Julio 7, 1963
Elección de Illía

—¡Abstención, ratones!
—¡Vaya al zoológico, gorila!
—¡Vivan las bancas, viva el acomodo! ¿Eh?
El 17 de febrero de 1963, hacia las dos de la madrugada, el calor y las tensiones derruían la paciencia de los convencionales del radicalismo aniñados en el comité de Belgrano 732, en Avellaneda. Entonces la furia estalló, incontenible: media barra se precipitó sobre la otra mitad, armada de palos y cachiporras, y varios representantes, a horcajadas en sus escaños, comenzaron a zurrarse.
Impasible en medio de la batahola, el titular de la Convención, Hugo Leonelli, hacía sonar la estridente campana de orden sin detener por eso la lluvia de cachetazos. Carlos Perette, iracundo, le reclamaba: "¡Actúe, presidente!" "Che, petizo, sentate", le rogó Leonelli.
Paulatinamente, los grupos concurrencistas lograron expulsar al bando contrario v la calma se rehizo hasta el amanecer, cuando la Convención decidió, por cansancio, que la UCRP lanzara candidatos a los comicios generales del 23 de junio (postergados más tarde hasta el 7 de julio). Con las primeras luces del día, un estruendoso griterío saludó al vencedor: "¡Balbín, Balbín!"; las manos se tendían hacia aquel hombre rechoncho, de pelo blanco, que pugnaba por abrirse paso hacia su automóvil.
A esa hora, silenciosamente, dos siluetas se deslizaron por la calle Alsina en busca de la parada del ómnibus 116: eran Arturo Illia, el futuro Presidente de la Nación, y su asesor, Héctor Llorens.
Acaso ellos supieran ya que ni Balbín ni los suyos creían en las elecciones: el Comité Nacional conocía, en cambio, la inminencia de un golpe colorado para rescatar el poder y hundir en el olvido al Comandante en Jefe del Ejército. Juan Carlos Onganía. quien prometió las urnas. Alentar la concurrencia fue, para Balbín, una manera de conservar las formas; para la improbable hipótesis de una consulta, allí estaba la figura de ese médico bonaerense, de 62 años, radicado en Córdoba. Pero si el Gobierno se obstinaba en amañar el proceso en favor de candidatos propios, entonces el radicalismo desertaría.
Por eso, el despacho aprobado aquella noche contuvo graves reparos: "Se vigilará atentamente el proceso electoral —rezaba— y, en el supuesto caso de que el Gobierno lo convierta en una burla a la ciudadanía, el Comité Nacional citará a la Convención para que ella considere si ha llegado el momento de la abstención".
La fórmula contenía algo más que un intento de soldar las posiciones internas contrapuestas: para entonces ya era notorio que el Ministro del Interior, Rodolfo Martínez, urdía un Frente político adicto al sector militar azul, capaz de vencer en las elecciones sin eludir por eso, durante sus seis años de mandato, la tutela de Onganía. Teóricamente, la actitud del Ministro era exacta; si el país no podía evitar la presencia justicialista, podía controlarla: bastaba con explicar a Los dirigentes de Unión Popular que ellos caerían proscriptos si se presentaban solos. Pero serían tolerados si llegaban unidos a un grupo de partidos "democráticos".
"Toda la clave consistía en saber cuánto el Gobierno estaba dispuesto a otorgar en materia de legalidad peronista, y cuánto el peronismo estaba dispuesto a aceptar", escribió luego Oscar Alende. Quizá los únicos en comprender esta verdad, junto con Alende, fueron dos radicales del Pueblo: Illia y Arturo Mor Roig. Pero estos últimos —expertos en reacciones militares— previeron desde el principio que: 1º) El Ejército, que había expulsado, meses antes, a Arturo Frondizi para impedir el dominio justicialista en cinco provincias, no permitiría el resurgimiento de los peronistas en puestos clave; 2º) El peronismo, explosivo en vísperas electorales, reclamaría esos puestos; 3º) En tales circunstancias, o el Ejército proscribía nuevamente al peronismo o el peronismo marchaba a la abstención. Desde la clandestinidad, bien podía apoyar con votos al frondicismo, a Pedro Aramburu o a la UCRP.
Que esta última alternativa triunfara sobre las dos primeras fue una misión que se adjudicó a sí mismo el paciente Mor Roig; ya en la Convención celebrada en junio de 1962, la UCRP decidió ubicar una cuña entre el frondicismo y los peronistas. Hacia fines de ese año, Mor Roig perfeccionó la idea: creó un anti-Frente, la Asamblea de la Civilidad, donde no se discutían acuerdos electorales sino puntos de vista programáticos y el compromiso de otorgar los votos en el Colegio Electoral a la primera minoría. Allí, poco a poco, se fueron demostrando las diferencias entre el peronismo —que alardea de antiimperialista— y los frondicistas, partidarios de mantener los contratos petroleros y los acuerdos con el FMI.
El primer desgajamiento en el Frente oficial lo produjo, sin embargo, la Democracia Cristiana, el 24 de marzo de 1963; mientras, el sindicalismo peronista se mostraba reticente a abdicar posiciones en beneficio de los aliados que le imponía el Gobierno, y en la UCRI un extenso sector criticaba la sujeción de Frondizi a los dictados de Perón.
Oficialmente, la DC criticó las ofertas de Martínez a Zavala Ortiz para atraerlo al artilugio oficial; fue el pretexto que eligieron los colorados para sublevarse con el, fin de impedir las elecciones. Pero no tuvieron el éxito que esperaba el balbinismo: este sector de la UCRP, imposibilitado ya de volver sobre sus nasos, optó por apoyar, el 18 de abril, la proclamación de la fórmula Illía-Perette.
En adelante, los sucesos se precipitarían: el 4 de mayo, Alende se arrojó sobre la candidatura presidencial de la UCRI sin atender a Frondizi, quien, veinte días después, se sumaba a los promotores de Solano Lima, el candidato oficial de Perón. La UCRI estaba dividida ya (para satisfacción de la UCRP), pero ésta no sería la única consecuencia de los contactos iniciados en la Asamblea de la Civilidad: el 26 de junio, Raúl Matera se rebelaba contra Perón y asumía la dirección de un ala ponderable del justicialismo. amparado por la Democracia Cristiana, con el rótulo electoral Matera-Sueldo. Escindidos el peronismo y la UCRI, el radicalismo en la única fuerza capaz de ganar.
El 19 de junio se había producido el veto militar al peronismo, tal como los radicales lo previeran casi un año atrás: inmediatamente. Perón ordenó la abstención electoral. Los únicos que creyeron posible trepar sobre el lomo justicialista. para hacerse conducir a la Casa Rosada —esto es, los frondicistas y el conservatismo popular—, quedaron de a pie.
La habilidad del político no consiste tanto en manejar los acontecimientos como en crear las condiciones para que ellos se produzcan: al radicalismo le bastó con demostrar el sometimiento del Frente a los manejos oficiales, para generar el fraccionamiento de las demás fuerzas. Tuvo, además, la sensatez de comprender que aquella combinación no pasaría por los filtros militares. El 7 de julio de 1963. Illia obtenía 2.403.451 votos (170 electores). Alende 1.563.996 (107) y Aramburu 1.326.855 (75).
Lo que vino después, hasta el 28 de junio de 1966. sólo es imputable a la soberbia de Illia: en vez de completar su alianza con los disidentes del peronismo (neoperonistas), del frondicismo (Alende) y la Democracia Cristiana, por medio de un Gobierno de coalición, se aisló sin remedio. Pudo gobernar con el 50 por ciento del país, y no lo quiso; quizá fuera un error que el partido aposentara a Mor Roig en la presidencia de la Cámara de Diputados y no en el Ministerio del Interior. 
2 de Julio de 1968
PRIMERA PLANA

Ir Arriba

 

 


 

 

 

 

 

 

Arturo Illía
Arturo Illía

 

 

 

 

 

 

Búsqueda personalizada