Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

ESE MUCHACHO TROILO
El "bandoneón mayor" de la ciudad llega al cine

 

Revista Siete Días
03 de enero de 1967


fotos: Pablo Alonso

Es el único mito con vida. Un derivado de Corrientes, como el obelisco o las pizzerías. Se lo puede ver al pie de un estaño o en las mesas que nunca preguntan, dialogando con los borrosos fantasmas de un Buenos Aires que se fue. O sollozando los nombres de Discépolo, Manzi, Florentino. A la hora de ver doble se le agranda la nostalgia y nadie puede convencerlo de que en el año 30 también había problemas. Se llama Aníbal Troilo, de profesión bandoneonista. Es casi seguro que en su cédula de identidad debe decir Pichuco. Nadie lo conoce de otra manera. Si alguien le dice "señor Troilo", él se queda mirando entre absorto y despavorido. Tiene 52 años, un sorprendente casamiento en la iglesia de Balvanera y una manera de ser que sus amigos aceptan entre sonrisas comprensivas. Tiene también una sombra: se llama Paquito y le lleva el bandoneón a todas partes. Es el único que conoce los imprevisibles movimientos de Aníbal Troilo, el hombre que para componer un tango puede tardar 45 minutos o 25 años.
Por dentro, también es un chico: casi el mismo que nació un 11 de julio por el Abasto; en los tiempos en que Gardel andaba por allí silbando tangos. A los 10 años, se quedó sin padre. Y con sus tres hermanos ponen un quiosquito: "Las cinco esquinas", donde vendía cigarrillos y lotería. Pero la suerte no estaba en un billete. La encontró en un cambalache, en la forma de un desvencijado bandoneón. Su precio: 140 pesos. Lo pagó a diez pesos por mes y se puso a estudiar apasionadamente con Juan Amendolaro. Al año, recién cumplidos los 11, debutaba en un cine de Córdoba y Laprida, el "Petit Colón", con una prueba de fuego: "Canaro en París". A los 15, ya tenía orquesta propia y un nombre que empezaba a ser considerado por los famosos: Pedro Maffia (con el que integraría más tarde la orquesta de De Caro) y el otro bandoneonista que se quedó en los clásicos: Alejandro Barletta. Después viene su época de oro, esa que los porteños sacan a relucir como sinónimo del tango único e irrecuperable: la década del 40, con Fiorentino, Marino, Ruiz, Rivero. Así empieza la leyenda, donde el bandoneonista con cara de pibe impone silencio por el solo imperio de su prestigio ("Callate, que está tocando Dios" dijo un fanático). Un prestigio cimentado por su rara habilidad, por su esencia porteña y hasta por sus debilidades: esas que le ponen la lágrima pronta y el abrazo a flor de tango.
Ahora le van a hacer una película. Troilo en largometraje. "Sus tangos, sus amigos, su vida: un gran fresco del "tiempo Troilo", dijo el productor Sergio Kogan a 7 DÍAS. Tres libretistas novelarán la vida de Pichuco: Homero Expósito, Pablo Palant y Víctor Pronzato. "Todo comenzó por el final. Hace poco nos enteramos que Pichuco había terminado su obra cumbre, esa que los creadores arrastran durante toda su vida: la Obertura Porteña, el Opus 1 que Pichuco prepara desde hace 25 años. Esa Obertura constituyó la base de nuestra idea argumental, explicó Pablo Palant.
De la película, que comenzará a rodarse en marzo, podemos contar el comienzo y el final. Aunque se enojen. Anochecer en Corrientes. Pichuco y Paquito, con el bandoneón a cuestas. Primer plano desde atrás, marcados contra el obelisco. Entran a un local, con una orquesta que no espera otra cosa que la señal de largada. Pichuco levanta su. batuta y comienza la Obertura Porteña. ¿El final? Es el mismo: Troilo concluye de dirigir y remonta Corrientes, pero volviendo. Hacia el Bajo. Contra el amanecer, Pichuco se aleja silbando un tango. Entre el comienzo y el final está toda su vida. Y así debe ser, porque su vida es eso. Apenas un paréntesis entre tango y tango. Por eso quizás, por más imaginación que pongan sus libretistas, el film será casi un documental.
Claro que como acota Palant, citando a Unamuno: "Las personas son lo que son, lo que creen ser y lo que la gente dice que son. Le vamos a dar a la gente el ídolo que ve y lo que esa gente no ve, lo que subyace en Troilo. Lo que va por dentro".
Miles de anécdotas atestiguan su increíble generosidad: "Le sobra tanto amor que rompe los bolsillos", dice Homero Expósito en el tango que seguramente dará nombre al film: "Ese muchacho Troilo". "Créame que no es una metáfora —cuenta Expósito-—. Una vez estábamos con él en un bar. Yo, como siempre, bastante seco. De pronto aparece un tipo que le dice: Maestro, usted me dijo que antes de ir a ver a mi madre hablase con usted. Pichuco dijo "sí". Metió la mano en el bolsillo y le dio todo lo que tenía. Un billete de cinco mil pesos. Como toda explicación dijo: Pagas vos, Homero. Pagué con mis últimos doscientos pesos."

"Son cosas del tango, pibe...
Ese es el Troilo inédito. "Con su gran juventud, hecha de arrugas. Como el fueye que duele como él / Parece un corazón latiendo en las rodillas. Por eso el gordo Troilo / tiene tantos pecados con razón / que al lado de Jesús y al lado del ladrón / también ganó su cruz de angustias y de alcohol!. . ." Así dice el tango que le hicieren Expósito y Francini. Y así es nomás: con su cara de estar pensando en otra cosa ve pasar eso que llaman la Vida, pero que para él no es más que un pretexto para recordar. Porque su vida se quedó por el 30, en la última veredita de la Corrientes angosta, escuchando los tangos que molía un organito fantasma. Desde entonces deambula por Buenos Aires, durmiéndose sobre su bandoneón que sólo sabe de réquiems. Hace poco murió su madre, doña Felisa. Y él, casi no pudo llorar. Parecía un chico sorprendido, de los que creen que las madres son eternas. De pronto, se atragantó de lágrimas y pidió que el papel de doña Felisa lo hiciera Milagros de la Vega. Y se volvió a quedar impávido, quizás ausente, agolpando los recuerdos que constituirán el argumento del film. Un film que al margen de sus méritos, será una especie de monumento en vida, un homenaje que en este país se tributa a los que ya no son. Troilo lo sabe. Es consciente de ser el último ídolo de una ciudad cada vez más anónima. Con una enorme capacidad de olvido. Entonces, ensaya una explicación simple, casi gutural. Que a él le sirve para justificar su boda. O la clave de su popularidad: "Son cosas del tango, pibe..."

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Troilo

 

 

 

 

 

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