Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Miguel Grinberg según Cascioli


EL ARTE DE EDUCAR
"Creatividad significa mas que ser meramente distinto. Cualquiera puede tocar raro, eso es fácil. Lo difícil es ser tan sencillo como Bach. Hacer complicado lo simple es un lugar común; hacer lo complicado simple, tremendamente simple, eso es creatividad." Charles Mingus
por MIGUEL GRINBERG

Hace varios años, un educador ofreció una saludable imagen sobre el arte de enseñar. Sostuvo que el estudiante, en vez de un recipiente para llenar era una vela para encender. La enseñanza enciclopedista, basa sus operaciones en el primer mecanismo: toma al estudiante como un almacén al que se equipa con infinitos datos estáticos, carradas de cifras pasivas, toneladas de referencias neutras. No enseña a razonar, a discernir, a imaginar, a comparar, a descartar lastres y a procurar nuevos significados. No educa para vivir, educa para la repetición y la imitación.
De este modo, se ahoga la pasión y se procura la sumisión. El acto de dudar se castiga. Los desafíos mentales se suprimen. El cerebro se convierte en una esponja. El alumno jamás llegará a saber tanto como su maestro o profesor, porque con astutos malabarismos el supuesto "formador" disimulará su falta de sabiduría. Es un mero robot que rinde culto a la Enciclopedia, a veces ingenioso, a veces aburrido. No conoce nada más que lo que pudo memorizar. Enseña a vivir de memoria. Que es un modo de no existir.
Cuando el estudiante se aburre no es porque tiene incapacidad para atender. No atiende porque la altura del monte Everest o los tributarios meridionales del Amazonas no responden a su hambre de conocimiento. El enciclopedismo positivista asesina la capacidad de preguntar. Al niño se le enseña a escuchar y a abandonar los "¿por qué?". Como apuntó Jeffrey: "La lógica propiamente dicha, es decir, desligada de la experiencia, nada puede decirnos acerca del mundo.".
Cuando se deja de lado el enciclopedismo, y se trae el mundo y la vida al aula; el estudiante abre los ojos, se despierta. "¡Al fin algo que tiene que ver conmigo!" Pero eso ocurre muy poco, y
no en todos lados. La maestra de mis hijos, que no es ninguna tonta, en una reunión de padres para tratar cuestiones del aprendizaje general, comentó —entre otras cosas— que por disposición del Consejo Escolar ellos tienen prohibido tratar en clase el tema sexual. Que, por ejemplo, ellos no pueden enseñarles a los chicos cómo nacen sus hermanitos... La maestra no puede ser culpada. El problema está más arriba.
Recientemente, un estudio oficial confesó que en la Argentina los chicos de los dos últimos grados de la primaria y los tres años iniciales de la secundaria no tienen el hábito de la lectura. El 68 por ciento de esos chicos no lee. De alguna manera aprenden a leer y escribir, pero nada les estimula a practicar lo que han "aprendido". Serán buenos analfabetos ilustrados, consumidores pasivos de pavadas televisadas, historietas macabras, y apoteosis deportivas. Serán siempre espectadores, jamás protagonistas.
Pero estamos a dos décadas del año 2.000 y se supone que entre los chicos de ahora están los líderes del siglo XXI. ¿Qué líderes? ¿Qué siglo?
De mis años de secundario no recuerdo nada. Y cuando me esfuerzo, evoco formaciones en el patio del Nacional Manuel Belgrano, escuchando por los parlantes un partido de Independiente en Inglaterra (creo que ganó) y la pelea en Japón de Pascualito Pérez con Yoshio Yirai (o algo así, a quien venció, claro). A veces, todavía, me escucho recitando de memoria versos enteros del Mío Cid o de La Vida es Sueño. Esos eran los "deberes" en la clase de literatura. Pero en los recreos, clandestinamente, leíamos (los inadaptados, por supuesto) la revista Cinemisterio, alguna novela de Roberto Arlt o los libros de Mickey Spillane, donde Mike Hammer siempre describía con lujo de detalles alguna desnudez femenina.
Los años han pasado, el embotamiento continúa. Podría esperarse el uso inteligente de los medios aportados por la tecnología, para convertir a la educación en un trabajo de equipo, donde en vez de "enseñar" el maestro ayuda al alumno para que aprenda. Donde lo complicado se vuelve sencillo a fuerza de lucidez y confluencia. Pero no, seguimos preparándonos todo el tiempo para el pasado, no para el futuro.
Sin embargo, la educación "planetaria" (por ponerle un nombre a la que no acata el encajonamiento
enciclopedista), ha estado desarrollándose ampliamente durante las últimas dos décadas. Y desde conocidísimos especialistas en medios de comunicación social como el canadiense Marshall McLuhan, hasta desconocidísimos maestros sudamericanos como el brasileño Lauro de Oliveira Lima, han contribuido obstinadamente a la creación de puntos de referencia iluminadores en este terreno, donde se toma a la educación como un proceso de comunicación, no de monólogo autoritario. Donde lo difícil se vuelve sencillo. Donde la creatividad es labor común.
Oliveira Lima sostiene qué el profesor actual ya no es un informador, que el alumno obtiene la información a través de la radio, la televisión, el cine, las revistas, los libros (si los lee), los afiches. Y afirma que la observada disminución del cociente intelectual de los niños es consecuencia del desuso de las funciones hipotético - deductivas e inductivas de la inteligencia abstracta, por culpa de los procesos escolares. Y concluye: "Cuanto más eficiente es el profesor, más débiles produce".
Formular hipótesis (elucubrar), hacer deducciones propias, penetrar en el universo de la mente individual y emprender millones de travesías, que, en una segunda etapa pueden magnificarse con el uso del computador, he allí la realidad. ¿Para qué flagelarse sacando una raíz cuadrada si basta para ello apretar el botón de la calculadora electrónica? ¿No sería mejor usar ese tiempo y esa energía en aprender a poner en marcha la mente, o mejor dicho, en desbloquearla?
Hace una década, el profesor Antonio Salonia anotó: "El conocimiento se acumula con mayor velocidad y volumen de la que puede impartir la escuela a través de los medios tradicionales. El profesor aparece, en consecuencia, como un trasmisor de conocimientos obsoletos, o por lo menos, anticuados. En particular, el importante sector de las ciencias se expresa escolarmente como un conjunto de realidades y leyes inactuales, en constante atraso respecto a nuevas realidades y nuevas leyes que se conquistan en ámbito extra-escolar. Esta situación obliga a crear un nuevo criterio respecto al verdadero propósito de la educación. La función de la escuela es la de guiar y ayudar al alumno para que descubra lo esencial de las diversas disciplinas y aprehender los principios y métodos que lo habiliten para ampliar por su cuenta los conocimientos. La educación se convierte así en un proceso de aprender para aprender. El cambio consiste en producir una persona educable, para que pueda permanentemente adaptarse —durante toda su vida— a la transformación incesante."
Los próximos veinte años serán cruciales para el desarrollo de la Humanidad. Los adultos tendrán que volver a la escuela porque ni ayer ni hoy se les ha capacitado para asumir cambios cruciales. Infinidad de especializaciones profesionales quedarán caducas de un día para otro. El arte pedagógico tendrá en este terreno un rol protagónico, apuntado a la formación de personalidades plenas y autónomas.
Tiempo atrás, fui testigo de una singular experiencia educativa. Por mecanismos que desconozco, un colegio obtuvo un equipo de video y allí un grupo de alumnos asumió la responsabilidad de "producir" un programa televisivo de Educación para la Salud. El público estaría compuesto por padres y profesores cuando el programa se terminara. Y convertidos en periodistas, los chicos salieron con su "máquina de mirar" a entrevistar gente, a investigar al tema, a documentar problemas y a requerir soluciones. Al fin del día se reunían para analizar el material recogido, lo discriminaban, descartaban la chatarra y a partir de los logros encaminaban la tarea de la jornada siguiente. Creo que algo apareció en el camino de esta experiencia, pues quedó en el camino. ¿Presupuesto? ¿Sabotaje? No sé. Pero pienso que cada escuela tendría que tener actualmente un equipo de video-cassette. Y no sólo para producir cosas serias, sino también para jugar y correr
por los aires con mucho donaire.
McLuhan dijo hace algunos años que "las escuelas gastan, cada vez más, múltiples energías, preparando a los alumnos para un mundo que ya no existe". A lo cual acotó el siempre agudo Oliveira Lima: "¡Una disciplina que hoy preparara al alumno para al vida... sería la ciencia-ficción!"
La gimnasia repetitiva y fijatoria de los procesos educativos anulan la flexibilidad imaginativa y obstruyen los conductos naturales de asimilación de los conocimientos. "Lo que agrada, enseña de modo mucho más efectivo". Esto lo anotó el maestro brasileño en 'Aula sin muros'. Para añadir después que con el incremento del tiempo libre y la implantación de una ineludible educación permanente, toda la especie humana tenderá a lo lúdico, al juego regocijante, remozándose y retornando a la adolescencia.
Adolescencia, etapa de la vida donde todo es posible. Donde Bach es natural y no un producto de Academia. Donde se inventan mundos a cada instante. Donde nada es definitivo y donde todos los horizontes prometen algo. Pero cuando "crecer equivale a renunciar a las ilusiones", algo no anda bien.
El arte de educar va a incluir no solamente las materias tradicionales, sino una infinidad de materias nuevas que se irán mutando con el paso del tiempo. Será un modo de encender esa vela iluminadora de la sencillez, reveladora de los mensajes de lo aparentemente complicado. En definitiva, será una comunión en pos de la diversidad y la originalidad. Una fiesta, no un castigo. Mamá ya no preguntará: ¿Hiciste la tarea? ¿Terminaste los deberes? Nada de eso. Se sentará a tu lado y dirá: Bueno, ¿qué universo vamos a descubrir hoy?
revista Hurra
julio 1980

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