Revista 7 Días
20 de diciembre de 1966
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Para la historia del tango: Fresedo,
Razzano, Canaro y Discepolín.
En el centro, Pichuco con su fuelle brujo
por JOSÉ MARÍA JAUNARENA
Hace 15 años moría un hombre pequeño, consumido y talentoso: Enrique Santos Discépolo, el gran rebelde del tango argentino
Fue en 1951. Al filo de la Nochebuena le estalló el corazón. Tenía 50 años, 36 tangos y una infinita piedad. Se le fue la vida apaciblemente. Sin ruido, mientras espiaba a la ciudad desde su departamento de Callao y Córdoba. Desde entonces, hay una calle que no lleva su nombre. Hay también un montón de ensayos que hablan de Discepolín poeta, Discepolín filósofo, Discepolín dramaturgo. Y otro montón de tangos que hablan por sí solos: de desencantos, fracasos, traiciones y dolor. Discepolín no es el poeta de Corrientes y Esmeralda ni el filósofo de la crisis del 30. Es mucho más que eso: es el que le puso letra a una manera de ser. Es el poeta y el filósofo de la porteñidad, vibrante y desesperanzado, cachador y triste y tremendamente único. Por eso cada porteño canta "Uno" como si lo estuviera rezando, demorado en cada una de sus insustituibles palabras, y muerde con rabia el inconformismo de "Cambalache" y justifica una "curda" ocasional con "Esta noche me emborracho".
Parecía mentira que pudiera albergar tanto dolor. Flaco y paliducho, era una mezcla de Florencio Sánchez con Frank Brown. Cuando no daba más, le salía el payaso: un humor negro, filoso, ácido. "Una carcajada dentro de un ataúd", como solía decir Raúl González Tuñón de su hermano Enrique. Y Discepolín vivía "no dando más". Le dolía la ciudad y la gente. Como a nadie. Y se hacía a menudo esas preguntas que no llevan respuesta. ¿Para qué nací?, interrogaba con una mueca clownesca que hacía ahogar de risa a su auditorio. Como nadie también, era consciente de que el humor es una cosa seria.
Estaba bien entrenado para la desgracia. A los 10 anos ya era huérfano de padre y madre y quizás también de esperanzas. A los 17, escribe su primera obra teatral, que se estrena en el viejo teatro Nacional, de Pascual Carcavallo: "Los duendes". Por esos años —en que la Primera Guerra liquidaba el optimismo de la "belle époque"— Discepolín hace su debut como actor, en una obra de su hermano Armando: "El chueco Pintos". Desde allí hasta el inolvidable "Blum", que representó hasta su muerte, recreó personajes memorables: el mefistofélico dueño del "Wunder Bar", el desarrapado "Mateo", el sainetesco "Mustafá". El 27 de marzo de 1951 —día de su último cumpleaños— un grupo de amigos le obsequia un pergamino que ostenta esta dedicatoria: "Con el deseo de que Blum cumpla tantos años como vos en esta fecha". Ese día también, otros dos amigos regalan un tango: son Aníbal Troilo y Homero Manzi. Manzi, herido de muerte en un pulmón, escribía: "Vamos que todo duele, viejo Discepolín..."
Discepolín aceptó el convite y se fueron casi juntos.
Enrique Santos Discépolo nació en el Once. Como los hermanos De Caro y Carlos de la Púa, el de la "Crencha engrasada". Allí vivían sus padres, Don Santo (un músico italiano que ya en 1895 tenía compuesto un tango: ("No me empujes, caramba") y doña Luisa Delucchi, una argentina que conoció a su marido mientras éste dirigía una banda en la Plaza de Mayo. En esa casa de Paso 113 el flacucho Discepolín se asoma por primera vez al barrio. Es decir, al tango. El Once, con sus ferias y mercados, ya estaba prefigurando "Chorra". En el Once también —Pichincha y Rivadavia— se recibe de hombre, frecuentando la ruidosa tertulia del café Oberdam, donde "paraba" la bohemia romántica y anárquica de entonces: autores teatrales, tirabombas, filósofos y descreídos. O como diría él, definitivamente: "sabihondo y suicidas".
Armando Discépolo, su hermano mayor, recordó hace poco ante 7 DIAS: "Enrique nunca se perdonó ser flaco y esmirriado. Fue para él una verdadera tortura. De pibe era bastante raro. Se quedaba largas horas sentado en el umbral mientras los demás chicos jugaban a la billarda. Me acuerdo que una tarde le dije: ¿Por qué no vas a jugar vos también? ¿Sabe lo que me contestó? Déjame. Quiero ver cómo van saliendo las estrellas. Tenía solo 6 años".
Para los 6 años, era toda una declaración de principios. La siguió escrupulosa y dramáticamente durante toda su vida. Una vez, cuando salía de su casa, un diariero lo increpó: "Discepolín ¡cómo te estarás enllenando, eh...!" "Una barbaridad, viejo —sonrió Discépolo—, hoy me cortaron el gas".
Y era cierto. A los 50 años aún seguía mirando las estrellas. Y las estrellas a él. Como que le estallaron unas cuantas en la cabeza y se fue a evangelizar al suburbio. Con su biblia desesperanzada y amarga. Y quedaron sus tangos para siempre. Que son un "cacho" de Buenos Aires. O tal vez sea al revés. Buenos Aires es simplemente un pedazo de Discepolín. Los primeros se llamaron "Bizcochito" y "Que vachaché". El último —que damos hoy como primicia— lo dejó inconcluso y fue completado por el talentoso poeta Homero Espóstto y su hermano Virgilio.
Se llama "Un tal Caín", aunque Discépolo, ácido, le había puesto "Fratellanza". El éxito (después del fracaso de sus dos primeros tangos) vino con "Esta noche me emborracho". Y buena parte de su destino, también. Una noche, José Razzano lo invita a escuchar a una cancionista que había hecho una verdadera creación de su tango. Era una españolita pizpireta, de Toledo, llamada Ana Luciano Devis, más conocida por Tania. "Me dijeron que estaba el autor de Esta noche me emborracho —recordó Tania hace poco—. ¿Y a mi qué? ¿Pensaba que me Iba a
deslumbrar? Si hubiera sido un millonario vaya y pase... Pero un autor. .. Y para darle su merecido, esa noche no lo canté."
Quizás esa noche Discepolín habrá intimado con alguna de sus "ginebras desastrosas". Quizás simplemente se fue a dormir, con su disgusto básico algo aumentado. Pero era una noche importante. Corría el año 1928 e Yrigoyen comenzaba su segunda presidencia. La crisis se haría un lugarcito en algunos de sus memorables tangos.
Tal vez muy pocos sepan que no sólo compuso tangos. Tiene dos zambas ("Noche de abril" y "Cascabel prisionero"), un huapango ("Yo no te he visto nunca"), una marcha ("Hip-rá") y algunos foxtrots. Uno de ellos satirizaba a esos kilométricos títulos con que los americanos bautizaban sus composiciones: "¿Por qué te obstinas en amar a otro si hoy es lunes".
El cine lo fascinó. Algunos de sus amigos dicen que fue lo único capaz de torcer su vocación tanguera. Ya en 1928, dialoga con Gardel acerca de "Yira, yira" en un cortometraje de Mario Soffici. Su espíritu inquieto lo lleva a ensayarse como director y argumentista en películas de bastante éxito, que algunas veces suele exhumar la televisión. Llevó al cine "Mateo" el memorable éxito teatral de su hermano, "Cuatro corazones", "Un sector mucamo" y la última "El hincha", realizada en 1.951.
"Y me entregue sin luchar...'
Era imposible conocerlo y no ser su amigo. En el 30, jugaba al truco con Pancho Lomuto y un teniente llamado Perón. Alvear y Regina Paccini fueron también amigos suyos. Y también esos inidentificables compinches que deambulan por sus tangos. José el de la quimera. Marcial, que aún cree y espera. Y el flaco Abel. Era incapaz de odiar. Una vez le dijeron que un actor —hoy muy famoso— y que por aquel entonces le debía muchos favores, andaba hablando mal de él por todas partes. "Vos sos loco, Discepolín —le recriminó alguien—. Todavía seguís prestándole plata..." "Y claro, hermano —fue la mordaz respuesta—; si dándole plata habla mal, lo que será si dejo de dársela".
En sus últimos tiempos se había agudizado su sarcástico humor. Su figura fantasmal, casi transparente, constituía la yeta obligada de sus bromas. Era cuando decía que pesaba 11 kilos y que las inyecciones se las aplicaban en el sobretodo. Algunos dicen que su enfermedad se llamaba tristeza y que se murió de él mismo. Estaba enfermo de Discepolín. De roer su tragedia de haber nacido. O de haberse equivocado de siglo. O de país. Un Quijote que en plena Corrientes — ya ensanchada— luchaba contra el mercantilismo a tango limpio. Que arremetía contra la injusticia, las desigualdades o las igualdades enojosas. Otros dicen que lo llevó una enfermedad renal. Y algunos, cuando su muerte se desplomó sobre Buenos Aires, pensaron en el suicidio. "Cachó el bufoso y chau", dictaminó Corrientes. Pero no fue así. Los suicidas tienen casi siempre algún convencimiento. Discepolín estaba más allá de su propia muerte. Quizás también de su propia vida.
Llegó a su casa, en Callao N° 765, en la noche del sábado 22 de diciembre y se echó sobre un sofá. "Mami—le dijo a Tania—, no quiero acostarme en la cama. Quiero quedarme aquí toda la noche. Vos, acostate". "No, señor, me quedo con vos, charlando". "Habló como nunca —recordaba Tania— de los viajes por Europa, de las actuaciones, de los tangos, de la familia. Hizo planes para Navidad. Tenía mucha sed. Yo salí en el coche y volví
con un cajón de soda. Eran las cuatro de la mañana. "¡Mirá que sos loca, mami, venirte con un cajón de soda...!" El domingo me inquieté. Discépolo parecía no tener intenciones de levantarse. Le dije de llamar a un médico. 'No. Si estoy bien. Para qué...'. No se quejaba de nada, en verdad Yo no le hice caso. Llamé a todos los médicos conocidos. Vinieron como diez. Hubo inyecciones, transfusiones, qué se yo. A la noche, parecía estar peor. Y no había médico por ningún lado. Apareció Osvaldo Pacheco que vio luz y entró a saludarlo. Llamamos a la Asistencia. Vino un médico joven que cuando salió se enjugaba una lágrima. Quiso engañarme —rememoró Tania—. Me dijo que estaba emocionado por haberlo conocido a Discepolín. Recién ahí tuve conciencia de la gravedad. Me gustaría saber quién era ese muchacho. Todo pasó tan rápido... Estaban con él Pacheco y el mucamo de Discépolo. Sentí unas corridas, algún sollozo y después no recuerdo más. Me fui a SADAIC a esperarlo. Iba como loca, por la calle, gritando que había muerto."
Esto pasó quince años atrás. Como un gorrión herido se desplomó sobre la ciudad. Pero el tiempo, como quiso Borges, es olvido y es memoria. Su nombre trascendió lo circunstancial para bautizar el tango. Un tango que quedó, que habla de las cosas de siempre, que roe implacable las contradicciones humanas. Esas que se lo comieron a él.
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También estuvo en el Colón, en
unos carnavales de 1932
EL TANGO INÉDITO DE DISCÉPOLO
UN TAL CAÍN
Me pidió una escalera prestada
pa subir hasta donde llegó;
cuando estuvo afirmado en el techo
me dio una patada en la "jeta" y rajó...!
Yo estaba en la bolsa royendo costuras
y él, en la pomada de la transfusión
y yo tengo tres glóbulos rojos
y ojo que uno de ellos en observación!
Lo encontré patinando en el hielo
—apretando tornillos— una tarde de frío feroz
me lloró el folletín de los tanos...
le compré calzoncillos
me dijo "Hermano", yo le di mi anillo
y nos fuimos pa casa los dos.
Mi mujer y mi hermana lo hartaron,
pa mi vieja fue el hijo mejor...
yo dormía en la cocina, tirado
y él durmió en mi pieza con calentador.
Todo el inventario nos piantó completo
pero Dios castiga con justa razón:
De los glóbulos rojos que tengo,
se llevó el celeste, de la observación.
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Con Homero Manzi, Cantinflas y
Delfino en México
En Cerrillos, el homenaje floral
de un carabinero
Así lo vio Tania en el teatro.
Creía que era un galán.
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