EMPECEMOS A HABLAR EN BROMA
Por Graciela Martínez

Nacida en Buenos Aires pero criada en Córdoba, a los 8 años Graciela Martínez fatigaba ya los pisos de una escuela de danza clásica. Tras dedicarse a la pintura y el grabado en la primera adolescencia, vuelve al baile, pero decidida ya a trastornar todas las nociones adquiridas, a transformarlo en un medio para la invención, la sátira y el regocijo. Triunfadora en los Estados Unidos, conquistadora de Buenos Aires en 1966 con Juguemos en la bañadera, radicada en París desde hace más de un lustro, Graciela se ha puesto ahora, inesperadamente, a pensar sobre su arte y el arte contemporáneo en general. El resultado es este ensayo, cedido a Primera Plana con exclusividad.

 

 

 

 

 

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¿A dónde vamos y por qué? Lo sabremos, quizá, mañana, cuando estemos pensando en pasado mañana con impaciencia. Vamos al Colón, a la Opera, al Palacio de los Deportes, al Olimpia londinense, al Covent Garden, al Instituto Torcuato di Tella, asistimos a los partidos de Boca contra River, aprendemos de las focas en el jardín zoológico. Vamos a divertirnos, a matar el tiempo o a que el tiempo nos mate con una pepa de naranja, nos sacudimos en las butacas, pagamos por ser injustamente agredidos, para tener ganas premeditadas de reír, llorar, saltar, comer helados Laponia o chocolate con almendras, bostezar, permanecer helados o exaltados, pero sobre todo no faltamos a la cita. Nuestros amigos los griegos y también los romanos y todas las generaciones que nos precedieron iban por curiosidad a observar algo que pasaba en determinado lugar en un espacio de tiempo equis, es decir, un espectáculo organizado por alguien o varios que se confiesan públicamente para ser juzgados en distintos avatares.
Pero de lo que se es consciente sólo a medias es de los espectáculos que no se organizan, aquéllos que existen por sí mismos y forman parte de la vida diaria, células vivas que nutren los espectáculos organizados y que nos obligan a ser espectadores y actores al mismo tiempo.
La sociedad inventó muchas cosas que molestan, pero que en cierta medida son útiles y cumplen su función "social", inventó esas cajas grandes que se llaman teatros y dentro de las cuales pasa algo. Da qué pensar que a veces salgamos de un espectáculo organizado y más tarde en la calle encontramos una manifestación de orangutanes que nos excita mucho más que la función teatral: el espectáculo se ha cumplido fuera y no dentro de las cajas.
Pero llamemos a los teatros y empecemos a hablar en broma. Las nuevas generaciones comienzan a rebelarse contra las tradiciones establecidas que aburren porque son obvias y tratan de transmitir sus reacciones a través de realidades concretas y vitales. Cuando escuchamos a un actor repetir su texto aprendido de memoria, por quincuagésima vez, pensamos, sin necesidad de poseer una prodigiosa imaginación, que hay una nota falsa y terminamos por no escuchar el texto sino la manera cómo lo dice o cómo se mueve. Ese texto, para colmo, no le pertenece, es de un escritor teatral. Lo lógico sería que el escritor mismo se jugara sobre un escenario, sólo o acompañado del resto del elenco, que trataría de expresar las ideas de un tercero. El mundo de los intérpretes agoniza como testimonio de otra época.
Una recreación de la realidad en el lenguaje común ya es clásica. Beckett y Ionesco buscaron la salida por el absurdo de un rompecabezas desarmado que se agotó a sí mismo; su aporte, aunque positivo, llegó a un punto muerto. Artaud, sin embargo, fue mucho más lejos y todavía hoy podemos proyectarnos en su sombra. Roland Barthes, en Mythologie. da un ejemplo singular de la situación actual al hacer un análisis comparativo de dos actrices de cine: "Como momento de transición, el rostro de Greta Garbo concilia dos épocas iconográficas, asegura el pasaje del terror al encanto. Sabemos que hoy día estamos en el polo opuesto de la evolución: el rostro de Audrey Hepburn, por ejemplo, se reconoce solamente por su temática particular (mujer-niña, mujer-gato), sino también por su persona, por su especificación casi única del rostro, que no tiene nada de esencial, pero que está constituida por un complejo infinito de formas morfológicas. Como lenguaje, la singularidad de Garbo era de orden conceptual, la de Audrey Hepburn es de orden substancial. El rostro de Garbo es idea, el de Hepburn es hecho".
¿Qué pasó con el happening, suceso efímero o event? Lo recibimos como un juguete de cumpleaños y terminamos por servirnos de él como un cerebro electrónico susceptible de ser adquirido en un supermercado. Si pasamos por alto la etapa final del happening, convertido en mártir del cocktail party de tercera categoría, si pasamos por alto la estupidez o la ignorancia, se entiende que aunque no se sigan haciendo happenings, porque se pasó de moda, su aporte fue importantísimo. Al happening le tocó mostrarnos el lado positivo de los hechos reales, mostrados tal cual son. Por otra parte, estos mismos hechos tomaron tales dimensiones, que el individuo se pierde en su sombra por momentos y ahí está su punto débil. Organizar un happening no es lo mismo que crear un happening.
En los casos de happening donde el autor toma parte activa de los hechos imprimiéndole un cauce subjetivo a las circunstancias, estas mismas circunstancias se vuelven más explícitas transformadas por el poder de convicción del propio "happenista". En estos casos la acción es en cierto modo controlada desde adentro. Su poder de convicción dependerá del grado de control que la persona ejerza sobre los hechos que toma como signo de lo que quiere decir o expresar. El azar completa el cuadro, medido con un centímetro invisible. Un ejemplo de este tino de happening fue el realizado por Alejandro Jodorowsky, en París, hace tres años. Podemos enumerar 100 posibilidades que él mismo había previsto. Entre este caótico material se contaban: doscientas tortugas, un hombre rana, dos ocas decapitadas en la acción por el mismo Jodorowsky, un Wolkswagen último modelo, trescientos pollos, cinco monopatines, dos modelos de Catherine Arlette distribuyendo panes de miel, un buey, un traje entero de bifes, otros trescientos bifes que eran fritos y digeridos al mismo tiempo, dos canastas de limones, un rabino, cincuenta muñecas, tres cruces con carteles del tráfico, una cama niquelada de operaciones, un sarcófago, cinco winchester disparados al espectador, una mujer encinta, doscientos pájaros soltados al aire y una cabeza fresca de buey, incienso, miel y jarabes de colores, más la orquesta de Bans Taylor, la novena sinfonía de Beethoven y fragmentos de música judía rescatados de un anticuario. En medio de la desenfrenada simultaneidad vimos a Jodorowsky nadar un crowl perfecto durante cinco horas, nos hizo entrega de su herencia y mostró el as de pique con su mano derecha.
Otro caso extremo de happening objetivo podría ser el event pensado por el inglés Mark Boyle, donde la despersonalización lo llevó al extremo de emplear la cámara cinematográfica como medio. El Laboratorio Sensual de Boyle consistía en extraer de manera aséptica todas las secreciones posibles del cuerpo humano para ser proyectadas al mismo tiempo en forma psicodélica. El enorme circo de la Rond House, donde se produjo el event, estaba convertido en una sala blanca de operaciones cardíacas, donde se movían como fantasmas los cinco extras del experimento, abrazados por la luz de los proyectores y el ojo helado de las cámaras. Más de cincuenta representantes de la prensa, cine e informaciones estaban presentes y como en las ceremonias de las tribus recónditas registraban el fetiche con sus aparatos mecánicos. Alternativamente el experimento avanzó y se demoró hasta la madrugada, a medida que se extraían sangre, saliva, lágrimas, semen de los cuerpos humanos. Sobre una camilla inmaculada de plástico transparente una pareja intenta hacer el amor. El primer extra fracasa y se busca un suplente. Sus cabezas repletas de tubos se proyectan en una pantalla que los devora con infinita paciencia. Un médico y dos enfermeras se ocupan del cardiograma. Las líneas de los dos corazones corren lentas y separadas al principio, para precipitarse más tarde en saltos y caídas que se masacran. Al salir de la Rond House a las cinco de la mañana la ciudad estaba cubierta de nieve, la neblina impedía encontrarse a unos con otros y el cuerpo era un pedazo de gomapluma disparado al aire con un calibre cuarenta y cinco.
• Es curioso ver en la sección artes de los diarios, crítica de teatro, música, pintura, cine, literatura, arquitectura, danza... Lo que molesta ahí es la separación y, ¿por qué? Los pintores son los primeros en sentirse molestos, saltan del marco del cuadro y lo tiran a la basura como un vestido que les queda chico, se prolongan en el espacio de los objetos y terminan haciéndoles cosquillas para que hablen. Y, cuando empiezan a hablar sorprende ver que no solamente hablan inglés y francés, sino que también alemán y esperanto y otras lenguas que ellos solos conocen y necesitan de un intérprete como las grandes personalidades que dan la vuelta al mundo. Algunos pintores y ciertos arquitectos (Paco Rabanne) se dedican a fabricar ropa en la que entra en juego el factor tiempo. El modelo cincuenta y cinco de Paco Rabanne está compuesto de trescientas medallas de metal o láminas fluorescentes, su secreto consiste en estar unidos por pequeñas cadenitas de metal en vez de la costura clásica.
En el último film de Godard, Weekend, se ven claros muchos elementos tomados del happening. La anécdota está supeditada a la noción que tenemos del espectáculo antes que a la que tenemos de cine. Por eso la mayoría de los espectadores no pudo soportar el encontronazo.
Los escritores hacen su aporte al espectáculo buscando un nuevo lenguaje, donde la palabra cobra un nuevo sentido y es más importante referirse a las causas que expresar sentimientos. Es un laberinto que les corresponde descubrir.
Llegamos a un punto en que todos los caminos se cruzan iluminándose unos a otros a través del espectáculo
¿Vamos hacia un espectáculo de sensaciones? Manifestaciones tales como la del Palais des Sports, en París, o en el Olimpia de Londres, dan que pensar. Había ahí ochocientas personas reunidas, ataviadas de la manera más exótica que uno pueda imaginarse, escuchando, viendo, caminando, haciendo el amor, siendo felices o desgraciados, pero respirando al mismo tiempo, en el mismo territorio, siendo espectadores y actores a la vez, héroes o dioses destruidos. Cincuenta orquestas pop se sucedían toda la noche atronando el aire con proyecciones psicodélicas por todas partes, en un costado creció un parque de diversiones con cochecitos eléctricos, calesitas y hot dog. El ritmo era alucinante, a las ocho de la mañana se tenía la impresión de haber nacido de nuevo del caos, la imagen idílica de la Venus de Milo está muy lejos, violada por el tiempo.
¿Vamos hacia un espectáculo de imágenes o formas puras?... A través de este angustioso avatar donde el tubo de dentífrico y la Coca-Cola se confunden con lo psicótico y concreto, donde se ve el color blanco-negro para descubrir más tarde que era rojo. Ahora todo es posible, las multitudes están solas y el individuo acompañado de sí mismo.
Habría que nacer otra vez para enfrentarse a un mundo nuevo, donde las cosas no tengan que decirse de una forma distinta sino que sean distintas en sí mismas y estén presentes, porque se vive de esa manera y somos responsables. Esto comporta una actitud tal, que es fácil darse cuenta que se abandona una historia con ilación, a quién le importa la historia sino a los críticos, hombres ranas que exploran el aire, nosotros proyectamos hechos incoherentes sacados de la galera del mago. De esta manera el espectáculo está presente en todas partes, al creador le toca adaptarlo a su forma de sentir, pero esta constatación de su propia imagen debe partir de un mundo desorganizado para llegar al climax de un encuentro consigo mismo. El espectáculo será así una suma de imágenes, sensaciones, de yuxtaposición de ideas, donde el comienzo y el final se encuentran para empezar de nuevo, donde la realidad viola la fantasía y los límites son eternos: juguemos con la caja de Pandora y dejemos que las vacas vuelen como vampiros.
Una actitud que corresponda a este momento debe dejar ausente la reflexión, porque los hechos son demasiado evidentes y, ¿quién puede pasarlos por alto?, la caída es previa al salto y los saltos son mortales. El mañana es un monstruoso Dios omnipotente que va por la calle desnudo y le ofrecemos un tapado de piel, una bikini o un perfume de Christian Dior, lo importante es que no muera de frío. Astronautas, acróbatas o gitanos, nos ahogamos de pronto para descubrir que la luna brilla de un modo distinto por la cuarta vez.
Y después podremos hablar de otros momentos donde la belleza estará ausente y si el poder de expresar más a fondo el porqué. El ideal está sepultado en incógnitos cementerios y los laberintos nos devoran la piel aun estando dormidos. Como mineros sin linterna sondeamos en el túnel exacto sin saber por qué somos lo que somos. Hay un tiempo en que estamos más allá del tiempo que vibra en forma irregular como un tubo fluorescente.
Adelante con nuestro jeep improvisado hacia el corazón de la selva. Sintamos el olor de los rascacielos con los elefantes, el neón con los vampiros, Blancanieves en la 5ª Avenida, la Antártida volando hacia el polo norte, la orgía organizada por un sindicato de bebés.
Tenemos miedo, por eso lloramos y aprendemos a respirar, es nuestra primera lección de anatomía y conviene usarla como amuleto. ¡Tomemos el último avión para el gran espectáculo del juicio final, donde los valses de Strauss se confundirán con los Rolling Stones, las momias saltarán a la cuerda para quitarse el frío de mil años y King Kong será pederasta!
Copyright Primera Plana, 1968.
2 de abril de 1968

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