Revista Siete Días Ilustrados
29.12.1974 |
Mientras observaba las caricaturas que le dedicó el dibujante
Roberto "Pistum" Rodríguez, el exitoso cantante porteño deslizó su
deseo de consolidarse como actor de cine, una actividad en la que
incursionó a partir de la década del treinta. Los comienzos, el
lunfardo y las giras
Los porteños que reflotan cotidianamente el culto hacia el buen
tango y sus intérpretes, no pudieron menos que sorprenderse cuando
se enteraron que Edmundo Rivero está dispuesto a asumir una nueva,
inédita faceta de su personalidad. Según se supo en la trastienda de
El Viejo Almacén —un local de Paseo Colón e Independencia donde
todas las noches campean los mejores intérpretes de la música
ciudadana— el veterano cantante está dispuesto a ser actor de cine.
El anuncio, formulado a un redactor de Siete Días, fue adornado como
una auténtica, insospechada primicia: "Yo de esto no hablé nunca
—alertó Rivero—, pero cuando expreso que quiero ser actor no hago
más que reconocer mis orígenes, algo que muchos simpatizantes
ignoran". Es que Rivero, en la década del treinta, iniciaba su
carrera filmando cortos musicales. "Después de eso —historió el
cantor— aparecí en cientos de películas, tantas que ni siquiera me
acuerdo de sus títulos. Fíjese cómo serán las cosas que ayer, sin ir
más lejos, me sorprendí escuchándome en una cinta que pasaban por
televisión: se llamaba Pampa y cielo".
Aunque la entrevista con el chanssonnier estaba motivada en la
aparición de una nueva carpeta del caricaturista catamarqueño
Roberto Candelario Rodríguez —más conocido como Pistum—, el anuncio
mereció desplegar un diálogo cuyos tramos fundamentales se
reproducen a continuación.
NO SE CALLE EL CANTOR
—¿Si te dedicás al cine vas a dejar de Interpretar tangos?
—No, nada de eso. Es que considero que entre un intérprete de tangos
y un actor no existe ninguna diferencia. Cuando yo canto Amablemente
o Sur, por ejemplo, estoy diciendo de una manera especial la letra
que escribió un autor. En ese sentido entiendo que no hay
diferencias entre un actor y un cantante. Yo, cuando interpreto, me
posesiono del tema y lo cuento, cantándolo.
—¿Cómo estudiás las letras?
—A eso iba. Yo aplico este sistema: primero estudio el tema y luego
memorizo la poesía. Finalmente, aprendo la música, que es nada más
que un complemento. A mí me interesa la letra como al actor le puede
interesar el parlamento. Cuando trabajaba con el gordo Troilo, nos
llevábamos a las mil maravillas precisamente por eso, porque él
también entiende el fondo de las cosas. Un poco de todo esto explica
mi éxito.
—¿Cómo sería entonces eso de que querés ser actor?
—Mirá, pibe: yo hace más de treinta años que canto Sur aplicando ese
sistema que te expliqué. Pero esto de querer ser actor viene a
cuento de eso mismo. A veces me pregunto por qué me dediqué a cantar
y no a representar dramas o comedias dramáticas, algo que podría
llegar a hacer. Y la respuesta es siempre la misma. Hace cuarenta
años yo usaba al cine para ser buen cantante. Ahora podría volver
atrás y ponerme a actuar.
—¿Alguien te ofreció algún papel?
—No, no. Nada de eso. Esta es la primera vez que toco el tema con un
periodista, te repito. Y te aseguro que en el ambiente no lo sabe
nadie.
—¿En qué películas trabajaste en tus comienzos?
—Hace muchos años yo era empleado de Argentina Sono Film. Para esa
productora cinematográfica actué en Fortín Alto, El inglés de los
güesos, La importancia de llamarse Ernesto y otros títulos. A veces
tuve oportunidad de hacer papelitos chicos, a los cuales no les
prestaba importancia porque mi meta estaba puesta en otra cosa.
—Respecto al tango, ¿ser actor de cine no le perjudicaría como
cantante?
—¡De ninguna manera! Tené presente que antes que yo hubo otros
cantantes de tango que hicieron cine: Carlos Gardel, Alberto
Castillo. Y sin ir más lejos: mi última película no es tan remota.
Yo trabajé con Isabel Sarli en La diosa impura; allí con ella tuve
un bocadillo muy largo.
CARAS Y CARETAS
Frente a los dibujos de Pistum y ante el autor de sus caricaturas,
Rivero no pudo ocultar cierto alborozado estupor. "Me logró muy
bien, supo sacarle provecho a las letras de mi repertorio y meterme
en ellas, protagonizando actitudes graciosas".
Estrechando en un abrazo al dibujante, sin que nadie se lo
preguntara Rivero memoró algunos datos biográficos: "Yo nací en
Avellaneda, el 8 de junio de 1915. En 1937 me integré como vocalista
a la orquesta típica de los hermanos De Caro. Después —recordó—,
gané sorpresivamente un concurso de cantores organizado por el
locutor Iván Caseros, en Radio Splendid. En esa época hice de todo:
formé dúo con mi hermana Eva en Radio Cultura, actué en el teatro
Casino como intérprete de música española e incursioné en la música
de cámara y en el folklore".
Quizá el mayor mérito de Edmundo Rivero —algo reconocido por más de
un crítico musical— no haya sido el de incorporar la impronta de su
personalidad tanguera a las letras de su repertorio sino el de
haberse convertido en uno de los principales promotores del tango en
el exterior. En 1968 tuvo oportunidad de realizar una extensa gira
por Japón, luego de actuar en Europa y en Estados Unidos. "Hay quien
dice que yo fui uno de los introductores del tango en Oriente", dijo
Rivero sin ocultar el orgullo que eso le provoca.
Pero muy probablemente su mayor satisfacción sea la de haber
extendido el lunfardo porteño en los países de América latina.
"Cuando voy de gira —recordó ER— siempre llevo mis letras en
lunfardo, algo que provoca más de una inquietud entre la muchachada
de los países americanos".
—Cantar en lunfardo en Colombia o Venezuela, por ejemplo, debe ser
equivalente a cantar en un idioma totalmente distinto al castellano,
¿verdad?
—Claro. Recuerdo que cuando di un recital en el aula magna de una
universidad, al final del mismo me vi bombardeado con preguntas
respecto al lunfa. Fue una verdadera clase de lingüística, ya que
alumnos y profesores terminaron haciendo una especie de vocabulario
comparado.
—¿Ese acercamiento al argot porteño a través del tango también se
produce en Buenos Aires?
—Sí. Precisamente aquí se han vendido muchísimos discos por esa
causa. Paralelamente han reverdecido los libros de lunfardo. Y entre
los tangueros jóvenes se ha producido un acercamiento al lunfardo a
través de las letras de muchas canciones.
—¿Cómo te explicás eso?
—Eso escapa a mis posibilidades, para mí es un verdadero misterio.
Pero te aseguro que los sectores sociales que se acercan al lunfardo
tanguero no son arrabaleros sino de clase media o alta. Es que los
orilleros hablan el lunfa como un lenguaje cotidiano.
Sin planes de trabajo para el verano ("será la primera vez en 30
años que me tomaré vacaciones, algo que siempre postergué por
cuestiones de trabajo"), Edmundo Rivero continuó observando
detenidamente las caricaturas que, por primera vez, le mostraba
Pistum.
Asombrado de que el dibujante fuera catamarqueño y lo hubiera
elegido como blanco de su plumín, el cantante quiso indagar el
porqué de esa elección.
"Yo pensaba hacer una carpeta sobre la ciudad y el tango —le explicó
Pistum—, una suerte de fresco de los principales escritores y
letristas de tango. Así, caricaturicé a Sábato, Borges, Troilo y
otros personajes. Pero me detuve en Rivero porque las letras de sus
tangos y su riqueza expresiva constituían una buena materia prima
para el humor gráfico, que no es más que una parábola desde la
realidad enfocada desde otro ángulo".
Contento con esa explicación, Rivero seleccionó un original para
exhibir en su casa. "Esa sí que no la van a ver —dijo, cuando se le
pidió prestada para publicar en Siete Días—; es la que más me gusta
y no quiero que se difunda demasiado".
Un viejo fanático de Rivero. que escuchó eso, oculto en la penumbra
de El Viejo Almacén, ensayó una explicación: "No la quiere mostrar
porque allí lo hicieron muy lindo —dijo— mucho más lindo que él".
Roberto Vacca
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Edmundo Rivero y Roberto Candelario Rodríguez
Rivero según "Pistum" |
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