Zamba Quipildor
1972

 

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

OTRAS CRÓNICAS NACIONALES

El presidente electo
Como ve un francés a Buenos Aires
Charlas del pebete
Atahualpa canta
Artesanos: ni hippies ni faloperos
La televisión en Argentina

Aquí yace Eva Perón
Los últimos días de Evita
Reportaje a Ángel Parra
La masacre de Ezeiza

 

 


 

 

"Prefiero conmover más que cuestionar; además las canciones de protesta no me interesan", asegura el ascendente folklorista salteño que fue ovacionado por los soviéticos hace pocos meses.

Cuando Hugo Guerrero 'El Peruano' Marthineitz comenzó a publicitario en su Show del Minuto, el nombre de Zamba Quipildor parecía integrar una tanda publicitaria, la marca de algún producto.
Con el tiempo, eso que impresionaba como una variedad musical de la zamba o el nombre de un sello grabador, devino en un particularísimo acento del folklore. Es que este salteño de 28 años, cuya considerable humanidad de 98 kilos empequeñece las guitarras, afirma haber nacido cantando ("En realidad, aprendí a cantar antes que a hablar"); una precocidad que fue premiada a los 9 años cuando interpretó en la escuela 'Pampa del chañar'. El premio fue una guitarrita con la cual ensayó sus primeros rasgueos. Claro que la áspera vida del norte le imponía otras obligaciones: a los cinco ya ayudaba a su padre en las plantaciones de tabaco. Lo hizo hasta que un día sintió "la urgencia de echarme a andar". Y se fue a La Viña, un pueblecito más próximo a Salta, la capital.
Su biografía se nutre así con los más diversos oficios: en La Viña fue dependiente de almacén: "Tenía entonces 13 años y al poco tiempo ya podía mandarle unos pesos a mi tata. La situación económica de mi familia siempre me preocupó mucho. Y me sigue preocupando. Será porque soy el mayor de los hijos. Será porque ahora me siento con un poco de culpa de que yo pueda ganar en una noche lo que a mi tata le cuesta un mes de trabajo. No sé. Lo cierto es que siempre sentí la necesidad de ayudarlo", confió a SIETE DÍAS. 
La lista de sus oficios terrestres es larga: lavacopas, guarda, chofer de ómnibus (recorrido Salta-Catamarca), también carnicero. "Lo recuerdo con cariño —se enterneció—. Eso fue en 1967. Cuando no había clientes me sacaba el delantal y jugaba a la pelota con los muchachos del barrio". Según Zamba, hoy la carnicería está alquilada y gracias a ella ha podido aguantar momentos "muy fieros"; entre otros, los vividos en los primeros tiempos de su recalada en Buenos Aires.
Musicalmente se ufana de haber creado, a los 17 años, el conjunto Los Viñateros, integrado por cuatro guitarras y un bombo. Con él obtiene, en 1960, el segundo premio del Festival del Noroeste Argentino. En 1968 se alza con el primer premio como solista en el festival Peñas Argentinas, en Mendoza, y un año después el Festival Folklórico de Monteros lo consagra "la revelación musical del año". En Piriápolis, Uruguay, recibe una recompensa por su canción 'La muerte de Pedro', el campesino, de Ariel Petrucelli. La consagración ya está muy cerca: participa en el show Casino, de Canal 13, y graba tres long-plays: El sentir de la baguala, Zamba por el mundo y Salta en la voz de Zamba Quipildor. Así, es invitado en Julio de 1971 a la Unión Soviética, para participar en el festival Melodías de verano: integró una nutrida delegación de 50 artistas sudamericanos que a lo largo de 60 días brindaron, en 7 ciudades de la URSS, unos 50 recitales.
Todo lo demás es historia reciente. Lo que sigue es la síntesis del diálogo que Z. Q. anudó con SIETE DÍAS, traspasado de esa simpatía algo desmañada y del singular buen humor que parecen ser las señas particulares de los habitantes de Salta.
—¿Por qué lo llaman Zamba Quipildor?
—Quipildor es mi apellido. En vez de usar Gregorio me puse Zamba que, después de todo, es mejor que mi segundo nombre, que es el de mi abuelo.
—¿Y cuál es ese nombre?
—¡En realidad, la gente del Norte es rara. No sólo para poner nombres sino también para tener hijos. Para dar un ejemplo, yo tengo 11 hermanos. Gente brava... ¡Gente querendona la del Norte!
—¿Y el nombre?
—¡Bueno... —Tras muchas vacilaciones y sonrisas—. Mi segundo nombre es Nasianseno. Na-sian-se-no, así como lo oye. Parece que el nombre pertenece a una región del Asia Central.
—Cuando llegaste a Buenos Aires en 1968, ¿cómo te recibieron?
—Con un frío que helaba los huesos en lo que respecta a medios de comunicación; es decir, radio y televisión y también empresas grabadoras. Es muy difícil que a uno lo acepten si se niega a marcar goles baratos. Me recibían muy bien en las peñas pero no podía entrar a trabajar en grande. No podía grabar. ¿Quién diablos me iba a conocer? Y yo no quiero ser un cantor de minorías sino de grandes audiencias, pero haciendo lo mío tal como yo lo siento.
—¿Cómo resultó la experiencia en Rusia?
—Muy linda. Tanto que en él próximo febrero viajaré nuevamente. Incluso llegaré a Checoslovaquia, Hungría y Japón. Me recibieron muy bien. Fue muy emocionante cantar solito ante una audiencia de 6 ó 7 mil espectadores. Un gran silencio, un gran respeto. Yo cantando mis zambas y mis bagualas, y ellos, aunque sin entender la letra, emocionándose junto conmigo a través de la música. Lloré y he visto llorar a la gente mientras cantaba ese poema tan lindo de Neruda, El viento peina mis cabellos...
—¿Qué otras cosas te impresionaron de Rusia?
—Bueno, a mí no me gusta mucho opinar porque aquí en seguida uno es encasillado. Si uno habla bien de Rusia lo tildan de comunista y a mí la política no me interesa, quiero cantar para todos los hombres, sean comunistas, conservadores, radicales o tahitianos.
—¿La juventud argentina acepta el folklore? ¿Tiene con él puntos en común?
—Por supuesto. Igual que con cualquier otra música. ¿Qué más puntos en común pueden tener los rusos y los franceses? ¿Por qué a nosotros nos gusta el folklore de otros países? La música no tiene fronteras y su lenguaje es internacional. Para la juventud argentina el folklore tiene tanta vigencia como el tango o el jazz. Pero para que tenga éxito, es decir, para escuchar buen jazz o buen folklore, es necesario brindar posibilidades a los buenos y destruir las trenzas comerciales.
—¿Qué opinas del éxito de un Sandro o un Palito Ortega?
—Ellos cantan sin fundamento. Sus éxitos son tristes por lo efímero. Ellos mismos terminarán arrepintiéndose por lo vacío de su quehacer.
—Si tuvieras que elegir a un representante del folklore argentino, ¿por quién te decidirías?
—Me viene de inmediato un nombre: Mercedes Sosa. Excelente cantante. Maestra indiscutible por su calidad, su sabiduría en la elección de temas y poetas que merecen ser cantados.
—¿Y Atahualpa Yupanqui? ¿No le reprochas su exilio del país?
—¡Qué le voy a reprochar! El es otro maestro. Si se va es porque aquí no saben valorarlo. A mí me pasa lo mismo...
—¿Cómo te definirías?
—Como un cantor norteño tradicional que busca cantar para conmover más que para cuestionar. Por eso las canciones de protesta no me interesan. En mi repertorio siempre incluyo los dos extremos de la emoción: lo nostálgico y lo pícaro. Yo canto para hacer reír, para hacer llorar, para hacer pensar.
revista siete días ilustrados