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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Donde queman la basura
Textos y fotos de HÉCTOR LAGUNA

revista Mundo Argentino
1958




 

 

 

Cuando entra en la oficina, el rostro pálido y la camisa impecable delatan su calidad de novato. Las manos están blancas como su cara. Comienza a hablar:
—Por favor, jefe, sáqueme de allí..., mándeme a otro lado. Me siento mal.
—Pero m'hijo, a todos les pasa lo mismo al principio. Vea, cuando usted siente que se va a descomponer, córrase al puentecito y tome un poco de aire. Después vuelve. No se quede todo el tiempo en la descarga... Nadie lo obliga...
—Vea, ¿quiere que le diga la verdad? —la cara del joven se compunge—. Anoche no puede dormir pensando que tenía que venir a trabajar acá..., se lo juro.
—Pero no, todo es cuestión de costumbre. ¡M'hijo, aquí hay gente con quinto año de medicina y están trabajando lo mismo que usted! Vaya, vuelva a su lugar.
La cabeza morena se inclina. Un corpulento correntino penetra en la oficina del jefe. Se hace cargo de la situación y larga esa risa tan peculiar de los guaraníes. Luego, con su típica tonada:
—¡Ya te vas a acostumbrar, che!, io también creía que no aguantaba y mira... ¡Después no te vas a querer ir! Ya te vi'á ver comiendo arriba e'la basura...
El hombre introduce un dedo negro entre sus incisivos. Se rasca la cabeza. Luego un ojo. Viene de descargar basura. Gana 2.350 mensuales, sin descuento.
La usina de Chacarita estalla de basura. Una semana de lluvia acumula los residuos de tal manera que resulta indescriptible el espectáculo. ¿Qué tiene que ver la lluvia con esto? Muy fácil. La basura que no alcanzan a incinerar se tira al Riachuelo. El vaciadero del Riachuelo —al final de la calle Lacarra— se empantana de un modo tal que los camiones no pueden pasar. No se dispone siquiera de una topadora que alise la tierra. El afirmado podría hacerse con la misma ceniza de la usina. Con los brazos de la usina. Pero no hay topadora. Luego, la basura se humedece con la lluvia. Doble trabajo para quemarla. Los hornos no dan abasto y la basura se amontona, se amontona...
En condiciones normales, la usina de Chacarita quema por día 450 toneladas de residuos. Se trabaja todo el año. Sólo tres fiestas en doce meses. Cuando la dueña de casa deposita su tacho en la acera, no se le ocurre pensar qué camino sigue eso que ella desechó por inservible. Sin embargo, una dotación de 600 hombres, sólo en Chacarita, trabaja para eliminar eso. La Municipalidad cuenta con tres usinas más de este tipo dentro del radio de la capital, y el personal de las tres opera de un modo similar: bien temprano, el chatero se encamina al corralón a enganchar la yunta. Hace su recorrido y luego se dirige a la usina correspondiente para depositar la basura. Su carro carga dos, a veces tres toneladas. Allí, una larga cola de chatas serpentea por la rampa. Hay que esperar. Media hora. Una hora. Una vez vacío, retorna al corralón, y desata los caballos, para recomenzar al día siguiente. Se le han hecho, fácilmente, las tres, cuatro de la tarde.

Fuego, sudor, imprecaciones
El trabajo en la usina es algo más variado. En la entrada, puede verse una pequeña oficina de techo a dos aguas. Un ventanal. Al pie de éste, el adoquinado cede paso a un gran rectángulo de madera. Es el piso de la báscula. Sobre él se detienen las chatas y los camiones. El tonelaje es controlado desde adentro. Luego se envía la basura al playón de descarga. Allí, juramentos, ruidos de herraduras, un aire espeso, viscoso. En el piso, grandes portalones corredizos dejan escapar hilillos de humo maloliente. Debajo están los hornos. Hay que llenarlos. Los carros comienzan a vomitar su carga. Dos chateros se aproximan. Mientras uno levanta la caja a mano, dándole manija, otro, utilizando un rastrillo, ayuda a la basura a deslizarse. Allá abajo, entre las cáscaras de naranja y los trozos de carne, entre el humo y la fetidez, alcanza a vislumbrarse una silueta. Allá abajo hay un hombre trabajando. Recibe los residuos. Los acomoda primorosamente. En realidad, voltean el carro encima de su cabeza. Gana 2.300 pesos mensuales. Pero a éste le dan 15 pesos más por trabajo insalubre.
Una vez que el horno está acondicionado, proceden a encendérselo. ¿Inyección de petróleo? ¿Fuel-oil? ¿Nafta? No, sólo viruta. Viruta de madera y brazos. Este ya es otro trabajo. Fogonero. El fogonero introduce una larga pértiga de metal dentro de la boca del horno y comienza a revolver. Pero no lo hace al descuido. El fogonero tiene un arte, un "metier".
En realidad, gana un poco más que los otros. Dos mil cuatrocientos pesos. La temperatura junto al horno no se soporta. En pleno mes de julio hay quien trabaja medio cuerpo desnudo. Los hornos están divididos en baterías. Cada batería tiene tres bocas, desde donde se atiza el fuego y hace bajar la ceniza hasta el sótano. Porque también está la ceniza. Este es un asunto aparte.

Una mina de. . . ceniza
Los hornos, construidos con material refractario, poseen en su parte inferior unos inmensos rejillones por donde se envía la ceniza a los depósitos del túnel. Se llega a él a través de unas escalerillas totalmente empolvadas. Oscuridad. Atmósfera densa. El polvillo imperceptible flotando por doquier. Un operario abre la compuerta adosada en la pared. Una nube pesada, blanca, invade todo. Ceniza. Hay que ponerla en las vagonetas y subirla por el montacargas. La garganta se cierra. Tos. Ahogo. El túnel apenas da cabida a una persona, que empuja, las vagonetas. El contenido de éstas se vuelca en camiones particulares, que la llevan también al Riachuelo. El personal del cenicero trabaja sin máscara, sin guantes. Cuando llueve, el agua humedece la ceniza y la potasa abrasa las plantas de los pies. Hay que ponerse botas. Un hombre viene desde el fondo del túnel. Las pestañas blancas, las cejas nevadas. Parece un viejo. Pero su voz es joven. Canta. Trabaja en una mina de ceniza.
Pero mas felices son los de la "Colonia de Vacaciones". En realidad, hacen muy poco. De los noventa camiones de que dispone la usina, sólo cinco están en condiciones de salir. Entretanto, el acarreo particular cuesta 50.000.000 anuales a la Municipalidad. Los choferes de "tracción mecánica" se sienten a gusto. Por eso a la sección la bautizaron "Colonia de Vacaciones". "Después de todo, no es culpa nuestra, ¿verdad?". Ellos también ganan 2.350 mensuales. Arrinconadas en los tinglados —"está prohibido sacar fotos, señor"—. 70 barredoras duermen junto a los camiones. Una sola está en funciones. Todo descansa en paz. En un rincón, un haz de rastrillos soldados con autógena levantan al techo sus mangos. Es madera de poda. Madera de plátano, llena de nudos. Los mangos torneados son historia pasada. El jefe de la usina ha de ser la encarnación del genio de Aladino para trabajar con este material.

Una licitación fallida
En realidad, algunas tentativas se hicieron para mejorar la situación. Por ejemplo, aquel llamado a licitación del 19 de agosto de 1957. Tratábase entonces de aprovechar la basura y mejorar el servicio en general. De las firmas que se presentaron hubo una, alemana, que propuso construir una usina gigante en el bajo de Flores, hacerse cargo de la recolección limpieza y eliminación de residuos, convirtiéndolos en energía o aprovechándolos como fertilizante. Este servicio y la iluminación de la ciudad serían gratuitos por el termino de la licitación, concluida la cual las instalaciones pasarían a manos de la Municipalidad. Pero dos días antes de concretarse esta, fué anulada por el decreto 8474/57. La razón: falta de fondos. El panorama pudo, como vemos, ser alterado. Pero la basura sigue quemándose en la usina Chacarita, dentro de su hollinosa estructura. El humo, allá arriba, discurre lentamente por entre las bocas de las chimeneas, esos tres índices colosales que apuntan al cielo azul. Abajo, seiscientos hombres desembarazan a la ciudad de sus heces. Cantan, ríen, también disputan. Están trabajando.