Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

A DONDE VAN LOS GREMIOS
¿HARAKIRI DE LA CGT?

 

REVISTA ANÁLISIS
06 de marzo de 1967

El paro de la CGT, aunque no resultó el fracaso catastrófico que esperaba el gobierno, acentúa el callejón sin salida en que los gremios se introdujeron con el plan de lucha, y replantea ahora este interrogante: ¿El operativo ha sido pensado como un harakiri o habrá una estrategia que nadie alcanza a desentrañar?
POCAS HORAS antes de que comenzara el paro general del 1º de marzo, algunos asesores de sindicatos fundamentaban su crítica a la conducción vandorista en el estudio de las posibilidades que tenían los dirigentes gremiales antes de que fuera lanzado el famoso plan de lucha.
Mientras Vandor pasa por el peor momento de su carrera, sus acólitos —en efecto— plantearon una última línea de defensa frente a las protestas suscitadas en los medios laborales por el plan de lucha: no se podía hacer otra cosa y, aun a riesgo de perderlo todo, había que introducirse en el callejón sin salida.
Pero aun ese argumento es rebatido hoy: frente a una situación que, en efecto, le exigía definiciones inmediatas, Vandor tenía otras respuestas y, aparentemente, eligió la peor. Una de ellas era, justamente, limitarse al paro del 1º de marzo —una medida que no hubiera provocado hasta tal punto el aislamiento cegetista— sin precederlo con un despliegue activista destinado a exasperar a los enemigos de la central obrera sin lograr resultados visibles. Otra era, quizá, emprender una campaña propagandística sin llegar a medidas efectivas.
El otro sistema de censuras a la estrategia de Vandor se ocupa de rebatir la eventual conveniencia, para su sector, de conseguir que el gobierno interviniera la CGT, como si la inocencia oficial llegara al punto de que —en caso de querer golpear al vandorismo— le hiciera reducir su acción a una medida formal que beneficia, en lugar de perjudicar, a su adversario.
En primer lugar, las autoridades no demostraron, hasta el momento, llegar a ese grado de ingenuidad. En segundo lugar, el gobierno puede tomar otras medidas —complementarias o sustitutivas de la intervención— que sí serían realmente eficaces (aunque tienen riesgos de otro tipo) como, por ejemplo, una reforma de la ley de asociaciones profesionales, eliminando la retención obligatoria de aportes —con lo cual los fondos sindicales se reducirían a una proporción ínfima de los actuales— o la conversión de cada sección provincial de los sindicatos en organizaciones de primer grado, con lo cual se desarticularía toda obra social.
Si, hasta ahora, el gobierno ha vacilado ante esas medidas es porque quebrarían demasiado drásticamente el aparato sindical peronista y reducirían la actividad gremial a los militantes, llevando las cosas a un terreno donde el marxismo tendría las mayores posibilidades de sacar ventajas.
Esas circunstancias inhibieron, hasta ahora, medidas extremas como la disolución lisa y llana de la CGT: en ese sentido, la argumentación de los dirigentes peronistas es razonable, ya que los comunistas serían los únicos que no tienen nada que perder y mucho que ganar ante tal alternativa.
A Vandor, por lo demás, le resulta complicado explicar cuáles son los motivos por los cuales una intervención a la CGT es conveniente y, en cambio, aprestar todas las fuerzas en la lucha por arrebatarle la central obrera a José Alonso era imprescindible. Es cierto que resulta menos peligroso un interventor militar que un adversario interno: el enemigo de las dos partes es preferible al aliado del enemigo o al enemigo directamente. Es cierto, también, que Alonso era más temible entonces —cuando estaba coligado con el ministro de Economía Salimei— que ahora. Pero muchos señalan que una estrategia realmente astuta de Vandor hubiera debido prever la evolución del proceso y obligado a contemplar la posibilidad de dejarse ganar en el congreso cegetista.
En efecto, ¿qué hubiera pasado si ganaba entonces José Alonso?:
a) En primer lugar, para vencer a Vandor, Alonso hubiera necesitado estructurar —con permiso de su adversario— una heterogénea alianza compuesta por: la unificación de sus divergentes huestes, desde la derecha hasta la izquierda de FOTIA; el acuerdo con los independientes, tan influidos por el radicalismo del pueblo; la unión con los no-alineados; el apoyo de los comunistas; la adhesión de vandoristas disidentes.
b) Ese frente era básicamente endeble: Vandor, dirigente metalúrgico, tiene un eje operativo sólido en sí mismo; Alonso, dirigente del vestido, necesita de las alianzas para vivir.
c) Ese maremágnum hubiera obligado a Alonso a ir a un plan de lucha antes aún que Vandor y con la seguridad de ser entonces rebasado, pues no podía centrar una huelga en el gremio del vestido.
d) En todo ese tiempo, Vandor hubiera sido el gran opositor a Alonso, al que podía acusar de ser amparado —por lo menos hasta enero— por el ministro Salimei y desde allí, con toda la flexibilidad que ahora busca, preparar una solución de recambio.
Por supuesto, toda esta argumentación crítica es, posiblemente, muy obvia ahora, después que las cosas ocurrieron, pero se basa en razonamientos a posteriori. Aunque muchos sostienen que esa evolución era ya previsible durante el congreso cegetista.
Desde el primer momento, el plan de lucha se presentó como desfavorable a Vandor. La agitación inicial contó con poco apoyo: 150 activistas salieron en Berisso y Ensenada; 200 militantes, sobre 70.000 obreros, en Avellaneda. Matanzas, el más combativo baluarte de los metalúrgicos, permaneció en la inacción y se negó inclusive a los paros de tres horas. Los portuarios, en Rosario, Quequén y Necochea, rechazaron el plan de lucha y uno de sus dirigentes señaló el acuerdo con los objetivos pero no con los métodos. La Unión Ferroviaria, en fin, no había logrado la solidaridad de los maquinistas agrupados en La Fraternidad ni de la CATT (Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte).
Por lo demás, Vandor reducía hasta el extremo su juego de alianzas: el frondizismo no lo acompañaba; los militares se irritaban; la Unión Industrial Argentina, por primera vez, aceptaba dialogar con la CGT pero siempre que se levantaran las medidas de fuerza. El aislamiento se tornaba dramático: acusado de armar a los partidarios de la represión, de fortalecer a la línea dura del gobierno, Vandor ponía en marcha, solo, un plan de lucha para conseguir cinco puntos, el primero de los cuales —reapertura de fábricas— aconsejaba ya una acción común empresario-laboral. Se lanzaba, en medio de una semi-recesión industrial, a hacer huelga contra los patrones sin un clima revolucionario.
Al llegar al paro del 1º, la disyuntiva de la CGT quedaba claramente planteada: insistir en métodos que contradicen los fines y aíslan, en cuyo caso serán derrotados, o reconsiderar la marcha de los acontecimientos y transformar el plan de lucha en pivote de un acuerdo, camino difícil pero no imposible. La CGT no está en condiciones de enfrentar una represión militar en gran escala; el Ejército, a la vez, no quiere la represión en gran escala, pero entre ese punto de vista y el orden, opta por el orden.
Ahora, es posible que el plan de lucha sea definitivamente levantado.
LA ETERNA DUALIDAD DE PERÓN
Si Vandor había decidido el plan de lucha, entre otras cosas, porque era una manera de luchar contra Perón, al colocar a los sindicatos en la clandestinidad (es decir, en una situación no-electoral) más controlable ("Esta es la primera huelga antiperonista desde 1955", fue la paradójica definición de un dirigente ferroviario), Perón retornó a su clásico juego por las dos puntas para intentar un operativo tijera contra Vandor.
Cortar al jefe metalúrgico presupone, para los cálculos de Madrid, fortalecer un ala conciliadora que desplace al aislado Alonso y coloque en la cabeza del operativo a un dirigente capaz de conciliar, negociar, abrir una alianza política. Perón moviliza entonces a Manuel Carullas, un dirigente considerado cómo amigo de los frondizistas y los social-cristianos, y lo publicita como posible sucesor de Alonso. Curiosamente, esta derrota de Vandor se convierte, así, en una derrota también para Alonso: bloqueado el primero, Perón tratar de armar sus propias combinaciones y se dispone a prescindir para ellas del desgastado Alonso.
Pero con una conducción moderada y negociadora no basta: Perón quiere aguijonearla con una oposición de izquierda, tremendista. Apoya así al Congreso de la Juventud que se reunió en Montevideo; señala que la juventud tiene que tomar la dirección para liquidar a todos los veteranos. Alonso, a la vez, comienza a defenderse de Perón: conversa con los radicales del pueblo ante el peligro "frentista" que, para él, puede tener dos caras (Vandor y Carullas) y negocia ante Tomás Uncal, mercantil, amigo del ex vicepresidente Perette, distanciado con el más cauteloso Armando March. Busca, en síntesis, un entendimiento con independientes y no-alineados para preparar la derrota de Vandor. Pasa al contrataque, deja de ser el vocero incondicional de Madrid.
Pero se arma otra respuesta al plan de lucha de Vandor, a Perón, a Alonso, a Carullas. El domingo 26 de febrero se reunieron en Córdoba los sindicatos con eje en el peronismo duro de la FOTIA y el trotzkismo de Obras Públicas. Acompañaron los independientes-marxistas de Prensa, sindicatos locales como la FOECYT de Córdoba, seccionales de ATE, listas minoritarias varias.
Toda la izquierda, menos el MUCS, comenzó allí a buscar una forma de crear un nuevo comando cegetista, ante el fin, que consideran inevitable, de las variantes tradicionales. El MUCS, a la vez, preconiza una salida electoral, previo gobierno provisional de coalición, y los sectores peronistas más cercanos (como el representado por Amado Olmos) también comienzan a enfocar su artillería para reclamar cambio de elencos y posterior llamado a comicios.
Las posibilidades que se plantean al movimiento obrero son, así, divergentes y abarcan una gama llena de matices. El paro del 1º de marzo no constituyó el fracaso catastrófico que el gobierno esperaba y la expresión del ministro Borda, en el sentido de que se estaba ante lo previsto, resultó poco convincente. La disciplina gremial, que había aparecido como quebrada en las etapas menores del plan de lucha, reapareció fugazmente el 1º: el resultado, sin duda, no fue espectacular —aun fue más modesto que en las últimas dos ocasiones— pero, en las actuales condiciones, evitó un papelón de Vandor.
Sin embargo, el esfuerzo cegetista parece haber sido agobiante y las máximas posibilidades de agitación —descartando la violencia física— fueron, sin duda, las que se reflejaron en los actos de los últimos días. Quienes aceptaron el paro a regañadientes no están precisamente en las condiciones óptimas para insistir ahora.
Un balance provisional presenta para los gremios las siguientes alternativas fundamentales:
• La liquidación por desgaste del frente gremial cegetista y la creciente dificultad para movilizar a los sectores aun en caso de que deban renovarse los convenios colectivos de trabajo. Nada alteraría en apariencia la situación de los dirigentes sindicales, pero ellos comenzarían a actuar en el vacío.
• La intervención a la Confederación General del Trabajo, una medida contraproducente para el gobierno que permitiría a Vandor reagrupar sus fuerzas en la clandestinidad.
• La prosecución de la escalada de retiros de personerías a los sindicatos, sin tocar la CGT, para convertir a la central en una cáscara vacía que cause solamente problemas a sus dirigentes.
• El levantamiento unilateral, por parte de la CGT, de todas las medidas de fuerza, en procura de una reapertura del diálogo.
• La reforma de la ley de asociaciones profesionales, convirtiendo cada sección provincial en organización de primer grado y eliminando las retenciones obligatorias, con lo cual los fondos sindicales quedarían reducidos y desaparecería, de hecho, una central nacional.
• Pero la contrapartida de esa situación, en el caso concreto de la Argentina, podría significar un fortalecimiento de la izquierda marxista y la línea dura peronista, con lo cual aumentaría visiblemente el aislamiento de la clase obrera.

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