Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Misceláneas 1968
Editor Jorge Álvarez

La novela geológica
Fueron sus dos libros de cuentos —sucintos, impecables— los que presentaron a Rodolfo Walsh como un narrador de primera fila. Antes de Los oficios terrestres (1965), sin embargo, 'Operación masacre' (un reportaje deslumbrador sobre los fusilamientos del 10 de junio de 1956) había probado que Walsh podía convertir toda realidad en una novela; este libro nervioso (de 1957), rayado por diálogos cortos y turbulentos relámpagos de terror, prefiguraba, con un adelanto de casi una década, el experimento de Truman Capote en 'A sangre fría'.
Esa fue, tal vez, su primera aproximación a la novela, la empresa de largo aliento que le reclamaron los críticos de 'Un kilo de oro' (1967). Desde hace tres meses, ha puesto fin a todo ensayo y se ha sumergido de lleno en la aventura. "Estoy escribiendo una serie de historias —cuenta Walsh—, seis aproximadamente, con la idea de fundirlas en una novela: y digo la idea y no la certeza porque todo dependerá del material una vez que esté terminado." Trabaja tres horas por día en su casa del centro, al amparo de una Remington antediluviana.
"Hay dos formas de hacerlo —explica— y yo elegí la peor: no dejar la página hasta no considerarla agotada."
Su novela o serie de cuentos no tiene título todavía, pero sí una época que la ciñe: la que va desde 1880 hasta 1968. "Cada historia va a ser tratada con un lenguaje único —informa—, porque la preocupación obsesiva de todo escritor es descubrir el idioma exacto de sus narraciones, como si ésa fuera la única manera posible de hacerlo."
El primero de sus temas recoge una tradición oral que los prácticos y baqueanos del Río de la Plata transmiten de padres a hijos: es la historia de un hombre que, a fines del siglo XIX, consiguió atravesar el río a caballo, durante una bajante prodigiosa. El episodio le parece menos acucioso que el lenguaje elegido para contarlo: una yuxtaposición de silencios que procura remedar el lenguaje de los hombres de campo de 1880.
El tema que sigue está emparentado con las historias de irlandeses que frecuentó en sus dos libros de cuentos: "Irlandeses detrás de un gato" en el primero, "Los oficios terrestres" en 'Un kilo de oro'. El protagonista es un tío de Walsh "a quien no conocí", que partió hacia Dublin durante la guerra del 14, para pelear como "correspondía a su sangre" (esto es, contra los ingleses), pero que cambia de idea en el barco y acaba muriendo en Salónica, El lenguaje y el tratamiento se moverán aquí en los antípodas del relato anterior: la fanfarronería, el jolgorio, el chiste ruidoso son los que deciden el tono de la historia.
Tercer movimiento: el de una carta que Lidia Moussompes, víctima de los despojos agrarios de 1930, escribe a Juan Domingo Perón. Esa leve línea de fuerza está tendida entre el 17 de octubre de 1945 y el 16 de junio de 1955.
La última anécdota prevista por Walsh sucedió ayer, o pasado mañana: brota durante una reunión de escritores revolucionarios fracasados, no tiene final, y su lenguaje es el del caos "porque así hablamos ahora". A través de estos pasos, de estos allegros que de repente desembocan en un adagio, Walsh tratará de encontrar el hilo del que penderán, a la vez, todas las criaturas de su libro. En la base de su plan está el lenguaje, las capas geológicas del habla rioplatense que han ido superponiéndose desde los días de la Organización. Walsh ha empezado a desvivirse porque "mis historias particulares no contradigan la historia general de los argentinos. Leo con avidez los libros de memorias, los tratados, las monografías históricas. Pero no para vislumbrar en ellos incidentes o personajes: todo lo que quiero arrancarles es la atmósfera de la época".
En teoría, Walsh deberá entregar su novela (o serie de cuentos) a principios de marzo de 1969. Es lo que exige su contrato con el editor Jorge Álvarez, "quien me ha comprado al barrer toda mi producción futura": el sueldo que recibe todos los meses (y que "es ahora mi único medio de vida") le recuerda ese pacto, implacablemente.

* * *

POSTERS — El delirio fue contagiado por los norteamericanos y comenzó hace más o menos un año. Desde la semana pasada, la ofensiva argentina de los posters —ese modo arrasador de demostrar pasiones por los ídolos contemporáneos— está a cargo de la editorial Jorge Álvarez. Javier Arroyuelo, Rafael Sánchez López y Pedro Pujol, responsables directos de la versión local, convencieron al aventurero editor de que "la presencia de los posters en la Argentina tiene que ser espontánea y no un producto trasladado", De esa manera, "Se puede, a través de ellos, mistificar y desmitificar los personajes, que como se sabe, cada consumidor carga con diferentes connotaciones".
De la encuesta, surgió que los fervores nacionales se reparten entre ídolos mundiales (Robert Kennedy, Los Beatles, Picasso) y locales (la vedette revisteril Mimí Pons, Aníbal Troilo, Carlos Pairetti o la familia Mafalda en colores). Obviamente, el tema sexo no ha sido descuidado: desnudos de Jane Fonda, Jeanne Moreau en la cama y Marlene Dietrich en 'Kismet'.
La imprenta Mercatali imprimió impecables tiradas de 5 mil afiches por personaje, que hasta ahora suman 21. El manifiesto que pergeñaron los autores de la idea fue: "Pretendemos el surgimiento de una nueva situación cultural que participe de los medios de comunicación de masa y de la fusión con lo que se entiende por alta cultura". El lunes 14, en el café-concert La Calle se consumó la invitación que también demostraba que "el arte es perecedero". Una pera de cerámica hueca que tenía impresa la orden rómpeme contenía la incitación al saqueo de posters. La producción será distribuida en librerías y boutiques. Los precios van desde 480 pesos (74x 110) y 240 (74x55) hasta 120 (55x37).

Primera Plana
22 de octubre de 1968

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Rodolfo Walsh
Rodolfo Walsh

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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