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En un avión de la Fuerza Aérea Argentina arriba finalmente, para profundo alivio de la ansiedad del pueblo, el gral. Lonardi, acompañado por uno de los héroes de la gesta cordobesa, el comodoro Julio César Krause

foto superior: El general Bengoa, actual ministro de Ejército, obligado a pedir su retiro y encarcelado por el presidente depuesto, no dejó en ningún momento de prestar el apoyo de su prestigio a la causa revolucionaria, aun desde la prisión. Antes del arribo de los jefes rebeldes, sirvió como su agente e intérprete ante la Junta Militar. 

foto inferior: El general Urangra, que tuvo importante actuación en los hechos desarrollados en La Plata y Río Santiago, y que desempeña ahora la cartera de Transportes, aparece junto al joven Eduardo Lonardi, hijo del presidente provisional de la Nación, y de un pequeño boy scout que desde temprano esperaba saludar al jefe de la revolución.


pie de foto: 'El creador del justicialismo, aficionado siempre a las vestimentas detonantes, y su brazo derecho en el amordazamiento de la radio, la prensa y el cinematógrafo, el ex cronista Raúl Alejandro Apold, en una de las infinitas ocasiones en que se le hacía entrega al mandatario derrocado de donaciones "voluntarias"

 

 

¡VIVA LA LIBERTAD!
EL inmenso espectáculo de profundo patriotismo y entusiasmo cívico de que fué escenario, en la luminosa jornada del 23 de septiembre, la capital de la República, el país entero, halló en un grito, coreado desde el alba hasta el apogeo de las estrellas, sin que el toque de queda lograra silenciarlo, la máxima expresión de júbilo: ¡Viva la Libertad!
El emocionante coro de la ciudadanía vibró en la Plaza de Mayo —histórica caja de resonancias de las gestas nacionales—, en todas las calles de la ciudad, en todo el país, que vio florecer en la nueva primavera, en esta primavera de la patria, sentimientos que son esencia vital de la nacionalidad, pero que en los últimos tiempos, los de la noche que quedó atrás, apenas podían ser expresados en tono confidencial, en el círculo íntimo o con rebuscadas palabras que restaban al pensamiento la claridad necesaria para que las ideas resplandecieran y pudieran ser haz de luz conductora a las mejores realizaciones, a hechos afirmados en los principios básicos de la dignidad humana.
Esa antorcha estuvo apagada en el país, en los últimos años, y, al volver a encenderse y rasgar sombras, la vida ha vuelto a parecer más bella. Sacrificios, dolores y lágrimas ha costado el retorno de la luz, pero ahí está la luz, iluminando el reencuentro del país con la senda de su destino, el que le señaló el Padre de la Patria, sembrador de libertades, y hacia el que la encaminaron los próceres de nuestra historia, forjadores de la nacionalidad. Ahí está otra vez la luz de la libertad, y los que habían vivido iluminados por ella, al verla resplandecer de nuevo, lanzaron al aire el grito que habían llevado años y años dentro del espíritu, grito contenido pero no ahogado, pues lo que es esencial del alma nunca muere, que se multiplicó raudamente por el espacio: ¡Viva la Libertad!
Voló el grito, jubilosamente, por el cielo de Buenos Aires, por el de toda la patria, desde el Plata a los Andes y desde los bosques norteños hasta los confines australes, donde el perfil del país se afina, no como el agudo extremo de un cuerno de la abundancia —rechazamos la imagen—, sino como un clarín de la libertad, de la libertad saludada con indescriptible emoción por quienes la reencontraron, y por los que sin conocerla, en los años oscuros, la presentían con maravillosa intuición y clamaron por ella sin someter su adolescencia, su idealista juventud, a ventajas materiales. Prefirieron esperar con el alma limpia el día en que en el coro de patria vibrara con todo su vigor, sin ninguna clase de desfiguraciones, sin falsos acentos, el grito sagrado, y el día llegó: "Libertad, Libertad, Libertad".
Creemos en la Libertad, apasionadamente, con honda devoción, porque sabemos que sus raíces están en el fondo mismo de la historia. Naciones que fueron conquistadoras y materialmente muy grandes vieron derrumbarse su poderío y quedaron reducidas a los límites de su auténtico dominio, el que otorga el verdadero derecho, el que se afirma en la ley, cuando abusaron de la fuerza y quisieron hacer del vasallaje una forma de gobierno. Olvidaron el respeto a la libertad y el respeto a la vida humana y entraron en la decadencia, vencidas por las invisibles fuerzas del espíritu, que al fin siempre se imponen, pues no pueden ser aprisionadas.
El filósofo Apolonio de Tiana fué llevado a la cárcel por orden del despótico emperador Domiciano. Un discípulo a quien se le permitió llegar hasta la mazmorra para visitarlo, al observar las gruesas cadenas que sujetaban los pies del maestro, preguntó, admirado:
—¿Cómo puedes soportar serenamente tanto peso?
—Yo no siento ningún peso —contestó Apolonio—, porque no es mi espíritu el que está encadenado. 
La historia, en todas las manifestaciones de la existencia humana, presenta numerosos y elocuentes capítulos demostrativos de que el espíritu no puede ser encadenado. Libertad y justicia se complementan, son consubstanciales, y no es posible prescindir, para la perfecta armonía social, de ninguno de ambos elementos básicos de la dignidad del hombre. El derecho es una norma y una condición para la vida; norma porque la regula y condición porque sin él la existencia estaría ayuna de ética. La libertad y la dignidad del hombre, aunadas, se encaminan espontáneamente hacia el derecho, como el agua pura y cristalina que baja de la cumbre busca el cauce fecundo del río.
El dolor se graba más profundamente que la alegría y sus enseñanzas son perdurables. No debe derramarse más sangre de hermanos. Las palabras pronunciadas por el general Eduardo A. Lonardi a poco de la terminación de la lucha, en las que recordó el mandato histórico, "Ni vencedores ni vencidos", constituyen un plausible deseo de concordia de ir a la conciliación por el camino de las realizaciones, planeadas en el discurso con que se dirigió a la inmensa multitud congregada en la Plaza de Mayo.
El país ha entrado en una nueva y trascendental etapa. Es necesario prestar todo apoyo para la pacificación de los espíritus. No hacerlo así significaría preferir, insanamente, que continuara entre las cenizas el rescoldo de la hoguera. La auténtica paz no puede ser nunca el conflicto estratificado o adormecido. ¡Basta de odios y rencores!
Es necesario entrar sin recelos en el camino de la comprensión. La solución está, en buena parte, en la intimidad de cada hombre y en los elevados motivos que la inspiren. El hombre, dispuesto a la labor fecunda, a la reconstrucción de la vida nacional, en todos los órdenes en que ha sufrido rudos golpes, debe buscar dentro de sí mismo, en el alma, en el corazón, todo el caudal de puras emociones de que disponga para vitalizar con toda su energía la vida del país. La solución, repetimos, está en gran parte en lo interno de nosotros mismos. Cuando se agrega a las manifestaciones colectivas extemas, a lo expuesto
en programas, ese importante elemento que es el tiempo y se hace intervenir a la fe en las inagotables reservas morales, desaparece la niebla que tantas veces ciega al hombre y el porvenir se aclara. Para esto es necesario, claro está, exponer libremente pero sin violencia las ideas que llevamos dentro, para mostramos como somos en nuestra realidad espiritual, pues en poco se puede emplear tan bien el tiempo como en la exploración del alma nacional.
El camino para la comprensión está trazado en la línea para pensar y para manifestarse. Si sólo se permite oír la voz de un sector; si la prensa, con algunas honrosas excepciones, como sucedía últimamente, vive en un solo tono y no le es posible ejercer la crítica serena y constructiva, todo es monólogo sin rectificadora réplica; no puede existir el aleccionador diálogo que era tan grato a Sócrates. Lección de certero criterio constituyen estas palabras de Rembrandt, dichas a un amigo asombrado de que no le molestaran las críticas: "De la crítica siempre aprendo alguna cosa; los elogios, en cambio, nada me enseñan."
En el país se ha abierto, en medio del encono, después de cruenta lucha, una alentadora esperanza. Esperemos y confiemos. No se pide más que comprensión y buena voluntad en el esfuerzo común en bien del país. En el discurso del jefe provisional de la República está anunciada la libertad de prensa. Esas palabras son, por considerarlas importante documento dentro de nuestra profesión y para la vida del país, las que vamos a transcribir del histórico discurso:
"Los derechos de reunión, asociación y prensa serán restablecidos, en seguida. Nada sería para mí más treste que el espectáculo de una prensa uniformada en la adulación de mi gobierno. Nadie será molestado porque me critique. Muy al contrario, siempre miraré en la crítica, aun en aquella que muestre la violencia de ciertos temperamentos, una garantía de acierto o de rectificación de errores. Pueden tener la seguridad los que sientan vocación de luchar por el bien común desde la prensa periódica que en ningún país del mundo ella gozara de más auténtica libertad."
En la brega por el bien común está VEA Y LEA desde su fundación. Creemos en la libertad porque somos periodistas, y el periodismo sin libertad de expresión no puede cumplir la alta finalidad que le está encomendada de informar objetivamente, con toda veracidad, sin fragmentaciones, a la opinión pública, suministrándole en su auténtico perfil y en su verdadero contenido la reseña y el comentario de los hechos nacionales y mundiales.
Interrogado Clemenceau, cuando dirigía "El Hombre Libre", sobre lo que entendía por periodismo, respondió: "El periodismo es ver, oír y contar; pero hay que saber ver, hay que saber oír y es necesario poder contar". No fué fácil en estos últimos años, sino al contrario resultó difícil, cumplir el deber profesional, el deber del hombre de prensa, que es el derecho a informar y opinar libremente, dentro siempre de la verdad. VEA Y LEA, como bien lo saben nuestros lectores, todos los que han seguido con nosotros la recta trayectoria de la que jamás nos apartamos —aunque no siempre pudiéramos dar a nuestra voz toda la fuerza con que hubiéramos querido expresarnos, en el reclamo de soluciones a los problemas de la vida nacional, pero sin rehuir la responsabilidad de presentarlos, con el enfoque propio de una publicación como la nuestra— puede decir hoy, con íntima satisfacción, que no hubo ninguna clase de desviaciones en su línea de conducta. Nuestro título fué siempre leal, honrada invitación. Sabíamos bien, porque eran fruto de ética profesional, y seguirán siéndolo, que invitamos a ver y a leer páginas de noble contenido, ajustadas a la verdad, a la contextura moral del periodismo, que es firme militancia al servicio de los más altos ideales, mística que no admite claudicaciones.
Tenemos ideas muy claras sobre la función que corresponde a la prensa, y esas ideas nos han iluminado en el firme camino recorrido y continuarán iluminándonos ahora, para poder avanzar con más esperanzas, porque nada pone tanta fe en el alma como la facultad plena de poder exponer los hechos esenciales en la vida de la nación y del mundo, en cuanto puedan tener de interés para la colectividad, y de los que surja una enseñanza.
El periodismo, basado en exactitud, imparcialidad y claridad en exaltar todo lo que de noble y bello tiene la vida, en presentar lo plausible y también lo que no es para que sea rectificado, necesita libertad para poder ver, oír y contar, y es por eso que nosotros en VEA Y LEA, dispuestos a proseguir en la brega, saludamos el advenimiento de una nueva era en el país con el grito con que la ciudadanía pregonó el 23 de septiembre su júbilo, con el grito de la aurora de Mayo y el de las epopeyas de la Independencia, con el grito de todos los soñadores y realizadores de patria libre, con el grito que jamás debe ser condenado a mudez: ¡Viva la Libertad!



LA REVOLUCIÓN EMANCIPADORA NO FUE DE UN HOMBRE, SINO DE UNA CAUSA: LA LIBERTAD
Y llegó la hora 0. Dos lustros hacía que la República esperaba que se detuviera el reloj que iba señalando la hora triste del despotismo. Dos generaciones de argentinos se habían desarrollado sin conocerse a sí mismos, uniformados todos por un régimen que había destruido la individualidad y los derechos del hombre a realizarse. La historia ya hablará de este eclipse. Nos corresponde a nosotros hacerlo sobre el episodio liberador.
Ya estaba en máquinas esta entrega de VEA Y LEA, cuando la patria vibró tocada en su más profunda sensibilidad por los acontecimientos que echaban abajo la estructura totalitaria. Ni espacio ni tiempo técnico para ello, ni razones de actualidad —la crónica de una prensa al fin libre ha sido profusa y emotiva en su información— nos permiten el desarrollo que hubiéramos deseado dedicar a este momento heroico de la política del país. Pero al mismo tiempo sentimos la responsabilidad de nuestro deber periodístico, y, digámoslo también sin ambages, de nuestro derecho ganado a través de una clara conducta, que nos empuja a decir nosotros también nuestra palabra y a expresar sin presiones de ninguna índole los sentimientos que animaron siempre el fervor argentinista, liberal y democrático de estas páginas, de nuestros hombres y de esta casa.
16 DE JUNIO: UNA SERIA FISURA
Un mediodía, al promediar el año, la erguida capital se sintió sacudida por un estrépito inusitado. Un importante sector de la marina de guerra, en acción combinada con unidades de aeronáutica, se había levantado en armas contra el dictador y su sistema opresivo. El pueblo no sabia ni podía saber que ésa era la respuesta de fuerzas libres a la negativa del presidente a aceptar el ultimátum que cuatro horas antes se le había lanzado para que renunciara. Pero el tirano, por el contrario, luego de resguardarse prestamente en los sótanos del Ministerio de Ejército, convocó a Plaza de Mayo a miles de obreros indefensos, que quedaron así expuestos criminalmente a la metralla de los aviones que habían comenzado la acción libertadora. Tampoco resignó la autoridad ni hizo evacuar la Casa de Gobierno ni las oficinas públicas, haciéndose así único culpable de los tristísimos episodios ocurridos ese día.
Desgraciadamente, la poca visibilidad y algunas indecisiones comprometieron el buen éxito de la patriótica empresa, que dejó, empero, un lamentable saldo de centenares de muertos y heridos. Pero esa sangre no fué estéril: manaba abundantemente desde la herida asestada a la corrupción oficialista. Y al mandatario hoy felizmente depuesto y a sus colaboradores les fué ya imposible restañarla.
Cada hogar donde la dignidad, el decoro y los sentimientos nobles que nos son comunes seguían siendo guía de sus moradores se convirtió en un centro activo de resistencia y de conspiración. La tiranía había sido herida en pleno pecho. Un sentido nacional, un llamado ético, urgía a la argentinidad a darle el golpe de gracia.
Y la tarea fué de pronto silenciosa, ya llamativa, siempre heroica. Un niño distribuyendo volantes mimeografiados para asistir a misas vespertinas; un diputado denunciando el peculado desde su banca de sacrificio; una mujer visitando sus amigas para comprometerlas en la resistencia; un concejal blandiendo su palabra acusadora en algún rincón de la patria; un soldado mirando con los ojos humedecidos los pliegues bicolores de la bandera querida; un periodista que se niega al sometimiento; una actitud altiva de un político que conmueve a la ciudadanía con su mensaje maravilloso; marinos, militares y aviadores entrelazando sus esperanzas de un día mejor para la tierra de San Martín; escritores que en la evocación de Echeverría sienten rediviva la genuinidad de la estirpe; civiles anónimos que en la calle caminan con la cabeza en alto, porque se intuyen actores de un destino que se anuncia emancipador y argentinista.
Ya está el clima. Ya está la hora. Ya está el camino.
16 DE SEPTIEMBRE: LA LIBERACIÓN
Córdoba, la docta, había dormido el día 15 su siesta larga. Sabía que al comenzar la nueva jornada iba a ser despertada por un grito jubiloso de liberación. Militares dignos de su uniforme habían levantado en rebeldía a los institutos de aeronáutica que en las afueras de la hermosa ciudad mediterránea se irían a convertir bien pronto en la chispa magnífica de los revolucionarios.
También en Curuzú-Cuatiá los conjurados izaron en el mástil alto su bandera de rebelión.
Al mismo tiempo, la base naval de Puerto Belgrano comenzaba a escribir, para la marina, la página más gloriosa de este episodio que para muchos fué como un sueño de leyenda.
La Patria, así, con mayúscula, estaba en armas para defender sus ideales, sus derechos, su moral.
¿Nombres? ¿Para qué hacerlos? Cada uno, desde el más encumbrado jefe hasta el más humilde soldado o ciudadano, hizo lo suyo. La
República les paga su sacrificio con esta vivencia democrática, pacifica y decente.
Los muertos... Esos sí: los del 16 de Junio y los del 16 y jornadas sucesivas de septiembre ya tienen su monumento en el corazón argentino. No en vano cayeron. La emoción de todos los ha incorporado a este pedazo magnifico de la historia nuestra. La democracia y la libertad los han agregado definitivamente a la hurga lista de quienes dieron su vida por tan nobles causas. 
ACCIÓN DE LA MARINA
Babia Blanca, la "Perla del Sur", a pocos kilómetros de la fuerte base naval Puerto Belgrano, vivió la revolución como actora de inolvidables episodios. Cuando los valientes y decididos oficiales, sincronizados sus relojes —y sus corazones— con los rebeldes de Córdoba y de Curuzú-Cuatiá, movilizaron sus efectivos, la ciudad descansaba. La acción debía de ser rápida y sin hesitaciones: así se procedió, y a las pocas horas, el regimiento 5 de infantería, que se presumía de leal a las autoridades, doblegaba su resistencia y los cuellos voladores, azules y blancos de los marineros, hicieron guardia en los torreones del cuartel. Fueron volados los puentes ferroviarios y carreteros. El bastión se convirtió en inexpugnable. Mientras tanto, al aeropuerto Espora llegaban pesados bombarderos que habían levantado vuelo siendo leales y en la altura misma, tocados por el más puro sentimiento patriótico, se habían convertido en revolucionarios. La batalla estaba dada.
La flota de mar, de maniobras en el mar patagónico, ya había puesto proa hacia aguas bonaerenses. La radio oficialista insistía en que los grandes buques estaban quietos. Quien lo estaba en realidad era su jefe, prisionero de la oficialidad sumada a la hermosa rebeldía.
La armada, la histórica de Guillermo Brown, estaba ya jugando su papel decisivo. No podía esperarse otra cosa de ella. 
ACCIÓN DEL EJERCITO
Apenas Córdoba indicó la hora, Cuyo tomó sus decisiones. Y al mismo tiempo que la confusa y desesperada propaganda de la dictadura quería dar al pueblo la sensación de su victoria, un general del gobierno, luego de arengar a las tropas en San Luis, y pedirles que lo siguieran en camino para el rescate de la capital cordobesa, partió en automóvil. Pero siguió solo. Ningún soldado se movió. Ya estaba esa tropa, formada con gente del pueblo, de pie ante el opresor.
Por su parte, ante el avance de reservas santafesinas adictas a las autoridades, Córdoba se aprestaba a la defensa. Millares de milicianos civiles fueron armados en los lugares públicos de reclutamiento. En la mañana del 19, cerca de 3.000 efectivos no militares, perfectamente equipados, estaban acantonados para defender con su vida la libertad por la cual se jugaban. Más de medio millar de mujeres, en actitud que será ejemplo para el futuro, se inscribieron como enfermeras, para manejar camiones, como elementos de enlace en comunicaciones y también como francotiradoras.
Los revolucionarios, en sólo 72 horas, ya habían dominado la situación. El ultimátum de la flota de mar y de río decidió lo demás. 
ACCIÓN DE LA AERONÁUTICA
En principio, parecía que el gobierno tenía de su parte a te Aeronáutica. Ello implicaba un riesgo cierto para los rebeldes, y así lo entendió también la población, a la cual se le informaba de que poderosas escuadrillas atacaban a los alzados en acción destructora, y que poco a poco, inexorablemente, se iban reduciendo y apagando los "focos insurgentes".
Pero la verdad era otra.
Razones de seguridad para la obtención de los electivos hicieron necesario que los aviadores aparentaran su lealtad a la tiranía. Pero una vez obtenidas las máquinas y sus armamentos, se plegaron a la revolución libertadora en amplia solidaridad con sus camaradas del ejército y la marina.
No hubo más remedio que tomar esa actitud. La corrupción del sistema que había avasallado en la República todos los resortes naturales de la comunidad exigió tan extrema medida. Pero ya en el aire, liberados del lazo, el prejuicio de dignos argonautas ya no sintió resquemor alguno: la nación esperaba de ellos lo que estaban haciendo.
Y una sensación del deber cumplido, de haber dicho también "¡presente!" a la requisitoria patriótica, iluminó la mirada de estos caballeros del aire.
Después fueron muchos los bombardeos a posiciones de las tropas que todavía seguían recibiendo órdenes oficiales, y numerosos los riesgos ante el fuego antiaéreo. Pero ya nada lo detendría. Al levantar vuelo desde los aeródromos del gobierno, ya se habían emancipado de su tutelaje: eran aviadores de la libertad.
HECHOS CONCRETOS: EL BOMBARDEO A MAR DEL PLATA
Luego de que el crucero "9 de Julio", comandado por el mejor artillero de nuestra marina de guerra, el capitán de navío Alberto Marotte, junto a otras unidades menores, bombardeara con precisión matemática zonas estratégicas de las posiciones gubernativas en Mar del Plata, el tirano y sus obsecuentes tuvieron la sensación cabal de que el blanco podría muy bien ser Buenos Aires.
Esa acción bélica fué al comienzo del derrumbe.
La Junta Militar que gobernaba sin haber derrocado a Perón allanó la ruta para el parlamento. Pero el comandante revolucionario se mantenía intransigente: sin el dictador, cualquier tramitación. Se le obligó entonces a renunciar en serio y allí quedó sellada la suerte del oprobioso sistema que había sojuzgado a los argentinos por diez años.
Todo lo demás fué vertiginoso:
La elección del general Eduardo Lonardi como presidente provisional de la República, su apoteótica ascensión al mando en la capital federal y las medidas de gobierno que en seguida dieron a todos la sensación cabal de que una gran esperanza cubre estos momentos de regocijo popular.
LA PATRIA HACIA SUS GRANDES DESTINOS
"La revolución no está hecha para ningún partido político", manifestó el jefe de la revolución libertadora.
"La libertad y la democracia inspiraron esta lucha", afirmó el mismo día el contraalmirante Isaac Rojas, jefe de la escuadra rebelde en operaciones.
Así lo ha entendido la ciudadanía, que no quiere personalizar, sino hacer de este movimiento de rescate de las virtudes argentinas la expresión auténtica que señalará para el futuro el camino sin trabas por donde la patria misma irá, por las sendas de la democracia y las libertades públicas, en demanda de sus altos destinos.



DONDE HAY PRENSA LIBRE NO HAY TIRANOS
"RARA FELICIDAD DE LOS TIEMPOS EN QUE OS ES PERMITIDO SENTIR LO QUE QUERÁIS Y DECIR LO QUE SINTÁIS"
TÁCITO
DOS mayores bienes se aprecian más el día que se los pierde. Vivir sin libertad equivale a no haber vivido. Desde los tiempos más antiguos los hombres derramaron su sangre por conseguir la libertad de los pueblos y la del individuo. Ríos de sangre se han vertido y los mártires de ese sagrado evangelio jalonan la historia de heroicidad y sacrificio. En cada etapa se avanzó algo hacia esa conquista que dignifica a los hombres y a los pueblos. Se abren camino a la eternidad los que lucharon por la libertad de los hombres, en admiración y simpatía, y se eternizan los nombres de los dictadores en la execración y la ignominia.
En los tiempos modernos, la maquinaria fantástica de la mentira se monta con una técnica especial, con cautela y disimulo, empleando los dos vehículos que debieron ser liberadores, la prensa y la radiofonía. Es una inmensa tela de araña que va abarcando todos los órdenes, todas las actividades, hasta que no queda más que una sola voz, una sola potencia. Todo lo demás está copado en la red del estado policial. Se degrada la cultura, se humilla a los mejores, se corrompe a los funcionarios, se llenan las cárceles con los rebeldes y corre la sangre sin que nadie sepa absolutamente nada de lo que ocurre, porque la radio y la prensa independientes están amordazadas. Los comunicados oficiales son los únicos que tienen la palabra.
A distancia de una centuria de la dictadura rosista, la Argentina ha vivido otra crisis, que ahora que hemos salido de ella nos parece una horrible pesadilla. Quizá todos somos culpables en mayor o menor grado del establecimiento de la dictadura que sofocó todas las libertades públicas y corrompió las conciencias o sometió a sangre y cárcel a los mejores espíritus de la República. Quizás todos tenemos nuestra culpa, porque las dictaduras son la resultante de un estado de cosas y nada nace por generación espontánea. Por ello, en este artículo hablaremos de la libertad de prensa, de expresión .y de pensamiento ahora recuperada.
PROCESO DE LA LIBERTAD DE PRENSA
Ya en Egipto se conoció la libertad de prensa, una prensa rudimentaria, manejada por gobernantes, desde luego. Grecia no se distinguió ciertamente por la libertad de prensa. Y caso raro que sólo en Tiberio, en sus primeros tiempos, se expresa algo concreto sobre la materia. Quien después hiciera caso omiso de su pensamiento dijo: "En un Estado libre, la palabra y el pensamiento deben ser libres". En 1644, el poeta inglés Milton dijo con claridad lo que pensaba y lo que quería: "Quien mata a un hombre, destruye un ser viviente, imagen de Dios, pero quien destruye un buen libro, mata a la razón misma, destruye la quintaesencia espiritual de la existencia. Por encima de todas las otras libertades, dadme la de conocer, la de decir y la de discutir libremente, según mi conciencia". Este pensamiento del vidente poeta ciego de "El paraíso perdido" se abrió camino en la conciencia del pueblo inglés y en 1695 se abolió la censura y se proclamó la libertad de prensa.
No obstante, el ejemplo de los ingleses no pasó los límites de Inglaterra. Sólo un siglo después dio sus primeros frutos en América, tierra de la esperanza de los sometidos del viejo mundo. Al darse su Constitución, los Estados Unidos expresaron toda su fe en la libertad y en la democracia, que más que un sistema político es un estilo de vida en la dignidad y el respeto mutuo. En esa Constitución se expresó: "La libertad de prensa es uno de los grandes baluartes de la libertad y jamás podrá ser restringida a no ser por un gobierno despótico". Y previendo cualquier emergencia o contingencia peligrosa afirmaron aquella conquista grabando para siempre: "El Congreso no sancionará ninguna ley prohibiendo o restringiendo la libertad de palabra o de prensa". La Constitución argentina expresa lo mismo "Un sabio error", dijo Sarmiento.
SOLO SE OPONEN A LA LIBERTAD DE PRENSA LOS DÉSPOTAS
Y llegamos ya a honrar la gloriosa tradición que fué siempre timbre de honor de la prensa argentina.
La primera de las libertades conquistadas en 1810 fué la de prensa. Manuel Belgrano, el periodista revolucionario, el creador luego de la bandera, había escrito: "Donde hay libertad de prensa no hay tiranos, y allí donde hay tiranos no hay libertad de prensa". Y el 11 de agosto de 1810, en un editorial de su "Correo", expresa que la libertad de prensa es necesaria "para el mejor gobierno porque los que mandan y mandaren no sólo procurarán mandar bien, sino que aspirarán a la perfección, en lo posible, sabiendo que cualquiera tiene facultades de hablar y de escribir, si prefieren el bien público al suyo, a otro particular... , y si gobernaran bien no tienen que temer que uno u otro ignorante bable o escriba mal de lo que sea bueno, pues prescindiendo de que el gobierno puede y debe tener las mejores plumas para que ilustren y defiendan las buenas providencias, saldrán cien hombres sensatos y confundirán al atrevido ignorante y le quitarán la tentación de ser escritor... Sólo pueden oponerse a la libertad de prensa los que gusten mandar despóticamente y que, aunque se conozca, no se les puede decir; a los que sean tontos, que no conociendo los males del gobierno, no sufren los tormentos de los que lo conocen, y no los pueden remediar por falta de autoridad; o los que muy tímidos, que se asustan con el coco de la libertad, porque es una cosa nueva que hasta ahora no han visto en su fuerza y no están fijos y seguros en los principios que la deben hacer tan amable y tan útil. Sin esta libertad no pensemos haber alcanzado ningún bien después de tanta sangre vertida y de tantos trabajos... ¿Qué podrá prometer una nueva Constitución, sin su mayor y más fuerte apoyo? ¿Quién la conservará en su fuerza sin la opinión pública?" No se conoce el caso de uno solo de los dictadores que han existido que no haya terminado con la libertad de prensa. Para conocer los designios de un gobierno bastaría con eso. Donde hay libertad de prensa no hay dictadores. Donde no hay libertad de prensa, hay dictadores.
En la resolución de la Primera Junta para fundar la "Gazeta de Buenos Ayres", el primer periódico libre de la Argentina y el que inaugura la libertad de prensa en Latinoamérica, se dice claramente: "El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran a aquellas reservas y misterios inventados por el poder para encubrir sus delitos". Y Mariano Moreno, el fundador de esa prensa, argüía así en defensa del derecho de expresión: "Si se oponen dificultades al discurso, vegetará el espíritu como la materia; y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria".
Con razón se puso como acápite en el primer número de la "Gazeta de Buenos Ayres" aquel pensamiento de Tácito: "Rara felicidad de los tiempos en que os es permitido sentir lo que queráis y decir lo que sintáis".
Ese fué el anhelo y la conquista de los hombres de Mayo. Y la Nación fué haciéndose gracias a la prensa libre, a la prensa puesta al servicio del pueblo y no al servicio de los dictadores. Esto fué la prensa argentina hasta que apareció el poder despótico.



LA PRENSA EN LA DICTADURA ROSISTA
Hasta que apareció el dictador que, con todas sus mañas y sus engaños, organizó los medios para la difusión de la mentira, para fanatizar a las masas. Organizó el terror y escribió las tabla; de sangre. La prensa argentina desapareció. Sus mejores hombres, escritores, poetas y periodistas hubieron de emigrar huyendo del puñal de la mazorca. El periodismo que quedó en Buenos Aires fué el de los adulones. Adulonería al dictador, adulonería y miedo a su mujer y adulonería a su hija Manuelita para conseguir los favores del tirano. Y el dictador en la engañifa de negarse rotundamente a ser reelegido para después aceptar "cediendo a la insistencia del pueblo". Una y otra vez esta comedia. Y el periodismo sometido servía sus planes. Cantaba más loas, quemaba más incienso, adulaba cada vez más.
Pedro Feliciano Sáenz de Cavia dirigía el periódico "El Censor Argentino". Se opuso a que se diera a Rosas la suma del poder. Fué asesinado en la noche del mismo día 7 de mayo de 1835 en que publicó el artículo, por los miembros de la Sociedad Restauradora.
¿Quiénes sirven con mayor eficacia a los dictadores? La catadura del hombre que lo hizo para Rosas es pintado por uno de los periodistas del régimen, pero descontento: "El "Gaucho Restaurador". "Desde el domingo próximo saldrá nuevamente. Ha sido calumniado e insultado su editor por el gringo, por el carcamán, por el traidor Pedro de Angelis, por ese hombre vil que en tiempos de Rivadavia fué unitario, amotinado con Lavalle, imparcial en otro tiempo con el señor Viamonte, restaurador con D. Juan Manuel de Rosas, y siempre traidor, siempre alevoso; por ese malvado que justificó el bárbaro asesinato del valiente porteño Maza, por ese hombre que vino cargado a nuestras playas de papeles de música y ahora se cree autorizado para insultar a todos los hijos de esta tierra, a los americanos, a los porteños. Esta es la recompensa que recibimos los hijos del país, éste es el modo como nos insulta ese gringo infante a quien el gobierno no ha vacilado en hacerlo su órgano, ese carcamán tan petulante como cobarde, pues que ha huido antes de ahora de un juicio de imprenta que él había provocado con sus mordaces diatribas contra un respetable ciudadano y empleado público, contra un buen porteño y honrado padre de familia. ¡Traidor! Algún día había de descorrerse el velo a tus iniquidades, algún día los porteños tenían que conocer a ese cocodrilo que tantos males les ha causado. Algún día te había de conocer por lo que eres, yo hablaré: y te arrepentirás de haberme insultado tan pérfida y traidoramente. —Luis Pérez. Imprenta Republicana. Calle Suipacha No. 19".
Esa es la catadura del periodista al servicio del dictador. Mientras tanto, todos nuestros hombres vivieron en el exilio. Echeverría, Alberdi, Mármol, Sarmiento, Mitre, Ascasubi, los Varela, Carlos Tejedor, Félix Frías, Juan María Gutiérrez, Cané. Todos. Lucharon desde Montevideo o desde Chile por recuperar la libertad argentina. Veinte años de ostracismo. Hasta que la República, siguiendo a Urquiza, derrocó al dictador de Buenos Aires. Cuando se definió a favor de los rebeldes la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, el dictador don Juan Manuel de Rosas, que autorizara tantos crímenes, huyó en un barco inglés. Los periodistas que vivieron junto a él, cantándole loas, se eclipsaron. El miedo los mantenía. Mamerto Cuenca, médico y poeta, al caer muerto en Caseros, tenía en el bolsillo del chaleco un soneto contra Rosas. Y estaba al servicio de Rosas. Y éste, como todos los dictadores, no murió en la pelea, sino que vivió muchos años en Londres y cuando leía los edictos del gobierno de Buenos Aires, donde se lo llamaba para juzgarlo, decía: "¿Pues estoy loco para ir a entregarme para que me maten?". Y cuando Sarmiento fué presidente, ¡qué diferencia! Lugones lo escribe: "La prensa tuvo con él crueldades horribles. El presidente, son palabras suyas, "dejó a sus enemigos el derecho de serlo con toda libertad, con más libertad de la que gozan los adversarios en parte alguna: la libertad de abusar de la libertad". Nunca se sintió mandatario para reprimirla; pero sí periodista para contestar. Imposible mostrar de una manera más alta el respeto a la institución".
EL PERIODISMO, BAJO LA DICTADURA DE PERÓN
Perón tenia la experiencia directa del fascismo y del nazismo. Los estudió como métodos, minuciosamente. Se determinó a montar la máquina para la dictadura, pacientemente, conociendo en forma perfecta los medios más eficaces. Era un militar afortunado y conocía mejor que cualquiera la psicología de las masas. A las masas las ilusionó con el ataque contra el capital, y a los oligarcas los calmó haciéndoles ver que era preferible dar algo para ganar más y evitar el comunismo. Para su larga y sabia labor de sojuzgamiento de hombres e instituciones, se valió con artes magistrales del periodismo y la radio. No de golpe, que hubiera sido visible. Poco a poco, gradualmente, con habilidad suma. Y así, por el soborno o por la fuerza, fué apoderándose de los diarios y puso a todas las emisoras a su servicio. Y, como broche de oro de la sujeción, creó, inspirándose en los regímenes totalitarios europeos, una oficina de fiscalización y censura a posteriori de las noticias, que se llamó primero Subsecretaría de Informaciones y Prensa y después Secretaria de Prensa y Difusión, y que hizo depender directamente de su persona. La dictadura que a través de aquel organismo ejerció el mandatario depuesto no ofreció resquicios por los que pudiera filtrarse una sola opinión libre e imparcial. La prensa toda era una sola y monocorde voz, un bloque macizo y uniforme, compuesto en sus partes fundamentales desde las mismas salas de redacción de aquella repartición. Desde allí, por teléfono —cuando no iban personalmente los directores de los órganos periodísticos a recibir órdenes—, se imponían no sólo los textos obligatorios, sino su extensión, su ubicación y los titulares que debían encabezarlos; y se renovaban los nombres de los ciudadanos de la lista negra, jerarcas del régimen a veces, a los cuales no debían nombrar según los caprichos del ex presidente o de su difunta esposa, e inclusive según los odios del más célebre titular de la Secretaria, Raúl A. Apold.
Así sometida y bastardeada, la prensa argentina, con muy pocas y nobles excepciones, se lanzó a una triste puja de adulonería del presidente ahora fugitivo, sus palabras y actos, por un lado; y, por el otro, de crítica implacable y ruin de la actitud de los partidos políticos, de la Iglesia, cuando se atrevió a discrepar con el régimen, y de la masa popular independiente. Por supuesto, tampoco el elogio era inmunidad suficiente para la corte servil, por cuanto los directores de los periódicos oficialistas vivieron años de zozobra continua con el miedo de equivocarse al silenciar o al publicar una noticia o un nombre, generalmente de artistas, intelectuales y políticos; y no pocos tuvieron que pagar con su renuncia y su desplazamiento un error de interpretación.
Las victimas directas, en semejante estado de cosas, fueron los verdaderos periodistas. La casi totalidad de los redactores eran democráticos, francos opositores del régimen; contra los más valientes, el gobierno se cebó despidiéndolos, cerrándoles la posibilidad de hallar ocupación en otras editoriales y encarcelándolos; el resto vivió durante diez años con el nudo en la garganta del salario del miedo.
Las otras victimas fueron los diarios que se atrevieron a salirle al paso al despotismo. "La Vanguardia", cuyo taller fué cerrado por "ruidos molestos al vecindario durante la carga y descarga del papel o al funcionar las rotativas...", y a la que después se le impidió definitivamente salir clausurando sucesivamente todas las imprentas donde sus perseverantes propietarios intentaban componerla; "La Prensa", el diario de los Paz, atacado constantemente y por fin ocupado por la fuerza, confiscado y entregado, con prepotente violación de las normas más elementales del derecho, a la CGT para su explotación comercial y periodística; "La Nación", el viejo matutino , de los Mitre, blanco preferente de los odios de les esbirros oficialistas, extorsionado constantemente y agredido e incendiado más de una vez. 
Con el propósito de reforzar la ofensiva a los diarios e imprentas a la famosa Comisión Bicameral que capitaneaba el diputado Visca y que originariamente fuera constituida para investigar las torturas a los presos políticos. Así cayeron "Nueva Provincia", de Bahía Blanca, clausurada durante años por haber omitido en una edición la leyenda "Año del Libertador General San Martín"; "El Intransigente", de Salta, depredado y confiscado por su irreductible defensa de los principios de la libertad y de la dignidad humana; y muchos otros que eran testimonio de la fe ciudadana en los altos valores morales del hombre. Sobre estas ruinas propicias, la dictadura fundó su imperio de la palabra impresa. Avanzada de ese territorio fué el consorcio oficial de diarios, revistas y talleres conocido por la sigla de ALEA, a la que se adhirieron editoriales adquiridas no confesablemente y periódicos, conquistados por la fuerza. Dueños ya de la noticia, fiscalizados todos los teatros, sobornado el cine nacional y comprados sus noticieros, clausuradas todas las instituciones de cultura o impedidas por la policía de realizar actos so pretexto de "seguridad y orden público", sólo faltaba que se prohibieran los discursos en los cementerios en ocasión de la muerte de algún ciudadano eminente. Y se prohibieron.

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