Con el nivel más epidérmico, Felipe es tierno, humano, ingenuo. Un
torpe bonachón que, por complaciente, no tiene enemigos. Pero Felipe
es también mucho más: un personaje menor de la picaresca callejera
que a causa de la indolencia ha excluido de su vida el éxito. No es
pobre y generoso por sabio, sino por ineficiente. Nunca podrá
integrarse a una comunidad organizada porque es un vagabundo sin
ambiciones. El crecimiento de la ciudad lo desplaza a los suburbios,
de donde surge. Humano, popular y gracioso, Felipe es, sobre todo,
un símbolo no siempre positivo de la vida ciudadana. No obtiene
amistad, sino condescendencia.
Luis Sandrini, al cabo de 30 años, ha convertido a Felipe en el
personaje cómico más notorio del país. El público lo aceptó por la
humanidad que destilaba, por su tartamudeo ocurrente, por su
debilidad que exhortaba al cariño. Seguramente nunca pensó que
protegiendo esa endeblez estaba conformando su propia debilidad.
Siempre reconforta pensar que hay seres más precarios que nosotros
mismos. Una suerte de antihéroe conformista, pequeño y vulnerable.
Desde luego, Luis Sandrini no está dispuesto a aceptar esta imagen.
Para él, "Felipe es un hombre de la calle, que le suceden cosas y
que todavía tiene capacidad de asombro. Es un representante del
hombre común, que cuenta lo que le impresiona. No envejece porque es
un observador de la realidad. Y la realidad es permanente cambio".
Pero Felipe ha envejecido. Al menos ha cambiado, en la medida que
Sandrini mismo ha evolucionado. El personaje no es, ni por asomo, el
atolondrado de hace 20 años. Inclusive su nivel económico es más
próspero y su torpeza es apenas una sombra. Los dos éxitos últimos
de Sandrini en el teatro y en el cine con "Pimienta" y "Bicho raro"
son una prueba: si algunos rasgos de humanidad y ternura conserva
del personaje original, es evidente que mucho ha muerto del viejo
Felipe.
Históricamente, Felipe tuvo un antecesor: Eusebio. El primer gran
éxito de Sandrini data de 1930, con una obra de Mafatti y Llanderas:
"Los tres berretines". Cuando Muiño y Alippi distribuyeron los
papeles, confiaron a Sandrini el rol de Eusebio, un personaje menor
en la pieza. De su barrio de Caballito, Sandrini conoció a un
fanático hincha de Argentino Juniors que por gesticulante y
nervioso, repetía las palabras en un gracioso tartamudeo. Por su
apariencia, era un linyera: saco y pantalón cortos, pañuelito al
cuello. Sandrini ("que entonces era un compadrito que me creía un
galán") resolvió que Eusebio debía tener la misma vehemencia
exterior que el anónimo hincha de fútbol.
De un segundo plano en la obra, Sandrini ascendió vertiginosamente y
en pocas funciones, Eusebio era el responsable del éxito de "Los
tres berretines". La temporada se prolongó durante tres años y al
cabo de las 1.200 representaciones, Sandrini era ya una estrella y a
la vez se había curado de una incipiente dispepsia por las naranjas
que consumía en escena. Era el comienzo de una curiosa y desgastante
relación entre el personaje y el actor que se prolongaría 35 años.
El cine aumentó su fama: en 1930 intervino en la primera película
sonora argentina,
"Tango", en la que ganó 160 pesos; la versión cinematográfica de
"Los tres berretines", en cambio, le reportó 1.460 pesos. Con
"Riachuelo" se asoma la fortuna: 5.000 pesos y el 10 por ciento de
las entradas brutas. El film costó 42.000 pesos y se pagó en 15
días.
—Sandrini, Felipe ¿no es un poco ingenuo y tonto?
—Eh, no se vaya a creer... ¡Felipe es un pierna... !
Sandrini defiende su máxima creación. En verdad, no es mucha la
vehemencia que pone al hablar de Felipe. Ni siquiera lo hace con
naturalidad, como se impondría después de tantos años, juntos.
Sandrini nunca lo reconocerá pero está claro que le guarda a Felipe
un oculto rencor. La fama, el dinero y su condición de ídolo popular
lo consiguió por Felipe. Pero Sandrini tenía mayores aspiraciones
que el traje estrecho, el tartamudeo y los ojos saltones. Siempre
ambicionó hacer un teatro y un cine de proyección que sepultara por
su trascendencia al muchacho orillero y cándido. Pero Felipe tenia
más vitalidad que un toro. Siempre que Sandrini necesitó hacer un
éxito debía recurrir a él. Una forma de dependencia que agota y
enfurece.
—Sandrini, ¿por qué ahora monta como productor "El proceso de Mary
Duggan" y no "Juan Globo"?
—¡Momentito. . .! Hay que hacer las dos cosas. Cuando yo no trabajo
como actor produzco espectáculos como "El proceso de Mary Duggan" y
así como no intervengo en este tipo de teatro, no admito que otro
haga "Juan Globo".
Luis Sandrini maneja una idea de la permanencia para todo lo suyo:
desde el personaje hasta sí mismo:
—Yo no cambié nada con los años. Voy con la época, que es una manera
de mantenerme actual. Tampoco Buenos Aires se modificó mucho. Claro
que me adapto a las circunstancias. Si me quisiera hacer el
conquistador ahora, estaría embromado. Todas las edades tienen sus
encantos. De lo que antes me parecía una estupidez, hoy opino lo
contrario... Sabe, es como la ensalada de radicheta: cuando jóvenes
nos parecía amarga; después la dejábamos de lado y ahora nos parece
riquísima. Tampoco el público ha cambiado fundamentalmente. A veces
me pongo a pensar y veo que todo está igual. Cuando yo era pibe,
gritaba por las calle "que lo saquen a Marcó." ¡No tenía idea de
quién era Marcó...! Mí viejo me tuvo que explicar que era un
ministro de Educación. Entonces la policía nos corría con la espada.
. . Ahora con gases. . . Al final es lo mismo. Lo que sí noto es que
la juventud está muy apurada. Se baja de los patines y ya quiere un
automóvil, sin querer tocar el piso. . .
—-¿Le parece mal tanto vértigo?
—¡No, en absoluto...! Es parte de una época veloz. Antes para ir a
Palermo se ocupaba una tarde. Ahora yo paso cuatro veces porque vivo
en Martínez. . . ¡Qué se le va a hacer...!
—¿Quedan Felipes en Buenos Aires?
—Muchos, pero en la periferia de la ciudad, de donde salen los
prototipos.
Sandrini marca otro punto clave en el personaje: su alejamiento de
los centros urbanos, el desplazamiento que le impone toda comunidad
organizada. Y ya se sabe que la civilización elimina solo a los
personajes que no pueden integrarse.
A los 60 años, Luis Sandrini es un mito nacional. Su progreso
económico ha sido permanente: "Nunca he tenido un sueldo menor que
el anterior en 40 años de teatro. Vivo no modestamente, pero tampoco
a lo rico". Su primera mujer fue Chela Cordero, casado en 1935, pero
divorciados al poco tiempo. El 21 de enero de 1952, se casó en
Montevideo con Malvina Pastorino. Tiene dos hijas: Malvinita de 10
años, y Sandra de 8.
—¿Qué siente cuando se ve en las viejas películas que pasan por
televisión?
Sandrini se pone ligeramente tenso y nostálgico: "A veces me toca
verlas. Las más viejas me hacen reír porque ya no soy yo. Me río del
personaje".
Asombra la vitalidad de Felipe. No solo ha mantenido en jaque a
Sandrini durante 35 años, sino que también lo divierte. No hay duda
que es "un pierna".