Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


EL 113
UN EXTRAÑO CLAN
Revista Periscopio
02.06.1970

Una madrugada, el angustiado Carlos Mario Amatray Arces, 23, decorador, poeta y pintor, marcó en su teléfono el número 113, en busca de la hora oficial. "Escuché, entonces, un curioso parloteo que me alertó" cuenta; prestó atención y al rato se halló envuelto en una charla entre una decena de personas que hablaban con nitidez, mientras la voz femenina del automático que controla el Servicio Naval se perfilaba en el fondo; las voces eran más audibles, aún, en el espacio , ocupado por los tics, en el intervalo entre las horas.
El parloteo se producía como consecuencia de que los aparatos con características que van del 86 al 89 se habían ligado; ellos están centralizados en las oficinas de la ÉNTel de Almagro, en Humahuaca 3560.
En ese lugar, Jorge Mónico, 40, uno de los jefes, restó importancia al episodio. "Son cosas que se producen siempre, por ejemplo, por inducción en el alambrado (todo el cablerío) o por inundación de alguna cámara", razonó el técnico, mientras se excusaba porque no podía dar informes debido a que su superior le había negado autorización.
Sin embargo, el portero José Caruso, 45, pareció reaccionar de otra manera: "Che, acá viene un periodista por ese asunto del 113 ... ¿Te acordás que se ligaba?", le dijo a un empleado. Además, O. S., 35, un jefe de reparaciones de la Zona Centro, explicó: "Siempre pasa lo mismo; dicen que no es nada para no reconocer las fallas de la empresa, pero la verdad es que eso se produce por una filtración en una batería, o sea que los generadores de corriente no están en buenas condiciones".

CUERPOS Y ALMAS
Lo cierto es que, casualmente, todos los neófitos que marcaban la hora por la noche se encontraban con la sorpresa de que podían ingresar en una conversación entre desconocidos y discutir cualquier tema, como en una mesa redonda. Entonces, Amatray Arces, luego de hablar cuatro o cinco veces, siempre después de la una, "porque no estaban los guarangos que insultaban", concibió la idea de citar a los protagonistas: se encontraron por primera vez en Las Violetas, en Rivadavia y Medrano, pero sólo concurrieron un estudiante y un ayudante de cámaras del Canal 7.
El segundo encuentro, en cambio, fue un éxito: unas 14 personas (tres mujeres) comenzaron a materializar el proyecto de que se habían hablado por teléfono; el fruto se terminaría bautizando Clan 113. Luego de un tercer cónclave en Las Violetas, el grupo comenzó a frecuentar teatros, conferencias y exposiciones y a organizar fiestas en la casa de alguno de ellos.
Pero la congregación no iba a poder vencer la resistencia de unos cuantos remisos, que entraban en la componenda telefónica, a veces en sesiones hasta las cuatro de la mañana, pero se negaban a identificarse, alegando razones de trabajo; otros aducían que era necesario "seleccionar a la gente, porque la amistad es sagrada". Así opinaba un martillero con oficinas en Pringles y Córdoba, quien hablaba simultáneamente con su prima Beatriz Mora Flores, 33, egresada de Bellas Artes. Otros, en fin, utilizaban la entente del 113 y no querían ir más allá; era el caso de Pablo Fuentes, 35, sereno de un mercado en Córdoba al 2800, que apelaba al seudónimo de Pablo El Hermoso.
Otras razones tenía, quizá, Carlos R., 41, encargado del hotel alojamiento Dallas, en Ecuador al 400, quien procuraba ahondar las amistades forjadas en el 113 consiguiendo el teléfono particular de las mujeres del clan. Una vez, el encargado comunicó la línea a una de sus clientas, Cristina, una rubia platinada que compartía una habitación con un señor que se había quedado dormido; la mujer entró en un debate sobre profilaxis y minifaldas en el que terciaba un doctor B., que se decía médico del Hospital Militar.
Las mujeres, muy desenvueltas cuando entraban en conversación, eran reacias, luego, a frecuentar las reuniones semanales; con todo, Amatray Arces pudo congregar alrededor de siete. Para cubrir las ausencias, Oscar Virgillito, 19, un estudiante de Odontología, esperaba en la esquina de la confitería y se acercaba a las muchachas que pasaban, con la excusa del 113: "Les explicaba la cosa y así logré un montón".
Pero la difusión del sistema llevó a no pocos entuertos. Carlos Adolfo Piñeiro, 17, y Eduardo Mon, 18, compañeros del Nacional, se comunicaron con sus respectivas hermanas en días diferentes: cuando quisieron llegar a un acuerdo se llevaron un chasco, "porque los cuatro éramos conocidos desde hace tiempo".
Claudio Della Bella, 19, fue también protagonista de una curiosa historia: conoció por teléfono a una chica que salió con él y resultó ser la novia de un amigo, cosa que ignoraba. "Un día se lo conté como la gran novedad, el gran gancho, y por poco me mata."

DESPUES DEL FILTRO
Algunos, como Néstor Dana, 19, un estudiante de Psicología y Ciencias Económicas (es también cantante, fue finalista en un festival de Canal 13 e hizo cine con Luis Sandrini), se siente afortunado. "Entré en el 113 como todos, después me gustó y seguí: ahora estoy en línea porque me puse de novio con Susana, que es del clan, y porque este asunto me permite ganar amigos.'''
Hasta hace diez días, cuando los tubos de pronto dejaron de ligarse, había dos tendencias: los mayores, cuarentones, y los muchachos entre 17 y 25. Los primeros eran generalmente trabajadores nocturnos que se distraían y procuraban descargar todos sus problemas existenciales; al fin y al cabo, sin mostrarse, podían ensayar gratis una psicoterapia (las características del 86 al 89 no corresponden a aparatos medidos) ; ingresarían a ese grupo toda clase de individuos: moralistas y homosexuales; jamás asistieron a una reunión porque, como aseguró Ángela, una mujer que confesó 45, "yo no puedo estar con mocosos, a los que sobro".
Entre los jóvenes, fluctuaban estudiantes y desocupados, muchachitas fantasiosas y chicos que se divertían. Pero después de un proceso de filtrado el Clan 113 quedó conformado por gente que tiene ganas de hacer cosas, que ha empezado a valorar la amistad y la comunicación; los demás, los que entraban en línea sólo por jorobar, no tienen nada que ver.

 

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