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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


La última travesura de Don Fulgencio

Revista Mercado
11 de octubre de 1979

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

 

Los lectores de La Razón se sorprendieron el sábado 29 de setiembre y no precisamente por los titulares: es que en la página de humor (la primera que se lee, como se sabe) faltó la más tradicional tira cómica argentina, Don Fulgencio. Al día siguiente llovieron los llamados a la redacción del diario y a la casa de su creador, Lino Palacio, quien no tuvo otro remedio que descolgar el teléfono ante el aluvión. Un fulgencista fanático declaró: "La Razón ya no será la misma". Desde sus comienzos, hace 42 años, en el diario La Prensa, Don Fulgencio llegó a ser tan familiar para los lectores de Argentina y de muchas partes del mundo que terminó incorporándose a la vida diaria como un personaje real. Los entendidos aseguran que sólo le rivaliza en fama el Patoruzú, de Dante Quinterno. MERCADO conversó con el creador sobre la historia de Don Fulgencio y del porqué del inesperado final. Lo que siguen son las reflexiones de Lino Palacio, a quien, por otra parte, los lectores de nuestra revista conocen y siguen semana tras semana en sus magistrales caricaturas de la actualidad, que firma como Flax.
MERCADO —La mayoría de sus personajes, como Ramona, Avivato y otros tantos fueron tomados de la vida real. ¿Quién fue Don Fulgencio en verdad?
PALACIO —Sí, es cierto, también Don Fulgencio fue un personaje real. Un hombre que a mí me sorprendía y al que yo comparaba con otros a los que aborrecía por su solemnidad. Aborrezco la solemnidad, aunque sé de mucha gente que llegó muy alto, con sólo una cara seria, unos ojos profundos y un limitado léxico compuesto por frases como estas: "Puede ser"; "quizás"; "no es conveniente", o algo por el estilo. Yo, por entonces, tenía diez años y veía a ese hombre, que era vendedor de Biblias, pasar todos los días por la calle Bolívar. Quizás, en esa persona el aire solemne era más comprensible, nadie puede imaginarse a un vendedor de Biblias contando chistes verdes. Lo observaba detenidamente porque había algo en él que me extrañaba, hasta que un día lo descubrí. Pensando que nadie lo veía, cuando la calle estaba desierta, miró hacia ambos lados y empezó a patear una caja de fósforos. Y la siguió pateando entusiasmado hasta la esquina y ahí, le dio un puntapié final; parecía un jugador de fútbol cuando conquista un penal. Y pateaba y sonreía como si fuera la primera travesura que hacía en su vida. Yo, que lo miraba desde la ventana de un bar, también ese día me había hecho la rabona, pensé que ese hombre no había tenido infancia. Así creció en mí Don Fulgencio.
MERCADO — Pero pasarían muchos años antes de que esa anécdota llegara a ser el personaje de una tira. A propósito, ¿por qué se llamó Don Fulgencio?
PALACIO —Cuando yo tenía 25 años me llamaron de La Prensa y me pidieron un personaje para una serie de humor. Enseguida se me ocurrió: el vendedor de Biblias me dije, el hombre que no tenía infancia. Hice algunas tiras, las aprobaron y Don Ezequiel Paz, entonces director del diario, la bautizó: Don Fulgencio. A partir de ese momento, don Ezequiel tuvo verdadera pasión por la tira, hasta tal punto que la comentaba a sus amigos y a la gente del diario todos los días. Lo que pasó después fue lo inesperado. Por esa época yo tenía una agencia de publicidad, y un cliente, dueño de una cadena de tiendas, me sugirió que para un nuevo café que importaría de Europa le pusiéramos el nombre de Don Fulgencio. No me pareció mala idea y enseguida me puse en contacto con la gente del diario, don Ezequiel se encontraba en Europa y el subdirector me afirmó que no habría ningún problema ¡Para qué! El día que Ezequiel Paz llegó de Francia, leyó la propaganda del café en un recuadro bastante grande que rezaba: "Don Fulgencio llegó de Europa". Imagínese, se enfureció y ordenó que sacaran la tira del diario. Nunca tuve, posteriormente, la oportunidad de hablar con él pero sé, por amigos, la gran desilusión de don Ezequiel y lo que comentaba: "¡Si Lino me hubiera pedido permiso! Le habría ofrecido mucho más que ese negocio para que Don Fulgencio fuera sólo de La Prensa". Fue una lástima.
MERCADO -Claro, pero ya el éxito de Don Fulgencio era rotundo. Usted recibió varias propuestas, ¿por qué se decidió por La Razón?
PALACIO —Sí, al día siguiente de mi "expulsión" me llamaron de diversos medios y de dos grandes diarios. Damonte Taborda de Crítica y Peralta Ramos de La Razón, ambos querían la tira para su medio. En fin, en ese momento privó mi gran amistad por Peralta Ramos y me decidí por La Razón. Eran los primeros meses de 1930. Por esa época nació otro de mis tipos más caricaturescos: Avivato. Fíjese que los únicos personajes que se llevaron al cine, en todo el mundo, fueron Don Fulgencio, Avivato y, recientemente, Superman. Los demás se llevaron como dibujos animados pero no como películas. Bien, en el cine también Don Fulgencio fue un éxito, lo protagonizó ese gran actor que fue Enrique Serrano. La novia de Don Fulgencio era Malvina Pastorino, también participaron Analía Gadé, que era la novia del sobrino de Don Fulgencio, y su hermanito el maligno Tripudio. El film batió récord de permanencia en cartel en el teatro Opera. Pero la repercusión fue mucho mayor, se hicieron muñequitos, juegos, hasta artículos del hogar con la figura de Don Fulgencio.
MERCADO —Hasta en algún diccionario hay un verbo que nació del personaje: fulgenciar.
PALACIO —Durante uno de mis viajes, visité las Naciones Unidas. Bien, hay todo un piso de diccionarios y hay un texto en particular, de modismos sudamericanos. Allí encontré la palabra fulgenciar, decía: hacer niñerías, sacado de un personaje de una historieta del famoso dibujante argentino, Lino Palacio ¡Sic! Por supuesto me puso muy contento y de algún modo era un índice de la fama que había alcanzado el personaje.
MERCADO —¿En cuántos diarios y revistas llegó a publicarse Don Fulgencio?
PALACIO —Yo creo que en alrededor de una cincuentena de publicaciones. En toda América latina, en Miami, en Europa, España principalmente; hasta un diario japonés publicó durante varios años la tira, el Tokoio Kudo. En Brasil, empezó llamándose el Señor Oscar, porque parece que en Brasil a los hombres medio bobalicones los llaman Oscar. Pero luego también se decidieron por Don Fulgencio. Incluso ahora, a pesar de que no sale en forma diaria, probablemente siga saliendo esporádicamente. Por otra parte, en muchas publicaciones salía sólo los días domingos, así que considero que todavía habrá Don Fulgencio para rato.
MERCADO —Muchos se preguntan por qué la mayoría de sus personajes, y, por supuesto, Don Fulgencio, tienen esa nariz grande, no tienen hombros y son un poco gorditos.
PALACIO —Esa pregunta me la han hecho varias veces. Una vez, justamente por el asunto de la nariz grande expliqué que recibí las influencias de los antiguos bufones de los reyes, famosos durante el fin de la Edad Media y que se caracterizaban por esas narices inmensas. Bien, eso es una gran patraña mía. En verdad no sé, me salen de ese modo y no me pregunto porqué. Don Fulgencio, Ramona, Avivato, Chapalapietra, Fernández, Ordóñez, Ursulo, Cicuta y tantos otros son así, porque así salieron. Quizás, la única influencia que reconozco sea la de Batenam, un dibujante inglés del que me impresionó la forma de dibujar los pies de sus personajes. Yo los hacía muy grandes y él muy chiquitos y al fin me decidí por los pies chiquitos. En fin, yo hice mis personajes de personas reales, como cuando tomé como modelo a un viejo profesor del colegio secundario que tenía la boca muy grande y que tartamudeaba, cuando lo veía ya imaginaba la caricatura. Pero, tanto en Don Fulgencio, como en todos los demás busco la sonrisa, ya que el verdadero humorista no debe buscar la carcajada. Yo pienso que la risa pone de manifiesto el ingenio de las personas. Al leer una tira la gente inteligente se ríe una sola vez y los tontos tres veces: la primera cuando oyen el chiste, la segunda cuando se lo explican y la tercera, cuando lo comprenden.
MERCADO —Hay una fórmula, muy conocida, que es la de no interrumpir el éxito. Por eso quisiéramos que nos explicara esta decisión. ¿Qué pasó, se cansó de Don Fulgencio?
PALACIO —Es que soy así, sorpresivo. Mi deporte favorito es brillar por mi ausencia. Desaparecer de un día para otro y que toda la gente me pregunte, me llame, diga: ¿qué te pasó; Lino? Bien, hablando en serio. Desde hace un año a esta parte mi médico, que es cardiólogo, me viene sugiriendo que abandone todas las actividades angustiantes. No le quepa dudas: escribir una tira diaria es una de esas actividades. Me costó mucho pero decidí abandonar a Don Fulgencio, sin embargo no es un abandono. Don Fulgencio sigue viviendo en mí, todos los días cuando pienso o me encuentro en alguna situación inesperada pienso qué hubiera hecho en mi lugar el personaje. Incluso a veces me pasa que doy alguna respuesta que sé que no es mía, que es de Don Fulgencio. Aunque Lino Palacio creó a Don Fulgencio, en muchas oportunidades es Don Fulgencio quien hace a Lino Palacio. No se asombre, entonces, si un día me ve corriendo por la calle y pateando una caja de fósforos.
MERCADO —Por último, ¿nos podría explicar cómo se hace un mismo personaje exitoso durante más de 40 años manteniendo siempre el interés del público?
PALACIO —Lo del interés me asombró también a mí. Sabía del éxito de la tira, pero cuando el lunes empecé a recibir los llamados de la gente, comprendí cuánto había entrado Don Fulgencio en sus corazones. Los argentinos, a pesar de su timidez, aceptan el humor, no el chabacano, sino el buen humor. Yo creo que para hacer una buena tira o un buen chiste, se requieren tres condiciones fundamentales: claridad, brevedad y — aunque esto parezca una paradoja— seriedad. Además, el hombre tiene necesidad de reír. Una necesidad que no es siempre consecuencia de alegría. A veces nace de situaciones difíciles, incluso en los cadalsos, de labios de hombres condenados a muerte. Como aquel que iba a ser ahorcado y le pide al verdugo: "Por favor, que no apriete mucho". Yo dividiría al mundo entre la gente que tiene humor y la que no lo tiene. No hay que creer en los hombres solemnes que temen comprometerse En realidad, es raro el hombre serio que calla por astucia, más son los que callan porque no tienen nada que decir. Por eso creo en el humor, en el humor que no utiliza la obscenidad ni se basa en la burla maliciosa. Don Fulgencio fue y es una síntesis de lo que yo entiendo por humor, y estoy convencido de que no me he equivocado en la elección.