Revista Gente y la actualidad
17-09-1970 |
Después del éxito de "El incendio y las
vísperas" dará a conocer, dentro de muy poco, su nueva novela,
"Escándalos y soledades".
Pero no sólo habló de literatura con GENTE la esposa de Leopoldo
Torre Nilsson: también juzgó a los hippies, las drogas, el cine, la
obra de su marido y los aspectos más discutidos de su personalidad.
—Jauretche?.., bueno, yo creo que el día que Jauretche no me
critique estaré muerta. Porque pienso como Borges, que mientras
exista el victimario la víctima subsiste. Entre nosotros se ha
producido una especie de relación afectiva en la cual él no tiene
más remedio que desesperarse, irritarse; hablar de mi: si no lo
irrito seria muy doloroso. Me daría muchísima tristeza que el señor
Jauretche no escribiese otra vez una buena cantidad de páginas sobre
mí.
Beatriz Guido subraya estas últimas palabras con una sonrisa sutil.
Han pasado cinco años desde que "El incendio y las vísperas" (y sus
posteriores derivaciones) fuera "best-seller" absoluto en las
librerías de Buenos Aires. En el ínterin la escritora colaboró en
los diversos guiones que su marido, Leopoldo Torre Nilsson, llevara
al cine; y escribió "Escándalos y soledades", una polémica novela
que amenaza repetir el suceso de "El incendio...".
Son las diez de la mañana. En la confitería "Los dos chinos" no hay
casi gente. Reina una agradable penumbra: el ámbito apacible
favorece al diálogo..tal vez porque el coñac —que compartimos— la ha
hecho entrar en calor, se despoja de la estola de lince y enfrenta
las preguntas.
—¿A usted le interesa decir la verdad?
—Dicen que soy terriblemente mentirosa; pero así... de un mentir
cotidiano. Pienso que hay muy pocas personas que opinan que no lo
soy, o que no le diviertan mis mentiras. La mentira es, en el
escritor profesional, una defensa. No me arrepiento de mentir,
porque dejo la verdad solamente para cuando escribo. Mí mentir
diario es una especie de barrera, salvaguardia, muralla de mi
intimidad.
—¿Cómo fue su educación?
—Mi educación fue religiosa, católica. De algunos elementos de mi
formación no puedo desprenderme. Por ejemplo: no me puedo separar
todavía de la creencia en la posibilidad del milagro. Si usted me
pregunta en qué creo, le diría que creo casi en una suerte de
milagro cotidiano que no podría precisar con claridad. Pero no me
resigno a creer en la no inmortalidad terrestre; son estructuras que
me arrastran constantemente a la creencia absoluta de un milagro
filosófico, metafísico, no sé...
—¿Tiene alguna posición frente al psicoanálisis?
—Me asusta, no me interesa; prefiero permanecer en el oscuro mundo
del milagro.
—¿Cómo es su humor?
—Mi despertar cotidiano es cordial. Quizá me mate intelectualmente
una maravillosa alegría de vivir... a pesar de los diarios. Como si
ese constante vivir fuera el milagro de un acercamiento en el plano
amoroso.
—¿Qué significa en "el plano amoroso"?
—Significa el cotidiano acercamiento con determinadas personas,
también con las cosas, con la enorme satisfacción de escribir y con
la belleza. Por eso soy tan rilkeana: pienso que moriré estrangulada
por un ángel, debido al inmenso placer del acercamiento con la
belleza...pese a UNICEF.
—¿UNICEF?
—Es decir, los balances de UNICEF sobre los niños que se mueren de
hambre en el mundo. Puedo darle el ejemplo de lo que me sucedió en
el último viaje a la India; a mí, que me gustan tanto las cosas, la
fantasía, las telas y la belleza, no pude, prácticamente, comprar
nada porque frente a los mendigos que me seguían me detenía y me
encerraba en mi cuarto. Con una especie de gran egoísmo: tenía la
impresión de que esos mendigos, no sólo me iban a asaltar cuando
comprase un collar o una tela de seda, sino que tenía miedo de que
asaltasen esa intimidad terrible y mentirosa y espantosa en la cual
el escritor alimenta la posibilidad del amor.
—¿Usted relaciona amor con erotismo?
—No.
—Pero sí relaciona al erotismo con una serie de actitudes
aparentemente no eróticas... cómo, por ejemplo, leer.
—Recientemente hablábamos con Severo Sarduy de esto. El me contaba
que —en su último viaje por el desierto del Sahara— había sentido el
erotismo en sus fuerzas físicas, es decir, como goce sexual, al
enfrentarse con la belleza solitaria del Sahara. El erotismo, decía
él, se da a veces en una relación donde no exista contacto físico:
en una creación, en la visión de un crepúsculo, en la página que se
lee o que se escribe, en el caminar por una calle. Pero todo esto me
párese terrible comunicarlo, porque pienso que es un mundo de
sangre, de rebelión, en el que todo ese erotismo está privado nada
más que para el intelectual. Reservado para el intelectual. Lo digo
muy pocas veces.
—¿Dividiría al erotismo en erotismo vulgar y erotismo superior?
—Creo que todo profesional es un deformado. Un médico, por ejemplo,
ante una operación que le resultó maravillosa ante la salvación de
una vida, al descubrir y curar un cáncer, siente un goce erótico. Sé
que el erotismo está radicado en zonas, pero creo que esa radicación
se debe a la deformación del psicoanálisis. El erotismo vulgar tiene
un límite que es la ternura; este otro erotismo no tiene ternura, es
un goce prostituido, fabricado por muchas operaciones quirúrgicas
—el caso del médico—; por mucho escribir o mucho leer —el caso del
intelectual—. Usted, por ejemplo, siente un goce íntimo y personal
cuando llega a su casa con un libro bajo el brazo y decide acostarse
en su cama con un poco de gripe; bendiciendo tener gripe, así
justifica su conciencia de no ir a la revista para poder leer ese
libro. En el erotismo vulgar o cotidiano entran la piel, la ternura,
tomar un chocolate en el Vesubio, etc... Factores para los cuales el
intelectual no tiene tiempo, porque no tiene tiempo para una libido
exacerbada.
Beatriz Guido detiene su comentario. Algo nerviosa juega con las
cuentas de su collar de ámbar. Medita, sonríe. Su impetuosa
verborragia vuelve a desbordar al momento.
—Odio el hippismo. Lo odio, entre otras cosas, porque me parece que
el hippismo quita mucho tiempo. El hippismo es una rebelión a
medias. Lo considero un movimiento de derecha, no conscientemente.
Más bien acultural. Es en síntesis un movimiento existencialista.
Por supuesto que hay que diferenciarlo de la maravillosa rebelión
estudiantil que cambia en los Estados Unidos una estructura. El
hippismo manso no me interesa.
—¿Y las drogas?
—La droga tampoco me interesa, ni me interesó nunca. Me parece pura
evasión. Una pérdida de tiempo. Mi oscuridad, ese mundo oscuro, para
mí está dado por la lectura. Philip Roth me es más LSD que el LSD
mismo. Toda droga me resultaría el develamiento de un mundo en el
cual podría divertirme por una cuestión sensorial. Dos vasos de
whisky, dos vasos de vino, son para mí LSD. El LSD me liberaría
exclusivamente en lo táctil.
—Con respecto de nuestra juventud. .¿cómo la ve estética, ética,
políticamente?
—Éticamente creo que hay dos juventudes: una que ha tomado
conciencia total en todos los planos, político, etc..y otra que vaga
por las calles indiferente. Ahora, es una juventud que con respecto
a sus padres está marcada por una canción popular de Piero "Mi
viejo". Es decir, es una juventud muy tierna. Esa ternura me
conmueve mucho.
—¿Siente como una ausencia al no haber tenido hijos?
—Se mueren dos cosas: por un lado la incógnita de saber si con hijos
hubiese podido escribir; estoy casi segura de que me hubieran
deleitado mucho, me hubiera encantado pasar con ellos las
veinticuatro horas del día; por el otro lado pienso —como Simone de
Beauvoir— que ese encantamiento hubiese restado a lo profesional.
Sí..., pero me hubieran encantado. Creo que en mi vida profesional
hubiesen incidido drásticamente. Tengo siempre la idea de haber
tenido una suerte de hijos míticos, los cuales..., no sé..., los veo
tan lejanos, como una cosa de juego, de hechizo... que no sé.
—De juego..., ¿qué piensa del fútbol?
—En ese aspecto soy tremendamente populista. Yo creo que todo el
fútbol es "hacer de cultura" — como dice Ortega y Gasset—, nada me
conmueve más que pensar que tal día la bandera argentina va a estar
enarbolada por un campeonato internacional. Es un quehacer cultural.
Con todos los hombres de mi vida, desde mi padre a Leopoldo, que son
los pilares de mi afecto, he compartido el quehacer deportivo
cultural. He ido también muchísimo al box, me he emocionado hasta
las lágrimas en algún match. He ido mucho al Luna Park, o a estadios
extranjeros. El hincha, considero que es un hombre que está haciendo
cultura: creo en la realización de las masas. En un momento dado,
cuando era muy elemental mi creencia política, creía que el fútbol
era el opio del pueblo, pero ahora pienso todo lo contrario. Los
filósofos han de tener que tener en cuenta los nuevos implementos
que han aparecido en el deporte, como el satélite. Desde que aparece
el satélite ya no es opio, es cultura de masas. Yo siempre escucho a
Apo los domingos ("Polémica en el fútbol", Canal 7, domingos, 11
horas) y me fascina, al margen de que no entienda muchas cosas.
Porque pienso cómo ha cambiado el lenguaje popular. Y pienso cómo ha
cambiado todo, porque a las masas no se les puede dar otra cosa.
Uno, en un estadio de fútbol, no se les pondría a leer a Sebrelli,
ni a Sartre. Pero ese hombre —que al día siguiente va a la fábrica y
que habla de fútbol— ya lo está hablando en un idioma distinto. Y
eso es lo que a mi me entusiasma. No. El fútbol no es opio, de
ninguna manera. Es muy distinto a la religión, porque la religión
maneja elementos matafísicos que pueden llevar a un oscurantismo
ideológico-social. El fútbol puede ser liberación, pero a su vez le
va dando un instrumento cultural que no ha escapado a los sociólogos
de hoy. Es por eso que ningún sociólogo, sea de izquierda o de
derecha, le dirá que el fútbol pueda ser opio de masas.
—¿Entonces cree importante el estilo en que está narrado un partido?
—Totalmente importante. Por ejemplo, para mí José María Muñoz es un
estilista que no tiene nada que ver con Luis Elías Sojit. Yo lo
adoro a José María Muñoz porque él, por ahí, le habla de Sartre; o
sea que improvisadamente manejan instrumental cultural. Por eso me
maravilla Borges, porque Borges está tranquilo de pasar la aduana y
tomar un avión con una multitud que no lo aclama ni le dice nada.
Porque él sabe que está siendo también un instrumento como el
fútbol. Borges es fútbol.
—Borges es fútbol..., ¿usted ha ido a la cancha?
—¡Por supuesto! El otro día, justamente, estuve en el partido de
fútbol en Boca. Y no me ofendía nada que esa masa vibrara, al
contrario, me emocionaba. Claro que también se producen
exabruptos... ¿Pero acaso no hay linchamientos?
—Cambiando de tema, ¿cómo ve al cine argentino?
—El cine argentino hoy está en una encrucijada espantosa. Al no
haber premios va derecho a una especie de cine comercial. Un total
cine comercial. Ya que los premios significaban la posibilidad de un
cine artístico. Da la sensación de que todo se volcase hacia la
boletería.
—Pero cuando había premios los ganaba Mentasti.
—No siempre. Mentasti ganaría los primeros premios, pero hubo toda
una generación, Kohon, Kun, Favio, y otros, que salieron de esa ley
y pudieron solventar sus películas. Y además eso significaba que
había una cantidad de productores que se atrevían a poner dinero en
eso.
—¿Van a filmar algo ahora?
—Sí, dentro de poco tiempo comenzamos en Salta con "Güemes". Creo
que de la trilogía de Leopoldo —"Martín Fierro", "El santo de la
espada"—, "Güemes" es la que lo encuentra más maduro. Creo que en
"Güemes", Leopoldo va a poder adentrarse más en el personaje, va a
descubrirlo más psicológicamente. Porque Güemes personaje traspasa
lo histórico, o es más importante que el acontecer histórico en sí.
—¿Usted, en las filmaciones que hace, escribe?
—Bueno, yo escribo en los cafés, dado que en casa no puedo escribir
ni una línea; escribo también en el set, o en cualquier lugar donde
sienta la soledad. Es decir, yo puedo aislarme entre gente anónima,
pero no en mi casa, que estoy pendiente de todo lo que ocurre.
—Claro, y en el set..., ¿le gusta ver dirigir a su marido?
—No solamente me gusta: toda mi admiración erótica hacia Leopoldo
proviene del set... ¡Es increíble!, toda su formación, su acervo
cultural, sus lecturas a! amanecer quedan al descubierto cuando él
dirige.
—Algo que no tiene nada que ver: ¿qué piensa de la moda?
—Pienso que la moda cumple una función estética, y que, de alguna
manera, el estudio de la moda contribuye a una interpretación
sociológica de las épocas. Hay épocas en que la moda se retrotrae
totalmente por cuestiones políticas-sociales, y otras en que
contribuye a enriquecer el placer estético de una época liberal. Por
ejemplo, la "belle époque", donde los problemas de muerte y de
guerra parecían haber desaparecido totalmente, se caracteriza por un
adosamiento. Ahora creo que estamos viviendo una época eminentemente
romántica. Veo un romanticismo total en política, en sociedad. Pero
no un romanticismo frívolo, sino un romanticismo de "Sturm und
Dramng". Es decir, revolucionario. De ahí que la moda tenga esos
aderezos, eso de gipsy, de gitanismo. Ya veremos este verano: nada
más que polleras al viento, de gitanas.
—Con respecto de "Escándalos y soledades", su próxima novela, ¿qué
podría decir?
—No puedo hablar sobre ella. Cinco años me llevó escribirla y ahora
espero con angustia la reacción del público y la crítica. Es una
novela en la que rompo con mi pasado clásico y me enfrento a la
renovación del lenguaje. Pero sé que no es definitiva en mi
evolución creativa, es, más bien, un intento, un tránsito en la
novelística contemporánea política.
Eso es todo. Beatriz Guido vuelve a enroscar su estola sobre el
modelo maxi de inspiración "abuela" que Ivonne ha creado. Dejamos
"Los Dos Chinos" para acompañarla hasta el Mercedes Benz, que ella
maneja un tanto abruptamente. "Hace tiempo que no hablaba así, en
una entrevista", nos dice sonriente. Le creemos. Ha sido un diálogo
amable, sin asperezas en el medio, como diría Girri.
GUILLERMO ZORRAQUIN (h). Fotos: ANTONIO LEGARRETA.
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