Peso Fuerte
La gran ilusión

Precipitadamente, Adalbert Krieger Vasena tuvo que concebir un discurso que promete lanzar esta semana; explicaría qué se va a hacer con el peso argentino y para qué va a servir su nueva versión. Es que, pese a un intrincado sistema de seguridad y al voto de silencio formulado por los empleados de la Casa de Moneda, la infidencia se coló por un resquicio y todo el mundo se enteró que la Argentina seguirá un camino que Francia, Chile, Brasil y Bolivia ensayaran con fortuna dispar: la conversión de la moneda en circulación en otra de signo menor y valor mayor.
Algunos ojos atentos, que siguen de cerca el movimiento de la Casa de Moneda, advirtieron que allí se trabajaba más de lo habitual. No era un 'tour de force' por alcanzar el record de producción; además de conseguirlo —hacia fin de junio circulaban 631.630 millones de pesos—, otros devaneos alteraban el orden de la casa: el personal acumulaba horas extras para cumplir con nuevas exigencias. No estaban abocados únicamente a la tarea de borrar ceros de los billetes. La modificación no sólo pretende eso: el paso inicial consiste en preparar el muestrario con los nuevas diseños, para que elija el Banco Central. Y esto puede durar aún dos meses.
Por supuesto, en estos momentos, el Banco vive la agitación de una novia cercana al altar; su primer deseo es responder a las exigencias de la moda: los billetes serían de línea moderna, de formato pequeño, similar al dólar; los valores se diferenciarían por el color y no por las imágenes que lleven impresas. Pero si en su tamaño pesa una influencia foránea, el estampado de paisajes argentinos dará el toque nacional.
Cuando el diseño esté aprobado, habrá que confeccionar la matriz, una labor delicada que puede insumir hasta cuatro meses; si además se comprueba que el papel actual no es conveniente, fabricar la cantidad necesaria para la nueva emisión llevará cerca de un año. En total, los argentinos tendrían que esperar hasta fines de 1969 para gozar otra vez con el acto de pagar 3,50 pesos por ver una buena película. Sin embargo, no todo será alegría entonces: va a ser triste ganar 2.000 pesos por mes en lugar de 200.000, se condolió el abogado Juan Antonio González Calderón (27 años).

A partir de ceros
Para desligarse de esa sensación extraña, de esa dualidad de reacciones —satisfacción al pagar y pena al cobrar— habrá que dejar correr el tiempo: "Cuando se rompen los códigos que sirven para comunicar significados —opina un sociólogo— la gente empieza a no entender nada". El cuadro se agravará porque, seguramente, como aún sucede en Francia, las dos monedas seguirán circulando durante un lapso. Es decir, al pagar un taxi con diez pesos se correrá el desconcertante albur de recibir novecientos de vuelto. No existirá un lenguaje unívoco que permita la comunicación. Al ajustar cuentas habrá que hablar más para salvar la ambigüedad que deviene de la falta de un marco de referencia claro y compartido. Las palabras 'nuevo' y 'viejo' tomarán un valor más trascendental que el de los números impresos en los billetes.
Este desconcierto tiene varios antecedentes en el país. Arnaldo Cunietti Ferrando (32), miembro de la Academia Argentina de Numismática, recuerda que en 1822 la onza de oro valía 17 pesos papel y, por lo tanto, este papel era convertible en aquella medida. Pero el Gobierno tuvo necesidad de pellizcar metálico del Banco y no se preocupó en reembolsarlo; la crisis se acentuó por la guerra con Brasil y, en 1826, no hubo más remedio que declarar oficialmente la inconvertibilidad del billete en oro.
Hacia 1845, la inflación, estimulada por Rosas, había llevado el valor de la onza de oro a 400 pesos. Por eso, la Oficina de Cambio del Banco de la Provincia de Buenos Aires decidió revaluar la moneda en 1867 y volver al patrón de 17 pesos la onza de oro. Durante dieciocho años este peso fuerte convivió por las calles con su desprestigiado antecesor; en aquel tiempo se creó la Caja de Conversión y volvió el período de la inconvertibilidad.
Mientras tanto se fue armando el más espantoso caos y los billetes, emitidos por los distintos Bancos provinciales, se canjeaban como las figuritas que manipulean los niños; la dificultad consistía en que, pocas veces, uno tenía un billete repetido: circulaban 191 clases. La solución llegó con la Ley de Conversión, que en 1897 los unificó mediante un simple sello; este sistema les dio valor nacional y no hubo necesidad de tirar 190 tipos de billetes a la basura.
Ahora hará falta una nueva Ley, según explicó a Primera Plana el doctor Pedro 'Peter' Real, presidente del Banco Central: "El sistema actual se mantiene desde el siglo pasado, pero desde 1935 la moneda grande pasó a manos del Banco Central y los valores de uno y cinco pesos, sin respaldo oro, quedaron a cargo del Gobierno. Hasta que en 1949 se perdió la relación establecida por la Ley entre la tenencia de oro y divisas y la cantidad de billetes en circulación".
La Ley que se dicte ahora tendrá que acordar el nuevo valor real de la moneda. Para Juan Carlos Báez (40), taxista, todo es claro: "Yo desde el 55 me muero de hambre; pero creo que los que van a sufrir con esto son los que se desenvuelven con plata negra. ¡El Fisco les va a caer encima cuando tengan que cambiarla!"
Claro que, como editorializó el Buenos Aires Herald, "tal vez el nuevo peso sea únicamente un acto de fe, evidenciando la creencia de que el nuevo billete ha de invertir la tendencia inflacionista. Todo el mundo así lo espera, pero ésta es materia que proporciona amplio campo para soñar". Evidentemente, la tarea de borrar ceros no será más que una ficción si no está respaldada por una estabilización perdurable. El Gobierno piensa que el uso de la nueva moneda valorizada difundirá el espíritu de ahorro entre el público. Según esta teoría, tomará nuevo furor la fabricación de alcancías. Josefina Artayeta de Viel, estanciera, tiene sus sospechas: "Esto de tachar dos ceros puede prestarse a manipulaciones y que quede uno de los ceros en manos de los comerciantes, como siempre".
Para el Economic Survey, la borratina de ceros que prepara el Gobierno responde a una cuestión práctica y representa un golpe psicológico. Una medida práctica resultó, también la emisión de los billetes de 5.000 y 10.000 pesos, lanzados durante el mandato Arturo Frondizi, pero con efectos psicológicos totalmente opuestos; claro que aquel paso respondió a una realidad de la hora.
No se sabe si el movimiento que se anuncia responderá a la realidad del año próximo; para El Economista, eso tiene que ser una cuestión sine qua non: "No podemos hablar de peso fuerte hasta tanto nuestra divisa nacional no esté definitivamente estabilizada dentro de un mercado del que hayan desaparecido todas las limitaciones hasta ahora existentes". También tendrán que desaparecer —como es natural— algunas mañas.
El doctor Real se muestra prevenido: "Para evitar la consecuencia que puede tener sobre los precios el redondeo, habrá que crear monedas fraccionarias; el boleto de 12 pesos costará 12 centavos y no 15". Esto es lo que le interesa a la mayoría: el poder adquisitivo. La CGT de Azopardo ya piensa que la conversión traerá aparejada una devaluación casi imperceptible, pero devaluación al fin, y "un receso económico para las empresas".
Se plantea otra vez el match entre inflación y estabilidad. En ese sube y baja la Argentina se entretiene desde siempre; al mismo tiempo, entre cambios, devaluaciones y revaluaciones, tiene que gambetear a los falsificadores. Emilio Hansen, en su libro 'La moneda argentina', rememora que Martín Güemes fue uno de los primeros falsificadores del país: adulteró con cobre todas las monedas de plata de su provincia para pagarle a los soldados con más esplendidez.

Las aleaciones peligrosas
Roberto Alemann, que redacta un trabajo sobre la moneda argentina, comenta que el último período de estabilidad que tuvo el signo monetario fue entre 1930 y 1946, cuando el dólar valía entre 3,30 y 3,60 pesos, "pero ya por entonces no existía una política demasiado rigurosa al respecto. Ahora la gente, joven no sabe lo que es vivir sin inflación. Cuando haya una moneda asentada, aprenderá".
¿Dónde se encuentra esa moneda? Por ahora, en la imaginación. Pero también hay planes para conseguir, precisamente, una moneda propiamente dicha, durable. Esa moneda, que acompañará al billete, tendrá que ser igualmente fuerte, resistente al mal trato, ágil como para escurrirse por las ranuras y hacer funcionar teléfonos y máquinas. En este terreno, también hay que elegir el camino acertado: dos tendencias mundiales rigen a estos redondos elementos, que ahora sólo sirven para arrojarlos como proyectiles en espectáculos deportivos.
La línea europea exige que la moneda tenga un alma de acero, para poder utilizar el mecanismo magnético de tragamonedas y teléfonos. En cambio, en los Estados Unidos las casquivanas monedas no tienen alma; una aleación especial les permite poner en marcha tocadiscos o despachar Coca-Cola con garantía: no pueden ser dominadas tan fácilmente por los falsificadores.
A pesar de esta ventaja de la línea norteamericana, la moneda argentina, circularía como antes, tendría el acero interior. La explicación es sencilla: es el sistema que rige actualmente, ya que cambiar la aleación equivaldría a tener que sustituir los sistemas de todos los servicios automáticos, lo que agregaría un costo infinito a los 3.500 millones de pesos que insumirá todo el movimiento renovador, si es que, efectivamente, se van a fabricar nuevos billetes para no caer en el burdo recurso de sellar los que ya circulan. En cuanto a las monedas de menor valor, que en una época fueron de cobre, ahora podrían rodar con una aleación actualísima, reforzada con material plástico.
El primer ancestro argentino de este signo de plástico fue el peso de plata de 8 reales, pergeñado por la Asamblea de 1813, que el año pasado volvió a tener vigencia gracias a la propaganda del Banco Ganadero. Sólo nueve años más tarde nacía el primer billete argentino, mandado a imprimir por Martín Rodríguez. La idea, lanzada por Bernardino Rivadavia, chocaba con un escollo insalvable: la falta de fondos para encargar un dibujo autóctono; esa pobreza impidió a la Primera Junta salir retratada en los billetes. Entonces, los azorados porteños gastaban papeles en los que resplandecían los rostros importados de Washington y Jefferson.
En 1969, los porteños analizarán otros billetes, casi seguramente sin efigies; las lucas no saldrán tan seguido a la calle y no es imposible que se desentierre el que fue popular mote: canario. Pero, como dice el Buenos Aires Herald, puede ser que todo no vaya más allá de un sueño, un benigno sueño de grandeza.
Para que este sueño no se transforme en una pesadilla, cada uno de los soñadores imagina que aparecerá, respaldando la cifra de cada billete, la efigie poderosa de Oscar Ringo Bonavena. Algunos piensan que sólo con ese aval el peso, puede ser, realmente, fuerte. La única contra reside en que una derrota del campeón pesado obligue al Gobierno a reponer los dos ceros a la derecha, 
Los humoristas encontrarán, al menos durante los días en que se mantenga la sorpresa por los nuevos signos, un tema ideal (ver al margen). Los coleccionistas habrán de prepararse para que el futuro cambio quede registrado en sus archivos. Menos contentos han de estar, sin duda, los directorios de los Bancos, los comerciantes, los financistas, enfrentados a la necesidad de desbrozar una selva todavía oscura.

Cotización de Sarmiento
Finalmente, lo único palpable en toda esta urdimbre de billetes y monedas resultó una noticia de la semana pasada: en setiembre se lanzará una nueva moneda de 25 pesos, con el formato dodecagonal de la actual, que mostrará la estampa de Domingo Faustino Sarmiento.
La Casa de Moneda rinde este homenaje a los 80 años de la muerte del prócer, quien así arriba a un lugar que hasta ahora, en la Argentina, sólo había sido accesible para el general José de San Martín: la inconstante superficie de una moneda. Círculos nacionalistas-rosistas, enterados de ese proyecto, ya discutían dos tipos de represalias: embadurnar las piezas con el tradicional alquitrán, o limar la efigie hasta hacerla irreconocible.

Al margen____________________
Jordán de la Cazuela
VOLVER AL PATACÓN
Los analistas miraron fijamente al peso y al dólar. Seguían igual que cuatrocientos días antes.
—No se mueven —dijo al fin el Analista Jefe—, es hora de practicar la pesotomía,
—Entonces comienzo por hacer una demostración —propuso el Analista de Demostraciones—, ¿Qué tengo aquí? Pues una moneda de un peso. Supongamos que la divido en cien partes y me quedo con una sola. ¿Cuánto mide esa parte? Un centavo, pero un centavo con valor de cien. Ahora fíjense: se la regalo al cadete. ¿Soy un rastacuero?
—¡Oh, no; regalar un centavo es regalar con moderación! —apoyaron los demás.
—Muy bien, ¿quien será el primer beneficiado si se divide por cien a nuestro signo monetario? Los pobres.
—Señor, por favor, ¿podría darme una ayudita?
—¡Cómo no, buen hombre; sírvase diez centavos fuertes y tómese un minestrón bien caliente!
—¿Alguien da ahora a los pobres en una sola vez lo suficiente para que se tomen un minestrón? Nadie.
—Además, las billeteras y los portafolios insumirán menos cuero, con lo que habrá más para exportar, tal vez ni sean necesarios. Se volverá a los monederos para hombres.
—También tendrá sus contras; los ladrones de bancos podrán huir más ligero porque no necesitarán llevar bolsones.
—Los taxistas, para cobrar, no tendrán que andar consultando planillitas misteriosas.
—Habrá una gran economía de ceros a la derecha.
—No veo el momento de llegar al Uruguay y decirle al primero que encuentre: déme cien uruguayos, y ahí no más pagarle con catorce pesos nuestros.
—¡Tiene razón, es hora que nos demos el lugar que nos corresponde! Ni siquiera deberíamos dividir por cien sino por mil. Al que tenga mil pesos que sólo le quede uno, pero uno que valga por mil. ¿Imaginan lo que se fastidiarán los norteamericanos cuando por un peso fuerte nos tengan que dar tres dólares?
—¿Tres dólares? Es poco, mejor dividir por diez mil.
—¡Muy bueno, ya me veo en Alemania, saco un solo billete fuerte y le digo al agenciero: —Déme ese Mercedes Benz y cóbrese.
—¿No le entusiasma la idea, licenciado?
—Sí, desde luego, pero pensaba en mí tío el jubilado cuando vaya a cobrar y le paguen uno cuarenta.
—Será un problema puramente psicológico.
—El principal inconveniente lo traerán los vueltos. Verbigracia: voy a comprar el diario con un centavo nuevo que equivaldrá, pongamos, a cien pesos de ahora. ¿Cómo me dan el vuelto?
—Podría ser con fósforos o estampillas. Tal vez puedan rescatarse los viejos cobres apelando al patriotismo de los coleccionistas.
—Otro problema es que nos vamos a quedar con pocos millonarios; yo mismo, contando el auto y el piso, apenas si llegaría a ser un pudiente.
—Cierto, eso hablaría mal de la potencialidad del país, por aquello de "dime cuántos millonarios tienes y te..."
—Está bien, entonces por este año que sólo se divida nuestro dinero por cien, conforme a lo proyectado.
—¿Hablaron con el Ministro?
—Sí, está de acuerdo, pero insiste en aplicar la reforma cuando se estabilicen los precios.
—¿Eso dijo?... Señores, tienen franco; por favor, esta carpeta del peso reforzado guárdenla junto con la de El Chocón.
Copyright Primera Plana, 1968.

9 de Julio de 1968
PRIMERA PLANA

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El sello de 1897 para no tirar a la basura 190 billetes - El Patacón ¿volverá?

Real y Alemann - La onza de 1813

 

 

 

 

 

 

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