Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


FESTIVALES
SE ARMO LA DE SAN COSQUIN

Revista Periscopio
27.01.1970

Acababa de amanecer a la altura del kilómetro 821 del Ferrocarril General Belgrano, estación Cosquín. Ese sábado 17 de enero, el coche motor que unía la capital cordobesa con la ciudad serrana traía, después de un año, un contingente sudoroso, febril, ansioso de llegar. Los viajeros, casi seis centenares de cordobeses, más algún extraprovinciano, festejaban su proximidad a la meta: la inauguración, por la noche, del Décimo Festival Nacional del Folklore.
Tras una jomada de sol, el viejo río Cosquín recibió a los primeros invasores. Durante el día, serían millares sus huéspedes. Las carpas florecían en la orilla convocadas por una peregrinación de micros que depositaban sus dosis de pasajeros cada 10 minutos. Automóviles y caminantes acudían por rumbos diferentes a la convocatoria número 10 del folklore argentino. Ya a las nueve de la noche, la calle central coscoína —San Martín— volvía a revivir, tras un año de olvido, su jolgorio habitual. Las ocho cuadras céntricas iluminaban sin regateos la caminata de turistas que la convertían "en la Florida del interior" según un lugareño optimista. El paseo, el lento contemplarse, se quebró por décima vez cuando, desde la Plaza Próspero Molina, una docena de bombas de estruendo acompañó un grito ¡Aquííí Cosquííín! Julio Marbiz, maestro de ceremonias del festival, una vez más dejaba inaugurada la fiesta.
Eran las diez de la noche y el décimo cumpleaños se empañó en su primer día de festejos: la lluvia, pertinaz, se descargó sobre el predio folklórico. La propuesta de continuar sólo pudo mantenerse una hora y media. Era demasiada agua sobre los cuerpos friolentos de los espectadores que aún no habían contraído la fiebre de un folklore en baja. Roberto Rimoldi Fraga, sin embargo, se encargó de aprovechar el percance. Apremiados por la lluvia, un millar de presentes invadió el escenario semicircular, único lugar cubierto de la plaza. Los alaridos del autodenominado "El Tigre" precipitaron la tensión. Su patrioterismo chocó esta vez con la presencia de un grupo de estudiantes cordobeses, casi todos vestidos con camisas rojas y sombreros texanos, quienes no le permitieron insistir con su demagogia. A los gritos de "callate, agente del SIDE", "demagogo" y "comerciante" pudieron llegar, los más enfervorizados, a rubricar con recia bofetada el rostro del cantor. Arrojar su poncho rojo sobre el público, esquivando la agresión, subir con conocida bataclana en su automóvil y partir rumbo a Rosario, fue lo último que pudo hacer Rimoldi Fraga en Cosquín.
El descontrol de fanáticos rimoldistas (casi infantes) y sus opositores (estudiantes universitarios) no fue sofrenado por las tonadas y la simpatía de Hernán Figueroa Reyes, encargado de hacer pasar el chubasco. Cantando sobre una silla en un tablado totalmente colmado, frente a plateas vacías, no pudo pacificar con su voz a la multitud. Decorados y trastos escenográficos fueron rotos.
Era la primera noche del décimo Cosquín y la lluvia se había sumado al desdén popular por lo que pasaba en el escenario (antes de llover y pese a ser sábado, un 30 por ciento de las 9.500 butacas estaban vacías). Sin embargo, un excelente juego de luces, la coordinación de sonidos y orquestación general de la escena señalaban un adelanto, logrado tras nueve años de experiencia. El espectáculo que ofrecía Cosquín '70 contaba por primera vez con una dirección artística: la jerarquía no faltaba en el elegido como mandamás de la escena festivalera, Rubén Benítez, un marplatense de 34 años, reciente triunfador del Festival de Balcarce, director de teatro, conocido en España y en varios países latinoamericanos, quien conducía el vaivén interno. Pero en la noche del martes 20, Benítez decidió iniciar la estrepitosa caída de Cosquín. Su renuncia a la dirección artística dejó en claro que son cosas muy distintas presentar un espectáculo (Balcarce) y presentar números folklóricos sin solución de continuidad, "como en la radio".
El día anterior, cuando Germán Cazenave, el cincuentón presidente de la Comisión Municipal de Folklore de Cosquín, organizadora del festival, expresaba a la prensa que el mayor avance en la décima edición era poder "contar con una dirección artística de jerarquía", Benítez confesaba: "He venido a Cosquín porque quiero saber cómo es. El principal problema es que hay mucho divismo; ¡si hasta los nuevos valores vienen hoy con los vicios de los viejos! Fíjese que Rimoldi Fraga, sobre la hora, me sale con que no quiere actuar después de un dúo que consideraba de jerarquía inferior".
A la presentación de Los Chalchaleros, con sólo tres de sus integrantes (el cuarto, Polo Román, entró a escena cuando sus compañeros estaban por la mitad de una balada, ajustándose el cinturón), el lunes 19, se sumó la permanente indisciplina del locutor Julio Marbiz —lenguaraz del 90 por ciento de los festivales folklóricos, director de la revista Folklore y cacique de la audición "Argentinísima", la de mayor difusión en la materia—, cuya oposición impidió que los recién adquiridos cuatro cañones de cuarzo (última palabra mundial en iluminación), que permiten cambios de luces múltiples, aguantadores de hasta doscientos grados centígrados de temperatura, pudieran prestar sus servicios exclusivos al festival. La monotonía que mantuvo, tras el alejamiento de Benítez, la presentación de cantores en el ruedo mayor, no necesitaba gran despliegue.
El folklore significó, sin dudas, para Cosquín un paso adelante. Los 170 comercios existentes en 1960, sumaban 787 en 1967; y en el mismo lapso, de 10 hosterías y hoteles se pasó a contar con 85. "Pero hasta los propios coscoínos nos estamos desengañando de este asunto como negocio. Fíjese que la comisión tarda hasta más de un año en pagar las deudas que contrae con hoteles y restaurantes como consecuencia del alojamiento de delegaciones", protesta Carlos Pintón, propietario del mejor restaurante de la ciudad.
Desde otro ángulo —el de los intérpretes—, las críticas no faltan. La primera piedra la han lanzado 40 artistas jóvenes, integrantes de los conjuntos Grupo Azul, Quinteto Vocal Tiempo, Quinteto Vocal Santa Fe, Los Santafesinos y Folk 4; todos conjuntos vocales, de sobresalientes condiciones, algunos de ellos ya revelados en Cosquín 69, musicalmente polifónicos y contrapuntísticos, que aportan temas nuevos a las trajinadas fuentes del folklore, tratando de incorporarle la música ciudadana. Se han unificado en torno a un conjunto mayor: Imagen Vocal 70, "un propósito de llevar a la gente de pueblo el canto depurado, con temas comprometidos con nuestra realidad y buscando un aporte netamente cultural y no comercial", acota Alfredo Sáenz, un platense de 23 años que conduce al Quinteto Vocal Tiempo.
Quizá sea por ello que Imagen Vocal 70 acudió a Cosquín con la agresividad necesaria como para desnudar tejes y manejes. "Llegamos aquí tras hablar directamente con la Comisión, sin intermediarios. Salvo parte del alojamiento, no nos pagan un centavo. Hemos venido a trabajar por lo que creemos una idea fundamental en este momento de crisis para el folklore argentino. Cantamos en las calles, en las playas, en las peñas: queremos que la gente viva el folklore. Por suerte ellos nos reconocen, es increíble cómo la gente siente el canto cuando se le brinda sin limitaciones. Nosotros pretendemos hacerlo", explica Jorge Chanal, 24, del grupo Folk 4.
Imagen Vocal 70 se ha convertido en el orfeón que —con neta metodología política— trata de imponer su canto, aun a costa de los organizadores y cuasi dueños de Cosquín 70. Para ello, llegan incluso a presentarse con cartelones en la platea de la plaza mayor haciendo oír sus baladas, acompañados por un público que los sigue con firmeza.
La lucha no ha sido en vano. El "conjunto de conjuntos" ha obtenido el premio de la peña salteña y otro halago mayor: la Municipalidad de Cosquín, por primera vez en la historia de la muestra, ha cedido su teatro para que Imagen Vocal 70 brinde un recital mientras se desarrolla el certamen.

THERE'S NO BUSINESS
La imagen de la comercialización festivalera tiene exponentes en todos los órdenes. Quizás el más demostrativo sea el de la debilidad folklórica extrafestival. Los famosos fogones callejeros se han reducido a su mínima expresión. Las 7 peñas existentes en 1969 han declinado a 4 (El Toqui —oficial—, La Gauchada —parroquial—, Salteña —del club de Ajedrez y Social Cosquín— y 1, de Chito Ceballos). La lluvia ha beneficiado necesariamente a la Salteña, que regentean Las Voces del Huayra; pero por su espontaneidad y carácter eminentemente amateur, la de Chito Ceballos es la más requerida por los folklorólogos. Con 350 pesos viejos se puede acceder a un litro de vino reserva, sin obligación de pagar entrada. Las demás peñas cobran una entrada (entre 150 y 200 pesos viejos) y, a la vez, exigen el pago de cualquier consumición.
Los 500 pesos necesarios para la platea (en día de semana; los sábados y domingos se duplica el precio) han alejado del certamen a la mayor parte de la juventud. El éxito de la única confitería "bailable" —La Puerta del Sol— durante 1969, ha hecho florecer la competencia. Siete locales de baile, donde se desgrana la música beat, convocan a la muchachada que se acerca a Cosquín para la época del show.
Marta Tatus, 17, y Diana Yentel, 20, venidas de Reconquista. Santa Fe, y que habitan en una carpa, opinan: "Notamos poco ambiente folklórico; en el Litoral la gente participa más. Con el justificativo del folklore se vienen muchísimos muchachos y chicas a Cosquín, pero lo primero que hacen en cuanto llegan es buscarse una compañera para ir a bailar beat. Esto ya es una industria".
Razón no les falta. Se la concede Horacio Cuburu, que ganó la licitación municipal para instalar los fogones de venta de comida alrededor de la plaza. Los 48.000 pesos nuevos oblados para obtener la concesión (venta de sandwiches de chorizo: $ 60 cada uno; vino: $40 el vaso; locro: $ 150; y empanadas) resultan rendidores. 40 mil chipás. 25 mil empanadas, 1.200 litros de locro son vendidos diariamente en los alrededores del escenario mayor.
Sin embargo, dos días de lluvia hicieron temer por el balance final. Entretanto, una lucha sin cuartel se libraba, como todos los días, para obtener la distinción o la reafirmación del halago de un público crítico. Pero también musicalmente, Cosquín 70 ha sido un fracaso. En la noche del miércoles, en demagógica actitud, los Trovadores solicitaron al público que exigiera de los intérpretes la renovación de los temas. Es que la característica, en el décimo aniversario del primer Festival Nacional del Folklore ha sido, casualmente, la falta de nuevas composiciones de calidad. Los artistas consagrados prefieren enfervorizar al público con temas por los que ya han cosechado aplausos, y los novatos también eligen temas conocidos para conseguir una adhesión fácil.
El solista Emilio Battilana, de Buenos Aires, fue uno de los pocos obsequiados con una aclamación general. Cristina y Hugo, también porteños, han logrado ubicarse entre los preferidos para acceder al premio de la OEA (1.000 dólares) para nuevos valores. La excelente voz de ambos (aunque más acorde con el estilo operístico) enardece al público tras cada actuación.
Julio Marbiz, 34 —50 mil pesos viejos de jornal—, sindicado como uno de los responsables del fracaso, se defiende: "Éste festival es igual a los anteriores, no hay digitación, pero sí envidia. Siempre en Cosquín me pasan estas cosas".
Titular del pulpo del folklore, la empresa de representaciones "Docta", Aldo Baravalle, otro de los sindicados como causantes de la declinación de Cosquín, aclara: "Desde hace once años estamos en esto, sabemos hacerlo. En definitiva, lo nuestro significa abaratar los costos. En esta semana tenemos doce festivales". "Docta" realiza contratación del 90 por ciento de los artistas profesionales del festival y los lleva con dos docenas de automóviles último modelo a cuanto certamen se realiza entre noviembre y febrero. La comisión de folklore de Cosquín debe oblar casi 15 millones por el favor.
Pero la realidad de Cosquín quizá se aclare mejor en las palabras de Filomena Barbosa, zapatillera: "Esto no es lo mismo que antes, cuando la gente venía y nos cantaba en nuestras casas, aun los mejores artistas, a cambio de mate y algunas tortitas fritas. Hoy ya nadie actúa gratis".

 

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Cristina y Hugo
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