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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Un encuentro con Aída Carballo

revista mercado
12 de junio de 1980

un aporte de Riqui de Ituzaingó


 

 

 

"Tengo sesenta y tres años y soy gorda". Una mujer que por única coquetería esgrime este singular curriculum previo a un reportaje, propone sin duda un acercamiento a la sinceridad. Aída Carballo, una de nuestras principales grabadoras (en general la crítica no vacila y la considera la primera, pero esta crónica es menos absoluta), Aída Carballo, decíamos, tiene su casa, casa de gatos, de plantas, de discípulos, de creación, en el barrio de Almagro. Sobre un terreno de enormes dimensiones (un corazón de manzana le denominaban hace años) se extiende a lo largo una gran galería, antiquísima como la edificación de casi ochenta años, hacia donde convergen las habitaciones. El patio de baldosas tradicionales, las paredes con los ladrillos a la vista, el sigiloso corretear de los doce gatos, la presencia única de su hermana Haydée como toda compañía humana permanente, imprimen al ámbito una atmósfera natural de una época donde todavía el vértigo de las autopistas era una quimera de la ciencia-ficción. Pero afuera, ahora, está el vértigo. Por la calle Venezuela al 3800 van y vienen con la celeridad de nuestro tiempo los autos, los colectivos y la gente. Precisamente, temas cotidianos en los que suele inspirarse esta grabadora obsesiva cuya trayectoria se remonta a los primeros años de la década del cincuenta. Fue sin embargo en 1964, cuando obtiene el Primer Premio de Grabado del Salón Nacional, el momento en que su carrera comienza a sacudir la observación indiferente de la crítica. Después, en 1977, obtiene el Premio Facio Hebequer, la máxima distinción en el género otorgada por la Academia de Bellas Artes. Desde hace años sus grabados expuestos en la principales galerías de Buenos Aires y adquiridos por coleccionistas y museos de todo el mundo ingresaron al ámbito de las cotizaciones. Ella ha aceptado su suerte como aceptó alguna otra vez los embates de la melancolía, de la confusión o del descreimiento y que la mantuvieron internada en institutos especializados en salud mental durante algún tiempo. El diálogo con ella es fácil: generalmente desgrana palabras simples que narran hechos que a su vez sugieren cosas. Da la impresión de que todo su asombro lo vuelca exclusivamente en sus momentos de creación y que cualquier otro tipo de diálogo es solamente eso: un momento de tranquilidad, de vínculo, pero no de permanencia, porque enseguida se está yendo. Aída Carballo se sienta en un banquito en una sala rodeada de dibujos y planchas y grabados. Viste de oscuro, negro preferentemente, y con descuidada sencillez. No usa maquillaje; no vacila, como decíamos al principio, en aceptar "Mis diez o doce kilos de más y que me parecen incómodos y que de ninguna manera me hacen más feliz". ¿Por dónde empezar con ella? ¿Por ella o por su obra?
MERCADO —Aída, ¿Por qué se dedicó usted al grabado? ¿Por qué eligió ese camino de expresión menos conocido, menos prestigioso, digamos, o menos rutilante que el del color?
CARBALLO —En realidad debería decir que porque era muy insegura de mis condiciones; entonces para asegurarme mi ingreso a las artes elegí esta técnica que me parecía de exigencias más flexibles. Lo que sucede es que yo siento que el arte es uno solo, cualquiera sea la disciplina o la expresión que uno elija. Si se me hiciera la consabida pregunta de qué es lo que haría si volviera a nacer yo no dudaría un instante: diría, artista. No importa si en grabado, pero artista. A mi también me agrada escribir y creo manifestarme con claridad y con belleza aunque no soy escritora. Amo las palabras, amo el color, amo las formas. Cuando yo digo que eligiría otra vez este camino no lo digo porque me haya ido tan bien ni porque no haya sufrido, precisamente. Siento que ésta es mi inclinación natural. Cuando era chica abandoné el liceo porque me fastidiaba estudiar ciertas materias ajenas a mi temperamento. En la elección de mi vocación me ayudó mucho mi padre, Raúl Carballo, ingeniero civil, un hombre muy culto, socialista romántico, de criterio muy amplio para su tiempo, político, que alguna vez creó el partido tecnócrata.
MERCADO —¿Y cómo era aquel tiempo? La década del cuarenta, cuando usted comenzaba a estudiar.
CARBALLO —Estaba esa condición de la mujer sometida a un territorio mezquino. Yo era un bicho raro: mientras otras chicas iban a bailar acompañadas por la tía o la mamá, yo me quedaba en casa dibujando o leyendo a Proust. Sin embargo guardo un grato recuerdo de mi época de estudiante en la escuela De la Carcova de la costanera Sur. Allí ingresamos con una amiga Rosa Frei, pintora.
MERCADO —Se me ocurre una pregunta, Aída: De todos cuantos estudiaron entonces ¿Quiénes llegaron a destacarse?
CARBALLO —No sé, no me gusta pensar en eso. La vida hace las veces de cedazo y creo que deja atrás muchos nombres, muchas intenciones. Muy pocos, muy pocos. .. El arte es terrible y es hermoso.
MERCADO —¿Por qué le traía recuerdos tan gratos su experiencia en la escuela de arte?
CARBALLO — Teníamos profesores increíblemente talentosos como Emilio Centurión, el autor de la célebre "Venus Criolla", como Larrañaga, Horacio Butler, De la Carcova hijo. Había además una gran conmoción artística, el mismo rector la incentivaba, el muralista Guido, quien se llevaba a trabajar a los alumnos en proyectos que le encargaban fuera de la escuela. Se percibía desde nuestra visión que vivíamos en un país con potencialidad, un país rico. No pagábamos un centavo y no sólo eso: durante los años que estudié no recuerdo haber comprado un sólo lápiz, la escuela los proveía. Teníamos así papeles españoles, pinturas alemanas, los mejores materiales. A la mañana, al entrar, firmábamos un libro. La cocinera, luego, en base a la cantidad de alumnos presentes se iba con el mayordomo en el carro a hacer las compras al mercado y al mediodía comíamos allí sin cargo alguno. No una frugal comida de cuartel sino una excelente comida. Esto que parece accesorio nos daba la enorme tranquilidad de preocuparnos por lo único que deseábamos preocuparnos: el arte, el estudio. Eramos felices. Recuerdo las brillantes fiestas estudiantinas los 21 de setiembre, en la casa del comerciante Salmún Feijóo cuya hija estudiaba con nosotros. El prestaba la enorme y suntuosa casa colonial allí en San Telmo, ahora demolida,y nosotros organizábamos una fiesta donde todo debía remitirse a la época colonial: vestuario, decoración, muebles. Mario Vanarelli, el conocido escenógrafo, nos facilitaba el acceso a la sastrería teatral. Además, no satisfechos con eso, comprábamos muebles, nos hacíamos hacer los mejores disfraces. Convertíamos a la fiesta en una fiesta de creatividad. Más de una vez vino el propio intendente de la ciudad, que también tenía que asistir disfrazado, porque si no, no entraba. Una vez vimos entrar a un linyera. ¿Qué hacer? ¿Era un disfraz? ¿Y si lo era pertenecía a qué época? Se pensó que linyeras hubo siempre y el hombre entró. Era Lino Spilimbergo que llevaba atada de una soguita una botella de vino y que sonriendo se quedó sentado toda la noche observándonos desde su traje de linyera. Todo esto puede parecer una anécdota pero para un artista es una historia.
MERCADO —¿Y cuál era el ámbito exterior de la ciudad, cuáles los grandes protagonistas del arte como lo son ahora Borges o Sábato, Soldi o Berni?
CARBALLO —Nos reuníamos en los cafés de la Avenida de Mayo, principalmente en el del Hotel Español. Todo era un hervidero de jóvenes intelectuales estimulados por la política, por las ideas de libertad que venían de la mano de los republicanos españoles exiliados en Buenos Aires. Filosofábamos, discutíamos, augurábamos a Oliverio Girondo, el poeta de "En la Masmédula", a Roberto Arlt a través de sus "Aguafuertes porteñas", al pensamiento de Ezequiel Martínez Estrada. Se hablaba de José Ingenieros y un poco del reciente prestigio de un escritor llamado Jorge Luis Borges. Antonio Berni trazaba sus primeros pasos con algún éxito entre el núcleo de pintores pero sólo dentro de ese círculo. A Quinquela Martín se lo observaba más con curiosidad, se veía en él a un pintor espontáneo pero no se lo respetaba plásticamente. El es Español Arturo Cuadrado, ahora al frente de la editorial Botella Al Mar, tenía entonces una revista que pasaba de mano en mano. El arte ocupaba nuestras horas y nuestras vidas. Eso fue hasta que vino la década del cincuenta.
MERCADO —¿Qué pasó entonces con los artistas y con el arte?
CARBALLO —Fue como una escisión, como una ruptura entre dos épocas. Se trazó un separatismo entre lo que hasta entonces dominaba los programas de estudios, el clasicismo, y se volcó todo hacia lo moderno. Corría creo el años '56. Yo fui nombrada para dictar clases en Bellas Artes junto a Vidal, Ocampo, Ideal Sánchez, Capristo, orientados hacia las nuevas tendencias. En ese movimiento revulsivo hubo injusticias con viejos profesores que debieron abandonar los claustros. Se dejó de trabajar al natural y se pensó que la geometría podría reemplazar al ejercicio del dibujo y eso hizo desaparecer en el alumno la idea de las proporciones. Se arrojaron al altillo los yesos, los moldes. Nada de eso servía, en aras de lo moderno. Yo desde aquí, ahora, creo que fue un error.
MERCADO —¿En el caso del grabado, cuáles eran los antecedentes en el país?
CARBALLO —En forma de litografía aparece en el siglo pasado. Pero recién a comienzos de éste aparecen los precursores: eran integrantes de los dos grupos famosos, Boedo y Martín Fierro. Thiborde Libian, Arato, Facip Hebequer. El grabado es sobre una técnica de estampación que se hace por medio de prensas. Hay dos grandes procesos que yo simplificaré así: Uno en relieve y el otro en hueco. En el primero están las técnicas xilográficas, los grabados en madera. En el segundo proceso está todo lo que es punta seca, aguafuerte, toda la talla dulce. Recién por los años cincuenta la técnica se convirtió en profesorado. Yo actualmente tengo mis alumnos, ellos comienzan por el dibujo y muchos, al ver cómo se trabaja el grabado se inclinan a esta experiencia fascinante. Lo único que yo les digo es que el grabado no tiene las posibilidades económicas del óleo o de la pintura. El color se cotiza más, aparece con más desenfado en la lista de cotizaciones. Por eso muchos grabadores abandonan, en busca del éxito en el color. Porque el color es el best-seller de la plástica. Tiene esa calidez, esa inmediatez, que lo hace posible de entrada.
MERCADO —¿Cómo es el proceso de creación de un grabado, en qué consiste su experiencia personal?
CARBALLO —Por ejemplo, allí tengo dos planchas preparadas. Las cuido, las acomodo cada día como con miedo de que alguien las dañe. Las observo lisitas, dispuestas. Y mirándolas se me ocurren cosas, ideas relacionadas con mi temática, con aquello que es consecuente con uno. Ahora estoy trabajando sobre Eros, el amor. Pero de una manera onírica, fantástica. Yo creo tener dos fuentes de inspiración, si se me permite usar esta palabra vilipendiada. Una, muy irracional, sumergida en una zona inconsciente, sutil. Y la otra el entorno. Yo extraigo la anécdota de los aconteceres cotidianos: del colectivo repleto, de la calle, de los patios, de los vecinos, así como viene de afuera yo lo recibo y lo asocio a aquella sensación interior. Así hago que confluyan ambos ríos. ¿Cómo explicar que a una la enajena por ejemplo el color rojo? ¿O cómo decirle a alguien que la plancha de metal me embriaga? Kichner, uno de los grandes del expresionismo alemán, decía que cada vez que hacía un aguafuerte le venían ganas de saltar, se excitaba, se enloquecía. Bueno, yo no puedo decir que cuando concluyo alguno que me gusta me quede sentadita como si nada.
MERCADO —¿Cómo cotiza un cuadro el autor, cómo sabe cuánto vale, fija él su precio?
CARBALLO —Hemos ido aprendiendo a fuerza de sufrir. Una vez que un autor entra en el diálogo de coleccionistas debe permanecer atento. En mi caso, la Gordon Gallery de la calle Charcas al 900 tiene mi obra. Un grabado de tamaño normal puede costar unos 2.000 dólares. Recién en los últimos diez años puede decirse que vivo de mi trabajo exclusivamente. Porque al pricipio, aunque los críticos te digan que sos un genio, hasta que un coleccionista particular no se decide a cotizarte, todavía no sos un genio. Un cuadro en un museo o en una colección privada ya cobra altura en el mercado. Son contingencias que los artistas hemos debido aceptar; el romanticismo concluye cuando terminas el último detalle de tu obra y vos tenes que comer y darle de comer a los gatos y seguir viviendo, como los demás. 
Orlando Barone MERCADO - Junio 12 de 1980