En la noche del miércoles 21 los disturbios estudiantiles alcanzaron
perfiles inusitados: Rosario ardía en la batalla callejera más
sangrienta que recuerde el país. A pesar del incremento de sus
muertos y heridos, los revoltosos derrotaron a la policía, obligando
a la intervención del ejército. El inevitable deterioro.
Apoyó los codos en el rectángulo marrón del escritorio y, con las
dos manos fuertemente enlazadas, torturó sus propias huesos hasta
hacerlos crujir, retorció sus dedos húmedos, mojados por los
nervios.
—Vea, yo primero uso agua, después humo, luego gas y finalmente,
bastón. Lo que ocurra después no puedo preverlo, qué quiere que le
diga.
En cambio, sí puede filosofar. Ante un enviado especial de SIETE
DIAS el jefe de policía de Rosario, coronel Raúl Pedro Mones Ruiz,
buceó en la psicología colectiva, reveló una insospechada sagacidad
para descubrir aquel famoso "otro lado de las cosas".
—Estas desgracias tienen su lado positivo. Los agitadores son una
minoría y los estudiantes que se dejaban arrastrar por ellos ya
están reflexionando sobre los riesgos que implica alterar el orden.
Eso dijo, tal vez pensando que la bala descerrajada a quemarropa por
el oficial inspector Agustín Lezcano —ex ordenanza de la boite Franz
y Fritz, hoy desaparecida— sobre la cabeza del alumno Adolfo Ramón
Bello (22 años) había conseguido intimidar al conjunto de los
estudiantes. Pero menos de veinticuatro horas después, en la noche
del miércoles 21, tres mil manifestantes coparon el centro rosarino,
protagonizando una furiosa batalla campal en la que las fuerzas
policiales fueron inapelablemente desbordadas. La reacción de los
derrotados fue matar otro estudiante, Luis Norberto Blanco (15
años), el tercero en el término de seis días, y herir de gravedad
—el jueves su estado era desesperante— a la mucama Lidia Martínez
(21 años), que se había asomado a curiosear a través de la puerta de
la casa de sus patrones; la doméstica sería hija de uno de los
agentes que integraban las falanges represivas.
De esa manera llegaba a su cresta más intolerable la crisis iniciada
menos de una semana antes en la lejana Universidad del Nordeste, la
casa de estudios más pobre del país, en cuyas adyacencias los
uniformados cobraron su primera víctima, el casi médico Juan José
Cabral. Porque, al margen de las consecuencias políticas de los
incidentes, más allá de la quiebra estruendosa de la imagen de paz
social que laboriosamente había forjado el gobierno, la muerte del
tercer estudiante se precipitó en un marco doblemente inquietante:
por primera vez, si fuera verídica la versión oficial, los
manifestantes se habrían defendido a balazos, perforando el hígado
de un policía; y, también por primera vez en casi seis meses, el
rumor de un inminente golpe de Estado hizo añicos la bucólica
serenidad que hasta hace muy poco flotaba en los despachos oficiales
(ver recuadro).
Una prueba de esa alarma fue la intervención directa del Ejército,
que en la madrugada del jueves 22 ocupó los puntos estratégicos de
la ciudad de Rosario —declarada en "estado de emergencia"-— para
suplir la ineficiencia policial y acabar con la terquedad
estudiantil. Cuando la noticia de la movilización militar llegó a
Buenos Aires los observadores no dejaron de anotar dos cosas: que
las fuerzas castrenses desplegadas en la segunda ciudad del país
están al mando del general Roberto Aníbal Fonseca, titular del II
Cuerpo de Ejército, probadamente leal a Onganía; que, al mismo
tiempo, algunas usinas de rumores aseguraban que Alejandro Lanusse,
comandante en jefe del arma, se aprestaba a exigir la destitución de
Mario Fonseca, jefe de la Policía Federal, hermano del anterior y,
como él, puntal incondicional del jefe del Estado.
Así quedaban evidenciadas las dos puntas extremas de la discordia
que complica al gobierno y que la insurgencia estudiantil, más las
sorpresas deparadas hace dos semanas por la conducción económica
(mediante los aumentos en ciertos rubros de primera necesidad),
tomaron a poner al rojo vivo. Tal vez nunca como la semana pasada el
periodismo político fue abrumado con tanta cantidad de rumores, de
versiones contradictorias y a veces descabelladas; pero jamás las
opiniones y las confidencias, incluidas las recogidas en la Casa
Rosada, fueron tan unánimes en endilgarle al gobierno dos motes que
antes nadie se había atrevido a formular: desprestigio, una cierta y
peligrosa debilidad.
Uno de los grupos en que se dividieron los estudiantes, enciende
fogatas para neutralizar los gases
DE DONDE SON LOS RUMORES
Todo comenzó —como en Francia, en las violentas jornadas de mayo del
año pasado— con una disputa casi intrascendente por el aumento de
los precios en el comedor estudiantil de la Universidad del
Nordeste, elevados por el concesionario Guillermo Solaris
Ballesteros —un hacendado de la zona, ex diputado del Partido
Autonomista— de 27 pesos a 172,50 por comida (y no a 57 pesos, como
oficialmente se informó).
A la convicción de que el concesionario obtiene, con ese precio, una
ganancia neta de más de 30.000 pesos diarios, se añadió, para
sublevar el ánimo de los estudiantes, la negativa del rector Carlos
Hiram Walker a recibir siquiera una representación de los alumnos
(concedió, antes de la muerte de Cabral, una audiencia de siete
minutos que los estudiantes no aceptaron). No obstante, fue
necesario que la tropa policial acribillara a Cabral cuando éste
participaba de una manifestación pacífica para que el reguero se
extendiera a todo el país y se sucediera una contradanza de
sangrientas guerras callejeras y sigilosas intrigas palaciegas.
Es que la debilidad atribuida al gobierno reconoce como una de sus
causas fundamentales la adhesión conseguida por los estudiantes, que
abarcó no sólo a las dos CGT y los partidos opositores, sino, en
algunos casos (como los de Corrientes y Rosario), a fuerzas
"sectoriales" de empresarios y profesionales que el Ejecutivo aspira
a absorber mediante el "participacionismo". Este heterogéneo frente
formado en torno de tres cadáveres fue el que, en un primer momento,
apuntaló la ofensiva estudiantil; pero, simultáneamente, la
confluencia de grupos tan dispares fue el primer indicio de que en
la trastienda hervía "algo más" que el mero (propósito de homenajear
a las víctimas.
Fue lo que detectó también el equipo de técnicos que rodea a
Onganía, que el sábado 27 decidió encomendar a uno de sus
integrantes la extraña misión de mecharse en los colectivos, en los
supermercados, en las estaciones ferroviarias, con un grabador de
bolsillo disimulado entre sus ropas; la intención, casi obvia, era
captar la reacción del público ante los aumentos del costo de la
vida y la represión policial contra los estudiantes. El equipo,
entonces, pudo comprobar dos cosas: que la Revolución está a punto
de frustrarse; que sólo podrá sobrevivir sí modifica sustancialmente
su política económica, previo defenestramiento de su .máximo
responsable, Krieger Vasena.
Claro que tales conclusiones —presurosamente elevadas a Onganía— se
tiñeron con el inconfundible color ideológico de sus portadores,
integrantes del trajinado equipo nacionalista del gobierno: despedir
a Krieger es la ambición máxima de este grupo desde el mismo día en
que el ministro asumió el cargo. Pero, en la otra punta del poder,
se registró una ofensiva similar, liderada —según algunos— por el
comandante Alejandro Lanusse, tendiente a destruir al equipo
político y apuntalar a KV.
No extrañó, por eso, que en la mañana del sábado 17 los estudiantes
cordobeses que manifestaban en las calles buscaran refugio en el
local del matutino La Voz del Interior, notorio vocero del
liberalismo mediterráneo, cuyo director, Luis F. Remonda, se negó a
entregar a los jóvenes a la policía. Y que otros diarios de la misma
orientación descargaran editoriales culpando a las fuerzas
represivas por la magnitud alcanzada por los sucesos. En un informe
secreto destinado a sus afiliados, el comunismo tradicional,
regenteado por el codovillismo, se encargó no sólo de ratificar la
existencia de una conspiración liberal sino, inclusive, de insinuar
la adhesión de esa tienda política al presunto golpe: según el
informe, el próximo presidente será Pedro Eugenio Aramburu, y su
ministro del Interior Ricardo Bassi, un radical adscripto al
Movimiento de Defensa del Patrimonio Nacional -M0DEPANA-; esta
agrupación es impulsada por el PC, para el cual Bassi "no es
macartista", razón suficiente para deducir que su ascenso al
gabinete de Aramburu "abrirá perspectivas democráticas".
Con todo, el optimismo codovilleano está en las antípodas de la
opinión del grupo segregado hace un año de esa agrupación y que,
cobijado en el Partido Comunista Revolucionario, dirige la
Federación Universitaria Argentina —FUA—. Su presidente, Jorge
Rocha, se apresuró a aclarar ante SIETE DIAS que detrás del apoyo
obtenido por los estudiantes en los más diversos medios, "se busca
una confluencia tras sectores de recambio no liberadores (golpismo,
políticos liberales, MODEPANA, grupos vinculados a la CGT de Paseo
Colón) que trabajan para utilizar al movimiento estudiantil en
función de un eje castrador: agitar contra Onganía, no para
reemplazarlo por un gobierno verdaderamente popular-liberador sino
para hacer un cambio de figuritas en el poder".
Tal vez la diferenciación apuntada por el doctrinarista Rocha se
evidenció, como nunca, durante los actos de protesta efectuados el
martes 20 en la Capital Federal. Mientras las huestes de la FUA
ocupaban, durante 14 minutos, el recinto de la Facultad de Ciencias
Exactas, sus adversarios, liderados por el Frente Estudiantil
Nacional (FEN), convergían en las escalinatas de Ciencias Económicas
para protagonizar una "marcha del silencio": fue la única acción en
que el movimiento estudiantil apareció dividido en la calle. Pero lo
notable fue la coincidencia, en Ciencias Económicas, del FEN, de
inspiración castro-peronista; la CGT de Paseo Colón; el comunismo
codovillista, representado por su filial estudiantil; el Movimiento
de Orientación Reformista (MOR) y algunos grupos liberales
minúsculos; para la FUA ello constituyó prueba suficiente de las
concomitancias golpistas de sus competidores.
Pero en el resto del país estas sutilezas fueron dejadas de lado en
beneficio de la acción común: en el Nordeste el movimiento había
sido iniciado por la filial local de la FUA, pero contó de inmediato
con el apoyo del integralismo y los ateneos, dos variantes
socialcristianas. El FEN, por su parte, negó rotundamente estar
complicado en la conspiración liberal. Hernán Pereyra, secretario de
la regional rosarina de ese grupo, intuyó ante SIETE DIAS que "es
probable que nuestra lucha le esté haciendo el juego a Lanusse, pero
creo que la hegemonía no se logra al margen de ese proceso, sino
desarrollando y ganando a importantes sectores de la población para
una política en concreto".
Precisamente, la consigna de "ganar a importantes sectores de la
población" fructificó en el ámbito sindical, el cual, desde la
división que lo azotó hace un año, orquestó por primera vez acciones
conjuntas en varias provincias. Lo notable de este proceso fue que
las filiales vandoristas de la CGT de Azopardo, de Córdoba y
Rosario, no tuvieron más remedio que seguir el impulso de las
filiales ongaristas, sumándose a paros generales conjuntos que
tuvieron un éxito rotundo; en Mendoza, al mismo tiempo, se
realizaban tratativas entre ambos sectores para repetir la
experiencia.
Según Héctor Quagliaro, líder del ongarismo rosarino, las dos CGT
dejaron de lado sus diferencias "ante un hecho concreto y violento
que ha sacado de la modorra a algunos dirigentes sindicales"; pero,
además, reconoció que la convergencia no es meramente fortuita:
"Creo que es algo positivo, un paso concreto hacia la unidad
orgánica", declaró a SIETE DIAS.
Lo cierto es que dos semanas atrás Raimundo Ongaro recibió una carta
secreta en la cual Juan Perón insinúa una nueva voltereta opositora,
aunque tal vez no del todo sincera: el exiliado aspiraría a
capitalizar los disturbios para forzar a Onganía a negociar con él
la formación de un frente común contra Lanusse y los liberales. De
ahí —se deduce— la sumisión del vandorismo del interior a los
dictados de Paseo Colón, una actitud que no adoptó el propio Augusto
Vandor, fiel a su costumbre de "no quemar las naves".
De todos modos, la nueva situación pone entre paréntesis el proyecto
oficial de estructurar antes de fin de año una CGT amiga del
gobierno, que cristalizaría, de acuerdo con los planes elaborados en
la Secretaría de Trabajo, mediante un acuerdo entre el vandorismo y
el bloque participacionista. Por lo pronto, los sectores anidados en
Paseo Colón han elaborado una estrategia para impedir la consumación
de ese proyecto, cuyos detalles se decidirán en un plenario a
efectuar en Córdoba en la segunda quincena de junio; el "peronismo
combatiente" ya efectuó una reunión previa el sábado 24, en la misma
provincia. Empero, todo depende de la elección final del vandorismo
ante una disyuntiva de hierro, que siempre quiso evitar: definirse
por o contra el gobierno.
Mientras tanto, las tropas de Fonseca, en Rosario, emitían un bando
en el que advertían que los soldados tenían orden de disparar contra
cualquier grupo agitador o sospechoso de serlo. Una manera de
encarar la situación, distinta de la elegida por el obispo de
Corrientes, monseñor Francisco Vicentín, quien ante el enviado de
SIETE DIAS recalcó que debe permitirse la realización de marchas.
"Hay que tener paciencia; los estudiantes me aceptaron como enlace
-dijo, refiriéndose a su mediación-, claro que algo fríamente, pero
yo noto que Dios está entre ellos."
Quizás los estudiantes correntinos dejen de prestar su apoyo a la
gestión de Vicentín si se confirman algunos rumores que justifican
la "frialdad" con que lo recibieron: el obispo actuaría de acuerdo
con el gobernador Hugo Garay Sánchez (apodado Caray por sus
enemigos, patrón en guaraní) para canalizar las protestas en un
futuro Consejo Asesor en el cual se permitiría la presencia de una
representación universitaria previamente "seleccionada".
Es difícil que en las actuales circunstancias la tensión acumulada
después de varias muertes pueda enfriarse mediante la panacea
participacionista. De ahí que el bando de Fonseca tal vez sea ahora
más realista; la crisis pudo haberse evitado si, en un principio, la
torpeza policial no hubiera preferido el lenguaje de las balas. Como
la especie de "dum-dum" que perforó la espalda del estudiante
rosarino Blanco, en la noche del miércoles 21, según pudo
comprobarlo el enviado de SIETE DIAS. Porque después de esos hechos
la FUA no trepidó en lanzar un plan que preconiza la formación de
"comandos armados de resistencia" en las fábricas y en las
facultades, proponiendo, al mismo tiempo, la realización de un paro
general conjunto con Paseo Colón para el 29 de mayo; ante lo cual el
gobierno deberá apuntalarse en la represión recurriendo a sus
propios "comandos": el Ejército o la Gendarmería.
Algo de todo esto fue pronosticado por el propio Guillermo Borda, en
su alocución del lunes 19 por la noche: "Ya se sabe que,
desgraciadamente, la violencia engendra violencia", se conformó el
ministro del Interior.
Al tiempo que Rosario se trasformaba en una incendiaria hecatombe,
la noche del miércoles 21 albergó estallidos menos violentos pero
igualmente inquietantes en La Plata, Salta y Tucumán, donde los
universitarios protagonizaron marchas y enfrenamientos con la
policía, apelando a las famosas bombas molotov. En Buenos Aires, esa
misma noche, la guerrilla urbana asumía formas más benevolentes
cuando los estudiantes de la Universidad del Salvador se adherían al
paro nacional de protesta instalándose en plena avenida Callao. Al
día siguiente, jueves, un nuevo cimbronazo tenía por escenario la
Ciudad Universitaria de Núñez. Saldo: una veintena de heridos y
contusos.
Pese a todo, Juan Carlos Onganía pudo hacer gala de su proverbial
impenetrabilidad: en la mañana del jueves 22 concurrió a la
Expoficina '69, en las instalaciones de la Sociedad Rural, en
Palermo, donde se exhiben modernos juegos de muebles de oficina.
Enviados especiales a Corrientes y Rosario: NORBERTO GOMEZ, CARLOS
ABRAS, MANUEL CALDEIRO y BERNARDO ACUÑA.
LA CRISIS DE GABINETE
LAS NECESIDADES ESTRATEGICAS
Entre el sábado 17 y el domingo 18 Juan Carlos Onganía se encontró
con la novedad de que el gabinete en pleno le ofrendaba verbalmente
su renuncia. No fue una sorpresa. La necesidad de una remodelación
ministerial figura desde hace tiempo en los planes que trata de
impulsar el equipo de asesores de la presidencia regenteado por el
abogado Roberto Bobby Roth. La única modificación, en todo caso, fue
que el tiempo y la oportunidad elegidos por los dimisionarios no
coincidió con los tiempos del presidente. De ahí que Onganía
rechazara las renuncias.
Pero el episodio refleja claramente la crisis que agobia a la
cúspide del gobierno y que, en la última semana, parece haber
ingresado en el trance traumático de las resoluciones. Si la
conspiración liberal, que trata de capitalizar la intranquilidad
desplegada primero por la cadena de atentados a guarniciones
militares y luego con el estallido estudiantil, creyó encontrar en
ello uno de sus primeros logros para desembocar en un enfrentamiento
militar, es probable que se haya equivocado. El enfrentamiento, que
evidentemente ha hecho crisis, entre el ala liberal y nacionalista
del gobierno tenderá a resolverse, seguramente, en el terreno menos
restallante pero más eficaz de la integración del próximo gabinete.
Un proceso que puede demorar varios meses en resolverse. Sobre todo
porque si algo figura entre las preferencias de Onganía es elegir el
momento de los cambios y no propiciar la sensación de que éstos se
producen por el juego de presiones internas, donde la pieza
fundamental sigue siendo el Ejército. Y si la crisis se generaliza,
la deliberación volverá a señorear por los cuarteles rompiendo el
esquema presidencial que tiende a terminar con los "comités
políticos" dentro de las FF. AA.
De hecho, tal fenómeno continúa vigente desde el momento que los
embates del comandante en jefe del Ejército, Alejandro Lanusse,
contra el equipo político del gobierno, no son sólo presunciones de
la oposición: Lanusse habría difundido generosamente por las
guarniciones su disgusto (y su desacuerdo) con las conclusiones
participacionistas del último cónclave de gobernadores realizado a
principios de mayo en Alta Gracia, Córdoba. La apertura de tal
etapa, punto crucial del operativo político que aspira a montar el
clan nacionalista encabezado por Mario Díaz Colodrero, no puede
resolverse con la permanencia de un comandante en jefe que milita en
la oposición a tales planes. De ahí que —a juicio de algunos
observadores— el relevo de Lanusse constituya una necesidad
estratégica de Onganía. Con ello no sólo se desprendería de un
factor de tensión: consumaría una demostración de fuerza, base de
lanzamiento de la etapa "verdaderamente revolucionaria". A mediados
de la semana pasada el nombre del reemplazante de Lanusse circulaba
no sólo por los corrillos políticos: la figura del general José
Jaime Toscano, un onganiísta, actual jefe del Estado Mayor Conjunto,
era alentada desde esferas íntimamente allegadas al oficialismo.
Es posible que la metodología del cambio sobrevenga bajo la forma de
un simposio que se reunirá en Neuquén a fines de junio con la misión
de elaborar un Diagnóstico de la Situación Actual del País en lo
Político, Educacional, Científico y Económico, y Metas Para Alcanzar
por el Gobierno en 1980. Su inspirador es el sacerdote jesuita
Ismael Quiles, uno de los más notables "asesores espirituales" de
Onganía. Participantes: Dagnino Pastore, Aldo Ferrer, Mariano
Grondona, Julio López Mosquera, José Luis de Imaz, Carlos Moyano
Llerena, José Saravia (h.) y Alberto Taquini. Una nómina que puede
constituir la base del futuro gabinete que albergará un solo
veterano: el canciller Nicanor Costa Méndez, sindicado como el único
ministro de la primera hora que continuará en la nueva etapa.
Si el eventual relevo de Lanusse distiende presiones en el Ejército,
la defenestración de Adalbert Krieger Vasena tenderá a popularizar
la imagen de Onganía. Pero ¿hasta qué punto tales cambios —sobre
todo el de Lanusse— podrán resolverse por la "vía pacífica"? En la
noche del martes 20 cien oficiales en actividad (entre integrantes
de ia plana mayor del Cuerpo de Ejército III, con asiento en
Córdoba, y de la Base Aérea, adyacente) se convocaron en el Barrio
Aeronáutico, en las afueras de la ciudad mediterránea. Bajo la
presidencia de un vicecomodoro, los juramentados, de neta
inspiración liberal (un observador los calificó de Colorados),
planearon los detalles de un alzamiento "que no se puede dilatar más
allá de los tres meses". El dispositivo acordado sería curiosamente
parecido al que se practicó con éxito en 1955, en oportunidad del
estallido de la Revolución Libertadora.
Pero, durante el último fin de semana, Onganía no sólo recibió
imprevistas renuncias: uno de sus visitantes en la residencia de
Olivos fue un alto dignatario de la Iglesia, arzobispo de una de las
diócesis más importantes del país, a quien el presidente habría
confiado que "en los próximos meses va a cambiar el equipo económico
porque el gobierno está decidido a iniciar una etapa definidamente
social".
Suplemento Especial de la Revista Siete Días Ilustrados
26.05.1969
En plena batalla campal, sobre la calle San Lorenzo, los
estudiantes levantan barricadas. Fue en la noche del
miércoles. Al día siguiente Rosario amanecía ajo el Código
Militar
Durante horas Rosario se trasformó en una incendiaria
hecatombe. La represión produjo otro muerto y graves heridos
con insólita disciplina, los estudiantes rosarinos
acumulaban material para las barricadas
Vecinos del centro de Rosario colaboran con material de toda
índole en la improvisación de barricadas
Esquina de Córdoba y Maipú, en Rosario (izquierda):
forcejeos y cuidados sobre las mesas del bar
Una columna de manifestantes rosarinos, el miércoles 21 a la
noche
La Montada en acción: carga para dispersar grupos de
revoltosos
Actos en Córdoba y en Corrientes
Los estudiantes ocupan la Universidad Tecnológica en la
Capital
En la noche del martes 20 Buenos Aires vivió, aunque con
menos violencia, la temible algarada estudiantil
Después de la violencia: vidrios y piedras en las calles.
Lidia Martinez gravemente herida; el cadáver de Luis Blanco
y un estudiante golpeado
Olla popular de la CGT de Rosario
Huida de los gases sobre la calle Perú, en Ciencias Exactas
El martes20, en buenos Aires, frente a Ciencias Económicas