Revista Siete Días Ilustrados
06 de julio de 1970 |
Más allá de la psicosis
de derrumbe que aterroriza a los porteños, una decena de
especialistas -empresarios, ingenieros, funcionarios- alertan sobre
los recaudos técnicos y organizativos necesarios para evitar otros
nuevos dramas.
Todos los días se motoriza un mismo puntual, bullicioso fenómeno: en
un retazo de la avenida Montes de Oca —columna vertebral del porteño
barrio de Barracas— decenas de hombres y mujeres forman corrillos
que discuten, apasionadamente un tema casi obsesivo. Es que allí,
llegando al cruce con la calle Aristóbulo del Valle, todavía laten
las marcas físicas de una catástrofe que asumió los perfiles de un
verdadero apocalipsis urbano: los restos de escombros, de muros y
cañerías guillotinados, son testimonio del derrumbe ocurrido en la
noche del martes 16 de junio, con un saldo de 31 muertos y decenas
de familias azotadas por el desastre. Junto a la hoya donde se
alzaban los quince pisos derruidos, un reguero de signos ayuda a no
olvidar el suceso. Mientras varias máquinas topadoras apilan hierros
y piedras sobre un costado del terreno, los vecinos vociferan ante
el cronista de SIETE DÍAS: "Esto fue un crimen; si vivimos en un
país decente, los culpables tendrán que pudrirse en la cárcel". No
faltan los más exaltados: "Debería existir la pena de muerte para
castigar tanta irresponsabilidad". Al borde de la vereda, una
cuadrilla de la Dirección de Mantenimiento de la Municipalidad se
apresta a cargar los desechos, con rumbo al vaciadero de Costanera
Sur, en tanto que una corona floral simboliza el homenaje de la
Asociación de Amigos de la avenida afectada.
Aunque fue el más reciente y espectacular entre tales desastres, el
de Barracas sobrenada hoy en una psicosis del derrumbe, suscitando
un reguero de denuncias y el desvelo de quienes tienen la
responsabilidad en la construcción y control de edificios destinados
a vivienda. Motivo suficiente para que un equipo de redactores de
SIETE DÍAS escrutara durante la semana última las entrañas del
problema —consultando a especialistas, autoridades y damnificados—,
con la intención de brindar una respuesta a un repetido
interrogante: ¿Por qué ocurre esta increíble secuencia de casas
abatidas? ¿Cuáles son las posibles soluciones que eliminen o
prevengan la reedición del drama?
CUATRO MESES DE ZOZOBRAS
Quizás el campanilleo de alarma para la opinión pública haya
retumbado cuando, a mediados de febrero, un edificio en torre cayó
sepultando a dos personas; ocurrió en la calle French 2862, también
en la jaqueada Capital Federal. En esa oportunidad pudo saberse que
la Comuna metropolitana había acordado un estudio conjunto con la
Cámara Argentina de la Construcción; objetivo del mismo: codificar
las medidas de seguridad tendientes a impedir la gestación de tales
accidentes. Por otra parte, una comisión especial designada por el
Centro Argentino de Ingenieros —y que presidió el profesional Oreste
Moretto— trabajaba hacia la misma época en el propósito de fijar
normas "que pongan a cubierto a los propietarios y eviten el
desprestigio que supone para la ingeniería la repetición de estos
sucesos"; dicho proyecto, que auspició importantes reformas al
código de edificación vigente, fue entregado al departamento
municipal de Obras Particulares el 3 de junio.
Con todo, ése no fue el único estudio ni la única efervescencia
suscitados por el tópico de la seguridad edilicia: ya un decreto
comunal formalizaba, el 6 de mayo, la investigación emprendida por
un notorio equipo técnico de la Facultad de Ingeniería bonaerense;
en dos entregas sucesivas —fechadas el 27 de mayo y al 11 de junio—
esos profesionales, que actuaron bajo la tutela del Departamento de
Construcciones y Estructuras de la facultad, expusieron sus
recomendaciones sobre la evidente inseguridad del edificio ubicado
en la calle Montes de Oca. Una inestabilidad que había podido
detectarse ya el 28 de febrero, al descubrir los alarmados
inquilinos serias resquebrajaduras desde la planta baja hasta el
séptimo piso.
La evacuación de los departamentos amenazados y de las fincas
vecinas así como las posteriores tareas de apuntalamiento no
alcanzaron para soslayar el colapso. Que ahora desata un rosario de
quejas y acusaciones —en muchos casos apresuradas— sobre el telón de
fondo del dolor colectivo. Por ejemplo, la exaltación de Julio Pasos
(29, dos hijos) y Pedro Barrau (45, un hijo), sobrevivientes del
cataclismo: "Si bien en un principio fueron desalojadas las
viviendas cercanas y se interrumpió el tránsito de vehículos, a los
pocos días aquéllas fueron nuevamente habilitadas y se dio vía libre
a los automotores; en ningún momento se cortó, tampoco, el
suministro de agua y luz. Nos preguntamos: ¿quién autorizó a llenar
el tanque de agua, que pesaba más de 50 mil kilos?". Y abundan: "Una
de las víctimas (y con él toda su familia), Francisco Tormak, fue
quien primero alertó sobre el riesgo, quien más trámites hizo en la
Municipalidad y el que tenía más miedo; si finalmente fue a vivir
allí es porque todos los funcionarios nos tranquilizaban —claro que
no en forma oficial, ya que estaban realizando el estudio— en el
sentido de que no había problemas con el edificio. Fuimos engañados
desde el primer minuto", aseveraron a SIETE DÍAS.
Es una indignación avalada por la epidemia de desmoronamientos que
prometen convertir a la ciudad en una tumba de hormigón armado: si
hubo 33 casos desde el año 1930, 12 de ellos se produjeron sólo en
1969; por lo demás, esta galaxia desmoronante parece crepitar hoy,
día a día, en mil indicios de variable magnitud; algunos de ellos:
las grietas denunciadas en la losa del sótano de la galería Le
Bouilevard, del barrio de Flores, por cuya razón la Dirección
Autárquica de Obras Municipales instaló una placa "testigo" de
vidrio para pesquisar supuestas oscilaciones; la inestabilidad
registrada en la Escuela Nacional de Danzas, al 200 de la la calle
Esmeralda, así como las fisuras que inquietan al estudiantado del
Instituto Superior del Profesorado, en la porteña avenida de Mayo;
también en la calle Montes de Oca —esta vez en su intersección con
California— una cornisa cayó con descomunal estrépito sobre el toldo
metálico de un bar. Por último, esa abarrotada semana final de junio
brindó otros aportes al tema, que en algún caso se vio tenido por un
dejo de nostalgia: a las versiones sobre "visibles deficiencias" en
el hormigonado y estructura de una obra, al 2280 de la calle Oro, en
el barrio de Palermo —según lo explicó a SIETE DÍAS un vecino, el
arquitecto Carlos Hanisch—, la inquietud que ronda a dos edificios
de la calle Córdoba, se agrega la clausura y- demolición preventiva
del mitológico restaurante Pedemonte, en Rivadavia 619. Ciertamente,
la nómina no se agota en estas menciones: como en una miscelánea
reiterativa, inquilinos y propietarios sufren en la actualidad una
suerte de hipocondría —claro que lógica y hasta recomendable— ante
la mínima sospecha de una falla técnica en sus hábitats.
EL CASCABEL Y EL GATO
"A raíz de las deficiencias observadas el 28 de febrero en la
construcción del edificio, la Municipalidad procedió al desalojo del
mismo, con corte de los servicios de luz, agua y gas, y a su
apuntalamiento con tirantes de madera, como es de práctica en estos
casos", enfatizó el primer comunicado suscripto por la Intendencia
en cuanto al desplomado inmueble de Montes de Oca. Y recordaba que
esas medidas fueron tildadas de "exageradas" en un primer momento;
además, ante la magnitud del problema se requirió la colaboración de
las entidades profesionales y del Departamento de Construcciones y
Estructuras de la Facultad de Ingeniería, que reúne a los
profesionales más destacados. Ante la falta de responsabilidad del
presunto propietario, la Intendencia mantuvo su actitud —añadía ese
texto—; un adelanto de aquel informe técnico requerido autorizaba a
abrir el tránsito por la avenida, y habilitar la unidad sólo después
de realizado el refuerzo de columnas y el apuntalamiento que eran
imprescindibles.
La seriedad técnica despicada por los estudiosos en la emergencia
surge, asimismo, de la explicación concedida a SIETE DÍAS por el
ingeniero civil Arturo J. Bignoli (50, tres hijos, profesor del
departamento de Estabilidad de la Universidad de Buenos Aires y
miembro de la comisión de estudios para Montes de Oca): "El informe
de la Facultad de Ingeniería establecía claramente que la
construcción se hallaba en situación de estabilidad precaria; que
debían reforzarse todas las columnas del sótano y planta baja, como
así la columna número dieciséis hasta el sexto piso, aparte de
apuntalar lateralmente el edificio para conferirle mayor estabilidad
trasversal. Una vez hechos tales trabajos, se contaría con la
estabilidad correcta".
¿Cuáles fueron, entonces, las causas de una débacle que nadie
suponía inminente, aun cuando estuvieran claros los defectos
constructivos? "Es bastante difícil establecerlas —reflexiona el
ingeniero Bignoli—: la comisión había recalculado todo de nuevo y
teníamos la convicción de que, una vez apuntalada, esa construcción
no podía caerse. Pienso que algún hecho nuevo —tal vez, la
inundación sufrida hace poco, a raíz de las excavaciones hechas para
el apuntalamiento— pudo interferir en el proceso. Fue un grave
error, evidentemente, no tapar esos huecos; pero en esta nada tiene
que ver la comisión, ya que la tarea estaba a cargo de la
Municipalidad. Además, el apuntalamiento debía ser revisado todos
los días, cosa que no sé si fue cumplida por los entes municipales."
Una sinopsis coincidente la brindó el ingeniero Antonio Marín,
decano de esa casa de estudios, al referirse a las conclusiones de
aquel dictamen, "que formaron un verdadero libro": a juicio de los
profesores y técnicos intervinientes, el edificio podía ser salvado.
"Su posterior derrumbe pudo deberse a vicios ocultos, no detectados
en las partes relevantes, que nunca es posible descubrir a menos que
exista una sospecha previa, o bien pudo producirse un hecho nuevo,
inexistente durante las investigaciones que —reitero— fueron
exhaustivas". De su reseña brotan —entre otras cosas— las siguientes
fallas observadas; por los técnicos: mala calidad del hormigón en el
sótano y planta baja; defectos en los cálculos de las columnas: los
esfuerzos que se les exigieron eran excesivos; "estabilidad precaria
del edificio", como lo señaló textualmente el veredicto; diferencia
entre la estructura real y los planos en poder de la Municipalidad,
lo que obligó a replantear en el lugar (durante los estudios) todas
las dimensiones de la casa; lesiones en las columnas 2 a 6 del
sótano, y 3 de la planta baja.
Desde otro ángulo —el de la vigilancia policial— se advirtió que "el
agente de facción en la zona no estaba reforzado por un consigna, ya
que eso sólo podemos hacerlo cuando es solicitado, o en caso de
delito, o también de manera temporaria", aclaró Adolfo Tebus (46,
casado), comisario de la seccional 26, con jurisdicción sobre el
edificio siniestrado. "Distinta hubiera, sido nuestra conducta en
caso de haber existido la clausura de la casa; lo cierto es que en
el período que medió desde principios de marzo hasta el derrumbe,
sólo permitimos el acceso a los inquilinos que necesitaban retirar
sus efectos personales y estaban, autorizados a hacerlo", completa.
No obstante, niega que obren en su poder autorizaciones por escrito
para que nadie habitara en forma permanente en el predio condenado.
El ingeniero Hilario Fernández Long (51, cinco hijos, ex rector de
la Universidad de Buenos Aires en el bienio 1965-66 y especialista
en cálculos de estructuras) es categórico al definir que no "existió
aquí, para nada, una culpa de la Municipalidad: no puede tener un
ejército de gente para controlar todas las obras". Pero tanto uno
como otro especialista —igual que los restantes expertos
consultados— no escatiman su severidad el juzgar el cúmulo de
deficiencias organizativas, de negligencias e imprevisiones que
palpitan en la trastienda de este mal.
Así, el mismo ingeniero Bignoli pareció convertirse en un adalid del
celo profesional al confesar reiteradamente: "Atención, estamos
haciendo las estructura de hormigón en la propiedad horizontal mal,
muy mal". Recomendación que repitió ante SIETE DÍAS: "Los proyectos
se hacen conforme a un reglamento; pero, como ocurre con todos los
reglamentos, se los viola". A su juicio, influye en esta actitud "un
concepto equivocado de la economía operativa. Es muy común ver
columnas que se proyectan inclinadas, pensando tal vez que se logra
un ahorro, y una mayor libertad para la distribución de las
plantas". Idéntica improvisación sufren los materiales empleados:
"La construcción se delega en terceros, es decir a contratistas;
éstos a cuadrilleros y como conclusión termina agregándose
cantidades indebidas de agua a la mezcla, para achicar el
presupuesto y porque implica menos esfuerzo para colocarla en
moldes". Otros factores que aumentan el peligro, el director de la
obra, competente en todo lo relativo a la construcción en general no
lo es en igual medida para el hormigonado o la mecánica de suelos; y
suele ocurrir que ese cálculo lo delegue en un simple práctico.
Consecuencia: "La obra puede venirse al piso". Es que, además, el
proyecto de una estructura se paga a precios irrisorios, según el
opinantes
"En una obra calculada en 100 mil pesos el metro cuadrado, las
empresas apenas pagan al proyectista 50 pesos viejos el metro. Por
otro lado, es una gravísima falla que no se reclame la inscripción
en una matrícula ad-hoc para los especialistas en mecánica de suelo,
tecnología del hormigón y hormigón armado, tres pilares
fundamentales en esta materia. Sin embargo, para consagrarse a ellos
no se exigen antecedentes públicos y seguros". Como quiera que sea,
se trata de un cáncer no localizado exclusivamente en el país: en
1969, un congreso celebrado en Londres se inquietó por resolver el
riesgo que allí cobró también perfiles apabullantes.
LA ECONOMÍA MAL ENTENDIDA
Apenas les dieron dos horas de plazo para liar sus petates y
abandonar el local. Recién una semana después —el viernes 26 de
junio— los socios del bar lácteo Mi Vaquita, en Rivadavia y Perú,
pudieron penetrar en su reducto, uno de los siete afectados en esa
ochava por la orden de demolición de la Intendencia. "Responsable de
la rajadura es la dueña, doña María Devoto de Bustillo, que nunca
puso un centavo en su propiedad", plañen los lácteos comerciantes.
Sea o no así, para Alfredo Biassuto (43, dos hijos, directivo de
Oreste Biassuto Propiedades) "el problema es general: la primera
medida a arbitrar para solucionarlo es inspeccionar las obras,
disponiendo guardias móviles que las vigilen en los días de
hormigonado". Reconoce, por cierto, la necesidad de "sanear las
empresas constructoras, concluir con el aventurismo comercial". Una
tesis parecida a la que impulsa al secretario de la Unión Obrera de
la Construcción, Rogelio Coria, quien lapida: "Debe excluirse de la
industria a los subcontratistas técnica y moralmente insolventes;
los trabajadores habrán de abandonar sus tareas cuando sean desoídos
sus reclamos al respecto".
Como un eco de tanto malestar, la Dirección General de Fiscalización
de Obras de Terceros encara actualmente una "mayor frecuencia de las
inspecciones de oficio, el régimen de fiscalización de excavaciones
con obligación de presentar memorias y cálculos, y la exigencia de
realizar ensayos de suelo, en todos los predios donde se construyen
edificios tipo torre", según lo puntualizó a SIETE DÍAS su titular,
ingeniero Carlos Nolasco. La comunicación a los Consejos
Profesionales de las trasgresiones comprobadas, las reuniones con
ésas y otras asociaciones con el fin de aunar criterios, son en su
opinión vías que pueden instrumentarse en este campo. El ingeniero
Oreste Moretto (54, dos hijos, quien presidió la comisión del Centro
Argentino de Ingenieros que tuvo a su cargo el estudio de las
reformas al código vigente para la edificación) sintetiza que, "si
bien las modificaciones propuestas abarcan muchos flancos de este
ítem, específicamente se refieren al de las resistencias: los
edificios se caen al haber fallas en tal aspecto. Es verdad que
resulta muy difícil establecer por qué sucedieron los derrumbes de
French y Montes de Oca, pero no fue normal que ocurrieran. Esta
anormalidad determinó al CAI a tomar cartas en el asunto", explica.
El trajinado rubro de las mezclas de hormigón mueve asimismo a la
protesta de José Andrés Fernández (58, directivo de la Federación
Argentina de la Construcción), quien al censurar el "desmedido afán
de lucro" recuerda detalles menos conocidos por el gran público: "En
la época invernal ¿hay que tomar en cuenta, lo que no siempre se
hace, el margen de temperaturas mínimas para el procesamiento del
hormigón; y, en todos los casos, cuidar que el hierro no se deforme
al pisarlo. Tampoco se efectúan pruebas de resistencia para
estructuras muy altas. Hay un desmedido afán por quemar etapas,
propio de una sociedad de consumo; cuando los profesionales tienen
obras en varios lugares —a veces, distintas ciudades— al mismo
tiempo, mal pueden atenderlas como es debido", acusa. Una mejor
reglamentación y control serían, pues, impostergables. El
oportunista sentido del ahorro, "que más que un afán de lucro lo
sería de velocidad", determina para Fernández Long que no se
contrate al especialista en estructuras, quien además debería
vigilar paso a paso las instancias de la obra. "Curiosamente, el
problema de los derrumbes se da siempre en la propiedad horizontal:
son empresas poco conocidas, la responsabilidad sé diluye; en caso
de contarse con un profesional, es poco remunerado." Las columnas
—talón de Aquiles en cualquier proyecto—, y los edificios en torre,
plantan a su criterio los intríngulis más arduos. "Pero no debería
constatarse, nunca, que una vez vendido el edificio no quede un
responsable, como ocurrió en el caso Montes de Oca."
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