Revista Periscopio
31.03.1970 |
"Qué se debe hacer desde la función pública: dejar que lo inmoral
vaya ganando la calle y las personas?", se preguntaba hace unas
semanas el Presidente Onganía, destilando sus confidencias ante un
periodista. "Este es un problema que siempre tengo presente. Temo
las exageraciones en ambos sentidos: tolerancia o intolerancia. Pero
no es posible quedarse con los brazos cruzados."
Bajo el Gobierno del teniente general Juan Carlos Onganía, a quien
sus compatriotas juzgan un riguroso moralista —acaso por la
severidad de su talante—, las estadísticas de delincuencia han
alcanzado niveles desconocidos. Recientemente, en USA se informó que
la Argentina es su principal proveedor de estupefacientes;
trascendió, además, que es el mayor mercado mundial de artículos de
contrabando.
Si se necesitaba algún indicio sobre la preocupación que el auge
delictivo suscita en los círculos oficiales, conviene señalar la
reunión convocada el 16 de febrero por el Ministro de Justicia,
Conrado Etchebame (h). Consternado por la enormidad de los ilícitos
que se suceden, llamó a consulta al presidente del Banco Central,
Egidio Iannella; al Inspector General de Justicia,
Enrique Zaldívar, y al presidente de la Comisión Nacional de
Valores, Héctor Alegría. No trascendieron detalles sobre la política
que el Gobierno adoptará contra el boom de la delincuencia
económica; hubo, en cambio, alusiones a una actualización de los
textos legales, para eliminar sus "mallas flojas".
Fiel S. A. inauguraba la escalada el 11 de enero, al trascender la
estafa que perpetró contra sus ahorristas por 350 millones de pesos
viejos. A partir de entonces, se conocieron las siguientes:
16-1-70: Caja de Crédito de Villa Devoto (6.000 millones).
17-1-70: Briders-Feldman, incendios intencionales (300 millones).
12-11-70: Promotora de Crédito Automotor (60 millones).
12-11-70: Bengen y Cía., inmobiliaria (15 millones).
El martes de la semana pasada, la Policía Federal allanaba cuatro
locales de la Caja Popular de Belgrano; detuvo, por orden del Juez
Esteban Vergara, a 28 directores. Quedaron en libertad al día
siguiente, por falta de mérito; los amparaba, además, un informe del
Banco Central.
CHEQUES VOLADORES
El síntoma más certero del deterioro de la fe pública es,
probablemente, la inundación de la plaza por los cheques voladores,
hecho que —por repetido— los diarios desdeñan para su plana
policial. Hace apenas dos décadas, provocaban escándalo en la
Argentina. Por cheques voladores, el Banco Central clausura
mensualmente 6.800 cuentas corrientes, según se informó la semana
pasada a Periscopio.
Teóricamente, alrededor de 80.000 personas debieron caer en prisión
durante 1969, por libramientos indebidos. Cualquier oficial de
Juzgado sabe que ni remotamente fue así: el Estado no posee,
siquiera, comodidades para alojarlos.
Cada dos años se duplica el número de los que recurren a esta
práctica (36.000 en 1967); entre los poquísimos que sufren proceso,
casi todos salen absueltos. Las restricciones crediticias han hecho
del cheque el principal elemento coactivo de la usura: debe
aceptarse que, además de delincuentes, lo firman seres desesperados.
Algunos juristas propician la derogación de este delito; otros
arguyen que es restablecer la prisión por deudas. Acaso sea
peligroso: los libradores tapizarían el país o, simplemente, nadie
aceptaría ya un cheque, que se perdería entonces como medio de pago.
¿Sería aconsejable entregar a manos policiales la persecución del
bandidaje de cuello blanco? Actualmente, la Justicia penal sólo
opera ante hechos consumados y revelados; carece de una Policía
propia que proteja a la población de tanta malicia: fraudes,
defraudaciones, estafas, falsificaciones, cheques sin fondos,
contrabando, evasión fiscal o previsional, quiebras fraudulentas,
uso de pesas o medidas falsas, acaparamientos de mercaderías,
adulteración, agio, monopolios.
Algunos observadores se preguntan si no habrá llegado el momento de
desenterrar una proposición que la Policía Federal mantiene desde
1963: creación de la Policía Económica. Pero acaso no sea el
instrumento más adecuado; sí, en cambio, alguna dependencia
judicial, menos proclive a la arbitrariedad y más respetuosa de los
derechos individuales.
El reciente blanqueo de capitales no ha contribuido a inspirar el
propósito de una conducta económica sana. En el futuro, las
horribles sanciones que el Gobierno prometa a los evasores fiscales
o previsionales serán recibidas, quizá, con una sonrisa.
La usura —pese al sonado episodio rosarino del año anterior—
disfruta de total impunidad: los legisladores argentinos aún no se
decidieron a tipificarla como delito. Es un deporte que se sigue
practicando con desenfado, al amparo de escribanías o sospechosas
cooperativas.
La cínica filosofía que tienta a los argentinos hace ya demasiados
años —todo está corrompido, todo es corrompible— ha mermado en la
valoración popular el carácter oprobioso de estos delitos. "Hemos
conocido épocas distintas, en que la estafa, el negociado, la
falsificación y el contrabando eran delitos infamantes y estaban muy
lejos de otorgar esa suerte de prestigio que hoy parece nimbar a
algunos astutos con suerte", enfatizaba La Razón el 27 de enero
pasado.
SOLO PAPELES
—Usted es un profesional distinguido; por eso ha sido incluido en
nuestra lista especial. Tiene prestigio; la gente lo quiere, lo
respeta. Sobre todo, lo respeta.
-¿Yo?
—Sí, doctor. Suscribiendo uno de nuestros títulos de Capitalización
y Ahorro, no tendrá que participar del sorteo. Publicaremos su
nombre y tendrá medio millón a su disposición. Por favor, le pedimos
reserva.
Reserva fue lo único firme de estos acuerdos: la mayoría de los
"caracterizados" —involucrados en recientes maniobras de corredores
de sociedades de Capitalización y Ahorro— negó que hubiera sido
víctima de un timo.
El dinero recibido por las entidades financieras que surgieron en
los últimos años —salvo las de ahorro y préstamo para la vivienda—
no está garantizado por el Estado. Aventurarse con las otras se ha
convertido en una ruleta rusa: durante los últimos dos años, el
Gobierno clausuró 15 compañías de ahorro y préstamo para fines
determinados (que no eran vivienda). La última, Pormar Sociedad
Anónima, el lunes 9 de marzo.
Contra lo que cabría suponer, los recientes casos de estafas se
hallan en manos de la Justicia común, en vez del Fuero Penal
Económico. Instaurados durante el período frondicista, estos
tribunales brotaron de la necesidad de reprimir el agio. Algunas
leyes posteriores ampliaron levemente su competencia; con todo, sus
13 Jueces, que desde entonces ventilaron unas 6.000 causas,
raramente se apartaron de cuatro casos-tipo: contrabando, cheques
sin fondos, balances falsos y adulteraciones de vinos. El monopolio
los ocupó en contadas oportunidades; ahora tienen entre manos un par
de denuncias sobre un presunto trust de editoriales y otro
farmacéutico.
Los llamados delincuentes económicos, protagonistas de las 38
estafas más audaces perpetradas durante 1969, debieron, entre otras
cosas, falsificar sellos de vino, vender terrenos ajenos, crear una
organización de falsos sordomudos, comercializar ilegalmente achuras
del Frigorífico Municipal, falsificar permisos de residencia para
sudamericanos limítrofes, cobrarle al Hipódromo de La Plata premios
de caballos que no habían corrido, falsificar entradas de cine. En
el estado actual de la legislación y de la represión económica, todo
está permitido.
Este año trascendía en Buenos Aires una novedad operativa: venta de
joyas a plazo a empleados estatales. Finalizado el pago de las
cuotas, los pagarés firmados por los compradores no les eran
devueltos. Estos se notificaban del timo cuando algún comerciante de
"buena fe", a quien le habían sido endosados, los demandaba por
cobro.
Sin embargo, nadie alcanzó los virtuosismos de Silhouette
Internacional, que en noviembre de 1966 esquilmaba a quince mil
gordos de Buenos Aires. Carlos Sansone, Joseph Della y Carol
Frelick, cerebros de la extravagante cadena de gimnasios de belleza,
volaban hacia Miami a poco de conocerse el fraude. Esto no ha
cambiado: el exterior continúa siendo el mejor abogado del
bandolerismo económico. Luego, la prescripción, el olvido, acaso
otra vez la respetabilidad.
El Presidente vive preocupado: "El mundo de la inmoralidad es
insondable", ha dicho en la misma ocasión. "Cuando se adoptan
medidas que hacen a la moral, se descubren las más extrañas
reacciones. Nuestro país es moral. Hay otros que, por excederse en
la libertad, cayeron, casi, en la disociación, y hoy están pagando
caro." Esa amenaza, sin embargo, pesa también sobre nuestro país.
A los pocos días de tomar el mando —relató—, pusieron a su firma dos
cartas de intención por 400 mil dólares cada una. "Los funcionarios
que me explicaron los detalles no fueron suficientemente claros; a
su vez, habían recibido explicaciones también poco claras. Las
influencias sobre el Gobierno abundan y no es fácil
individualizarlas", admitió el Presidente.
"Gobernar no es cosa placentera —dijo—. Es un guerrear continuo.
Resulta difícil descubrir lo que es totalmente limpio, en la opinión
o en el consejo o en el asesoramiento, de lo que no lo es. Sin
embargo, la práctica de la función va enseñando mucho."
Existe cierta correspondencia —un "clima"— entre la ética de una
Sociedad y la de su Gobierno. No es posible enfrentar con éxito a la
delincuencia económica si abundan los funcionarios venales, cuyas
actitudes provocan escepticismo, la atonía moral. El Ministro de
Justicia se apresta a empeñar el combate; pero no bastarán ni una
perfecta legislación, ni el ensanche del nuevo fuero, ni una policía
especial. El mal ha calado más hondo.
Enrique R. Aftalión, 60, no halla en los delincuentes económicos
características que los distingan del resto. El célebre coautor de
la Introducción al Derecho —martirio de generaciones de abogados— se
alinea con los que sostienen que la mayoría de los delincuentes no
exhibe los famosos estigmas atávicos propugnados por Lombroso:
"Menos en esta materia, de cuyos protagonistas sólo puede decirse
que son sujetos despiertos, con un genio especial para soslayar las
reglamentaciones económicas", sugirió a Periscopio.
HOMEOPATIA JUDICIAL
Los cascos singularmente lúcidos de los delincuentes financieros
justificaron, a juicio del penalista, la implantación del Fuero
Económico. Hacía falta, asegura, una mayor especialización de los
magistrados, que además de los conocimientos propios de los
criminalistas, necesitaban cierta versación en economía,
regulaciones económicas y principios contables y financieros. "Diría
que es un poco el principio de la medicina homeopática: 'similia
similibus curantur', o sea que el remedio debe tener semejanza con
la enfermedad."
No todos sustentan, como Aftalión, el principio de que el delito
económico sea una categoría especial. "La expresión es vaga,
genérica; tampoco se distingue con dicha denominación el bien
jurídico protegido a que se alude. ¿La Economía, acaso?", declaró a
Periscopio Norberto Julio García Tejera, 35, un abogado del foro
capitalino. "Cabe más bien referirse a delitos económicos cometidos
contra el patrimonio público o privado, la fe pública, la
Administración, etcétera."
De cualquier modo, los magistrados del fuero aludido no parecen
contar con la infraestructura legal adecuada: "Estos nuevos Jueces
se ven obligados a aplicar normas caducas, basadas en principios
ampliamente superados", expresa el abogado Jorge Garber. "El cheque
es el mejor ejemplo de la disociación existente entre la norma
aplicada y la realidad económica."
El argentino medio vive ajeno a tamañas sutilezas. Pero sus
urgencias —un auto, una casa— de pronto lo arrojan al desastre.
Buen producto de la necesidad, las ansias de poseer apenas le hacen
tener en cuenta si el plan de pagos le conviene; los estafadores
saben que cierra sus tratos con enorme celeridad. Y las leyes nunca
parecen ser suficientes para ampararlo: hasta abril de 1968 —última
reforma del Código Penal—, el vendedor de un departamento
dolosamente hipotecado no iba a la cárcel.
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