Revista Periscopio
30.12.1969 |
Al llegar al segundo cuerpo del edificio de la
calle Aguado, se descubren subiendo las escaleras: los gomeros, las
paredes negras, las puertas y ventanas amarillas; todo esto es una
tranquilizante introducción al estudio de Rolando Paiva, 27. Este
clima no es gratuito, es el que el mismo Paiva transmite como ser
humano y como fotógrafo.
Se trata de una de las máximas estrellas de la fotografía y
pertenece a la nueva generación. Sentado sobre el único mueble de un
inmenso ambiente (una mesa antigua pintada de verde), Rolando
economiza gestos y explica: "No intento agregarle luz a las cosas
porque en el universo existe la suficiente, la exacta; sólo trato de
descubrirla, de evidenciarla. Por eso siempre tengo presente la obra
de Vermeer Van Delft; en sus óleos la luz penetra naturalmente, sin
aparatosidad. Mis pequeñas cámaras, 35 y 120, son la prolongación de
mis ojos y no algo interpuesto entre ellos y el objetivo. Mi equipo,
al igual que el de casi todos los fotógrafos de mi generación, es
reducido; esto nos permite un mayor acercamiento con el modelo,
facilita la complicidad y todo es más fluido". El equipo mínimo al
que Paiva se refiere se compone de un infinito gris, fondo de una
sola fuente de luz natural (como la que penetra por una ventana) y
una cámara.
"En la Argentina aún perdura el mito de las placas grandes, las que
se emplean con el pretexto de imprimir mejor. Esto obliga a utilizar
máquinas grandes, las que registran imágenes sin vida." Guardando en
un paquetísimo estuche su Nikon negra, comentó: "He fotografiado a
infinidad de chicas, pero ninguna de personalidad tan avasallante
como Mercedes Robirosa; lamentablemente tuvo que irse, aquí no era
comprensible su 'loock'; ahora, en Europa, es la mimada de modistas
y fotógrafos. Hasta Fellini, rendido ante su magnetismo, realizó con
ella un film para la televisión norteamericana. Parece mentira, pero
aquí a las modelos se les exige ser lindas antes que talentosas.
Claro es que la mayoría de ellas no enfrentan su trabajo con una
actitud creadora y profesional. Son monas, estereotipadas, pero sin
llegar a la locura o al desborde. También hay otros problemas graves
que debemos enfrentar, como la falta de revistas de alto nivel
gráfico y la carencia de criterio de calidad en las exigentes", se
quejó.
"LA GENTE NO ENTIENDE"
"Es difícil modificar el código estético vigente; las editoriales
—puntualizó— siguen creyendo que la gente no entiende nada de nada;
esta actitud nos molesta y limita, tanto que, en una oportunidad,
por pedir un cambio de maquillaje a una modelo, con Jorge Damonte
Taborda, tuvimos un serio incidente; al final ganamos y el resultado
fue óptimo. Éste tipo de escollos hace que los trabajos que más nos
interesan sólo trasciendan a un reducido núcleo. Además, algunos
trabajos muy bien logrados por el fotógrafo se ven disminuidos luego
por una mediocre impresión, a pesar de que últimamente hubo una
mejoría notable."
Paiva se fascina con las caras: las alarga, las muestra equinas,
como las de El Greco. Les regala serenidad, discreción, placidez. En
sus fotos todo el mundo se ve despojado, sintetizado. Mostrando su
'loock' repleto de personalidades, hizo esta confesión: "Parto del
narcisismo del cliente, aunque sea difícil conformarlo. Pocas veces
mis fotos coinciden con los fantaseos del modelo; he llegado a
recomendarles que guarden la foto por seis meses, sin mirarla; luego
verán cómo se revaloriza. Creo que un rostro interesante puede
reemplazar a otro bellísimo".
Es que Rolando Paiva registra climas, sensaciones. ("Quiero que mis
fotos respiren un clima intemporal, clásico".) Por supuesto, cuando
aparecen sobre el tapete Vogue y Bazaar, él elige de la primera a
Jean Loup Sief, porque sus trabajos tienen ciertos puntos de
contacto con los suyos; de la otra revista prefiere a Silano. Aclaró
que Cecil Beaton logró atraparlo durante cuatro horas en una
librería de Nueva York, donde descubrió un libro con sus mejores
fotografías. Y concluyó anunciando: "El año próximo haré una muestra
donde estarán retratados 'Mis amigos, los conocidos y los otros".
PERISCOPIO 15 • 30/XII/69
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Rolando Paiva |
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