El fin de Villa Cariño
La calle de los seductores se convertirá en pista para nuevos choferes

Revista Panorama
octubre de 1965

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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Villa Cariño, el ya legendario y discutido escenario del amor porteño, ha sido sentenciado a muerte por el Automóvil Club Argentino, el Club de Madres y la Liga de Moralidad. La zona de la villa, llamada por los técnicos e ingenieros aeronáuticos "sombra del aeroparque" (debido a que el amplio radio que abarca permanece a oscuras para que los aviones puedan distinguir desde el aire las balisas de la pista de aterrizaje) pagará su tributo al progreso de la ciudad: en su lugar el Automóvil Club Argentino construirá una enorme pista de aprendizaje para conductores.

Margaride y Landrú
¿Qué significó Villa Cariño? ¿Cuál es el exacto sentido que tuvo, durante su existencia, para sus periódicos visitantes nocturnos? Desde el punto de vista puramente arquitectónico es una arteria secundaria de interconexión entre dos vías de acceso rápidas (avenidas Sarmiento y Salguero) al aeroparque de la ciudad de Buenos Aires. Pero esa definición no explica la polémica de carácter moral que su presencia ha desatado en los últimos años.
A pocos pasos de su muerte, tiene la suficiente fuerza como para dividir a los que la conocen. Nadie sabe, sin embargo, cómo ni cuándo nació. Solo una mirada retrospectiva hasta 1955 descubre sus primeras apariciones públicas en la revista "Tía Vicenta".
Por ahora, y seguramente hasta el final, los visitantes de la villa se mantienen en ella merced a un pacto tácito con la policía, por el cual, si ellos dejan las luces bajas prendidas, la patrulla se abstendrá de molestarlos. Los límites de este acuerdo no son del todo precisos:
Hasta hace poco la seccional Palermo mantenía un solo agente de guardia para la villa y zonas aledañas. Ahora, en cambio, y debido a las esporádicas alteraciones del orden que provocan las patotas juveniles (debe tenerse en cuenta que los villacariñistas son en general de edad, madura), una patrulla recorre la zona cada tres horas durante la noche. En la seccional se guarda celosamente una carpeta que lleva el nombre de Villa Cariño. En ella se hacen consideraciones:
a) Villa Cariño no es un antro de gente de mal vivir.
b) El principal problema que se plantea es el de las patotas juveniles que molestan a las parejas con sus faros altos.
c) Nunca se han producido incidentes graves en ese radio.
Los problemas que ha creado el paseo son de tono menor: intervenciones de la grúa por falta de batería, algún suave encontronazo entre los coches, debido a las, obvias distracciones y la falta de iluminación. Y entre todos, sin duda, figuran algunos de carácter sumamente gracioso. Como aquel, protagonizado por Karadajián, en el que el célebre catcher cayó con su opulento automóvil en un pozo de agua y debió ser sacado dos horas después. Sin embargo, entre los adeptos a la villa, se han producido manifestaciones de un nuevo tipo de reyerta que tienen preocupadas a las autoridades. Ya no se trata en este caso de los enfrentamientos entre las patotas y las parejas. Parece ser que una especie de divergencia interna ha surgido entre los villacariñistas, y que ha terminado por diferenciar dos grupos en el seno de la comunidad. El de los tradicionalistas, que pretenden mantener las costumbres grupales en el plano de un silencioso rito de amor, y los renovadores, que han optado por entregarse a la realización de grandes fiestas bailables colectivas al son de las radios y los combinados portátiles.
Desde el momento en que el sol baja, esa callejuela sin nombre legal y en la cual atronan cada cinco minutos los rugidos de los aviones, justifica su apelativo. Los gritos de los pibes que juegan al fútbol, y el hormigueo de los grupos familiares se truecan en silencio protector, que solo es desplazado por las Avro, los grillos y los automóviles que pululan a doscientos metros por la avenida Costanera.
Según los cálculos, en los días sábados y feriados paran en ese lugar por algunas horas de la noche, de quinientos a ochocientos vehículos, que comienzan a llegar a las siete de la noche (en invierno) y terminan de irse a las cinco de la mañana. Pero lo que los cálculos no podrán explicar son las razones reales por las cuales concurren. Las razones por las que de doce a tres de la mañana, período de mayor afluencia, Villa Cariño desborda de esas parejas calladas que forman un mundo aparte. Una de ellas sostuvo que "el aire libre les otorgaba sensaciones especiales". Otra que allí "se sentían aislados a pesar de estar tan cerca de los demás". Y sin embargo debe haber algo más. Algo que explique, por ejemplo, por qué muchos de los habitantes de la villa han sentado residencia en determinados lugares que ya consideran como suyos a pesar de no poder reservarlos. Algo que explique que en la villa (como la llaman sus visitantes) haya dos seres que trabajan para una compañía que consiguió una concesión de la Municipalidad para explotar el Parque Tres de Febrero, incluyendo Villa Cariño, de ocho de la noche a cuatro de la mañana. La explicación —si existe— engrasa el número—incalculable ya — de mitos que conforman la peculiar psicología del hombre porteño.

Semáforos y cine
El proyecto del Automóvil Club tiene ribetes casi fantásticos. La pista de aprendizaje tendrá 13.000 metros cuadrados de pavimento. Su costo total, será de 200 millones de pesos. Habrá , también amplios jardines y hasta un cine al aire libre en el que se proyectarán películas donadas por embajadas o firmas comerciales (la Shell ya se ha prestado para eso). Para los cursos en sí se contará con complejos sistemas de señalización, puentes, rotondas, sendas para peatones, reservas para estacionamiento y barreras automáticas. Se considera, por otra parte, la construcción de pabellones para que las madres dejen a sus hijos durante las clases, un restaurante y dos gabinetes psicotécnicos. La escuela estará inscripta en el Ministerio de Educación y Justicia, el cual ejercerá un control teórico sobre ella.
Aunque, en un principio el decreto ordenanza 309/63 otorgaba al Automóvil Club la totalidad de la franja llamada Villa Cariño, la mesa directiva de la institución ha decidido no tocar el sector que se encuentra del otro lado de la vía, Y no cabe duda que esta actitud puede estar motivada solamente por dos razones: o el ACA no necesita realmente ese tramo (cosa difícil puesto que en un primer momento lo solicitaron) o se está tratando de hacer, alguna concesión a ese sorprendente grupo humano, a esa verdadera secta que son los villacariñenses.
Después de peregrinar varios años por distintos despachos, después de haber sido aprobada una vez por el intendente arquitecto Prebisch y relegada otra a los cajones burocráticos, la idea se concreta gracias al sorpresivo impulso otorgado por concejales socialistas y radicales del pueblo.
Es obvio que las motivaciones del Automóvil Club para elegir ese lugar, no son de tipo espiritual. Las palabras de Alfonso Castellanos Esquiú, uno de los 16 directores del ACA, aclaran el panorama: "Nuestra organización tiene una escuela de tránsito muy pequeña e incómoda para muchos alumnos. El hacer otra nos significaría mayor libertad de movimiento y, a la vez, una sólida fuente de ingresos que no tenemos ahora. Probablemente ha se comprenda la razón por la cual elegimos justamente Villa Cariño para levantarla, pero hay que tener en cuenta que ese es el único solar libre de que se dispone en las cercanías de nuestra casa central".
Alfonso Castellanos Esquiú, afable y rubicundo, esconde púdicamente su patricia línea de sangre (es biznieto de Fray Mamerto). Tiene 55 años, dos hijos y asegura no haber perdido un minuto de su vida en ese paseo que ahora va a defenestrar. Además de su cargo en ACA es vicepresidente de Profico S.A. Constructora y Financiera y presidente de la Escuela Técnica de Conducción y Tránsito. Un auténtico business-man.
"Nosotros sabemos —agrega— que la villa ha sido en los últimos tiempos un gran desahogo para los jóvenes. Sabemos también que el apoyo de las señoras gordas, como se dice por ahí, nos van a acarrear cierta impopularidad".

El club de madres
El Club de Madres y la Liga de Moralidad no disimulan su felicidad por la desaparición de Villa Cariño.
El Club, que para los villacariñistas "debería reducir su actividad a las campañas contra las moscas", habló por boca de su secretaria, la señora Cristina Samudio Achával: "Villa Cariño debe desaparecer porque es un atentado a las costumbres sanas del pueblo. Muchas veces yo misma he ido a comer con mi esposo y mis hijos a los carritos de la costanera y no supe explicarle a los chicos que era esa larga hilera de autos con sus lucecitas prendidas como indicando peligro. Nuestra organización está satisfecha por la iniciativa aprobada por el Concejo Deliberante, pero piensa que no puede reducirse a un mero hecho accidental. Esta medida es solo un primer paso".
Algo parecido expresó la Liga de Moralidad, a pesar de dejar sentado que el problema se estaba estudiando a fondo para atacarlo en todos sus frentes y con la mayor intensidad posible. Su integrante, Silvio Treisa (la Liga no tiene jerarquías), un estudiante de Filosofía, extremadamente tímido, se ruboriza cuando habla del problema: "Nuestro catolicismo, el catolicismo de nuestro pueblo, debe llevarnos a denunciar a los cultores de estas podridas prácticas y entregarlos al poder público. No cabe duda que por ahora la policía ha actuado con guantes de seda. Hoy terminamos con Villa Cariño. Mañana deberemos emprender una nueva cruzada contra manifestaciones similares".
Todos coinciden, sin embargo, en que el fin de Villa Cariño no termina esta historia. Ahora mismo la policía permite expansiones similares detrás de la cancha de River (para motos y motonetas) y otras varias en Mar del Plata; y es posible que esto sea el indicio de que el triunfo casi fortuito logrado en esta ocasión por los moralistas no se transformará nunca en una victoria definitiva. Así lo corrobora la displicente tranquilidad de los villacariñistas. De todos modos Villa Cariño, una calle con historia, merece las plegarias de agradecimiento o de indignación que se elevan en el instante preciso de su agonía.
Pablo Gerchunoff
revista Panorama
octubre 1965