Revista Confirmado
07-05-1965 |
Entre los muchos interrogantes que planteó la novela 'Sobre héroes y
tumbas' desde su aparición, uno escapaba de las apreciaciones
comunes: ¿por qué Ernesto Sábato había intercalado en su extenso
texto unos fragmentos que relataban la retirada, la muerte y la
peregrinación póstuma de Juan Lavalle? Por su dramatismo, por el
"pathos" épico que los nutrían, fueron tal vez los que impresionaron
más al público. Aparentemente, reclamaban un tratamiento autónomo.
Ese tratamiento ha llegado ahora por un camino inesperado. Un "long
play" editado por Philips, donde la voz de Ernesto Sábato leyendo
los textos, la guitarra y la voz de Eduardo Falú cantando las
canciones, y el coro de Francisco Javier Ocampo darán nueva vida a
la epopeya de Lavalle.
La idea surgió casi jugando, entre Sábato y Falú. "Había que hacer
algo parecido a lo que cantaban los ciegos en los viejos tiempos de
la patria, cuando el romancero argentino se enriquecía con los
relatos de las desgracias que algunos hombres enfrentaban: desde el
gaucho anónimo perseguido por la justicia hasta Quiroga citándose
con la muerte en Barranca-Yaco", dice Sábato en uno de sus
apresurados diálogos. Un romance de ciegos, pero con la voz varonil
de Falú, su guitarra, el apoyo de un coro y la participación de
Mercedes Sosa, una tucumana que canta una vidala tradicional.
Fue desechada la idea casi inevitable de que un actor profesional
leyera los textos escritos: "No queremos hacer radioteatro —explica
Sábato—, y por esa misma razón el disco carece de efectos sonoros,
tiros, galope de caballos, etc. Es austero". Se recurre al coro en
contados momentos, y las letras de las canciones que canta Falú
—compuestas por el autor de Sobre héroes y tumbas— son sencillas y
directas, quizás no muy distintas de los aedas que hace cien años
relataban, en los boliches argentinos, la tragedia de Barranca-Yaco
o la derrota de Santos Vega.
Cuarenta y cinco minutos dura el relato de la muerte de Lavalle, en
los cuales Falú canta vidalas y estilos, gatos y yaravíes. Una sola
voz femenina anoticia la muerte del jefe unitario cantando una
vidala tradicional ("Palomita blanca, vidalitá/ que vuelas al valle
/ ve y dile a mi amada, vidalitá / que ha muerto Lavalle"). A medida
que crece el
relato en la voz apagada, casi temblorosa, de Sábato, crece también
el patetismo de la descripción: los recuerdos del fusilamiento de
Dorrego, la inexplicable retirada del ejército unitario cuando está
a punto de enfrentar a Rosas, la derrota de Quebracho Herrado.. .
Ahora, la hueste de Lavalle es apenas un puñado de hombres. Y junto
a ellos una mujer, Damasita Boero, la salteña, que acompañará al
general hasta el fin, aquella que —según el general Iriart — ha
logrado que el campeón unitario esté "enamorado como un cadete". La
voz de Falú, cálida, emotiva, esmalta cada episodio con una canción,
y su guitarra puntea el leit motiv de la marcha incesante de la
hueste unitaria hacia la derrota, hacia el olvido. Termina el disco
cuando los compañeros de Lavalle consiguen trasponer la frontera
boliviana llevando los restos, nada más que huesos a los que se les
quitó la carne para que no olieran, del general, y, antes de
proseguir su peregrinación hacia el exilio, miran al Sur y oyen
—imaginan— las notas del Himno Nacional. Increíblemente, el Himno
Nacional en guitarra, como un recuerdo; un himno altivo aparece como
una queja.
Philips acogió la idea con entusiasmo. El sello se lanzó a la
creación de este "long-play" para continuar en la línea de las
grabaciones que inició con Coronación del Folklore y continuó con
Misa Criolla. "El público pide calidad. Y la calidad también es
negocio", dijo Américo Belloto, al programar la grabación poco antes
de su reciente y trágica desaparición.
A fines de mayo se presentará Retirada y Muerte de Lavalle. Un
recuerdo extraño e inesperado, pero seguramente digno, a la memoria
del desgraciado guerrero que peleó en 105 combates por la
independencia nacional y halló la muerte en un mísero arrabal
jujeño, hace 124 años.
Fue poco común el destino de este porteño rubio y de ojos azules que
anduvo con San Martín en todas las batallas de la emancipación
americana: que ganó a fuerza de coraje la acción de Ituzaingó y
luego degradó oscuramente sus laureles en el motín contra Dorrego;
ese general que ordenó fusilar "por mi orden", asumiendo ante la
historia la responsabilidad tremenda de un golpismo inútil. Después,
envuelto por la sutil diplomacia de Rosas, el general unitario
abandona el poder y se exilia para retornar, casi diez años después,
a la lucha contra el poder del Restaurador. Y es entonces cuando su
destino asume el dramatismo que permitirá a Ernesto Sábato dar nueva
vida a su personaje. Un ejército que se desbanda, acosado por las
tropas federales, caminando por las planetarias distancias de la
patria, hostilizado por la población, abandonado por sus amigos; un
ejército sin esperanzas, casi sin jefe, pues Lavalle vive sus
últimos días como en un sueño, como si estuviera reviviendo en la
imaginación las jornadas de su gloria, los días de su exaltación,
los tiempos iluminados de la guerra americana. General harapiento,
mendigando asilo en los pueblitos del Norte, escuchando el galope de
sus perseguidores cada vez más cerca, abandonando la mísera realidad
de la derrota para entrar, ya un montón de huesos, en la leyenda.
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Sábato y Falú |
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