Revista Periscopio
2 de diciembre de 1969 |
La mayoría de los curiosos al salir de la
Exposición Internacional del Confort Humano, clausurada la última
semana, sostenía: "Más que una muestra de la industria argentina,
ésta es una exhibición de la mujer argentina". Por su parte, algunas
abuelas se ruborizaban pensando que "esas minifaldas sólo existían
en el cine". No eran interpretaciones caprichosas: al establecer,
con un simple cálculo aritmético, un promedio de más de dos chicas
por stand —en total, 407— y sumarle casi un centenar de guías, se
encontraban sobre los 1.200 metros cuadrados de la Rural otras
tantas recepcionistas, es decir, a razón de una vistosa muchacha por
metro cuadrado.
Entonces, la pregunta se volvió obvia: ¿Quiénes son?, ¿de dónde
salen?, ¿de quién dependen?, ¿quién es el opulento sheik que acapara
tan prodigioso harem? Una encuesta superficial demostró que un vasto
porcentaje de las azafatas proviene de la alta burguesía; es que,
desde hace dos, años, la profesión —antes considerada sospechosa por
los mismos círculos que hoy la integran— se ha puesto de moda.
Si las baterías masculinas dispararon sin respeto sobre el aluvión
de azafatas, a la salida de la muestra del Confort, también es
cierto que algunas minifaldas ni siquiera tuvieron necesidad de
menearse para excitar la imaginación: adecuados guiños, precisas
sonrisas o chistidos descarados incentivaron la profiláctica
liberación de prejuicios. Más de una chica abandonó su trabajo con
antelación por haber conseguido novio, o fue exonerada por
distribuir con excesiva generosidad su número telefónico. Por si eso
fuera poco, tampoco faltó el ardiente ejecutivo que, sin previo
aviso, deslizó un pellizco atrevido, u otros colegas suyos, más
salaces, que por controlar su inversión les llegaron a tomar las
medidas a las chicas con un rústico repasador.
Aunque parezca contradictorio, no era en la Exposición donde se
apreciaba el boom de las recepcionistas, sino en Afrika; luego del
cierre, ululantes jovencitas corrían a bailar sin siquiera quitarse
los uniformes (por lo menos en la boîte). Parecía inexplicable que,
luego de nueve, doce o quince horas de ruido, las muchachas aún no
quedaran conformes. "Lo que pasa —aclaró la encargada de controlar
el personal de la agencia Help, María Inés Bunge— es que algunas
chicas sólo quieren hacer facha, mirar y que las miren."
Al descubrir que las hijas de varios empresarios atendían los stands
de sus padres (Galileo, Norglass), se podría suponer que el
divertimento pasajero resultó seductor; en cambio, para Susana Kifra
(hija de un militar retirado) y Merced Bargalló (de un notorio
abogado), "apenas es un medio de aumentar en pesos —42.000— los
fondos para nuestros respectivos viajes a los Estados Unidos y
Europa".
Esta avalancha de chicas ha deformado la ley de la oferta y la
demanda: antes, los empresarios sólo buscaban muchachas con buena
presencia; ahora, se les exige idiomas, secundario, determinada
altura o color de cabellos. Esta sofisticación produjo situaciones
absurdas: las guías de la Exposición, casi todas bilingües, al
principio, trabajaban de boleteras o cortadoras de entradas. Sin
embargo, no es la mayor afrenta que sufren: la comparación de
tarifas descubre que ganan tanto como una mucama, alrededor de
doscientos pesos la hora.
Aurelia Biglierco, hija de un diplomático argentino en Centroamérica
durante el Gobierno de Illia, no le interesa mantenerse como
recepcionista: "Mi mayor ambición es ser modelo". Reconoce que hasta
hace unos años, sólo las chicas de clase media triscaban en la
profesión, pero "muchas jóvenes de clase alta ahora quieren
mostrarse y presumir de que trabajan; ellas, al incursionar en esto,
han mejorado el negocio y los planteles".
Claro que la Biglierco tiene experiencia en estos menesteres, y su
historia podría ser la historia del boom: "Hace tres años, cuando
empecé —ahora confiesa 21—, todo era burdo; recorrí muchas agencias
y en casi todas me estafaron. Un ejemplo: trabajé en el stand de CAP
y me pagaron 25 mil pesos; la agencia le había cobrado 70 mil a la
Corporación. Además, casi todas las que manejaban esto eran
irresponsables, y no controlaban a las chicas que, a su vez, no
conocían el metier. Al poco tiempo, con otras dos amigas, quisimos
poner una agencia pero no pudimos subsistir".
Sin embargo, ese intento fallido de la Biglierco no era la regla.
Como consecuencia del jugoso escamoteo de las agencias sobre la
retribución de las recepcionistas, han comenzado a proliferar
pequeñas empresas que funcionan en departamentos. Está a la vista
que con, sólo un fichero, una sonrisa galante y un teléfono,
cualquiera puede convertirse en intermediario entre el cliente y la
azafata.
Como todo crecimiento —se calcula que en el país hay un centenar de
agencias; en la Rural funcionaban 47—, produce desviaciones; en este
caso, algunos aventureros eligieron el camino más fácil para lucrar
con la inocencia de las chicas. Al margen de ciertas intrigas
económicas —ver recuadro—, también pululan las encargadas de ofrecer
párvulas para todo servicio. Hasta en la Exposición del Confort,
según cuentan las interesadas, se pavoneaba una siniestra señora con
minifalda y turbante, obsequiando vacantes en fiestas nocturnas.
LOS 39 ESCALONES
Por supuesto, hay varias categorías de recepcionistas: atienden
stands, congresos, conferencias, exposiciones, cocteles. En esa
compleja y extensa gama de trabajos temporarios se incluyen —con
sueldos diferentes— las degustadoras (que no hablan) o las
promotoras (que hablan demasiado) así como las chicas que sirven de
guías a turistas. "Si se trata de uno solo —informa la Biglierco—,
se acostumbra salir con otra pareja; por ejemplo, el empresario y la
esposa que sirven de anfitriones. Casi siempre, el turista termina
con la misma proposición; sólo hay que explicarles, y lo entienden
bien, que el trabajo no incluye horas extras."
Pero no por eso la profesión se priva de sus escandaletes. Este año,
en junio, se realizó la Exposición Fluvial, que duró un mes,
transcurrida dentro de un barco con rumbo al Paraguay. Se han tejido
infinidad de historias —de chicas desaparecidas y otras que
aparecieron en México o en Punta del Este—, pero aparte de esos
chismes, algunas participantes recuerdan el empecinamiento de uno de
los organizadores, quien encerraba a una muchacha dentro de su
camarote y ésta se le escapaba por la ventana. No le va en zaga la
aventura protagonizada en la Marítima, también este año y en la
Rural, por varias azafatas y conscriptos de la Prefectura. "Al
parecer, según contaron en el baño —cuenta María Rita Cerruti—, se
escondieron de la vigilancia y, luego del cierre, vaciaron el stand
de Robert Brown's y terminaron en el de las lanchas de Pagliettini."
A ella, sin embargo, no le preocupan estas anomalías. Estudiante de
dietética, gana sus pesos para vestirse y sostiene que "una nunca
hace las cosas que no quiere". Mientras se come las uñas, admite que
en su profesión "hay algo de snobismo, pero la mayoría de las chicas
hace esto para proyectarse como modelo".
De acuerdo a esta hipótesis, es fácil verificar este diálogo en
cualquier stand:
—¿Vos sos modelo?
—No.
—¿Cómo no? Yo vi varias veces tu rostro en la televisión.
—Ha de ser otra.
—Te creo a medias; pero de todos modos, no tenés que desperdiciar tu
cara. ¿Por qué no me das tu teléfono y combinamos para hacerte unas
fotos?
"Así, hay invitaciones a granel —susurra María García Elorrio, Una
de las dos socias de Visión —, que por supuesto nunca se convierten
en fotografías. Cuando era recepcionista, un tipo me ofreció la
propaganda de un jabón: primero me quería ver en su casa,
enjabonada, para ver cómo salía." Estos sátiros potenciales son
algunos de los acosos permanentes que sufre este oficio; según
algunos decálogos, "el arte de saber agradar sin provocar", "de reír
con discreción" y "de estar presente sin llamar la atención".
LAS DESHEREDADAS
Claro que no todas las agencias presumen de esta declaración. Entre
ellas ha comenzado una feroz competencia que no admitirá treguas.
Según Alicia de Arriola —junto a Graciela de Perales, las dos de 35
años, dueñas de Work Office— "apenas hay cuatro o cinco sociedades
anónimas, lo que indica que no abunda la seriedad; la aparición de
irresponsables está desquiciando el mercado".
Habla como si estuviera herida en un flanco. Y es cierto. Las
empresas como Work Office han debido contemplar sus precios, han
persistido en fingir una tarifa que no les conviene. "Para nosotras,
esto de las recepcionistas no es un buen negocio", gime. Sucede que
las pequeñas agencias no tienen casi gastos, al revés de las
sociedades anónimas, y se arreglan mejor con menos; inclusive, no
sólo dan mejor paga, sino que hasta son capaces de ofrecer un mejor
servicio al cliente por la dedicación total. No en vano, entonces,
las jerarcas de varias agencias antiguas —Work Office, Letter
Service, Help, entre otras— estrechaban lazos los últimos días para
fijar una unidad de acción que, en última instancia, permita
estrangular a las recién venidas a la profesión.
Estas primeras maniobras, ya difundidas en el ambiente, no
estremecen a las responsables de Visión 3. "Empezamos hace tres
meses —dicen Adriana Breuer Moreno y María Inés— y rompimos todos
los moldes; ganamos la licitación de la Exposición no sólo con
mejores precios, sino con mejores chicas. Nosotros no las
conseguimos por avisos, sino por relaciones. Además, lo más
importante de todo es que pagamos mejor."
Una reacción parecida tuvieron las dueñas de Receptionist, Alicia
Betti, 23, y, María de Bary, 28. Según ellas, éste es el primer año
que trabajan a full —mudan la oficina o el departamento— y "nos
vamos a dedicar exclusivamente a coleccionar azafatas".
Las empresas que contratan a las ascendentes agencias eluden una
serie de responsabilidades: se evitan los descuentos jubilatorios,
la dependencia que podría motivar indemnizaciones, los beneficios
sociales, aguinaldos, vacaciones. Claro que si las grandes compañías
utilizan este método para obviar trámites, la mayoría de las
agencias también los olvida. Según parece, hace unos años algunas
ejecutivas obtuvieron una suerte de permiso de la caja independiente
que inscribe a la recepcionista en esa rama; claro que, anotarse o
pagar son requisitos que casi ninguna muchacha cumple.
La dueña de Work Office pregona que "si la tarifa es de 40, ella le
abona 50 para que la niña cumpla con sus obligaciones". Quizás, esas
reuniones para fijar una unidad de acción también estudien una
salida al caso: las chicas, por su parte, siguen sin encontrarse. En
consecuencia, las despiden en cualquier momento, no gozan de
beneficios y hasta sufren trapisondas por la falta de contratos o
por la firma de ellos, en que tanto originales como copias quedan en
manos de la agencia.
Entretanto, despreocupadas por la opinión de la gente, las
recepcionistas sueñan con deslumhrar a algún productor que las
convierta en estrellitas. Aunque ya no lean Antena o Radiolandia,
hablen dos idiomas y cursen la Universidad, la ambición de las
mujeres parece no haber cambiado mucho.
(Recuadro)
DOS CHICAS EN APUROS
Aguando una de ellas me trató de atorranta, comprendí que no tenía
nada que hablar con esas mujeres. Entonces, al darme vuelta y
regresar al stand, sentí que me tiraban del cabello (en rigor, de un
postizo), casi me caigo de espaldas, mientras ésa (Trinidad de
Valdez) empezó a trompearme." María Teresa Arce, 27, casada, a punto
de llorar, continúa: "Dijo que eso se iba a interpretar como que yo
le pegaba, al tiempo que intentaba darme un rodillazo en el vientre
(está embarazada de cuatro meses); sólo atiné a pellizcarla en el
brazo. La chica de otro stand (Patricia Druil) nos separó; nunca
hubiera podido pegarle. Además, ella también está embarazada".
Por supuesto, estos remedos femeninos de Bonavena —interpretados
hace varios días en la Rural— son sólo una parte de la abundante
chismografía que rodea el doméstico mundo de las recepcionistas. El
desenlace de esa jornada también es sólo parte de un relato más
extraño y jugoso. Apoltronadas en un pequeño departamento,
discutiendo entre sí, retocándose el cabello o la silueta, María
Teresa y Virginia Crespo, 19, soltera, cuentan su curiosa
experiencia.
"A través de una recomendación —-aclara Virginia— accedí a la
agencia Un, Dos, Promociones, en verdad un departamentito. Luego de
una selección, me eligieron para trabajar en el stand de Winco: 60
mil pesos por 24 días de trabajo, con un horario de 15 a 23 horas
los días hábiles, v de 13 a 24, sábados y domingos; además, me
aseguraron los viernes libres."
Sostiene que parece tonta pero no lo es y descubre que "al comenzar,
dos días antes de lo pactado —lo que indica dos días más de
trabajo—, los dueños del stand me explicaron que el horario era otro
(de 15 a 24 horas y los fines de semana de 10 a 1) y que no tendría
ningún día libre. Como supuse que habría un reajuste, no me
preocupé; así pasaron los días esperando que llegaran las dos
mujeres de la agencia con el contrato preparado". María Teresa,
incorporada por un aviso, vivía la misma aventura.
No hubo arreglo: quedó pendiente el contrato y el reajuste. Luego de
varias discusiones, las dueñas de la agencia —la Valdez y Viviana
Fragan— decidieron reemplazarlas.
"Cuando me enteré —explica la plañidera María Teresa— le pedí
consejos a mi tío, que trabajaba en otro stand; él me recomendó
calma y que pidiera el dinero que me correspondía. Eso mismo le
planteamos a las mujeres, pero ellas sólo hablaban de que les
devolviésemos los uniformes. Entonces, para seguir la conversación,
fuimos al bar; antes de llegar, cuando Viviana me insultó, sucedió
el incidente."
Por fin, luego del buñuelesco combate y otros traspiés, las esperaba
una liquidación con una cifra menor a la tácita tarifa que rige el
mercado. Inmutables, María Teresa y Virginia no piensan abandonar la
profesión; ahora, convertidas en mártires y vedettes, varias
agencias las reclaman.
Ir Arriba
|
|
dos chicas en apuro |
|
|
|
|
|
|
Yo quiero ser modelo
Apenas una trancisión |
|
|
|
|