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Disc-jockeys: Los padres de la histeria

 

 

 

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Rodríguez Luque: Yo digo no. Peruano Parlanchín: Uno para todo. barros: "Hay malitos y buenitos"

 

 

"Escuche, joven, usted debe tener fe y confianza en el futuro. No se desespere, la familia ventanera lo ayudará. Cuando salga de la prisión, visítenos." La voz se hizo más plañidera sobre un fondo de violines: "Debemos ayudar a estos jóvenes que han caído en la mala senda y que gracias a nosotros pueden volver a ser buenitos." Finalmente, los violines desbordaron el auditorio de Radio Argentina, en Buenos Aires.
Media hora más tarde, mientras los operadores se apiñaban en el control y estudiaban la sincronización del próximo programa, el disc-jockey Antonio Barros (44 años, una hija) se sometía al último rito del día: una docena de adolescentes, acompañados de sus mamas y temblando al unísono, procuraban que Don Antonio los oyera cantar aunque sea media canción. Tres veces por semana, los aspirantes a nuevaoleros se trepan a una tarima y después de un par de intentos, frustrados por los nervios, remontan las mieles de algún estribillo; algunos se desarticulan afiebrados, otros enroscan su vista en el suelo, inhibidos.
Cuando terminan, los menos se sienten como si la gloria ya los tuteara. Barros les dice: "Muy bien, hijito, vení a verme la semana que viene" o "Te felicito, anda a la Víctor de mi parte, te tomarán una prueba con orquesta." Para los demás, la esperanza se descascara a suaves palmotazos: "Hay que ir a un profesor de canto a pulir ciertas cositas."
Barros se inició como animador radial hace 22 años, y desde hace quince consagra sus fatigas a la audición 'Ventana al éxito', "desde donde surgen todos los artistas", según él. Pero la misma afirmación se reparte en boca de otros discotecarios. En todo caso, la guerrilla que sostienen propone incursionar en la intimidad de un engranaje cuyos chirridos se sintonizan a diario en millares de receptores de todo el país.
Los disc-jockeys adquieren su espacio a las emisoras y corren con el riesgo de obtener —o no— publicidad para sufragarlos. Los discos son proporcionados por las empresas de grabación, que entregan sólo las últimas novedades impresas por los cantantes que gozan de mayor arraigo, o las de quienes han sido sentenciados a la fama. A menudo la entrega de las placas va acompañada de una recomendación, o de un ruego cuando se trata de voces que se intenta lanzar.
Difícilmente un disc-jockey pueda satisfacer todas las solicitudes en programas cuya duración fluctúa entre 28 y 35 minutos. La estrechez de espacio precipita en otras formas de captación: "Todo depende de la categoría del animador y de la audiencia del programa", confesó un empleado de un sello grabador, encargado de la distribución de cajones de whisky escocés legítimo. A veces, cuando el disc-jockey se vuelve influyente y logra hacer prevalecer a sus pupilos, se establece un régimen de subasta entre la mayoría de los sellos grabadores: el quién-da-más adquiere entonces la forma de una puja despiadada por aplastar a sus competidores.
Sin embargo, las ganancias que los discotecarios obtienen por esta vía resultan magras si se las compara con las que les proporcionan los bailes. Esos bailes se publicitan cotidianamente a través de las audiciones de Antonio Barros, los hermanos López y Escala Musical; se organizan en clubes de barrio o de provincias con una concurrencia que excede los topes ordinarios. En el club Vélez Sársfield, Barros congregó a casi 200 mil suspirantes, en los bailes de Carnaval, al influjo de la plana mayor del ritmo nuevaolero. Sobre la base de la promoción que significa "ser escuchados y seguidos por tanta gente", Barros consiguió que los cantantes comprometieran su presencia en los bailes sin exigir recompensa en cambio.

Rebeldes con causa
Pero durante los bailes de Carnaval, un agrio disconformismo y atisbos de rebeldía afloraron a nivel de los intérpretes más egregios. "Cuando los chicos son buenitos les paso discos, pero cuando se portan mal los pongo en penitencia", había anticipado Barros, poco antes de descargar sus iras sobre Palito Ortega y Violeta Rivas, y de esbozar una teoría según la cual el mundo se divide en buenitos —los artistas que
van a sus bailes y actúan gratuitamente— y los malitos —los que se niegan y ciertos periodistas que lo sabotean— "Yo soy la lucecita que debe seguir la juventud —suspira— ¡una juventud tan falta de valores espirituales!" Pero eso no es todo: "Mi fuerza es tan grande que los artistas sueñan con salir en los programas; hago comer a los chicos, convenciéndolos por la radio, y hasta sé de enfermos que se curan gracias a mi."
De pronto su bonhomía naufraga, acosado por la desdicha: "Palito y Violeta se negaron a actuar honorariamente en mis bailes. Me indigna, me indigna que sean tan ingratos. Yo hice a todos los cantantes nuevaoleros. Yo los llevé a la fama. Yo..."
Ataviada con pantalones grises y tricota negra de jersey, y calzada con botitas de charol y tacos altos, Violeta Rivas (23 años) negó que el affaire Barros tuviera siquiera relativa importancia: "Vivo de esto, así es que no tengo por qué trabajarle gratis a nadie. Además, si jamás me hizo publicidad, ¿por qué le voy a estar agradecida? Barros es una mala persona, pero en este ambiente una se acostumbra a las malas personas." Su decepción se volcó en seguida sobre Alejandro Romay, director de Canal 9, quien excomulgó "a todos los que emigramos de 'Sábados continuados' hacia 'Bienvenido sábado', en Radio Libertad."
La semana pasada, finalizado ya su ensayo en Canal 13, Violeta Rivas dedujo que "ahora que nos fuimos del 9, seguramente habrá menos notas en Radiolandia". Algo abrumada se recostó en su automóvil blanco tapizado de rojo ("Nene, ponelo en marcha", indicó a su hermano, un tenaz lazarillo) y encontró un mullido consuelo: "Por suerte una no necesita a ningún Barros."
Esa misma tarde, mientras su secretario trataba de zafarse de una lloriqueante adolescente ("Tengo un problema terrible y sólo él me lo puede solucionar") y la mesa desbordaba de cartas de amor y pedidos de dinero, Palito Ortega despatarró su displicencia a lo largo del diván. "Barros está enojado porque no le trabajo gratis. ¿Y por qué voy a trabajarle gratis si él gana 14 millones de pesos en cada romería?" Morosamente desglosó su orgullo: "Lo que pasa es que yo no quiero hacer ningún escándalo, porque si se me antoja voy a la Víctor y explico cómo es el asunto y lo fundo. Porque él tiene la obligación de pasar esos discos, para eso le pagan." Antes de recluirse a componer canciones infantiles, su más flamante vocación, Ortega (24 años) barbotó otros dardos: "Barros explota a los cantantes sin fama con falsas promesas. Hace dos años, cuando mi cachet era de 12.000 pesos, canté para él por 6 ó 7 mil, pero ahora no tengo por qué hacerlo."

Los dueños del engranaje
Carlos Bailón (responsable de Escala musical, 50 años, una hija) empezó en la radio hace 26. Una vez, hace once años, se le ocurrió que "en vez de pasar discos de Frank Sinatra se podían transmitir los de Smith y sus Pelirrojos. Así nació la Escala. Hace tres años me separé de la agencia de publicidad para la que trabajaba y ahora esto es una verdadera empresa", una entidad solventada por cantantes jóvenes, todavía en los umbrales de la notoriedad.
Bailón se lamenta de que "aquí no se trabaje como en otras partes; aquí los artistas cantan a la que te criaste y no hay ingenieros de sonido que mejoren las emisiones." En cambio, manifiesta un virtuoso respeto por la capacidad organizativa de los empresarios norteamericanos y franceses, que diagraman las campañas de lanzamiento y promoción de sus estrellas con rigor cientificista: "Acabamos de contratar a Sylvie Vartan y su representante me mandó millares de folletos con la historia de la Vartan, sus gustos, los discos que grabó, un montón de fotografías, a partir de su infancia, y hasta sus medidas antropométricas." Inclusive —cuenta Bailón— había un expediente completo con la historia del casamiento de Sylvie y Johnny Hallyday, el 13 de abril pasado, a las once menos diez de la mañana, en el Registro Civil de Loconville. "No necesitábamos la biografía de Hallyday, pero allí constaban hasta las 14 líneas publicadas sobre él en el Who's Who? internacional, donde curiosamente se lo define como un artista lírico."
Receloso admite que "los mitos nuevaoleros son una creación de los disc-jockeys, sus managers y las grabadoras", pero juró que "nuestras relaciones con todos ellos son excelentes, no tenemos compromisos con nadie y pasamos los discos que más nos gustan." Casi se empantanó en la paradoja cuando reconoció que la perseverancia obra milagros: "Nosotros lo tuvimos tres meses a Leo Dan y no pasaba nada, el público no lo podía ver. Pero la grabadora insistió y nosotros lo mantuvimos en cartel. Finalmente fue un éxito." Machacar sobre determinados temas musicales tanto como sobre sus intérpretes parece constituir el primer postulado de fe de los disc-jockeys: "Es indudable que quien escucha cincuenta veces por día a Juan Ramón no comprará después un disco de Beto Fernán."
En los bailes de la Escala (en el Centro Montañés, Huracán y Estudiantes de La Plata), Bailón arrastra a los cantantes que los domingos actúan en sus programas de radio y televisión. "Pero nosotros le pagamos a todo el mundo", se ataja.

Las buenas defensas
Sin embargo, algunos hechos demuestran que liberarse de compromisos acarrea los riesgos de la orfandad y obliga a una incierta inversión de dinero. "El programa Cabalgata musical Gillette nos cuesta 17 millones de pesos por año", estimó su productor, Alberto Matta; una suma que le permite hacer "lo que se nos da la gana y pasar únicamente lo que juzguemos de primera calidad". Cuando el programa salió al aire, por primera vez hace dos años, Gillette organizó un coctel para los ejecutivos de las empresas de grabación ''en donde dijimos que lo sentíamos mucho, pero que no íbamos a aceptar regalos".
En idéntica tesitura se alinea Hugo Guerrero Marthineitz (peruano, 38 años, dos hijos), a cargo del mañanero MusIKA show. En 1957 recibió seis botellas de whisky de parte de una grabadora, "lo denuncié por el micrófono y nunca más trataron de arreglarme." Pero estos alardes están reservados sólo a los disc-jockeys parapetados tras sólidos anunciadores: "Me pagan 140 mil pesos por mes por estructurar el programa a mi antojo, pasar buena música y hasta recitar los avisos." Para Guerrero, en Buenos Aires no hay disc-jockeys, "porque el disc-jockey es el hombre que pone el disco, lo comenta y hace de la música una excusa para dialogar con el oyente". Una integralidad ajena a casi todo el resto de las audiciones radiales "que acumulan una inexplicable cantidad de gente".
De la misma autonomía goza Manuel Rodríguez Iglesias (51 años, dos hijas) iniciado en 1942 con el seudónimo de Rodríguez Luque, "para evitar confundirme con otro Rodríguez Iglesias, locutor'; al frente de la decana 'Música en el aire'. "No tengo compromisos con ninguna empresa grabadora", se afana, pero reconoce que seis de cada diez discos que propala pertenecen al sello Discjockey, de su propiedad.
Emancipados y todo, ni Matta, ni Guerrero, ni Rodríguez Luque pueden eludir las trampas que se tienden a su paso; un exultante y artificioso despliegue promocional que copia las técnicas incubadas por las revistas Variety y Cash-Box, de los Estados Unidos: rankings fraguados, una impostada popularidad y el digitado delirio de los fans perpetran la dinastía de cantantes penosamente rescatados de la mediocridad. Mientras tanto, al comando de la cremallera, rumorosos managers se erigen en árbitros de una histeria que excita a los adolescentes, les cincelan un ideal romántico, abastecen su metabólica ansiedad. El martes pasado, una veintena de cartas se agolpaba sobre el escritorio de Palito Ortega: "Piden dinero y amenazan con suicidarse. Pero yo me he fijado una cuota de ayuda —50 mil pesos mensuales— y no me salgo de ahí", sentenció.

PRIMERA PLANA
4 de mayo de 1965