Rarezas
Introducción a la música repelente

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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El espectáculo parodiaba la superficialidad de las comedias musicales norteamericanas, con un título que no dejaba lugar a dudas: Freddy Mastropietro o La historia de un muchacho hijo de madre italiana y de padre.
Durante dos meses se prepararon los decorados, la iluminación, el vestuario y ciertos efectos especiales; una tormenta era sugerida por un fondo sonoro de latas y tambores, mientras las luces se estremecían y un raudo partiquino atravesaba el escenario transportando un enorme relámpago de cartón. A cada rato, Marcos Mundstock interrumpía el show para anunciar las correcciones a las tablas de mareas.
Para los sorprendidos espectadores, el disparate no era, sin embargo, una novedad: desde hace años, paralelamente a sus actividades musicales, el Coro de la Facultad de Ingeniería —que capitanea el tempestuoso compositor Virtú Maragno— se divierte tomándole el pelo a las solemnidades. Últimamente fraguaron óperas, reeditaron zarzuelas y urdieron una orquesta de instrumentos insólitos: aunque la Triste España Serenaders tiene una larga crónica, su verdadera historia sólo comenzó a fines del año pasado, cuando el ingenioso Mundstock (23 años, locutor de Radio Municipal, además de sus estudios de ingeniería) colocó una boquilla de trompeta en uno de los extremos de una manguera de un metro, y un embudo de plástico en el otro, y bautizó al extraño artefacto con el pomposo título de Manguera en re.
Ese talento inventivo iba a encontrar rápidamente continuadores: Guillermo Marín (24 años, empleado de un estudio jurídico) que concibió el Yerbomatófono a partir de un mate seccionado, "que suena como una mezcla de oboe y saxo, pero con timbre de trombón"; el Tubófono cromático, una flauta pánica hecha con tubos de ensayo, que, Carlos Núñez (23 años, estudiante de Química Biológica) consiguió perfeccionar notablemente ("antes tenía que afinarlo recurriendo a un gotero, pero ahora encontré un sistema a base de parafina"); o la Manguelódica, una siniestra combinación de melódicas —soprano y contralto— insufladas por un enorme globo de un metro y medio de diámetro, o bien por los pulmones de sus inventores, el dúo Gerardo Isler y Raúl Puig. Aunque quizá el rey de los novísimos instrumentos de viento no sea otro que el Contra bass-pipe a vara, posiblemente "lo más grave que haya sonado jamás", según explica su creador, el arquitecto Gerardo Masana (28 años), paseando una mirada orgullosa por los cuatro mastodónticos tubos de cartón.

El suficiente horror
Lanzados a la investigación de lo horrísono, los jóvenes estudiosos no tardaron en invadir el dominio de las cuerdas: el Contrabasso da gamba piccolo, un violincito de una sola cuerda apoyado sobre la rodilla de Mario Brotsky (25 años, estudiante de Medicina) y el Contra chitarrone electrónico, una antigua guitarra con puente y arco, que pulsa Jorge Maronna (18 años, descendiente de Otto IV Welf, y displicente aspirante al trono del Sacro Imperio Romano Germánico), son los testimonios de esa invasión.
Pero quedarían por considerar en este repertorio de esmerada repelencia, los instrumentos favoritos de los integrantes del octeto: el celebrado Generador de ondas López, debido al talento del estudiante de ingeniería Horacio López (28 años), y el casi sagrado Rag-a-Mufing, un grupo de cuatro órganos electrónicos caseros, que costó más de 9.000 pesos a sus constructores: Masana, López, el orquestador Jorge Schusheim (25 años) y el psicoanalista Carlos Iraldi (40 años). 
La semana pasada, durante el Festival de Coros de Tucumán, el número centra! de la Triste España Serenaders fue, precisamente, un scherzo para coro, orquesta y Rag-a-Mufing: con un texto que tiene por base el prospecto de un poderoso laxante, la cantata Modatón sigue nada menos que las estructuras de Juan Sebastián Bach. El resto del repertorio abarcó El herrero armonioso, de Haendel, El cornetín del vals (para manguerista) y varias marchas militares en tiempo de vals.
El director del conjunto, Carlos Núñez, no pudo esconder, sin embargo, una ligera decepción, al término del recital: "Todavía deberemos esforzarnos mucho —suspiró— antes de conseguir un estrépito en verdad repelente". Muchos de los aturdidos espectadores no parecían, en cambio, dispuestos a tener las mismas exigencias. 

revista primera plana
5/10/1965