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crónicas del siglo pasado

 

Don León
el padre de "Los Inmortales"
Por Edmundo Kraken


Revistero

 



Alto, erguido y vigoroso a pesar de su delgadez, don León ya ha cumplido 83 años


Fachada de "Los Inmortales", según el apunte que aparece en el libro de V. Martinez Cuitiño, en el que se evocan episodios del café que fué centro de la vida intelectual y artística de Buenos Aires entre 1906 y 1916. Martinez Cuitiño perteneció al grupo de "Los Inmortales"


Don León Francisco José Desbernats


La familia de don León, en la galería de su casa en San Miguel. Sentada a su derecha está su esposa, doña Catalina de Desbernats. Detrás, la hija del matrimonio, la señora Lina Desbernats de Wuille-Bille, de pie, el hijo político de don León, Enrique L. Wuille-Bille


Los 83 años no impiden a don León cuidar personalmente su huerto y su jardín, aunque el médico le ha prohibido seguir trabajando con la guadaña, que hasta hace poco tiempo manejaba sin ninguna preocupación y bien de firme cuatro horas diarias

 

EN LA HISTORIA intelectual argentina, el nombre del café "Los Inmortales tiene acentos casi mágicos, y aunque va para medio siglo que desapareció, el milagro de su recuerdo se prolonga ennoblecido por la nostalgia de una época en la que hicieron irrupción los grandes constructores del teatro rioplatense, como Florencio Sánchez, los renovadores de la poesía castellana, como Leopoldo Lugones, o los cuentistas que, como Horacio Quiroga, dieron proyección universal al relato del paisaje, la aventura y el hombre argentinos. Nostalgia, en fin, de un período dinámico y creador.
Hay cientos de testimonios brillantes de lo que fué el cenáculo de "Los Inmortales" y un anecdotario abundante y variado atribuido a los personajes habituales del café, tal vez el más célebre de los muchos que existieron en Buenos Aires.
Pero las crónicas no han sido igualmente generosas con el hombre que hizo la transformación de la modesta casa de venta de café en lo que después fué. Se lo recuerda vagamente como "don León", se habla de su alta y señorial figura y se menciona su generosa disposición para con los clientes del café, "los inmortales" que le dieron nombre. Ni aun en el hermoso libro de Vicente Martínez Cuitiño —"El Café de los Inmortales"—, que fué un gran éxito y del que se ha hecho una segunda edición popular, se dan de don León mayores referencias.
Don León, el padre del café "Los Inmortales", con sus fuertes 83 años y con la misma simpatía y el mismo optimismo de medio siglo atrás, es hoy un inagotable pozo de recuerdos. Vive en tranquilo retiro en una quinta de San Miguel, y su fresca memoria, que le permite precisar fechas y nombres, confirma su excepcional pasta física. Se mantiene erguido y activo y lo sigue acompañando su esposa, doña Catalina Desbernats.
En la quinta de San Miguel, llamada "El Recuerdo", lo hallamos con la esposa, la hija de ambos, Lina Desbernats de Wuille-Bille, y el hijo político don Enrique L. Wuille-Bille, acompañados por Luis María Gandolfo, amigo de la familia.
EL CAFE "LOS INMORTALES"
Vicente Martínez Cuitiño, que pertenecía al circulo de "Los Inmortales", evoca así el café, que funcionaba en la calle Corrientes 920, donde después se estableció una conocida casa de carteras y ahora hay una sastrería:
"Calificado alguna vez como antesala de la gloria, a través de dos lustros, hermanó durante mucho tiempo a la fama auténtica y a la aspiración enloquecida, al adolescente literario de los primeros pasos poéticos, triunfantes luego o barridos por el viento temporal y al señor de letras de gravedad siempre discutida en la cargada atmósfera del café."
Cerca del lugar donde funcionó el café —no exactamente en el 920 de Corrientes—, una placa de bronce colocada en 1951 por el Club Amigos del Teatro dice en homenaje al Café de los Inmortales que fué "lugar de gesta de una gran cultura artística argentina".
Según lo recalca Martínez Cuitiño, mucho se ha escrito sobre la paternidad del título "Los Inmortales". "Algunos la atribuyen a Zabalía, otros a Ingenieros, Saldías, Rubén Darío. En verdad, Carriego exigió a monsieur León el cambio de título "Café Brasil", pero cuando ya todo Buenos Aires lo denominaba así por una ocurrencia festiva y generalizada de Florencio Sánchez, uno de sus huéspedes predilectos."
Don León confirma la versión de Martínez Cuitiño.
En cuanto a la "ocurrencia festiva" de Florencio Sánchez debe aclararse que al sugerir el nombre de "los inmortales" no se refería a la gloria literaria, cosa que no concordaba con la modestia sin vueltas del autor de "Barranca abajo". Para Florencio Sánchez, la inmortalidad de la mayoría de los concurrentes habituales era la del milagro de subsistir sin comer...
"El limpio cristal de la mañana norteña amparaba al café —dice Martínez Cuitiño—. Volcábanse ahí nutridas columnas de empleados de comercio. Iban a buscar un desayuno tan suculento como barato: un tazón de café aromático y leche pura, pan reciente, manteca sin embrollos, fresca mermelada y sabrosa miel por quince centavos. Más de un "inmortal" pudo burlar luego en una sola deglución histórica el almuerzo y la cena de sus sueños. Ese despertar traficante del café hizo su reputación burguesa y a sus expensas, sin duda, pudo ostentar después su nombre de "Los Inmortales", pues en dos horas de activo y numeroso despacho matinal, amén de la venta al por menor del grano, la caja recaudaba con regular ventaja para el dueño. Sin embargo, aquella gente presurosa y vulgarmente correcta, tan distinta a la abigarrada y heterogénea que pulula zigzagueante y como desorientada en la vastedad de las salas modernas, estaba bien lejos de ser la verdadera, clientela de "Los Inmortales". Fué el involuntario soporte económico, el paradójico punto de apoyo de la auténtica. Y la auténtica fué la de los poetas, autores dramáticos, críticos, novelistas, artistas plásticos, músicos y cómicos, muchos de ellos todavía estudiantes, y otros neófitos o consagrados. Sin nadie sospecharlo, ni siquiera ellos mismos, tomaron posición definitiva de su salón por simple prescripción del asiento ocupado, pagaran o no su consumición, oblada a veces con música de palabras en dinero de la fantasía."
DON LEÓN DESBERNATS
¿Cómo se vinculó don León al café y qué hizo ilustre su protección y amistad con "los inmortales" que le dieron nombre?
Don León Desbernats, nacido en Francia y muy orgulloso de su nacionalidad, a la que nunca quiso renunciar, llegó a la Argentina en 1892, cuando aún no había cumplido los 15 años. Aquí tenia a su padre, dueño de una colchonería de la calle Artes, hoy Carlos Pellegrini. Había viajado en el "La Plata", de las viejas Mensajerías Marítimas francesa y desembarcó en el puerto de La Plata.
Le gustó el país y resolvió quedarse. Se casó muy joven. Tuvo dos hijos, ambos argentinos: Lina y Emilio. Emilio, un muchacho serio que nunca reía, reside en Francia, donde hizo gran carrera como ingeniero.
León Desbernats trabajo en Buenos Aires un poco de todo. Primero fué colchonero, después hizo bordados a máquina y más tarde se empleó como vendedor en la casa Gath y Chaves, donde tenía 90.000 corbatas a su cargo. Feliz y ambicioso, sostenía orgullosamente que podía vender "cualquier cosa" y, efectivamente, las vendía.
Hacia fines de 1905, estando en Gath y Chaves, se le ofreció el cargo de gerente del "Café Brasil", lo que parecía una aventura bastante riesgosa en comparación con el seguro empleo que tenía.
Don León, hoy con 83 años a cuestas, recuerda fechas y números, nombres y circunstancias con rigurosa exactitud. Nada escapó de su memoria.
El "Café Brasil" era un negocio que no caminaba. Su dueño, el señor Calixto Milano, había llamado a León Desbernats.
—¿Cuánto gana usted en Gath y Chaves? —le preguntó.
—250 pesos.
—Para mi es mucho dinero. Mi negocio no da para tanto.
Y para probar que no mentía, el señor Milano mostró los libros del café: las ventas en días de semana apenas llegaban a 12 pesos, que aumentaban a 18 pesos diarios los sábados y domingos.
Así como le había gustado el país, a León Desbernats le gustó el "Café Brasil", y decidió correr la aventura. Aceptó 90 pesos mensuales, con la condición de que a los tres meses ganaría tres veces más y de que el sueldo iría mejorando en la medida que aumentasen las ventas. Impuso como condición efectuar algunas reformas en el local. Las reformas se hicieron en 8 días, costaron 900 pesos y modificaron la fisonomía del café que hasta entonces ostentaba invariablemente en una de sus vidrieras un retrato de Alberto Santos Dumont, el famoso aeronauta brasileño que mantenía viva la atención del mundo con sus experiencias aeronáuticas. El "grano o molido" que vendía el Café Brasil ostentaba precisamente la marca "Santos Dumont".
APARECEN LOS PRIMEROS "INMORTALES"
León Desbernats mejoró sustancialmente el servicio. Buena atención, mucha limpieza y excelente calidad de las mercaderías despachadas. Aparte de la venta de café en el mostrador, en las mesas no se servía otra cosa que café y café con leche "completo", tal como lo describió Vicente Martínez Cuitiño. Nada de bebidas alcohólicas o sin alcohol, aunque más tarde don León conservara alguna botella de grappa o caña destinada a unos pocos preferidos que, como Charles de Soussens no transigían con infusiones o mezclas lácteas. Charles de Soussens era un poeta suizo-francés que mantenía cómo una llama encendida el recuerdo glorioso de haber sido besado por Víctor Hugo en París. Se había desterrado de Europa por una desventura amorosa y en la Argentina hizo una activa y brillante vida intelectual y política. Luchó en la revolución de 1890. Rubén Darío lo pintó en cuatro versos:
Soussens, hombre triste y profundo,
verá en Sión al Nazareno:
Soussens es el hombre más bueno, más bueno
del mundo.
Pese al cambio, el "Café Brasil" siguió un par de semanas casi tan desierto como antes. La gente pasaba, echaba miradas, veía sillas y mesas desocupadas y seguía de largo, desatendiendo la sonrisa invitante enmarcada en el enhiesto y cuidado bigote de don León.
Así fué hasta que un día —cuenta don León— entraron unos estudiantes con mucho apetito y sin un centavo. Confesaron al mozo que los atendió que no tenían dinero y pidieron "crédito" para tomar "un completo" cada uno de ellos. El mozo transfirió el problema a don León y éste se acercó, sonriente como siempre, a la mesa de los hambrientos muchachos.
—Pueden servirse y volver. Paguen cuando tengan. Y no dejen de hacer propaganda a la casa.
Los estudiantes volvieron muchas veces. Algunos pagaron sus deudas y otros quedaron para siempre como deudores, pero todos hicieron propaganda. El "Café Brasil" dejó de mostrar apariencia de desierto y poco a poco, a la vista de las mesas ocupadas, los empleados de la zona comenzaron a confirmar las excelencias de su "completo". A los dos meses los "llenos" se repetían a diario y el ruinoso negocio que don León había tomado entre manos marchaba viento en popa.
Y a los dos meses aparecieron, hambrientos y tímidos, los primeros "inmortales", que pudieron haber sido Florencio Sánchez o Evaristo Carriego, Héctor Pedro Blomberg o Mario Bravo. Carlos M. Pacheco o Edmundo Guibourg. Don León no lo recuerda exactamente porque entonces no los conocía, ni sospechaba, siquiera, que asistía a la formación de un nuevo y pequeño grupo olímpico. Pero es posible que los primeros hayan sido Florencio Sánchez y Evaristo Carriego, por quienes don León mostró siempre predilección y a los que invitaba con frecuencia a comer reparadores pucheros en un restaurante vecino, abierto por un catalán con dinero ganado con la grande de la lotería y perdido por las artes tramposas de un mal socio.
LA GLORIA BREVE DE "LOS INMORTALES"
A los primeros "inmortales" siguieron otros y muchos más. En poco tiempo, los atardeceres y las noches lo encontraban rebosante de ellos. Allí podía verse a José Ingenieros, Javier de Viana y Roberto Payró, Alfredo L. Palacios, Gregorio de Laferrére y Ángel de Estrada, Horacio Quiroga, Eduardo Holmberg y Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, Juan Pablo Echagüe, Enrique García Velloso... Docenas de escritores, poetas, periodistas, científicos, empresarios teatrales, actores, críticos, cuyos nombres se mantienen vivos o se han hundido en lo más profundo del olvido. A quien nunca se vio en el café fué a Leopoldo Lugones.
La única mujer era Ángela Tesada, conocida actriz y "lindo demonio sedante —son palabras de Martínez Cuitiño— capaz de domesticar a más de un exégeta energúmeno con la paz de su palabra oportuna y sus inquietos ojos empapados de ternura". Ángela Tesada inspiró grandes pasiones y fué tal vez, la primera mujer que en Buenos Aires se animó a fumar en público.
Según todos los testimonios, el "Café Brasil" cobró rápida notoriedad y siempre podía verse a don León con sus suaves modales, atento y cortés con todo el mundo y encantado de poder auxiliar a los más necesitados.
Monsieur León —según Martínez Cuitiño— era posiblemente un inmortal más, un inmortal silencioso, perteneciente a la categoría de "los que callan" modelados por Rodó.
La gloria del café creció y vio desfilar por su salón a las figuras mundiales que visitaron Buenos Aires en el año del Centenario de la Revolución de Mayo y hasta 1915 o 1916. Allí tomaron café, discutieron o cantaron Jacinto Benavente, Enrico Caruso, Tita Ruffo, Jean Jaurés, Ramón del Valle Inclán...
A veces entraba algún "grande" de la política nacional, seducido por el ambiente del "Café Brasil". Don Benito Villanueva, por ejemplo, que se esforzó vanamente por convencer a don León Desbernats de que se hiciese ciudadano argentino prometiéndole una banca de diputado nacional.
Don Vicente Martínez, el más completo de los cronistas de "Los Inmortales", señala que fué en el café donde se gestó principalmente la fundación de la Sociedad Argentina de Autores, que a través de diversas etapas pasó a ser la actual Argentores, si bien la entidad nació formalmente en la casa de Enrique García Velloso, el 11 de setiembre de 1910. Todos los intentos anteriores para agrupar a los autores en defensa de sus derechos habían fracasado. Y mientras los empresarios y a veces los actores ganaban fortunas, los autores, con Florencio Sánchez a la cabeza, morían de hambre.
La gloria del café fué breve. Acabó tan pronto como don León Desbernats lo abandonó. Y acabado el brillo de una década, el café "Los Inmortales" cerró sus puertas.
DOS GUERRAS PARA DON LEÓN
Don León Desbernats dejó "Los Inmortales" el 30 de mayo de 1915.
Había estallado la primera guerra mundial y don León quiso cumplir con su deber en la defensa de Francia. Con su familia —la mujer y dos hijos— se embarcó en el "Garibaldi" de regreso a Europa, navegando a oscuras hasta Dakar para eludir la persecución de los submarinos alemanes. Tardó 30 días en arribar a Génova. En Italia se enfermó e instalado en la aldea de Condobe, tardó 10 meses en reponerse. Recuperado, siguió viaje a Francia. Cuando llegó al puesto fronterizo francés, lo detuvieron porque algo andaba mal en su pasaporte, haciéndolo aparecer en insubordinación o desobediencia. Después de algunas complicaciones se resolvió que debería comparecer ante un consejo de guerra, en Grenoble, pero cuando llegó allí todo pudo solucionarse gracias a las informaciones y aclaraciones que en el intervalo había formulado el consulado francés en Buenos Aires. De los numerosos incidentes a que dio lugar el error en la documentación, don León tiene presentes los nombres de todos sus protagonistas, los oficiales y gendarmes que lo detuvieron y hasta los números de las leyes francesas que invocó para librarse del fusilamiento.
En abril de 1919 fué desmovilizado y en setiembre del mismo año retornó a la Argentina, donde casi todos los amigos lo creían muerto. Volvió con la familia, menos su hijo Emilio, que quedó en Francia. Un periodista del viejo grupo de "Los Inmortales" saltó de alegría al encontrarlo y luego publicó en "La Montaña" una larga información bajo el titulo de "Don León en Buenos Aires", lleno de referencias cariñosas para el buen francés protector de artistas y escritores.
Aquí, don León se empleó de nuevo en Gath y Chaves como vendedor de perfumería, puesto en el que permaneció solamente medio día, porque a su jefe le molestó su aire risueño de siempre. Pasó a juguetería y después renunció.
Se hallaba sin trabajo cuando encontró a un amigo que le dijo que fuera a ver a don Pedro Robertie, propietario de la cadena de casas de venta de café "A los Mandarines". Don Pedro Robertie le hizo examinar distintas clases de café, comprobando los conocimientos de León Desbernats en la materia y le dio trabajo "para manejar la casa". Esto era en febrero de 1920. Desde entonces se operó el gran crecimiento de la empresa. En 1938 se fué de nuevo a Francia con los suyos, radicándose en la casa de la familia, en los Pirineos. Lo sorprendió la segunda guerra mundial y la ocupación alemana de Francia. "Aquello fué muy duro", dice don León. Para sobrevivir, sembraban papas y soja, "más nutritiva que la carne". Su hija Lina arrancaba las papas con las manos, debajo de la helada superficie de la tierra. A veces tenían que alimentarse con una harina que hasta los cerdos rechazaban, y parte de lo que cosechaban lo enviaban a Emilio, prisionero de los alemanes.
Don León regresó a la Argentina en abril de 1946, feliz de encontrarse en "El Recuerdo", la quinta de San Miguel en la que el jardín y el huerto son cultivados con sus manos. Hasta hace poco tiempo, los años no le impedían manejar de firme la guadaña durante 4 horas seguidas.
Con sus éxitos y sus tropiezos la larga vida de trabajo de don León no le alcanzó para hacer fortuna, porque mucho de lo que ganó lo dejó en las manos de gentes más pobres, acogidas a su protección sencilla y sin ostentaciones. Pero es que en verdad, don León nunca aspiró a la fortuna. Así es el padre de "Los Inmortales", el único café porteño con historia duradera y vida breve. 

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02/1960
(Edmundo Kraken fue seudónimo del periodista Jerónimo Jutronich, primer director de TELAM)