Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

ENSAYOS
Ciento cuarenta partidos quieren volver

 

Revista Panorama
28-01-1969
un aporte de Héctor Álvarez

Perplejos argentinos se preguntan cómo, cuándo y para qué salir de un régimen por naturaleza transitorio y entrar en la normalidad institucional. La indecisión está en todos los niveles; abarca al ciudadano común, al militante político, a su dirigente y hasta a los hombres de gobierno. Se expresa por todos los medios: proyectos reiterados de ambiguos plebiscitos cuya autoría nadie acepta (y, en consecuencia, desmentidos). Insinuados consejos comunitarios, rápidamente despojados de contenido. Eufemísticas declaraciones políticas. Un modelo de éstas acaba de producirla el ucerrepista Carlos Humberto Perette ante 132 delegados de un (bastante apagado) congreso realizado la semana anterior en Paraná. Se limitó a declarar que "la vocación argentina de lucha por una democracia dinámica, por una justicia social de liberación igualitaria y de defensa del patrimonio espiritual y material del país, reclama el sacrificado y patriótico esfuerzo de todo el pueblo unido en búsqueda de una liberación impostergable". Agregó, todavía, que la Nación necesita "encontrar su buen destino, y estoy seguro de que se logrará con patriotismo, decisión, conducta y firmeza".
A nivel gubernamental las palabras merecieron aplauso. Fermín Garay, que abrió el acto, no fue mucho más lejos. Dijo: es necesario "lograr la recuperación democrática, la vigencia de las Instituciones, el imperio de los derechos humanos, sociales y económicos, consecuente con las determinaciones adoptadas por esta digna agrupación cívica".
La conclusión es obvia: ni siquiera los desalojados del poder quieren volver a la situación anterior al 28 de junio de 1966. Todo el país parece haber asumido una conciencia culpable. Se sabe esencialmente democrático pero ello no le impidió vivir durante años una ficción de democracia, a veces risible, en circunstancias, dramática. En igual lapso procuró, sin encontrarlo, en los comicios o por sobre ellos, un camino de unión nacional. Ahora no renuncia a la democracia, pero busca un camino alternativo a su formalidad. Tampoco parece encontrarlo.
El presidente Onganía acaba de expresar que "desgraciadamente estamos, muy lejos del tiempo político". En consecuencia, se abstiene de insinuar soluciones. Las perspectivas comunitarias resultan cada vez menos posibles. Cada vez que levantan su voz, el eco devuelve un apostrofe: fascismo. El repudio llega hasta el exterior. Un clamor universal, no demasiado racionalizado, rechaza la hipótesis.
En consecuencia, las miradas se vuelven hacia el pasado tratando de hurgar ahí para encontrar las raíces del mal. No menos de una docena cíe investigaciones
socio-históricas pusieron la tupa sobre la partidocracia. ___

¡Vote! ¡vote! ¡vote!
La última vez que hubo elecciones nacionales en la Argentina (1965) 11 millones 460.766 ciudadanos y ciudadanas fueron convocados para elegir diputados. 63 partidos se ofrecían a su consideración. En ningún cuarto obscuro se exhibieron tantas boletas, pero en los de la capital se alineaban nada menos que 16. Dos más exigían la atención del elector en la provincia de Buenos Aires. Un electorado tan reducido como el de Catamarca era atraído por una decena exacta de boletas. (La menor recaudación de votos le correspondió a UDELPA —Aramburu— con 111 sufragios). Sin embargo todo esto no constituía un récord. Una planilla elaborada en el Ministerio del Interior reveía que entre 1957 y 1963 concurrieron a comicios nacionales 120 partidos sobre más de 140 inscriptos. ¡Muchos más se presentaron, limitando su acción al ámbito provincial o municipal. Su imposible cómputo supera al medio millar.
Es curiosa la profunda fe que anima a los dirigentes de las agrupaciones partidarias. Se niegan a desaparecer, no obstante la mala fortuna permanente. En 1965 solamente 6 partidos (de 63) alcanzaron a reunir más del 2 por ciento de los votos del padrón nacional (1 %: 115.000 votos). De ellos los dos que polarizaron los sufragios, conquistaron el 29,63 (Unión Popular (principal nucleamiento peronista) y 28,49 % oficialista radicalismo del Pueblo). Los cuatro restantes fueron: MID (frondicista) 6,34, UCRI 4,36, Demócratas Progresistas, 3,06 y Demócratas Cristianos 2,62. Aramburu (UDELPA) apenas si reunió el 1,91 por ciento de los votos y Alvaro Alsogaray (Reconstrucción Nacional) el 0,53 %. En el cómputo de la polarización debe agregarse al peronismo un 6,5 % obtenido por diversas agrupaciones provinciales que no aceptaron presentarse con la sigla UP. De esta manera sus votos se elevaban al 36 %. La mayor concentración de sufragios registrada desde 1958, cuando Frondizi obtuvo el 41,4.
El análisis de la planilla revela que la mayor o menor concurrencia de partidos no acompaña al sistema electoral. Contra lo que podría suponerse, la ley Sáenz Peña (mayoría y minoría) no obliga a la polarización, así como tampoco la proporcionalidad genera más dispersión. Quizás porque ya con el otro régimen hay demasiada. En 1957, con voto proporcional (elección de constituyentes), hubo 37 partidos. Entre ellos el comunista, que apenas consiguió 228.000 votos en un padrón de casi 10 millones de ciudadanos. Al año siguiente y con la ley Sáenz Peña, se animaron a la pelea nada menos que 49 agrupaciones. La proporcionalidad juntó apenas un poco más: 55 partidos en 1963 y 63 en 1965. Antes de sancionarse la ley Sáenz Peña el sistema electoral seguía la interpretación constitucional entonces vigente. La elección a simple pluralidad de sufragios se traducía en una lista completa y aquella agrupación que obtenía la mayoría de votos lograba la representación total del distrito. Por una vez se alteró el sistema sustituyéndolo por el de circunscripciones (un diputado por cada una) y el resultado fue que "la Boca tuviera dientes", como decían ufanos socialistas aludiendo a la consagración, como diputado, del joven Alfredo Palacios (1904).
En 1912 (primer ensayo de Ley Sáenz Peña) la Cámara de Diputados se componía de 60 miembros distribuidos en cinco bloques. La perspectiva de comicios limpios alentó formación de partidos y en 1914 ya eran 20 los que se distribuían las bancas (120). Un lento retroceso y la correspondiente concentración hizo que para 1930, a la hora de la primera revolución triunfante en el siglo, 158 bancas se distribuyeran entre 14 partidos. Ya para ese tiempo los radicales eran cinco grupos diferentes y los socialistas tenían a su lado a los socialistas independientes.
La Cámara que disolvió la revolución del 4 de junio de 1943 tenía 10 bloques. La que inauguró Perón en 1946, apenas dos (peronista y radical). En 1955, 12 diputados radicales enfrentaban a 140 peronistas. Durante el gobierno frondicista se mantuvo la concentración: salvo dos diputados liberales de Corrientes, la Cámara se distribuyó entre la UCRI (130) y la UCRP (52). En 1962 había, en cambio, 7 bloques, 3 de los cuales no representaban resultados electorales sino disidencias planteadas en el sector oficial.
La proporcionalidad de 1963 dio origen a 27 bloques diferentes. El peronismo unificó a 8 de ellos, el conservadurismo (Federación de Partido de Centro) a seis, y la Confederación de Partidos Provinciales (ideológicamente heterogénea) a otros 5. Aun con este agrupamiento quedaban vigentes 12 bloques independientes.
En el mismo año (1963) 3.220 votos consagraron un gobernador, el de Santa Cruz, y bastaban 800 para que un representante se sentara en la legislatura de esa provincia. En este largo proceso, la característica repetida a través del tiempo ha sido la división de los partidos. Un ejemplo es el socialismo que engendró (al margen de otros grupos que no concurrieron a comicios) nada menos que 10 agrupaciones distintas, entre 1957 y 1963.

El fraude
Era una historia dramática (la del fraude) pero la contaba Pepe Arias, un cómico plausible que llegó a perfiles de genialidad en la década del 30. Su relato se refería a comicios de la provincia de Buenos Aires. Se acercaba a la mesa y con esa voz que luego imitaría tan bien Perón, reclamaba: "¿Dónde está el cuarto oscuro?" "Aquí no hay más oscuro que yo", contestaba el vigilante mal entrazado. No era un invento del libretista; en miles de comicios la escena y el chiste se repetía para escarnio de opositores empedernidos. Hasta que alguien, con más ingenio, inventó el cambio de urnas en el correo. Entonces, hacia el 40, se podía votar libremente, con pulcros fiscales en las mesas, que parecían invitados a una fiesta diplomática. Eso sí, acabado el comicio, nadie podía acompañar las urnas hasta el Correo, donde otras, ya llenas de votos bien distribuidos, ocuparían el lugar de las trajinadas por los sufragios de crédulos e ingenuos. Esto se llamó el fraude patriótico y tenía como objeto que la chusma radical no volviera nunca más al poder.
En 1946 Perón (triunfante) proclamó "La era del fraude ha terminado". Pocos años después, un ministro del Interior suyo, con el científico apoyo de la Secretarla Técnica, reinventó la elección por circunscripciones y convirtió el mapa electoral de la Capital Federal en un complicado rompecabezas. Objetivo: que no pasara ningún candidato de la oposición. Refinamientos que suele tener la política.
En los años 30 los conservadores bonaerenses, descendientes directos de los "orejudos" (por Marcelino Ugarte —el petiso orejudo—) no solamente ganaban con fraude, sino que hacían diputados por la oposición a los últimos de la lista presentada por el partido socialista. En las nóminas de esta agrupación tachaban prolijamente a los primeros antes de introducir los votos en la urna. Los favorecidos se enrojecían un poco, pero aceptaban el sacrificio de sacar sus nombres del anonimato e ir a la Legislatura.
En 1958 triunfó la alianza de radicales intransigentes y peronistas que impuso como presidente a Arturo Frondizi. Los más de cuatro millones de votos del candidato (contra 2.500.000 de Balbín) muestran un triunfo legítimo. La bandera de la alianza era la persona de Arturo Frondizi, y su programa de desarrollo y unidad nacional, pero con él triunfaron 22 gobernadores, 46 senadores, 130 diputados y miles y miles de intendentes y concejales, arrastrados hacia el poder por la increíble ola de sufragios. Arturo Jauretche dijo, con precisión, que eran hijos de la "casualidad y opción obligada", aunque muchos de ellos tuvieran títulos personales para acceder a los cargos y pocos se aferraron a una anacrónica ortodoxia radical, que oponían al frentismo consagrado en el comicio.
En 1963, proscripto el peronismo (también el frentismo que lo involucraba) y con el favor de la proporcionalidad, accedió al gobierno la Unión Cívica Radical del Pueblo. Resultó presidente Arturo lllia con el 24,9 por ciento de los votos. Dos años antes un comicio en el que el partido del presidente Frondizi (elegido con el 41,4 por ciento de los sufragios) obtuvo más del 25 por ciento fue causa eficiente para su derrocamiento.
Si se retrocede en la historia política del país, el fraude acompaña a las elecciones, usando toda suerte de trampas: irrupción violenta en los atrios (donde se votaba); vuelco de padrones (a veces tan exagerado que en la urna aparecían más votos que ciudadanos inscriptos en el registro); voto en cadena (a partir del escamoteo de un sobre firmado por las autoridades de la mesa, control de los sufragios el ardid de entregar a cada votante sucesivo un sobre lleno, bien cerrado, y exigirle a la salida del comicio la devolución de otro vacío firmado, útil para el sufragante siguiente); urnas con doble fondo; proscripciones; falsificación de libretas; secuestro de fiscales; sustitución de urnas. A veces medios violentos; en ocasiones sutiles formas, pero siempre fraude. La sombra de Cayetano Ganghi ("un caudillo positivo"), comprador y vendedor de libretas, cubre las urnas electorales argentinas.

Partidocracia
La violentación de la democracia precede al comicio y se cumple en los propios partidos. En casi todos se vive una ficción que se llama democracia interna. La realidad es distinta. Si el agrupamiento se hace en torno de un caudillo con carisma el poder partidario está en sus manos. Suyas son las bancas parlamentarias, las gobernaciones y todo cargo representativo. Cuando desaparece el caudillo, sus herederos tiene que acudir a una máquina que ponga en sus manos el poder, que tiende a dispersarse. Este es un largo capítulo de la partidocracia,
que no se caracteriza por la exquisitez de sus métodos. Su condición marginal se advierte hasta por el uso de un argot propio ("puntero", "cráneo", "café con leche"). Si el agrupamiento se hace en torno de una ideología, se instaura rápidamente la dictadura de la élite dirigente (así ocurrió en el partido Socialista) o de la minoría partidaria (los padrones del partido Demócrata Cristiano, por ejemplo, eran tan pequeños que no se daban a conocer cifras de elecciones internas) que impone sus candidatos a la ciudadanía. Todo esto forma una partidocracia, cuyo parentesco con la democracia, que exige auténtica representatividad, es bastante lejano.

La salida
Por ahora los argentinos parecen prestar varios acuerdos de carácter negativo: no quieren volver atrás; no quieren ensayar métodos más o menos corporativistas; no quieren que la actual situación se prolongue y de hecho se trasforme en una dictadura. Esta indefinición favorece al gobierno contra la oposición clásica, pero también a lo que podría llamarse el espíritu de la Revolución contra los partidarios del statu quo. En esta última variante, la hipótesis es la siguiente: si la revolución cambia las estructuras socioeconómicas de la Argentina la democracia política será su corolario obligado. ¿Por qué? Porque la democracia es la fórmula de convivencia más accesible para un país autodeterminado. Tanto más cuando se cuenta con una tradición histórico-cultural que trabaja en favor de esta solución. (M. M. -posiblemente se trate de Marcos Merchensky, pero la revista no lo aclara-).

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Alfredo Palacios
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