Revista Periscopio
30.12.1969 |
"En materia de experimentaciones bioespaciales, Argentina figura en
cuarto término, detrás de los Estados Unidos, la Unión Soviética y
Francia". El comodoro Aldo Zeoli, director del Instituto de
Investigaciones Aeronáuticas y Espaciales de la Fuerza Aérea (IIAE),
lanzó la afirmación el pasado martes 23 en Chamical, a 140
kilómetros de la capital riojana.
Había terminado con éxito el lanzamiento y la recuperación de la
cápsula Amanecer, con un mono a bordo, de la especie caí. El
objetivo principal del proyecto Bio II era devolver con vida al
simio, tras un vuelo cuyo apogeo se
produjo a 70 kilómetros de altura. Mediante instrumentos de
telemetría se hizo una serie de comprobaciones sobre el
funcionamiento del corazón, el ritmo respiratorio y la temperatura
de Juancito, como fue bautizado el pequeño animal de 30 centímetros
de altura y 1 kilo 400 gramos de peso.
Desde que, 18 meses atrás lo capturaron en los montes salteños, el
émulo de la perrita Laika fue sometido a las más exigentes pruebas.
Impasible, soportó ensayos de aceleración en pecho y espalda (la
cápsula alcanzó una velocidad máxima de 4.320 kilómetros por hora),
de choque, vibraciones, calor y rolido. En la madrugada del martes
se le aplicó un paño con éter y dos inyecciones insensibilizadoras.
Cuando lo sujetaron con correas en la ojiva del Canopus II, estaba
completamente dormido. Horas más tarde, atontado, pero moviendo con
vivacidad sus pupilas y miembros, fue hallado a 50 kilómetros de la
plataforma de lanzamiento, cerca del camino al Quicho. Según los
técnicos, su estado fisiológico no presentaba alteraciones graves.
El cohete que impulsó a Juancito fue construido en los talleres que
el IIAE posee en la provincia de Córdoba, donde están en marcha los
estudios para la fabricación de un nuevo modelo con una carga útil
de 400 kilos y un alcance de 400 a 450 kilómetros de altura.
El mismo día que se lanzó la cápsula Amanecer, se realizaron otros
dos experimentos, menos espectaculares pero igualmente importantes
para los especialistas: el lanzamiento de un cohete Rigel, que llegó
a 23 kilómetros sobre el nivel cero, y el de un proyectil de dos
etapas, el Castor, que superó los 60 kilómetros.
Ambos artefactos fueron recuperados y se verificó su comportamiento
a la
salida de la rampa y en la estratosfera, así como los valores de los
coeficientes aerodinámicos. Un equipo de 53 especialistas (37
civiles y 16 militares), bajo la dirección del comodoro Zeoli y seis
ingenieros, tuvo a su cargo el control de las pruebas.
NO TANTA RISA
El rumbo futuro de las investigaciones aeroespaciales argentinas fue
revelado por los asesores del IIAE en una numerosa conferencia de
prensa: "El Castor —explicaron— será el puntal de nuevos ensayos de
mayor envergadura; por sus características, está capacitado para
llegar a 500 kilómetros de altura". Y añadieron: "La primera prueba
de este modelo nos dio la pauta de que sabremos conservar el primer
lugar en la cohetería latinoamericana".
El éxito de la 'Experiencia Navidad' replanteó una polémica abierta
el 1° de
febrero de 1961, cuando —desde una plataforma ubicada en Pampa de
Achala, Córdoba— se efectuó el primer lanzamiento espacial en el
país: la de la utilidad de tales investigaciones en la Argentina. El
tema motivó un despliegue de humor; pero la sucesiva participación
de organismos gubernamentales franceses, de la NASA y de las
Naciones Unidas, rodearon a los expertos locales de las necesarias
garantías de seriedad.
Hoy nadie niega la eficacia de las experiencias meteorológicas, que
permitirán, en breve, predecir el tiempo con quince días de
anticipación en todo el mundo. Se conocen, también, los beneficios
que pueden lograrse en los campos de la medicina, la metalurgia, la
evaluación de los recursos naturales, el control del clima, la
prevención de los desastres naturales, el salvamento de buques y
aviones y las comunicaciones de todo tipo, desde las telefónicas
hasta las de televisión.
Lo cierto es que los técnicos argentinos están desarrollando, con la
colaboración y la asesoría de expertos extranjeros, un complejo
programa de investigaciones, cuya meta a mediano plazo consiste en
realizar experiencias aeroespaciales con satélites, bases, equipo
lanzador y especialistas propios, algo que harta hace pocos años
hubiera sonado a fatua jactancia.
De ahí que, a pesar de los 35 grados centígrados con que la
castigaba el agobiante verano andino, en la tarde del martes 23
reinara en la base de lanzamientos de Chamical un clima de moderado
optimismo. Acostumbrados a esta irrupción del futuro en la
cotidianeidad de un pueblecito con menos de ocho mil habitantes, los
vecinos del lugar se saludaban en las calles, como en los días de
fiesta, pletóricos de orgullo localista. El único que se sintió
defraudado fue José C. Ponella, un mendocino residente en la
localidad de General Gutiérrez, quien, a pesar de su insistencia, no
logró que las autoridades de CELPA aceptaran su insólito
ofrecimiento: reemplazar a Juancito en su vuelo.
Sin duda es un impaciente y, como él, hay muchísimos otros: no se
resignan a tener que esperar varias décadas antes de que un satélite
argentino, tripulado, sea puesto en órbita. Tampoco, que para viajar
a la Luna, Marte y otros planetas de nuestro sistema solar, haya que
sacar, dentro de poco, pasajes en compañías norteamericanas. Tal
vez, cuando Aerolíneas Argentinas inaugure su primer vuelo
interespacial, José C. Ponella sea ya un anciano cuyo organismo no
resista las tremendas velocidades de las poderosas máquinas del año
2000.
20 • PERISCOPIO 15 • 30/XII/69
Ir Arriba
|
|
Cohetes en El Chamical |
|
|
|
|
|
|