1961, a tres años del colapso de Suecia, a un viaje en cuyo carnet de juego figuraban cinco de los países conceptuados como los del fútbol más poderoso del mundo. El saldo del viaje se redujo a un encuentro ganado, dos perdidos y tres empatados: En Lisboa, con Portugal, 2 a 0; en Sevilla, con España, 0 a 2; en Florencia, con Italia, 1 a 4; en Brno, con Checoslovaquia, 3 a 3; en Moscú, con el seleccionado soviético, 0 a 0, y en Milán, con Internazionale, 1 a 1. El resumen estableció siete goles a favor y 10 en contra.
En el campeonato mundial de 1958, el de la desolada y desoladora labor argentina, producto de actos de indisciplina e irresponsabilidad, de temor o de suficiencia, Argentina fue batida en Malmöe por Alemania por 3 a 1, venció en Halmstadt a Irlanda por 3 a 1 y sucumbió en Helsinborg ante Checoslovaquia por 6 a 1, encuentro en el que se encendió la chispa que pareció sofocar a la Argentina en un dramático incendio nacional.
Durante años se había erigido un tremendo mito presuntuoso: el fútbol argentino era el mejor del mundo. Para que así lo creyeran quienes divulgaban ese envanecimiento se había apelado a una ecuación muy simple: "Si vencimos a los uruguayos, campeones del mundo y campeones olímpicos, somos los mejores". Esa verdad se transformó en mentira en 1958, pero reapareció casi intacta en 1964, en la copa de las Naciones, jugada en el reino del fútbol: Brasil. Allí venció a los locales (con Pelé) por 3 a 0; a Inglaterra, conceptuada por los teóricos como el país donde se juega el más calificado fútbol del mundo, por 1 a 0, y a Portugal 2 a 0.
El último buen momento anterior fue vivido gracias al seleccionado que ganó el campeonato sudamericano de Lima de 1957, aquel deslumbrante equipo integrado por Domínguez (vendido luego a Real Madrid); Dellacha y Vairo; Giménez, Rossi y Schandley; Corbatta, Maschio (vendido a Bologna, de Italia), Angelillo (adquirido por Internazionale), Sívori (transferido a Juventus) y Cruz, con suplentes como Roma, Sanfilippo y De Bourgoing, éste luego ídolo en Francia.
"Mire, en estos momentos hay en el mundo no menos de veinte países que pueden ganar, empatar o perder con nosotros. No sigamos más con el engaño de que 'somos los mejores del mundo', cosa en la que no creí nunca. Sé que es difícil jugar y ganar en muchísimos países." Guillermo Stábile (de a ratos comentarista profesional de fútbol) conoce el mecanismo de una entrevista. Las palabras brotan de él con la continuidad de un delgado chorro de agua. No es un torrente. Vio mucho (cuatro años jugando en París y seis en el resto de Europa) y aprendió que la alteración puede ser sólo el arma ineficaz de quienes no tienen razón. El mismo se hace las preguntas y se las contesta, "El fútbol argentino tuvo varios momentos que fueron brillantes: 1941, 1945, 1946, 1947, 1955 y 1957. Quienes dicen que ese momento —se refería a la copa de las Naciones, 1964— fue el más importante, debe ser gente joven. Poco antes de ir a Suecia fueron vendidos al exterior casi todos los jugadores que eran imprescindibles para ese compromiso mundial. Eso nos puso en el trance de ir con un team disminuido, pese a la buena voluntad de los que fueron. A raíz de los resultados de Suecia se produjo una revolución en nuestro medio, de la que participó gente que sabía y que no sabía nada. Lo cierto es que se desterraron virtudes que adornaron a nuestros jugadores y se adoptaron medios que no correspondían a nuestra manera de ser futbolística. Eso provocó un período de transición en el que estamos viviendo todavía. Cada vez más se pretende ignorar las condiciones esenciales del futbolista argentino. Se los quiere convertir en seres mecanizados, en piezas de un gran tablero, como si debiesen ser manejados con botones. Se va logrando así desterrar lo que siempre dio el ser humano, el hombre, el jugador, sometido
a diagramas e ideas que pueden tener éxito en otros países, especialmente donde el futbolista carece de las grandes condiciones que tenían los nuestros." Victorio Luis Spinetto (53 años, casado, dos hijos), aparte de integrar aquel cuerpo técnico triunfante de 1959, dirigió al seleccionado argentino durante trece encuentros, del 24 de julio de 1960 hasta el 28 de junio de 1961. Es un apasionado del fútbol. Lo siente, lo padece, lo grita. Más de una vez, vociferante junto a la raya de cal, tuvo que emprender, mordido por los nervios, el camino del vestuario, expulsado por los árbitros. Pero reincide. Ahora dirige las divisiones inferiores de Vélez Sarsfield y se agita enseñándole a pegarle a una pelota a un grupo de adolescentes aún en los escarceos del espinoso camino de ser astros. Sus ojos brillan, su frente se contrae en cien arrugas. Parece el mapa orográfico de una isla angosta. Fuera de la cancha habla suavemente. Está conceptuado como un lírico del fútbol. Tiene maneras lentas, correctas. Su contenido alto voltaje se descarga en el puntapié inicial de cualquier lucha aun cuando esa lucha no lleve la necesaria carga eléctrica como para agotar sus siempre rebosantes baterías espirituales. "Yo siento un particular respeto por todos los jóvenes que me precedieron. Los veía enormes, Alfredo Carricaberry, Renato Cesarini. 'El maestro', Manuel Seoane. ¿Por qué los jóvenes de hoy no ven grandes a todos los jugadores que actúan? Siempre dicen: ¿A quién le ganó? En todas las épocas se ha jugado bien. Toda la vida ha habido momentos brillantes. Yo no he tenido oportunidad de ver al seleccionado, pero opino que tiene que salir campeón. Nadie tiene que poder con nosotros."
Detrás de las espaldas de Stábile y Spinetto, los claros ojos verdes de José María Minella miran fijamente. Es un hombre sin tensiones, razonable, sensato, frío. Se lo combatió. Se lo combate. Se afirma que no es hombre ideal para mandar a nadie. No cree en los gestos ampulosos ni en las voces estridentes. Cumplió 55 años, es casado y tiene dos hijos y una nieta. Dirige al seleccionado argentino desde el 31 de mayo de 1964. "En nuestro fútbol hubo una época brillante, pero como yo estoy involucrado en ella, mi opinión puede parecer interesada. Yo no quiero hacerme dueño de la copa de las Naciones, pero fue la conquista más importante del fútbol argentino. Ahora se está jugando un fútbol no sé si mejor o peor. El fútbol de antes era más lindo. Había jugadores más ingeniosos, con más habilidad, con más calidad creadora. Ahora son más rutinarios. El jugador debe ser guapo para jugar al fútbol, fuerte, bravo, leal, pero no para pelear, porque si no buscaría a boxeadores en lugar de futbolistas. Cuando lleguemos a Francia sólo caminaremos el campo. El equipo está bien físicamente. Lo malo es que haya lesiones de última hora. Muchas veces le digo a mi señora cuando voy a dirigir el equipo: '¿Pero vos crees que me voy a divertir?' La gente debe acostumbrarse a aceptar que en el fútbol sólo me pueden ocurrir tres cosas; ganar, empatar o perder. Y habituarse a que el perder es un accidente y no una desgracia para llorarla siempre. Cuando lo acepte, habremos avanzado mucho."
Este hombre de manos fuertes, quieto, de voz apagada, de velo raleado, recibirá sobre sí, al borde del estadio Parc des Prince, el viernes 4 de junio, el peso agobiador de una gran responsabilidad, un peso que podrá endiosarlo o aplastarlo, según se gane o se pierda. El seleccionado argentino se lanzará hacia París con piezas fundamentales, como Rattin, Marzolini, Albrecht, Rendo y Willington y sin "el gran ausente", Ermindo Onega, tras haber realizado dos prácticas, una de ellas, la de Ferro Carril Oeste, convertida, como casi todas las prácticas, en un turbulento picado sin afanes, porque, al fin de cuentas, ¿para qué nos vamos a gastar si no nos dan un peso más?" Argentina ya está, pues, preparada para la apasionante aventura. Después de su breve incursión volverá a ponerse en movimiento, tal vez en ebullición, ese mundo sacudido y a veces destrozado por el juego de intereses más despiadado y trenzado que ninguno, un mundo en el que, cuando se critica, se habla en voz baja con la recomendación inevitable: "No, esto no es para que lo publique."
Los futbolistas esperan que las promesas se cumplan. "Haremos lo imposible por ganar, pero que nos paguen lo que nos ofrezcan." No quieren que se repita lo de la copa de las Naciones: un premio especial que no llegó nunca. "Nosotros vivimos del fútbol, pero que ellos no vivan de nosotros." 
PRIMERA PLANA
25 de mayo de 1965