Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

El mundo de los solteros en la Argentina
La manía de decir ¡no!

 

Revista Siete Días
03 de enero de 1967

por JOSÉ MARÍA JAUNARENA
Los que dieron el "no". Cómo se divierten los solteros: del billar al baile y del baile al billar. Los famosos. Los desesperados. Cómo casarse. De la tía a la dueña de "boutique". Informe sobre Edipos.


El café: santuario del hombre solo. Allí los porteños esgrimen sus tics: "Yo, invicto" "Solterito y sin apuro"

En todo el país son un millón y medio. 600.000 están entre los 30 y los 40 años. La estadística dice que hay más mujeres que hombres. Pero como los números no discriminan entre venerables octogenarias y adolescentes sinuosas, ni entienden de color de ojos ni de otras particularidades anatómicas, se tiene todo el derecho de pensar lo contrario. Es decir, dudar de la optimista proporción de las 7 mujeres por cada hombre.
Para la estadística, la soltería es un estado civil. Sin embargo, la realidad demuestra que es una manera de ser. Casi siempre explicable. Un equipo de 7 DÍAS se desperdigó por la ciudad para averiguar algo sobre los 350.000 solteros que la habitan. Encuestó a algunos famosos, como Tita Merello y Carlos H. Perette. Patrulló Lavalle, de cine a cine, a la hora del piropo. Frecuentó las confiterías en las que añosas señoritas conjeturaron sobre "las numerosas oportunidades desechadas". Conversó con apuestos faunos motorizados, de esos que ronronean por Santa Fe, de Esmeralda a Callao, y con sus colegas menos pudientes de Corrientes, atragantados de pizza e intenciones amatorias. Penetró en fin en los "Café-billares'', atestados de humo, en los que muchos porteños agitan el cubilete como un antídoto contra la soledad y en las furtivas pensiones "familiares" que albergan a sombríos "caballeros" y señoritas "serias", de boca demasiado pintada. Aquí, las conclusiones.

Cásate y verás
De lunes a viernes, la soltería empieza a la tarde, después de las siete. Antes, no hay diferencia: quedan las ocho o diez horas de trabajo, Y una discriminación apenas perceptible llamada "salario familiar". A partir de esa hora quedan algunas otras, que sumadas a las del sábado y domingo marcan "el tiempo de los solteros".
Una de las primeras comprobaciones realizadas por 7 DÍAS es que hoy casi ningún soltero lamenta su condición. Entre los hombres era previsible, en un país en que
todos se casan pidiendo disculpas. Y dónde la soltería es un motivo de inexplicable orgullo. "A mí no me agarran", "Yo, invicto" o "Solterito y sin apuro" fueron los tics más comunes entre los encuestados varones. Donde sorprende más el cambio es en la mujer. Antes, "se quedaban para vestir santos". Hoy, son muy pocas las que consagran su celibato a tan piadosos menesteres. Existen, claro está, las apacibles tías que en vez de vestir santos visten sobrinos y las que se quedaron solteras "porque dedicaron su vida a cuidar al padre". Pero son las menos y casi todas reclutadas de los 60 para arriba; De los 30 a los 50, el panorama ha cambiado sensiblemente: son muchas las que llenan su tiempo activamente iniciando estudios universitarios (la carrera de "Historia del arte" parece la más concurrida); asisten asimismo a cursos y seminarios sobre los temas más diversos o prueban fortuna en el comercio a través de sutiles "boutiques", jardines de infantes, guarderías o las más populares academias "de corte y confección".
En casi todos los encuestados pudieron advertirse rasgos de lo que los psicólogos llaman "inmadurez afectiva". Las razones que esgrime el sexo masculino para justificar el celibato giran, en la gran mayoría de los casos, en torno de dos constantes: miedo a las responsabilidades y apego a una imagen materna idealizada. "Hoy en día es tan difícil encontrar una chica de su casa", confesó junto al Obelisco un atildado porteño que hacía lo posible por encontrarla, pero con la casa cambiada.
El miedo a darse se racionaliza a través del deseo de "vivir en libertad". Una libertad que en la mayoría de los casos consiste en aburridos hábitos; billar, dados, naipes y el baile de los sábados. Un engominado cliente de "Los 77 billares" advirtió: "Uno viene aquí a perder el tiempo con los muchachos. Si no ¿me quiere decir qué va a hacer? Amable Cousela, propietario del local, dijo a 7 DÍAS: "Estos son todos solteros. Caen siempre a la misma hora, como si fuera el empleo. Menos el sábado y domingo. Bueno, Ud. sabe, ¿no? Son los días de burros. Cuando alguno desaparece, no hay dudas: novia en puerta. Y el fulano no se anima a venir por miedo a la cargada".
Es evidente que para un soltero no hay nada mejor que otro soltero. Cuando un tránsfuga comete la "felonía" de casarse, está irremisiblemente perdido para la cerrada comunidad de los célibes. Ya no interesa nada de su mundo. Es como si se hubiera muerto o transformado en bonzo. Sus nuevos problemas son ajenos a la comunidad. "Fulano se casorió" es, en boca del porteño, una sentencia inapelable. Casi un epitafio.
Por lo general, la mujer racionaliza su soltería a través de razones más piadosas: atención de familiares enfermos (muy frecuentemente el padre, cuya imagen idealizada se mantiene firmemente en solteras adultas). Abundan también las historias catastróficas, cuyos límites con la leyenda resultan imprecisos: el novio de toda la vida que se enfermó o murió, o la que con el ajuar listo, se entera del casamiento de su novio por los diarios. Naturalmente, con otra.
La geografía portería muestra zonas donde hay una mayor densidad de solteros. La Avenida de Mayo, de plaza Lorea a Lima y sus paralelas Yrigoyen y Mitre, Constitución, Once, son ricas en hoteles y pensiones para caballeros y señoritas serias, según rezan sus incorruptibles carteles. Algunos, en garantía de mayor seriedad, acoplan el paradójico adjetivo de "familiar". No hay ninguna familia, pero se evitan equívocos enojosos. "Vea, don —dijo Cándido Ramón Méndez, propietario de una pequeña pensión de Callao —no sé si Ud. es periodista o policía. Pero igual me da. Aquí es toda gente seria. Bueno, Ud. comprenderá —acotó amistoso— como en todos lados hay algunas excepciones..." (Al rato, conocimos una de las "excepciones": Mirtha, una melancólica rubia de Santiago del Estero, que se identificó como "alternadora". Dijo sólo esto: "¿Los hombres? Cuanto más los conozco, menos ganas me dan de casarme"). Desde luego, hay con el matrimonio incompatibilidades de tipo laboral. Es el caso de las azafatas de las compañías de aviación, que tienen el matrimonio expresamente prohibido por contrato. El jefe de personal de Aerolíneas Argentinas, señaló que era una disposición de carácter mundial, ya que las licencias por maternidad resentirían notablemente los servicios. Marcela Celia Santa, una veterana azafata, dijo: "Esto parece contrariar a la naturaleza. Pero no es así. Hay que pensar en los chicos que quedarían sin atención materna, prácticamente desamparados entre vuelo y vuelo".

Sobre héroes y tumbas
"Fíjese: si una mujer se casa a los 70, dicen que es una vieja loca, que debería estar arreglando la tumba. Si se casa un hombre a los 80, es un héroe: el caso de Pablo Casals" —afirmó rotundamente Tita Merello. "¿Por qué no me casé? Quizás por falta de oportunidad. Mejor dicho: una vez la tuve, pero él tenía 20 años menos que yo. No quise hacer el ridículo".
Al vehemente Carlos H. Perette fue difícil hacerlo hablar del asunto. Otros temas lo preocupan. ¿Causas de soltería?: "Los estudios. Me recibí muy joven de abogado. La actuación política, tremendamente absorbente. Después tuve que cuidar de mi madre. La política es una novia muy celosa que no quiere ser compartida".
La encuesta encontró también solteros y solteras desesperados. Un martirologio apenas disimulado que los lleva en solitaria procesión a las agencias matrimoniales. "¿Cómo hago para saber si no es casado?" "¿Quién me asegura la más estricta reserva? ¿Qué pasa si no me gusta?" Estas preguntas —casi metafísicas— bombardean diariamente a Pedro E. Pogodín, director de una de las más antiguas agencias matrimoniales. "Estoy en el oficio desde 1934. A veces, no vienen los interesados sino sus familiares y los inscriben. Existen hoy muchos hogares felices en los cuales uno de los cónyuges nunca sabrá que su matrimonio se realizó por medio de una agencia", dice Pogodín. En la agencia hay de todo: jóvenes tímidos, viejos aterrados por el fantasma de la soledad, mujeres que buscan un "matrimonio de conveniencia" y otros clientes, más sofisticados, que esgrimen originales pretensiones: los hay que los quieren de Leo, de Libra, de Capricornio. Una garantía de tipo zodiacal.
En la actualidad, los solteros desesperados, carcomidos por la incertidumbre, tienen un original recurso: someter sus preocupaciones a la computadora electrónica. El infalible artefacto busca pareja afín, de acuerdo a los datos que se le suministran. Hace poco, en una "boite" se puso en práctica el procedimiento. Las parejas fueron sorprendentes: a los novelistas les tocaron bailarinas, a las actrices, peritos mercantiles y a los ingenieros agrónomos, coristas. Se ignora cómo terminó la cosa, aunque muchos renegaron para siempre de la tecnología: el viejo Cupido hace mejor las cosas.
¿Existe una psicología del soltero? Sin duda. Para el psicoanálisis más ortodoxo, todo soltero tiene sin resolver el complejo de Edipo, es decir, una fijación infantil con el progenitor del sexo opuesto. "Esta fantasía de pareja se mantiene a través de muchos símbolos. Uno de ellos es la ceremonia religiosa, casi igual en todos los ritos: el novio entra del brazo de la madre. La novia, del padre. Allí se hace el cambio de pareja" —dijo la psicóloga Nora Sturm—. "En muchas casos estas fijaciones se favorecen por padres dominantes, que ven en el eventual matrimonio de sus hijos un verdadero despojo. A veces, una traición. Ahí está casi siempre la clave de las gélidas relaciones con los suegros".
Al margen de estos problemas centrales, el soltero desarrolla también una psicología particular: una serie de hábitos que cuando se instalan dan lugar al aumentativo: el soltero pasa a ser solterón. La soltera, solterona. Y un telón casi irremediable se tiende sobre el estado civil. Algunos están contentos. Otros, tristes. Algo parecido ocurre con los casados. Y no conviene extraer conclusiones. "El matrimonio no es toda la felicidad" es el lema predilecto de ese millón y medio de solteros que alberga el país. Los casados responden: "Desde luego. ¿Pero quién quiere toda la felicidad?"

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