Revista Periscopio
02.06.1970 |
Cuál es su pensamiento frente a los raptos de funcionarios y
diplomáticos?, preguntó el redactor Andrés Ruggeri.
—Lo fundamental es la vida humana. Si existe un camino para
salvarla, esa ruta debe recorrerse, sin fijarse en el "costo" ni
mantener un exceso de celo por defender un mal entendido principio
de autoridad.
La entrevista se publicó en el semanario católico Esquiú: fechada el
31 de mayo, la edición se puso en venta el viernes 29, por la tarde.
La mañana misma, Pedro Eugenio Aramburu —el hombre que había vertido
ese juicio— fue secuestrado, y el país se sumió en una aguda
psicosis, como en los peores momentos de crisis nacional. "¡Hoy es
el día del Ejército!", repetían los alarmistas.
La primera noticia fue trasmitida por un amigo de la familia, el
capitán Aldo Luis Molinari, Subjefe de Policía en tiempos de la
Revolución Libertadora. Lo había llamado la esposa del ex
Presidente, Sara Herrera, Sarita, para contarle que esa mañana, a
las 9.30, dos oficiales en uniforme visitaron su departamento; ella
salió para hacer compras y a su vuelta no lo encontró. Cerca de
mediodía, confesaba su inquietud a Molinari.
Las redacciones de los diarios, de las emisoras de radio y tv,
entraron en convulsión febril. Ya los periodistas se arremolinaban
frente al edificio céntrico donde habitan los Aramburu. Tarde gris,
gente amontonada con paraguas —como un 25 de Mayo— y, para colmo,
Montevideo cortada por reparaciones: los muchachos del Champagñat,
entre Santa Fe y Charcas, curiosos, se negaban a entrar a clase.
El ascensor estaba descompuesto. Si uno lograba sortear la
vigilancia del portero, Roberto Esclavo, debía trepar ocho pisos,
128 escalones con sus respectivos descansos, para alcanzar la puerta
de servicio —metálica, gris— del departamento B: un ignoto señor de
piel cetrina atendía a los recién llegados.
El pasillo de baldosas —atestado de taciturnos personajes— conduce a
una sala en penumbra, un amplio ambiente dividido en dos livings. El
lugar donde, pocas horas antes,, los dos presuntos oficiales del
Ejército se habían presentado al general, está amueblado con dos
sillones de laca negra, tapizados con raso del mismo color y
detalles en blanco. Sobre la chimenea vela un retrato al óleo de
doña Sara y, bajo el ventanal que da a la calle, sobre una mesita,
otro de Aramburu con marco de plata,
junto a una bandeja —también de plata— autografiada por varios
militares extranjeros. Todo muy severo, muy burgués, pero sin lujo.
Un reloj de pared tocó cinco campanadas. El cielo, afuera, estaba
oscuro, pero nadie encendía las lámparas. Había unas treinta
personas, atendidas por una sola mucama, menuda, con delantal rosa,
que servía café.
El relato que ondeaba de labio en labio, obsesivamente, era tan
minucioso como impreciso. La mucama de atuendo rosa abrió la puerta;
la dueña de casa le ordenó que sirviera café a los visitantes.
Estaba también la hija, que no salió de la alcoba. Después, al
enterarse de que Aramburu había partido sin despedirse, las dos se
asombraron.
La mayoría de los presentes eran hombres, casi todos políticos (Theay,
Muniagurria, Busso, Ghioldi, Santander, Lanús, Rawson Paz, Alperín,
González Bergez) : y algunos militares en traje civil (Labayru,
Leguizamón, Nevares). Nadie con carácter oficial: apenas un
comisario visitó la casa para informarse del hecho. Las pocas
señoras comentaban la desaprensión de Aramburu en lo que concierne a
su seguridad:
—Con decirte que el otro día lo pasamos a buscar con mi marido para
un almuerzo y, cuando llegamos con el auto, él se paseaba por la
vereda, solo.
La madre y la hija, 'Saritita', descansaban en sus habitaciones:
sólo entraban unas pocas amigas y la nuera del general, Luz Polledo
—pelo suelto, demacrada, con falda escocesa y medias tres cuartos
negras—; Eugenio, su marido —una versión rejuvenecida del ex
Presidente, adusto, grave—, no habló con nadie. Vestido de oscuro,
con camisa blanca, se dejó ver un momento.
En uno de los corrillos, el beligerante conservador Pablo González
Bergez dialogaba con el almidonado Samuel Alperín. "¿Qué opina de
esto?" "Son todas opiniones subjetivas; nadie sabe nada", replicó el
primero. Después, eufórico: "Es el momento para una decisión
militar; ahora, ya". González Bergez, animador del MAR (Movimiento
de Afirmación Republicana), era en los últimos tiempos el más íntimo
confidente de Aramburu. "Hace cuatro años —añadió— derrocaron un
Gobierno constitucional alegando vacío de poder. ¿Me quieren decir
qué es esto?" En la calle, Rojas fue aplaudido con delirio.
Un grupo imaginaba: "Son peronistas de izquierda, conectados con
dirigentes gremiales que a su vez., están apañados por el Gobierno".
Otros creían ver una venganza personal: hace dos años, el 9 de
junio, Sarita recibió una corona dirigida "a la viuda del general
Aramburu"; hasta hoy, él no conoce la anécdota. Silvano Santander,
como siempre, lo sabía todo: se trataba de un movimiento integrado
por "nazis, Tacuaras, peronistas y maoístas". Alguien se asombró de
que no incluyera al comunismo: "Ellos no, son todos intelectuales".
Ya había prevenido a Aramburu, dos días atrás; pero el general. lo
echó a broma.
Hablaban en voz baja, salvo un señor gordo —"radical, como su cara
Lo indica", distinguía González Bergez—; sin embargo, reinaba una
animación extraña, dadas las circunstancias: un aquelarre de
conspiradores, se diría. El rapto de su jefe los entusiasmaba.
"Aramburu no es canjeable", concluían.
En la boutique Matisse, contigua a la residencia de Aramburu, la
empleada Gloria Querciola, 21 años, fue identificada como el único
testigo del secuestro. Abría la puerta del negocio, esa mañana,
cuando lo vio pasar —con aire preocupado— junto a dos militares de
capote y gorra que lo llevaban del brazo: ellos se reían, sin duda
bromeaban. Los tres llegaron al garaje —a dos puertas de distancia,
donde se les unió un civil que los estaba esperando, y todos
partieron en un Peugeot blanco, conducido por otro civil. El portero
supo decir que también él había visto ese coche, y en el garaje se
averiguó que estuvo allí durante 15 ó 20 minutos. El encargado de un
quiosco, en la esquina, fantaseaba que el general pasó encañonado
con un
revólver; después admitió que no había visto el arma, y por fin que
tampoco vio a nadie.
El secuestro de Aramburu convulsionó al país: de pronto, otros
hechos dispersos —la incesante agitación cordobesa, la última
conferencia de Onganía con los generales, el discurso de Lanusse esa
mañana,, la ruptura sindical, la detención de Julio Cueto Rúa,
recientes expresiones de los partidos políticos— cobraban una
significación precisa, el valor de sendos presagios.
CUANDO CAEN LAS HOJAS
El martes pasado, por orden de la Intendencia, comenzó la poda de
los 100.000 árboles que aún conserva esta mole informe y grisácea,
Buenos Aires; el ramaje tronchado se extendía por las veredas, los
siniestros muñones se alzaron al cielo. Así el otoño perdió
bruscamente su encanto misterioso, ligado al suave balanceo de las
hojas doradas.
Pasaron finalmente los dos meses álgidos —"el pico de nuestras
incomprensiones", como dijera Juan Carlos Onganía a Francisco
Manrique en vísperas de iniciar sus vacaciones en La Angostura—, y
se abría el semestre activo, de junio a noviembre, durante el cual
este país sin ambición trabaja para holgar el resto del año.
Las conmemoraciones de los estudiantes victimados y del histórico
sacudón cordobés no habían sido, en fin de cuentas, todo lo trágico
que podía temerse: la habitual gimnasia revolucionaria de las
Universidades reveló una saludable y novedosa cautela, y las
estructuras sindicales absorbieron con suficiencia los pujos
rebeldes.
Hasta el viernes pasado, los excesos más deplorables fueron el del
piquete de
la Policía Federal que una semana antes vejó inútilmente a 1.500
jóvenes en Córdoba, y la intempestiva reacción del Ministerio del
Interior contra Crónica, que reapareció el miércoles 20 después de
una clausura de tres días. El Gobierno se esfuerza por actuar con la
cabeza fría; sólo que a veces la bolsa de hielo se le cae.
Se consiguió lo que se quería: alertar al resto de la prensa, la
cual se guardó muy bien —salvo La Razón, que no fue sancionada— de
mencionar la versión de la CGT cordobesa sobre un estudiante muerto.
También se había conseguido lo que no se desea: que la gente se
acostumbre a conocer los hechos a través de rumores incontrolables,
generalmente malévolos.
Después de las explicaciones verbales que diera el director del
diario clausurado —según consta en un comunicado del Ministerio del
Interior— se juzgó que habían "desaparecido las causas que han
motivado la clausura". Esta frase no podía sino desatar toda clase
de cavilaciones. Si el enojo oficial era porque Crónica había
mentido, la comprobación de que ningún estudiante murió no eliminaba
las "causas" de la clausura, sino al revés. Por otra parte, si el
muchacho no reaparecía —suponiendo, por ejemplo, que se trataba de
un ardid de los sediciosos— el diario seguía cerrado, sin tener
ninguna culpa.
El estudiante al que se dio por muerto era Manuel Castello (Camato,
escribió por error Crónica). Internado en el Hospital San Roque,
perdió un ojo: el Rector Ghirardi le concedió una beca de 10.000
pesos viejos por mes, hasta el fin de la carrera.
El martes mismo, Interior, después de aludir a "declaraciones y
versiones de
que se han hecho eco algunos órganos periodísticos", dispuso
investigar la actuación de la Policía Federal en los sucesos de mayo
22, con el propósito de "deslindar responsabilidades". No se sabe
quiénes realizarán la investigación.
Lo que sí se sabe es que, en Córdoba, decenas de instituciones
condenaron el procedimiento; lo hicieron, incluso, los Consejos
Académicos de varias Facultades. Es opinión corriente, en esa
ciudad, que los disturbios tendían a eclipsarse, con notorio
desencanto de los grupos activistas, hasta que éstos pudieran
beneficiarse con la exasperación general que provocó el alarde
represivo. Ni así, siquiera: en el paro con mitin del viernes 29,
Córdoba manifestó su sentir sin arriesgar una nueva hecatombe
(página 19).
MADRID LLAMA
Otro contraste del Gobierno fue la suspensión del Congreso
Normalizador de la CGT, que debía inaugurarse el viernes. "Volverán
a suspenderlo cada vez", pronostican ciertos círculos palaciegos que
nunca creyeron realmente en la utilidad de un sindicalismo
oficialista. En su opinión, "el peronismo construye ese engendro
para engañarnos; cuando las papas queman, todos hacen o dejan hacer
la huelga".
El miércoles, cercana la medianoche, la Comisión de los 23 puso fin
a tres días de forcejeos por la repartija de cargos e informó que el
Congreso se celebraría el 2 y 3 de julio. En las dos últimas
semanas, José Alonso y Angel Peralta, "participacionistas" netos,
habían jurado en público que no habría aplazamiento.
Finalmente se esgrimieron tres pretextos: la tardanza electoral de
la Unión Ferroviaria, la imposibilidad de que interviniesen sus
delegados y la vigencia del decreto 969 (reglamentario de la Ley de
Asociaciones Profesionales), que torna vulnerables las decisiones
del Congreso cegetista.
Cesáreo Melgarejo (La Fraternidad) acusó a los "participacionistas"
y a los "dialoguistas" de las 62. Organizaciones de violar el pacto
tripartito, que impone la coincidencia para cualquier actitud. "La
unidad se subalterniza en la disputa de cargos", sentenció. Peralta
se había atrevido a criticar al Gobierno por no derogar el decreto
969, como les prometió; Maximiano Castillo se mostró dócil a la
orden de Perón: recauchutar las 62 Organizaciones: "Necesitamos
treinta días para hacerlo", dijo.
Al parecer, los dos sectores mayoritarios no pudieron reservarse la
parte del león, visto que el otro —el de los "no alineados"— creció
repentinamente; más todavía: fuera de la Comisión, los "no
alineados" cuentan con el apoyo de Metalúrgicos, Personal Civil,
SMATA, Marítimos y quizá Bancarios. Si bien no reclaman para sí el
cetro, descartaron a Rogelio Coria y Alonso, y a Fernando Donaire y
Castillo.
El disenso nutrió otras aspiraciones: Lorenzo Miguel hizo circular
su propósito de quebrar el acuerdo de "participacionistas" y
"dialoguistas"; en realidad, fue un globo de ensayo, porque el
verdadero candidato —metalúrgico— no era él sino el nicoleño José
Rucci, 42, lugarteniente de Vandor hace 15 años. Las 62 consienten
estos manejos, aunque con toda mala intención: "Vamos a
desenmascarar a Lorenzo Miguel, que es un genuino
«participacionista»", tronó un peronista "duro".
En la Unión Ferroviaria, otro "duro" que también podría no serlo,
Lorenzo Pepe (Lista Verde), advertía al Presidente, a la
Administración militar de la empresa y a la Secretaría de Trabajo
que "no se responsabilizaba por las reacciones de los trabajadores
del riel" si el interventor Oscar Ramírez entregase la conducción al
bahiense Narciso Angel (Lista Blanca). Pepe y los suyos se atribuyen
el triunfo y denuncian fraude; amenazaban con llevar sus 62
delegados y pedir el reconocimiento: sería una bomba que haría volar
el Congreso de la CGT. Rubens San Sebastián, prudente, no ha querido
cotejar las actas parciales con las cifras del interventor Ramírez,
un teniente coronel jubilado que invoca su amistad con el Presidente
Onganía.
La verdad se supo la noche del viernes, cuando se esperaban noticias
sobre la suerte de Aramburu: las 62, atentas a la voz de Madrid,
reclamaban 12 de los 20 puestos del Consejo Directivo, dejando el
resto para los "participacionistas" (entre quienes incluyen al grupo
"dialoguista'') y para los "no alineados". Era, sin duda, una
actitud provocativa, inaceptable. Pero nadie podía equivocarse sobre
su sentido: Perón, aun luchando por su sobrevivencia física, decidió
bruscamente golpear al Gobierno, y dejar a la CGT oficialista sin el
mínimo calor que aún irradian las 62 Organizaciones.
ARMAS AL HOMBRO
"Vencer los viejos esquemas y prejuicios que han dividido a nuestra
sociedad en sectores antagónicos." La monocorde voz de Alejandro A.
Lanusse se extendía por el campo de despejo del Colegio Militar:
eran las once de la mañana y el Ejército festejaba sus primeros 160
años. Cada tanto, Juan Carlos Onganía —que llegó en helicóptero—
paseaba su vista impávida sobre la tropa. ¿De qué viejos esquemas
hablaba el Comandante: peronismo y antiperonismo? ¡Quién lo diría!
Grandes intereses —continuaba Lanusse—, internos y externos, se
oponen a la alta empresa. "Se oponen también los empeñados en
implantar un régimen reñido con nuestras tradiciones democráticas."
Los disociadores fracasarán en su tarea de "empeñar a las Fuerzas
Armadas en una represión indiscriminada, que las desprestigie"; pero
el Ejército "no vacilará, como lo hizo siempre en el pasado, en
normalizar las situaciones que se presenten"'.
"La pasión por la libertad —precisaba— seguirá haciendo del Ejército
uno de los defensores más firmes de los derechos ciudadanos y de la
democracia, único régimen compatible con la dignidad del hombre
argentino." Cuando la Banda del Colegio Militar comenzaba a ejecutar
el Himno, un oficial se acercó al Presidente y el Comandante para
informarles el rapto de Aramburu.
Fue la segunda ceremonia castrense de la semana. El día anterior, 48
generales vestidos de paisano fluyeron, en sus coches, hacia la
Quinta de Olivos: tras identificarse ante los Granaderos, se
internaban en la residencia. A las once, un silencio circunspecto
subrayó la entrada de Onganía, quien estrechó la mano de cada uno de
ellos. Los flash de los reporteros gráficos azotaron principalmente
a los generales de división Rubén Sánchez Almeyra (Estado Mayor),
Joaquín A. Aguilar Pinedo (I Cuerpo), Roberto Fonseca (II), Eliodoro
Sánchez Lahoz (III), Angel Ceretti (V), José Rafael Herrera
(Institutos), Jorge E. Cáceres Monié (Gendarmería), Oscar Chescotta
(Fabricaciones), Juan C. De Marchi (EFA).
Lanusse se ubicó al flanco del Presidente, cuya exposición duraría
una hora y media; siguieron otras dos horas de diálogo: los
generales le dirigieron unas 60 preguntas. Es una innovación: el año
pasado, cuando Onganía convocó por primera vez a los generales en
una asamblea similar, su discurso ocupó todo el tiempo. Quienes
interrogaron con mayor frecuencia fueron Sánchez de Bustamante y
López Aufranc: en cambio, el silencio de Sánchez Lahoz sorprendió a
los otros jefes de la guarnición de Córdoba.
La mayoría de los temas eran económicos. La inquietud militar
rondaba asuntos que había abordado José Ma. Dagnino Pastore en su
conferencia del jueves 22 en el Estado Mayor Conjunto. Dijo entonces
el Ministro de Economía que se piensa alentar la creación de grandes
grupos empresarios; hacer una tabla de las actividades en que el
poder de decisión debe ser arrancado a intereses extranjeros; forzar
el cierre de las financieras afiliadas a los Bancos y, en
definitiva, fomentar la inversión en los mercados de valores, para
estimular el ahorro nacional. En la última semana de mayo, estos
anuncios provocaron una pronunciada caída en la Bolsa.
Un almuerzo mantuvo unidos al Presidente y sus camaradas hasta las
16. El próximo miércoles, el mismo proceso se repetiría con los
almirantes, que ya se han reunido entre sí; siete días más tarde,
sería el turno de los brigadieres.
TODOS A UNA
Pero lo más sugestivo es que el secuestro del ex Presidente
coincidió con una inesperada reactivación política. "Esto no da para
más: el Gobierno está muerto; sólo falta que lo sepulten"',
declaraba a Periscopio el dirigente radical Enrique P. Vanoli,
comentando el acto público que su jefe, Ricardo Balbín, se permitió
el lunes 25 de mayo.
Ese día, El Chino intentó hacerse detener, en la esquina de
Corrientes y Uruguay, mientras arengaba a unos 500 radicales
empinado en un cajón de hortalizas. Fue el debut de la campaña de
agitación callejera con que la UCRP amenaza desde su última
Convención, a principios de año. Es que los políticos —radicales o
no— especulaban con la agitación estudiantil programada para
conmemorar el cordobazo, un hecho en que sus desvencijados partidos
no tuvieron nada que ver. El jefe radical pudo regar sobre sus
correligionarios algunas frases altisonantes, antes de ahuecar, para
que la Policía no se viera en la necesidad de emplear la violencia.
La campaña proseguirá con una excursión de Balbín por Mendoza (del 4
al 6), y el viernes 12, en una quinta del Gran Buenos Aires, se
servirá un asado "de los de antes", para celebrar un nuevo plan de
la comisión de asuntos institucionales (integrada, entre otros, por
Marini, Tessio, Contín y García Puente). Pero este repentino
estremecimiento radical desató una andanada de papel contra el
Gobierno: los demoprogresistas —reunidos en Santa Fe— y los
socialdemócratas —en la serrana Balcarce— saltaron también al ruedo
con explosivas declaraciones.
Vicente Solano Lima no quiso ser menos, si bien su conferencia de
prensa, el miércoles 27, abundó en ambigüedades, menos audaz que su
compadre frentista Arturo Frondizi, quien dedicó la última quincena
a visitar sus bases en Santa Fe y Entre Ríos. Entretanto, el general
Cándido López sufría su primer arresto "civil": está detenido —en un
cuartel entrerriano, es verdad— a disposición del Poder Ejecutivo,
Un Juez federal, el jueves 28, se declaró competente, y fijó un
plazo de horas al Ministerio del Interior para que informe sobre las
causas del arresto. Vencido el plazo —y ya venció— el magistrado
podría dejarlo en libertad, provocando un conflicto de poderes.
"¡Esto se está poniendo lindo!", se congratulaba ante un redactor de
Periscopio, uno de sus defensores, el ex Gobernador sanjuanino
Leopoldo Bravo.
Por su parte, el peronismo, antes y después de sabotear el
aniversario del cordobazo, examinó en pequeño comité los problemas
de la sucesión, urgentes ya. Jorge D. Paladino está solo en su
departamento de Tucumán 1600 —el "comando"—: una carta conciliadora
del Viejo a los "dialoguistas" acabó de desgastarlo: la trajo Manuel
Campos —viejo y nuevo Correo del Zar— y ya tomó estado público.
Toda esta nerviosidad de los viejos partidos —entre los cuales es
preciso incluir, desde luego, a los peronistas— tiene alguna
relación, acaso, con los infortunios de Julio Cueto Rúa, un miembro
eminente de la clase política. El líder conservador —que auspiciaba
un provisoriato de Aramburu— salió en libertad condicional (pág.
24).
LAS CINCO HIPOTESIS
El sábado, un sol tibio se levantó sobre el angustioso desvelo de
Sara Herrera y sus hijos, y sobre el estupor colectivo, que ya
repudiaba la jarana del primer momento y tomaba conciencia de que el
país vivía una emergencia grave, densa de incertidumbre.
Cada cual tenía su hipótesis: pudieron clasificarse cinco: 1)
Autosecueslro: Liberales inician un golpe, poniendo en salvo a su
jefe, 2) Provocación nacionalista. Para enfrentar a Gobierno y
Fuerzas Armadas. 3) Venganza del peronismo: Culminaría el 9 de
junio. 4) Rescate: El FAL (que debutó con el Cónsul paraguayo)
exigiría la libertad de sus amigos. 5) Maoísmo, castrismo:
Notificación del advenimiento de una nueva fuerza subversiva.
Las horas transcurrían lentas, pesadas, sin novedades dignas de
crédito, resquebrajando todas las hipótesis a la vez. Esto pasó el
viernes:
13.10 — El Presidente llega a la Casa Rosada en helicóptero, desde
el Colegio Militar, y se encierra con el Ministro Imaz y el jefe de
Policía.
13.52 — Imaz atiende a los periodistas. Informa que ha recibido un
parte policial a las 11; en ningún momento usa la palabra secuestro.
Dialoga:
—¿Cómo se explica que en el estado actual de cosas un ex Presidente
no tenga custodia o vigilancia?
—No estoy muy seguro de que no la haya tenido.
—Pero, ¿está seguro que la tenía?
—La vigilancia fue dispuesta y estamos averiguando si la custodia
estaba o no en ese momento. Puede ser que no haya estado allí en ese
preciso momento. Lo que no es muy explicable es que le hayan
permitido la entrada así no más a dos personas, en momentos en que
el país está viviendo una situación totalmente irregular ... Quizá
lo intimidaron.
—¿Existe alguna orden de detención contra el general Aramburu?
—¡Pero, no! ¡Por favor! No existe ninguna orden de detención, ni por
parte de las autoridades militares ni de las civiles. . .
(Más tarde, Eugenio Aramburu. hijo del ex Presidente, reveló a la
United Press que no había custodia al producirse el rapto; según
Clarín del sábado, falta desde, hace un año.)
"Hemos lanzado toda la Policía y los servicios de información",
anuncia el Ministro del Interior. Es cierto: a partir de la tarde,
un vasto despliegue de efectivos se advierte en la Capital y zonas
de acceso.
15.25 — Un oficial y varios agentes de la Comisaría 17ª montan
guardia en casa de Aramburu, luego de dispersar a una multitud de
curiosos.
16.5 — Cerca de la Facultad de Derecho, la Policía encuentra el
Peugeot 504 blanco, chapa C 232687, que utilizaron los raptores.
Pertenece a Rafael Francisco Ramboldi, quien lo comprara en la
agencia Manrique, de Paseo Colón 494; le fue hurtado el 27 de mayo
de un garaje de Emilio Lamarca 3121. Es un auto nuevo: el
velocímetro sólo marca 60 kilómetros.
16.30 — Crónica titula: "Secuestran a Aramburu". La Razón, que apoyó
la candidatura del teniente general en las elecciones de 1963, se
conformó con designarlo "protagonista de un extraño episodio".
17 — Se informa que actúa el Juez Raúl de los Santos.
18 — El Comando en Jefe del Ejército pone a disposición de la
pesquisa al Servicio de Informaciones del arma (SIE) y la Policía
Militar de Campo de Mayo y Buenos Aires.
18 — Se capta una trasmisión, en la frecuencia de 14.300 kilociclos,
de "la Revolución Libertadora en Operaciones". Insta a "todas las
fuerzas gorilas" a la acción inmediata.
19.45 — Un llamado telefónico crepita en algunas redacciones. Un
supuesto "Comando Cabral - Fuerzas Armadas Peronistas" anuncia que
canjeará a Aramburu por "todos los presos políticos policiales"; el
ultimátum es para las 19.30. Como se observa, el plazo había
vencido.
20 — Eugenio Aramburu y el general (re) Bernardíno Labayru se
entrevistan durante dos horas con Lanusse.
21 — Nuevo llamado telefónico a los diarios: en el baño de hombres
de la confitería de Cabildo 701 habría un mensaje acerca del
secuestro. La Prensa halla una página dactilografiada, que firma un
"Comando Juan José Valle-Montoneros"; se dice allí que Aramburu fue
secuestrado "a los fines de someterlo a juicio revolucionario".
21.20 —Imaz con Onganía.
21.50 —Imaz con los periodistas: "No hay noticias de su paradero".
22.5 — Onganía con los tres Comandantes, el Secretario de la SIDE,
el Jefe de Policía y el Ministro de Defensa.
22.10 — Comunicado de Interior. El Gobierno "condena enérgicamente
episodios de esta naturaleza"; hace saber que "ha impartido las
instrucciones necesarias a los distintos servicios de informaciones
y fuerzas de seguridad", y requiere colaboración a la prensa para
que no se cree "un clima contrario a la necesaria tranquilidad
pública". El texto evita calificar: habla del "acontecimiento
ocurrido en torno a la persona de ..."
22.30 — Un comunicado de la Policía Federal se refiere a "la
desaparición" de Aramburu: no hay "nuevos elementos" para informar.
23.30 — Onganía abandona la Casa Rosada, con destino a Olivos.
23.40 — El Secretario de Difusión conversa con los periodistas: toda
noticia será propalada por esa dependencia. ¿Por qué se elude hablar
de secuestro, en los informes oficiales? "Sólo se trata —según
Premoli— de evitar la reiteración o uso de términos que contribuyan
a crear más alarma en el pueblo".
El sábado, La Nación y La Prensa emplearon el verbo secuestrar;
Crónica y Buenos Aires Herald, raptar. Clarín señalaba: "Preocupa la
suerte de Aramburu". Algo más traían los diarios matutinos: una
versión según la cual se había intentado capturar a Arturo Frondizi;
un desconocido llegó a su casa, titulándose el general Pistarini;
pero no lo encontró.
Veinte mil policías, con el apoyo de helicópteros de la Fuerza
Aérea, buscaban a Aramburu; ningún contacto con los secuestradores.
Hacia el mediodía, los periodistas viajaron hasta la planta de Segba,
en Villa del Parque, guiados por un llamado que prometía datos
acerca del ex Presidente; cuando llegaron, ya estaban los
vigilantes. Con las manos vacías, ellos también.
BERNARDO GUILLEN
Ir Arriba
|
|
González Bergez
Identikit de los raptores
Gloria Querciola
Calle Corrientes: "¡Dale Chino!" |
|
|
|
|
|