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crónicas del siglo pasado

 

El testamento de Perón
Diez años en Madrid
Madrid, 4 de Enero de 1971

Sr.
Bernardo Neustadt
Buenos Aires
Querido amigo:
La presente es para adjuntarle un reciente reportaje hecho al General,que creo será de su interés. Dejo que el articulo hable por sí sólo, ya lo comentaremos en otro momento. 
Cono siempre un gran abrazo.


Revistero

 



 

 

Al cumplirse 10 años de su primera presencia como exiliado en Madrid, el general Juan Perón, por una gestión oficial del mejor periodista español, don Emilio Romero, formuló públicas declaraciones al diario "Pueblo" que representa a la falange. Acaso en retribución a esa hospitalidad, acaso en atención al diario que "mejor lo trató", Perón les entrega su testamento político. Así surge de sus formulaciones realmente modernas con real renunciamiento. Como quiso Levingston en Jujuy. Un aporte a la pacificación. Una invitación para "otras dimisiones psicológicas'. Y una ironía: los que no tienen representatividad se quedan.
Los que sí son "Influyentes" dan el paso atrás.
Perón se despide aquí de la idea de "volver a gobernar". Y subraya que el justicialismo desembocará en otras fuentes.
Recibimos el texto original de este Testamento Político, con la carta del grabado, enviada por el hombre que está más cerca del eterno caudillo.
El gobierno argentino, guardó silencio, frente al mayor acontecimiento político de los últimos 15 anos.
¿Incrédulos? ¿Prudentes? ¿Sin visión política? ¿O Perón les quita así los argumentos de seguir "4 ó 5 anos"?

Usted, lector, resuelva.

LO distinguí entre la bruma, a la puerta de su chalet de Puerta de Hierro. Fuera, una pareja de la policía mantenía la vigilancia. Hacía un frío de todos los demonios. El general me tendió su mano cálida, zurcida de centenares de pecas: "Pasen, pasen. Tomaremos un café y un coñac, un coñac del bueno". Una perra casquivana, retozona, coquetuela y frívola se enreda entre las piernas de Perón, meneando la cola y ladrando discretamente, "Se llama «Canela», y es demasiado juguetona. Será mejor sacarla de aquí".
El general se acomoda a mi derecha. O yo me acomodo a la izquierda del general. Traen el café humeante y tres grandes copas de coñac francés. Y comenzamos a hablar. Perón es un intelectual nato, con una memoria prodigiosa. Sus frases son líricas y limpias. No comete una sola alteración ni una cacofonía. Y, sin embargo, no rebusca las palabras: las encuentra siempre, con una fluidez envidiable.Se remansa en el sillón, mientras un viento de nostalgia le golpea las sienes. Hay, a su lado, una Biblia de lujo. Se despereza, como ahuyentando el mal viento, enciende un cigarrillo, adelanta su cabeza hacia mí.
—Sí, diez años ya. Diez años de buenos recuerdos, en general. Ustedes han sido muy amables conmigo y yo no he tenido problemas. Claro que llevo una vida de claustro, estudiando, leyendo y trabajando. Es curioso, hasta estos años no me di cuenta de que gobernar llega a embrutecernos, porque apenas si tenemos tiempo para cultivar nuestras aficiones, para espolear nuestra curiosidad.
—¿Cómo es una jornada cualquiera de usted, mi general?
—Pues me levanto muy temprano, con el sol desayuno frugalmente: café con leche y tostadas, y me voy al despacho. Hasta mediodía, trabajo en la correspondencia. Y recibo a las visitas. Hay muchos argentinos por acá que desean cumplimentarme. La mayoría de las cartas las contesto personalmente.
Tiene una verruga a caballo entre la ceja y el párpado derecho. Su voz conserva la cadencia criolla, atenuada por esos diez años de ausencia...
—¿Qué lee usted?
—Casi siempre libros editados en Argentina sobre cuestiones políticas, económicas o sociales. Ahora, en este instante, estoy leyendo "La Argentina y su sombra", de un coronel de mi país. Para leer uso dos procedimientos distintos. He aprendido la técnica de la lectura rápida para aquellos libros que no me interesan demasiado. Los que de verdad merecen mi atención no los leo: los estudio. ¿La televisión? No puedo dedicarle mucho tiempo. La veo por las noches. Me interesan, claro, los programas informativos. Es muy bueno el espacio del señor Rodríguez de la Fuente "Planeta azul". Sí, extraordinariamente interesante. Y lo que usted hace, Yale, es muy gracioso. ¿De dónde sacó a aquel viejecito que cantaba flamenco? Al cine voy muy poco; la verdad es que no me apetece.
Pero le gusta caminar. Cada día, de una manera invariable, camina tres o cuatro kilómetros.
Tiene muy buen aspecto Perón. Es un hombre alto, robusto, atlético, vertical. Mueve sus manos de leñador con refinada elegancia.
—Yo hice mucho deporte en mi juventud. Obtuve el título de maestro esquiador e hice alpinismo en los Andes y en los Alpes. Por espacio de diez años fui campeón de esgrima en el Ejército, en la modalidad de espada. Incluso intervine con el equipo olímpico argentino en la Olimpíada de París. No obtuve ninguna medalla, claro. No recuerdo en qué puesto quedé, aunque en conjunto el equipo hizo un buen papel... Sí, si, de joven practiqué muchos deportes. Hay que tener en cuenta que yo era de infantería y cada mañana llevaba la tropa al gimnasio. También practiqué el boxeo —tiene la mano derecha deformada por una fractura de metacarpo—. Es que por entonces nos vendábamos muy mal.
Le pido al general que me hable de Bonavena y de su combate con Cassius Clay.
—Lo vi por televisión, desde luego. Una fea pelea. Clay no era el mismo boxeador que todos conocemos. Y Bonavena hizo lo que pudo, que no fue mucho, porque él no es un técnico y sólo "rumbea" el boxeo. En Argentina tenemos ahora un gran peso pesado, Páez, que es el actual campeón. Y a Goyo Peralta ya le conocen ustedes. Un formidable esgrimista que conoce perfectamente la ortodoxia boxística.
Tiene, en general, una media sonrisa, que nunca se hace totalmente definitiva, pero que sugiere confianza y cordialidad. Quizá por eso me he atrevido a enfocar algún tema de tipo político, aunque de una manera periférica, sin comprometer a Perón a respuesta que no puede ofrecerme. Le he dicho:
—Parece, mi general, que en América se está despertando una conciencia social. La subida al Poder de Allende lo indica así.
—Sí. Hace un cuarto de siglo nosotros lanzamos la idea que hoy se está madurando en casi todo el mundo. Hoy los pueblos están muy esclarecidos, la gente sabe lo que quiere, y no se les puede esclavizar. Son ciclos históricos. Lo que fue bueno para una época no es válido para otra, porque el mundo y las ideas están en constante evolución, llámese socialismo o justicia social. El pueblo tiene que trabajar formando un conjunto con los gobernantes, y los gobernantes tienen que pedir la colaboración del pueblo. Eso no es demagogia, sino sentido común. Mire: el mundo camina por senderos socializantes. Incluso las monarquías de los países nórdicos europeos tienen Gobiernos socialistas. Inglaterra lo ha tenido hasta hace muy poco tiempo. Y el Oriente Medio y Asia y África se están estructurando así.
—Pero hay como una especie de alergia, como un miedo enfermizo a la palabra socialismo, mi general.
—Bueno, sí. Eso ocurrió porque, después de la Tercera Internacional, la idea se dividió en dos sectores: uno, el marxismo, que trajo consigo el comunismo, y otro, el socialismo amarillo, que al colocarse bajo el mando capitalista terminó también por desprestigiarse.
—Entonces, ¿cuál es la fórmula ideal?
—Yo diría que lo que nosotros hemos dado en llamar justicialismo. Es decir, un socialismo adaptado a las necesidades del país, dentro de una orientación ideológica.
—Mi general: usted, ¿de quién está más cerca: de Allende o de Onganía?
—De Allende, claro está. Allende es un socialista atemperado a las necesidades de Chile, y está luchando por la soberanía y la plena independencia de su país. En Latinoamérica se está produciendo una revolución continental, que tiende a una soberanía popular. Antes existió un colonialismo, del que América se liberó. Ahora existe un neoliberalismo, que está en avance.
—¿Y no siente usted nostalgia, mi general?
Otra vez ha soplado el mal viento de los recuerdos, la punzada aguda del ayer. Eva Duarte sonríe desde un lienzo. Perón se ha quedado mirando el fondo de su taza de café, como si quisiera encontrar allí una respuesta. Luego me ha mirado a los ojos, mientras trata de convertir en sonrisa la mueca dolorosa y me ha dicho:
—Como todo proscrito —he anotado esta palabra porque la ha repetido el general—, el eje de mi pensamiento es la nostalgia, aunque yo me haya adaptado perfectamente a vivir fuera de mi patria. Al fin y al cabo, ustedes y nosotros tenemos las mismas virtudes y los mismos defectos. Virtudes y defectos que yo no he hurtado, sino que he heredado. El mal, claro, es no poder regresar. ¡Por más que hacen mis muchachos! Claro que algún día volveré a la Argentina. Somos muchos todavía.
—¿Para gobernar o para vivir simplemente?
—Mire: yo estoy ya fuera de las ambiciones de gobierno. Tengo setenta y cinco años y mi país necesita un hombre con veinte años de trabajo por delante... Hay algo aquí —y se toca la cabeza—, que se marchita y algo aquí —y se lleva la mano al corazón— que se intimida... Yo les digo a mi gente que se preparen y que se capaciten. Ellos no harán más disparates que nosotros. La juventud argentina es extraordinaria. De ella es el futuro. 
—Pero la juventud, mi general, es díscola y tiene ideas revolucionarias...
—¡Pues claro! Yo no entiendo una juventud que no sea revolucionaria. Ese es su mérito. La juventud quiere formar una nueva sociedad y debemos aceptarlo.
—Recuerdo ahora, mi general, una frase de Salvador Dalí definiendo la política. Me dijo una vez Dalí que la política es una acción negativa.
—La fórmula de la conducción es un arte. Con teoría y técnica se hace una obra. Claro está que si usted quiere una "Piedad" necesita a Miguel Ángel.
—Usted fue militar antes que político. ¿Es esa la fórmula ideal?
—No. No creo que sea absolutamente necesario haber sido militar para convertirse en político. El militar, sí, ha cultivado la conducción, pero de una manera unilateral. Yo me convertí en político por una serie de circunstancias que usted conoce, sin duda.
Hemos charlado durante una larga hora. El general nos ha acompañado hasta la puerta. Y allí ha permanecido hasta que el cloc de mi bastón se ha apagado en la noche. 
revista extra
02/1971