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crónicas del siglo pasado

 

El fraude patriótico
Antonio J. Cayró
Serie Polémica - Centro Editor de América Latina


Alberto Barceló, Alvear, Ortiz, Justo y Fresco en una tapa de Caras y Caretas de 1939

 


Revistero

 




Daniel Videla Dorna, Alberto Barceló y Manuel Fresco


Juan Ruggiero es enterrado envuelto en la bandera argentina


Alvear y Ortiz, Frsco y Barceló piden "media palabra" al presidente Ortíz para elegir al futuro gobernador de Buenos Aires, Caras y Caretas 1939


Tres caricaturas de Caras y Caretas 1938 que aluden al fraude electoral
"según se ha documentado,
se votó tan poco y mal,
que el derecho electoral
fué un derecho jorobado"

 

Condicionantes inmediatos del fraude patriótico

La serie de fechas clave que se abre con el crash de Wall Street de 1929, va pasando por el 6 de setiembre de 1930 y se cierra con las elecciones del 5 de abril de 1931, marca la coyuntura histórica que permite una primera aproximación al fenómeno argentino puesto bajo el rubro general de "fraude patriótico".
Veamos: la "vertiginosa semana" de octubre de 1929, caracterizada por el pánico financiero producido en la Bolsa de New York, resulta el indicador más nítido de los límites a que ha llegado el capitalismo. Las tradicionales concepciones liberales, en los hechos, se ven cuestionadas en su eje teórico de 'laissez faire', de competencia abierta y de negación de los controles estatales, viéndose en la alternativa de hacerse una serie de replanteos, cuyo teórico más destacado será Keynes: no se tratará ya de exaltar las pautas que provienen del siglo XIX, sino de ver los procedimientos pragmáticos que permiten hacerlos sobrevivir. El núcleo de ese "pensamiento de recauchutaje" consistirá, por sobre todo, en ver la forma más eficaz de ajusfar coyunturas en tanto se entienda que las estructuras deben prolongarse. Con otras palabras: el pánico de octubre del 29 le hará comprender al sistema liberal-capitalista que sólo le quedan tácticas, dado que las estrategias presuponen un sistema coherente y válido. En segundo lugar, el golpe del 6 de setiembre de 1930 encabezado por el general José Félix Uriburu pondrá en la superficie (ya a nivel nacional), el agotamiento del sistema propuesto en la Constitución de 1853 y llevado a su culminación por la generación del 80 liderada políticamente por el general Roca. La continuidad legal, que —al menos en su fachada— se venía manteniendo desde las llamadas "presidencias históricas del gran liberalismo", ha sido quebrada. Y son los teóricos que rodean a Uriburu —Carlos Ibarguren o Leopoldo Lugones, entre otros— quienes se encargan de señalar ese corte y de tratar de justificarlo. Por cierto, la alternativa de reemplazo que esos hombres vinculados a la élite tradicional proponen reconoce sus fuentes en el fascismo de Mussolini, en la dictadura de Primo de Rivera o en ciertos teóricos franceses como Maurras. 
En tercer lugar, el llamado a elecciones que se lleva a cabo en la provincia de Buenos Aires el 5 de abril de 1931, bajo la dirección del ministro del interior uriburista, Matías Sánchez Sorondo (en el convencimiento de que el radicalismo ha entrado en una crisis de la que jamás se repondrá), en sus resultados se vuelve contra la dictadura setembrina. La fórmula radical de Honorio Pueyrredón-Mario Guido arrasa a los candidatos del régimen y todas las certezas de los "hombres de setiembre" se vienen abajo.
Incluso la supuesta táctica progresiva en materia de llamado a elecciones en las diversas provincias se viene abajo; el ministro Sánchez Sorondo se ve en la obligación de renunciar, y el predominio del ala "dura" del conservadorismo va siendo desalojado por el ala "conciliadora". Entendámonos: "ala-conciliadora" que en este caso preciso es la que ha comprendido que la única alternativa real que queda para la sobrevivencia del aparato montado son las elecciones fraudulentas.
En los hechos, se vuelve al sistema tradicionalmente practicado por la élite liberal en su momento de apogeo entre 1880 y 1916. Pero con una diferencia fundamental: lo que en aquel período todavía era convicción en la democracia y en su futuro ha sido reemplazado por el escepticismo. Mejor aún: por el cinismo. La fractura mundial de 1929 se va solucionando de manera precaria, pero con el convencimiento profundo de que todo lo que se haga "apenas sirve para ir tirando" (como declara explícitamente David Arias cuando lo reemplaza en el ministerio de Agricultura a Horacio Beccar Varela). El ímpetu retórico de "renovación y vuelta a nuestras mejores tradiciones patrias" (como declara el nuevo ministro de Justicia e Instrucción Pública Guillermo Rothe), se presiente deteriorado o definitivamente caduco. "Somos hombres a la defensiva", le explica el presidente del Jockey Club a Ortega y Gasset. Pero lo que el pensador español traspone a un nivel transhistórico, abstracto y casi ontológico debe ser interpretado como la conducta esencial de un grupo social concreto. El hombre a la defensiva no es el hombre
argentino, sino los hombres de la oligarquía tradicional liberal burguesa. El optimismo liberal positivista ha llegado a sus límites; y la tristeza que verifica un viajero de esos mismos años —el conde de Keyserling— se superpone con el estado de ánimo de un grupo social que va verificando que tiene su tiempo histórico contado. Y, por si faltara un cuarto elemento, el veto a la candidatura presidencial de los radicales —formada por Marcelo T. de Alvear y Mario Guido—, al prolongar en setiembre de 1931 la línea abierta en abril del mismo año, corrobora ese convencimiento de los grupos tradicionales y "perfecciona" el fraude, que será considerado como "patriótico" en tanto "impide al regreso de las masas entregadas a la demagogia y al poderío indiscriminado del número" (Manuel Fresco, Conversando con el pueblo).

Esencia y etapas del "fraude patriótico"
En gran medida, el "fraude patriótico" como procedimiento es una prolongación de las formas de anexión (frente a las formas de exclusión) que se vienen planteando los grupos tradicionales desde el momento en que advirtieron la contradicción fundamental del sistema que ellos mismos habían teorizado y realizado. Quiero decir, si 1902 y la ley de residencia señalan el primer emergente de las contradicciones del "país liberal" y Miguel Cané encarna la figura del político conservador intransigente, la ley electoral por circunscripciones de 1904 y la figura de Joaquín V. González condensan el ala negociadora del régimen. Con otras palabras, la presión correlativa a la presencia inmigratoria y a su enorme expansión debe ser eliminada o canalizada. Se expulsa a los contradictores o se los encauza en alguna forma de incorporación. Se echa mano de la gran alternativa eleccionaria materializada por Roque Sáenz Peña hacia el Centenario o se procede con los recursos que irán definiendo la personalidad autoritaria del coronel Ramón Falcón.
Y en las sucesivas inflexiones de la historia argentina del siglo XX esas dos posibilidades serán puestas en práctica con los matices inherentes a cada momento. Puen bien, en la etapa posterior a 1930 si el general Uriburu prolonga la rigidez característica del coronel Falcón hacia 1910, el general Justo (y los diversos políticos e ideólogos que lo rodean) irá trazando la prolongación del "liberalismo astuto", como lo define en circunstancia uno de los hombres que, desde la izquierda, presencia, evalúa e interpreta con mayor lucidez el entramado de coordenadas que se ha puesto en juego (Aníbal Ponce, Elogio del manifiesto comunista). Por eso es que, a continuación, hay que decir que el trasfondo histórico del "fraude patriótico" se corresponde con lo que comúnmente se llama "década infame". O, para usar las palabras de otro testigo crítico de ese momento —Deodoro Roca—: "Una de las mayores infamias es, precisamente, el fraude patriótico" (Las pascuas del fraude). Y agrega: "Toda la vida argentina está dramatizada por el proceso del fraude". Y pone la cosa a foco denunciando la región del país donde el sistema impera descaradamente: "Ese ¡manos arriba! del gobernador de Buenos Aires estremece al país. El miedo y la picardía hacen prosélitos... 
El presidente —que conduce el astuto juego— sonríe". Pero lo que el crítico cordobés recorta sobre las dos figuras mayores de este "insólito sistema de corrupción y de respiración" (Mario Bravo) , que con el general Justo y el doctor Fresco alcanza su perfeccionamiento, debe ser visto en sus flexiones sucesivas:
1. Bajo el gobierno del general Uriburu (6 de setiembre de 1930 al 20 de febrero de 1932) el teórico en cuyos escritos y proclamas se van advirtiendo las justificaciones y propuestas del "fraude patriótico" es el primo del dictador e interventor en la provincia de Córdoba, Carlos Ibarguren: el eje de su pensamiento pasa por la "incapacidad de las mayorías" para darse un gobierno "inteligente y armónico". Las mayorías argentinas, por su reciente incorporación al país, no se han consustanciado con las esencias de la nacionalidad, viven una minoría de edad, son arrastradas por los demagogos, no analizan suficientemente los deberes inherentes a ese derecho que se les ha otorgado y necesitan de una tutela (discurso en el teatro Rivera Indarte de Córdoba, el 15 de octubre de 1930).
Quien se encarga de complementar esos presupuestos es Leopoldo Lugones en la serie de libros que publica en torno del 6 de setiembre (Política revolucionaria, 1931; El único candidato, 1931; El estado equitativo, 1932; La patria fuerte, 1932, y La grande Argentina, 1932): el argumento de la tutela se amplifica; la tutela debe estar en mano de los "viejos señores", y quienes mejor representan a esos gentlemen son los militares. Y, como las masas mayoritarias no van más allá de su categoría de "clientela de la urna", le corresponde al ejército decidir sobre los contenidos a ofrecerles en una "limitación de boletas" que acentúen la grandeza y prescindan de la debilidad y de la pequeñez de las apetencias populares.
En esa coyuntura, dos de los opositores más sagaces de la táctica setembrina son Luis L. Boffi con 'Bajo la tiranía del sable' y Joaquín Coca con 'El contubernio': el punto de partida de sus impugnaciones al procedimiento que se viene elucubrando es el reconocimiento de los errores de los gobiernos yrigoyenistas. Ambos inician su ataque a los "fraudulentos" llevando a cabo una autocrítica del sistema electoral puesto en marcha en 1912 y reconociendo las deformaciones que se produjeron entre 1916 y 1930. Pero "pese a esos excesos, excesos naturales en un proceso de aprendizaje y de maduración, el voto sigue siendo el único elemento válido en una República que se quiere moderna, progresiva y auténticamente representativa" (v. Boffi, Los teóricos siniestros de la dictadura: Matías Sánchez, Leopoldo Lugones, Carlos Ibarguren y Guillermo Rothe).
2. Bajo el gobierno del general Justo (del 20 de febrero de 1932 al 20 de febrero de 1938) son tres las figuras que van perfeccionando la teoría del "fraude patriótico". El orden responde a la exacerbación de sus argumentos: Federico Pinedo, Rodolfo Moreno y Manuel A. Fresco. Porque si el primero (ministro de Hacienda entre el 24 de agosto de 1933 y el 30 de diciembre del 35) insiste en la "minoridad" de las clases populares y en su "natural" tendencia a dejarse seducir por la demagogia apelando a la urgencia y ampliación de la "tutela institucional", Rodolfo Moreno (v. el folleto Democracia condicionada) ya insinúa el pasaje hacia el voto calificado como reconocimiento explícito de los diversos grados de "madurez ciudadana". En lo que hace a Manuel Fresco —gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1936 y 1940—, admite en su 'Ideario nacionalista' y en 'Mi verdad' que su justificación del "voto cantado" se apoyaba, precisamente, en dar "una lección pública de coraje ciudadano", del que serían incapaces las grandes masas teniendo en cuenta su "hipócrita educación cívica de extracción liberal y demagógica, fuente indudable del ateísmo, del socialismo, del cosmopolitismo en todas sus formas y del comunismo judeo-marxista".
Entre las numerosas denuncias que bajo el gobierno de Justo se llevaron a cabo contra esas teorizaciones (sobre todo desde los sectores insureccionales y no concurrencistas del radicalismo) merecen destacarse la de dos hombres vinculados al forjismo, Gabriel del Mazo y Luis Dellepiane: el acento de sus denuncias se pone en las vinculaciones que van advirtiendo entre el "fraude patriótico", como método de sobrevivencia y mantenimiento en el poder, los grandes negociados de la época (desde las carnes a la CHADE y los trasportes de Buenos Aires) y la creciente presencia del imperialismo británico a través del tratado Roca-Runciman de 1933 y del imperialismo yanqui en la guerra del Chaco, desde el 8 de julio de 1932 al 12 de junio de 1935.
3. Bajo el gobierno de Roberto M. Ortiz (desde el 20 de febrero de 1938 hasta setiembre de 1940), en que se produce una reacción aparente frente a los desbordes mayores del fraude, son algunos políticos de provincias quienes siguen justificando teóricamente ese procedimiento: uno de ellos, Gilberto Suárez Lago, senador de origen mendocino, en su folleto, '¿Procedimientos criticables o sistema nefasto?' prolonga esa posición recordando los "desmanes de las hordas que muchos pretenden haber olvidado por razones electoreras". Su argumento principal es hacer un balance entre los gobiernos de 1916 al 30 y los que se inauguraron el 6 de setiembre hasta 1940. "Se trata de dos décadas, señores, y sus signos contrapuestos están a la vista: o se opta por el desgobierno que termina en anarquía o en guerra civil o se aceptan, con todos sus defectos, a los grupos de hombres que, sin tantos alardes populares, saben y han sabido convertirse en excelentes administradores a lo largo de tres generaciones de argentinos".
Desde la vertiente opuesta, a través de sus artículos en diarios y revistas circunstanciales, es José Luis Torres quien parece concentrar el análisis de las implicancias últimas del "fraude patriótico como sistema de conservación, complicidad y aparcería". Su desordenada pero eficaz tarea se va reuniendo en los sucesivos títulos Los Perduellis, Una batalla por la soberanía, La Patria y su destino, La oligarquía maléfica y la que dará título a toda la época, 'La década infame': es el desprecio por los sectores populares desde 1930 al 40 —dice Torres— el condicionante del descreimiento popular en todo lo que suene a partido tradicional, parlamentarismo; es el desprecio por los sectores populares argentinos —insiste Torres— lo que va a dar pie a que sean tomados de sorpresa los "señores de siempre y de arriba" cuando esos "hombres de abajo" se decidan a "estallar sin pedir permiso". Dicho de otra manera: para José Luis Torres el "fraude patriótico" tendrá su respuesta popular condigna y simétrica en el 17 de octubre de 1945.
4. Bajo el gobierno del doctor Ramón S. Castillo (desde setiembre de 1940 hasta el 4 de junio de 1943): le corresponderá al ministro del Interior de este presidente, que intenta reaccionar contra los "amagos de democratización de Ortiz" (Mario Bravo), el doctor Miguel J. Culaciati, intentar una continuidad teórica justificatoria de ese "momento histórico que debe ser visto como la última degradación del elitismo tradicional" (Alfredo L. Palacios): teniendo en cuenta la coyuntura internacional que se está viviendo a partir del inicio de la segunda guerra mundial, en setiembre de 1939, le parece lógico a Culaciati mantener esos procedimientos que desconocen la voluntad popular en tanto su predominio o última instancia "desembocan previsiblemente en los horrores de la guerra civil española o en las dictaduras sangrientas como la de Stalin". Es decir, que para este tardío defensor del "voto cantado" la ley Sáenz Peña, de acuerdo a la mecánica interna de la democracia-demagogia-anarquismo, lleva indefectiblemente "a las incontroladas decisiones del soviet".
Quien parece llegar a la culminación de su lucidez y de su eficacia política en esta coyuntura, a través de los periódicos Señales y Reconquista, es Raúl Scalabrini Ortiz, quien se encarga de condensar al máximo las aparentemente alejadas constantes fraudulenta e imperialista: "En realidad, el fraude no es más que una forma del britanismo en nuestras tierras. O el fraude, para llamar a las cosas por su nombre, es el patriotismo que el imperialismo nos propone e impone".

El radicalismo: de la insurrección al acuerdo
Otra variable decisiva en el circuito señalado por el "fraude patriótico", desde 1930 al 43, es el desplazamiento que se produce en el radicalismo —máximo partido popular de entonces— desde sus posiciones insurreccionales a una táctica de entendimiento con el régimen. Desde la línea mayor sustentada por Hipólito Yrigoyen al "ablandamiento" defendido por Marcelo T. de Alvear. Desde la impugnación al sistema hasta la concordancia con el sistema. Desde el predominio de las decisiones masivas al predominio de una acción marcada desde la cúspide. Tiene dos fechas claves este tránsito del radicalismo: la muerte de Yrigoyen, el 3 de julio de 1933, y hasta la entrada de los diputados radicales al Parlamento, el 3 de enero de 1935. La presencia de Yrigoyen implicaba, en sus líneas fundamentales, una exaltación de las más viejas tradiciones de intransigencia e insurrección que habían definido al radicalismo en las revoluciones de 1893 y de 1905. Y en los hechos, luego del triunfo uriburista, los sectores más combativos del yrigoyenismo (que, a su vez, se vinculaban con la izquierdización populista de los años 28 y 29, conectada con el problema del petróleo y la adhesión a Sandino en lucha con los Somoza y los desembarcos de marines en Nicaragua), se van definiendo:
1. el levantamiento del 21 de diciembre de 1930 en Córdoba, que sirve como nexo a la tradición reformista del 18 y al proceso sabattinista que se viene gestando;
2. el del general Severo Toranzo en febrero de 1931, que recupera la tradición militar-populista del yrigoyenismo puesta en marcha desde 1905 con subtenientes de clase media que han llegado a generales y coroneles hacia 1930. Y cuyo emergente mayor el 6 de setiembre fue el comandante Alvarez Pereyra;
3. el del teniente coronel Gregorio Pomar, producido en Corrientes y el Chaco en julio de 1931 y que señala las vinculaciones del yrigoyenismo con su dimensión latinoamericana a través de los paraguayos que irían a constituir el febrerismo.
4. el de los hermanos Kennedy antes de asumir el general Justo la presidencia en enero de 1932 y que señala ya el rechazo de los estancieros medios al sistema, proceso que culminará con las denuncias de de la Torre en el Senado en los años 34 y 35 (v. Yamandú Rodríguez, Los Kennedy, Bs. As., 1934);
5. en el frustrado levantamiento del teniente coronel Atilio Cattáneo, que se frustró en Buenos Aires el 21 de diciembre de 1932 y que tenía como principales apoyaturas centros populares como Avellaneda y Junín que, con el tiempo, se convertirían en ejes de la intransigencia de Crisólogo Larralde y Moisés Lebenshon (v. Atilio Cattáneo, Pan 1932, Bs. As. 1959);
6. la patriada del teniente coronel Ernesto Bosch en Paso de los Libres en 1933, que contara con el apoyo de futuros forjistas y de ciertos sectores del viejo gauchismo republicano de Río Grande do Sul (v. José Gabriel, Bandera Celeste. La lucha social argentina, Bs. As., 1932).
Pero si hubiera que resumir la constante esencial de todos estos intentos fracasados habría que decir que, más allá de la generosidad y el arrojo que los caracterizó, desconocieron que, con el movimiento del 6 de setiembre, el aparato represivo militar y policial había alcanzado un grado tal de perfeccionamiento que ese tipo de recurso insurreccional no tenía la menor posibilidad de éxito, dado que se libraba en el mismo campo del aparato estatal. De manera homologa a las últimas montoneras de Chacho, Varela o López Jordán, la densificación de la estructura oficial hacía imposible cualquier levantamiento que no se situara en otro código diverso del que proponían —respectivamente— Mitre y Roca, entre 1860 y el 80, ó Uriburu y Justo entre el 30 y el 35. Por otra parte, las presiones internas del radicalismo, donde los sectores dispuestos a la negociación, encabezados por el antipersonalismo alvearista, iban prevaleciendo.
Sobre todo, por dos razones: la primera, por el definitivo alejamiento y por la muerte del viejo líder insurreccionalista en 1933 y, la segunda, porque Alvear y su elenco de lugartenientes y teóricos (desde Tamborini a Noel pasando por Cantilo, Pueyrredón, Torino, Mosca y otros) se iban dejando seducir por las promesas de legalidad de esos dos ministros de Alvear que fueron presidentes sucesivos de la República: el general Justo y el doctor Ortiz.
Este último, sobre todo, fue el componente decisivo en el creciente concurrencismo radical: el mito de la vuelta a los años 1922-28, en que el estilo alvearista —de presidencialismo a la francesa— había prevalecido, fue el cebo usado por los negociadores del sistema para atraer, incorporar y anexar a los radicales blandos.
Y así se los verá a estos hombres —luego de su incorporación al Parlamento en enero de 1935— entrar en todas las componendas del sistema que van desde el asunto de la Chade hasta el negociado de la carne y desde la corporación de transportes a las famosas y lamentables tierras del Palomar (v. Alejandro Mathus Oyos, "La restauración oligárquica de 1930", en Hechos e Ideas, diciembre de 1936).
Para sintetizar: si el eje del "fraude patriótico" pasa por monopolio del conservadurismo, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, el radicalismo concurrencista, luego de 1935 y bajo la dirección negociadora de Marcelo T. de Alvear y sus hombres, sirve, colabora y se complica en todos los recursos de ese sistema definitorio de la llamada "década infame".
"La límpida trayectoria de la intransigencia radical —al dejarse seducir por el juego parlamentario— sirve de aval a todas las miserias del régimen", dice Salvador de Almenara en La tiranía de Uriburu.

Un olvidado fiscal del "fraude patriótico": Deodoro Roca
Larga es la lista de políticos y escritores que a lo largo de esa década denuncian los procedimientos exacerbados del fraude: desde Lisandro de la Torre, en la zona estrictamente política (y que culminará en el atentado contra su vida en el recinto del Senado de la Nación), hasta Ezequiel Martínez Estrada en la franja de lo específicamente literario; desde Mario Bravo, en las bancadas socialistas, hasta Enrique González Tuñón en su libro El tirano, de 1932. Pero es una de las figuras vinculadas a la aparición de la Reforma Universitaria de 1918, Deodoro Roca. (1890-1942), quien sistematiza sus ataques en las páginas de dos revistas aparecidas entre 1935 y 1940: Flecha y Las Comunas. "Después de setenta y nueve años los militares han vuelto al poder —escribe con la agresividad que caracterizará toda su campaña periodística—. Se retoma el 6 de setiembre de 1930 la tradición rosista, que desde Caseros acá pugnó siempre por reventar. El pus dictatorial asoma ya por diversas bocas. El último divieso se llama Justo. Aunque, en realidad, es uno solo y el mismo". Ubicado en la tradición ideológica de José Ingenieros y muy próximo al pensamiento de Aníbal Ponce, Deodoro Roca va advirtiendo en el proceso de esos años el límite del pensamiento liberal. Incluso llega a señalar las imposibilidades de cambio profundo que implica la política eleccionaria, pero sin permitirse el repliegue frente al malestar que le provoca la cotidianeidad de esa acción: "Consideramos que nadie tiene derecho a desentenderse de la política y menos ahora, cuando la Nación atraviesa uno de los momentos más críticos de su Historia".
Y va advirtiendo el sentido profundo del proceso encabezado por Uriburu y prolongado por Justo: "Las derechas no traen ahora otro programa serio que el de conservar lo existente— una estructura económica y social periclitada apuntalándola por medio de la fuerza".
El mecanismo del pensamiento desmitificador de Deodoro Roca no se detiene; una vez que se ha resuelto a desenmascarar toda la retórica del sistema, va desacralizando uno por uno los procedimientos del fraude: "He hablado de la simulación del fraude. Son las expresiones definito-rias de las fuerzas contra las cuales nos hemos alzado a combatir".
Y lo que empezó siendo una crítica desde las posiciones del liberalismo de izquierda se va radicalizando hasta situarse en posiciones que se reclaman del socialismo. Y lo que se había inaugurado como impugnación de aspectos parciales negativos del régimen, se va desplazando hasta una crítica global de todo el organismo capitalista. Con otros términos: el fraude —para Deodoro Roca— no es más que el indicador más visible de los límites a que ha llegado el pensamiento burgués: "Porque el pecado capital, ciudadanos de la vieja política, ha consistido en ser toda ella una simulación. Los derechos y libertades estaban sólo en el texto de las leyes; las garantías estaban sólo en la Constitución, alineadas y magníficas; la responsabilidad de los gobernantes y autoridades también estaba regida y prevista, pero en los Códigos, sólo en los Códigos. En la realidad, jamás, ni las autoridades ni los gobernantes, respondieron de nada". Incluso el impacto del Frente Popular de España y el estallido de la guerra civil, que pone al desnudo el entramado del sistema burgués con sus alianzas, defensores y usufructuarios, catalizan aún más las posiciones de Roca y le permiten descubrir el fundamento clave de lo que en la superficie política se resuelve en el «fraude patriótico»: Los setembrinos 100 por ciento son petroleros. En la penumbra se mueve el imperialismo yanqui. Los setembrinos 10 por ciento son ferroviarios y concordancistas. Manejan el monopolio de los frutos del país. Detrás se mueve el imperialismo inglés".
Entonces es el momento en que —después de marcar con claridad el encuadre más profundo del proceso— puntualiza los episodios y protagonistas —víctimas y verdugos— del fraude: "El proceso electoral de Buenos Aires no empieza, en rigor, con la última convocatoria a elecciones. Empieza con el asesinato del poeta Carlos Ortiz —tal vez antes— y no se interrumpe hasta el 3 de noviembre de 1935".
Y, a continuación, va pasando revista a los asesinatos políticos de ese sistema, desde el crimen del diputado cordobés José Guevara en 1933 hasta el del senador nacional Enzo Bordabehere en 1935; desde la inauguración de las torturas "a la moderna" por los admiradores de Mussolini, llámense Leopoldo Lugones hijo, comisario inspector Vaccaro, Raúl Ambrós, Esteban Marucci, teniente coronel Molina, David Uriburu, hasta las víctimas de las torturas ("paralelo inédito en nuestro país del fraude patriótico") como los tenientes primeros Héctor Grisolía y Carlos Toranzo Montero. 
"El parlamento es la hija de parra de la autocracia", cita Deodoro Roca a Liebknecht.
Y los elementos que correlativamente encubren ese pivote se van llamando robo de urnas en Entre Ríos, imposibilidad de acercarse al atrio en Santiago del Estero, voto en cadena en Santa Fe, quema de padrones en Monte, Cañuelas, San Nicolás, Lobos, Rauch y Saladillo, coleccionistas de libretas en Río Cuarto y Villa María, paquetes de votos sin desatar en las urnas de Bahía Blanca, Tres Arroyos y Tapalqué, votos de ciudadanos muertos en Avellaneda, Quilmes, San Fernando y Haedo. Las fechas van subrayando la década: 1931, marzo del 32, 1934, agosto del 35, noviembre del 37, 1939, febrero de 1940.
Y la sistemática denuncia periodística de Deodoro Roca no elude los nombres de los que él considera "responsables máximos de este carnaval trágico de la llamada democracia representativa": Leopoldo Melo, Federico Pinedo, ministro Duhau, gobernador Manuel Fresco, canciller Saavedra Lamas, coronel Kinkelin, teniente coronel Molina, general Fassola Castaño. "Todos responsables, más aún, culpables de esta crisis definitiva de un sistema que alguna vez conoció cierto prestigio y que hoy apenas sirve para disimular los intereses de las grandes empresas como Bunge & Born o Luis Dreyfus, succionadoras de nuestro país y sirvientes de las centrales en Londres o Nueva York".
Pero esa continuada, despiadada impugnación del fraude, luego de pasar revista a sus "elegantes personeros" o a las "estructuras que los sostienen, pagan y justifican", se cierra con dos figuras pintorescas del "escamoteo oficializado de libretas, urnas y votos": Alberto Barceló, "chulo máximo del atrio escamoteado" y "empresario egregio del canto comicial" en la zona de Avellaneda, y Juan Ruggiero (alias Ruggierito, que "no por casualidad fue conducido en esta época al camposanto sobre una cureña del Ejército Argentino y envuelto en la bandera nacional").


Dos personajes decisivos del "fraude patriótico": Alberto Barceló y Luis Ruggiero
Alberto Barceló proviene, políticamente, del predominio del gran caudillo conservador Marcelino Urgarte: en 1909 ya es intendente de Avellaneda; y su acción en esta zona es análoga a la que cumple Cayetano Ganghi respecto de Carlos Pellegrini y el doctor Villanueva en la última etapa del predominio liberal-conservador, en ese proceso de tránsito que ha sido llamado protorradicalismo.
Eje de un verdadero clan político (cuyas figuras más representativas son sus hermanos Emilio, juez de paz de la zona; Domingo, diputado provincial; Juan José, comisario de La Tablada y director de rentas; Arturo, jefe de impuestos generales), Alberto Barceló va llegando a su apogeo cuando debe enfrentarse a los sindicatos de la carne dirigidos por hombres del partido comunista. Pero será Arturo Jauretche quien caracterice el entorno del personaje poco después del seis de setiembre: "Porque la verdad es que los hombres cumbres del conservadorismo actual distan mucho de ser patricios. Ahí están don Alberto Barceló, don Uberto Vignart, don Groppo y los Frescos, Míguez y Solanos, etc., con olor a mostrador, cuando no a algo menos sancto, y si hay olor a rodeos, también será de vacas ajenas. Los intereses financieros recurren a quienes pueden servirlos con eficacia. Los nombrados, dueños efectivos del poder por el fraude, hacían innecesarios los viejos prestigios personales, carentes ya de fuerza política efectiva".
Mirando la cosa más de cerca: los grupos de la élite tradicional han delegado en esta suerte de intermediarios todos los procedimientos fraudulentos que, dada su situación social y su prestigio familiar, no podían llevar a cabo de por sí. "Capataces de prestigio, gerentes de empresas de todo tipo que iban desde conventillos en el sur de la ciudad de Buenos Aires hasta prostíbulos en las zonas del borde del Riachuelo y San Fernando, administradores de estancias en Magdalena, San Pedro, Lujan y Mercedes, he aquí los empresarios del fraude en la Gran Provincia" —sintetiza Mario Bravo en un artículo de La Vanguardia de julio de 1934—. Sus patrones se habían reservado los grandes puestos en la administración nacional y provincial, pero en estos momentos de crisis del conservadurismo son esos intermediarios privilegiados los que han pasado al frente para convertirse, por obra y gracia del matonaje, el soborno y la violencia, en senadores de esta República de la decadencia, en gobernadores rodeados de adulones y correveidile, en diputados que ofician de "gestores", en embajadores que lo mismo se inclinan ante los grandes accionistas de Londres como ante los camisas negras que predominan en las humilladas tierras del Dante". Uno de los procedimientos estrechamente vinculados al "fraude patriótico" en el feudo de Barceló son las famosas concesiones: desde 1909, en que inaugura su cabalgata de canongías y prebendas al acordarle a Antonio de Labor de Nougués la concesión para el suministro de alumbrado público y que prosigue en 1913 con su mediación para conceder la realización de treinta y dos cuadras de pavimento al doctor Luis Urías, "distinguido correligionario". Y que culmina en 1934 y 1947 con la renovación del monopolio real de los transportes hasta la zona de Quilmes, cuyos favorecidos son los señores Antonio Robirosa, Federico O. Bemberg y Carlos Agote.
Pero el procedimiento no concluye ahí: en 1931 se actualiza el monopolio del juego; al año siguiente "se rifan" las camas del hospital municipal con vistas a que cada pequeño caudillo dependiente de Alberto Barceló cuente con ese elemento para satisfacer a su clientela particular; en 1935, desde las oficinas municipales se distribuyen "a escote" los permisos para establecer ruletas en los siguientes clubes de la zona: "Pueblo Unido", "Club de Regatas", "Avellaneda Automóvil Club" y "Leales y Pampeanos".
Previsiblemente: los más destacados beneficiarios de ese reparto son los destacados líderes conservadores de la Gran Provincia: Manuel A. Fresco, Pedro P. Groppo, Alejandro P. Amato, Alberto Mignaburu y Ernesto Sande. 
En varias oportunidades —de manera paralela y complementaria a la acción de Lisandro de la Torre o de Deodoro Roca y los hombres de FORJA— es Enrique Dickmann quien denuncia "esa acción inmoral y retrógrada que se convierte no sólo en ejemplo pernicioso para el país, sino en el síntoma mayor del momento en que vivimos. Y que, más aún, preanuncia la reacción de un pueblo golpeado que podrá desbordar todo cauce legal cuando llegue el momento de su reacción y de sus reivindicaciones" (Contra el odio de razas e Inmigración y Latifundio) .
Pero —otro de los fiscales olvidados como, pese a sus discrepancias, los llamó en su momento Scalabrini Ortiz— es Eduardo Laurencena, quien, con precisión y sin eufemismos, describe y caracteriza la figura del empresario del Gran Fraude: "En esta nueva era del conservadurismo ya no se niega el fraude: se lo confiesa y se lo declara fraude patriótico, y cuando este disco pasa de moda surge la teoría del fraude histórico... Un caudillo, generalmente semianalfabeto, erigido en señor de horca y cuchillo, que tiene a su disposición la municipalidad, la policía, la justicia local, las oficinas recaudadoras y todas las reparticiones administrativas, ejerce una dictadura arbitraria y prepotente, muchas veces, además brutal y sanguinaria, que no reconoce ninguna regla o limitación legal o moral, para cumplir el doble propósito de proteger y ayudar a los que se someten incondicionalmente y perseguir implacablemente a los que no son adictos". Y quien aparece a continuación de Alberto Barceló es su "hombre de confianza", Juan Ruggiero: conocido por Ruggierito, su figura da pie para los mejores caricaturistas políticos del momento, desde Columba hasta Tristán en La Vanguardia y Flax en Crítica: parado en la puerta de una casa con aire prostibulario por donde van entrando chicos en edad escolar: "Dejad que los niños vengan a mí", sonríe Ruggierito. De pie, contemplando el cementerio de Avellaneda exclama "¡Doble negocio: se venden espacios y se sacan libretas!". Sentado, frente al hipódromo, mientras conversa con un oficial de policía: "Y, mi amigo, hay que defender el elevage nacional..."
Los niveles del país en la "década infame" están tan entremezclados que será un profesor de humanidades y poeta, inscripto en el radicalismo después de la caída de Hipólito Yrigoyen, quien se encarga de sintetizar a esta figura: "Este ciudadano ejemplar —escribe irónicamente Ricardo Rojas en Noticias Gráficas en el mes de julio de 1933, pocos días después del entierro del viejo líder radical— aparece en la recepción del Presidente del Brasil, se fotografía junto al gobernador de la provincia de Buenos Aires, interviene en la designación del embajador en Londres, ayuda a varios de sus amigos que son diputados de la Nación y hasta se da el lujo de sentarse en una mesa de banquete junto a generales y coroneles del Ejército Argentino sin que ninguno de ellos se ponga de pie para impugnarlo... ¡Realmente, señores, asistimos a la consagración oficial del fraude en nuestro país! Sólo falta que los obispos y sacerdotes del culto católico citen sus palabras desde las cátedras sagradas".
Pero el 21 de octubre de ese mismo año el famoso Ruggierito es asesinado por miembros de una banda rival. "Con procedimientos dignos de AI Capone", titula 'Aquí está'. "Un lamentable síntoma de nuestra sociedad", comenta —moderadamente— La Nación. Y La Prensa interroga "¿Concluye un momento triste o no es más que un episodio?". Al día siguiente, por la calle central de Avellaneda, la avenida Mitre, envuelto el cajón en la bandera nacional, es enterrado Ruggierito en medio de cinco mil personas que lloran su muerte. El doctor Alejandro Korn, entrevistado por un cronista de La Razón, comenta: "Yo, si usted me permite, sólo me atrevo a preguntarme: esas gentes ¿son engañados o cómplices?".

El "fraude patriótico" en Santa Fe y en Corrientes
Don Juan Ramón Vidal reitera en "su gran feudo correntino" —como le señala Alfredo L. Palacios en el senado— las características que Barceló lleva a su culminación en Avellaneda: en su casa exhibe a sus correligionarios —en son de broma— una biblioteca atestada de libretas cívicas; en la localidad de Goya, en las elecciones provinciales de enero del 32, se pasea por delante de la mesa receptora de votos con un cartel que dice "Los hijos de Corrientes, como son valientes, votan en voz alta"; los hipódromos de la capital provinciana y de Curuzú-Cuatiá perciben un diez por ciento de las entradas y de los boletos jugados "para allegar fondos con destino al Partido Autonomista", del cual el senador Vidal es presidente desde 1904; en los alrededores de la basílica de Itatí se venden estampas con el rostro del caudillo al pie de la imagen de la Virgen. "No debemos asombrarnos —lo denuncia Amadeo Sabattini en su campaña electoral— de que en la provincia argentina que tiene un mayor porcentaje de analfabetos ocurran esas arbitrariedades. Lo único que debemos interrogarnos, con vistas a una modificación patriótica, es si en este caso concreto el fraude produce el analfabetismo o si el fraude es producto del analfabetismo" (Discursos y mensajes, Córdoba, 1937).
En Santa Fe, por sus procedimientos similares, se destaca en esos años la figura de don Juan Cepeda: "Este señor se cree descendiente de los grandes caudillos como Estanislao López —lo señala Luciano Molinas en 1935—, pero aquellos hombres, si bien provenían de los estratos más populares de la población, siempre se empeñaron en superar los vicios y defectos en que se habían formado. Ni Estanislao López ni Francisco Ramírez ni siquiera Facundo Quiroga permanecieron adheridos a sus orígenes políticos o familiares. No hacían gala de su ignorancia o de sus arbitrariedades. Todo lo contrario... Cien años después, hombres como éste de quien hablamos, sólo se caracterizan por la total regresión de sus métodos" (En el Parlamento y en la tribuna, Rosario, 1939).
"Lo más grave de todo esto —sintetiza Lisandro de la Torre en su discurso final sobre el problema de la carne— es que personajes de este calibre ya no actúan solos. Ni siquiera se limitan a ser personeros de las llamadas figuras patricias de la Argentina. Sus intereses, sus complejas redes de intereses van más allá de su provincia y, en muchos casos, del país mismo: se entrelazan con las vinculaciones más oscuras que provienen desde los grandes centros financieros... Ya no se trata del prepotente dominio sobre hipódromos, casas de juego, designaciones de vigilantes o de recaudadores de impuestos, lenocinios o privilegios municipales. Se trata, honorables colegas, de nexos con los bancos, con los grandes bancos, con las grandes casas importadoras, con las agencias de cambio y con los invisibles representantes del fascismo imperialista".

El "fraude patriótico" en la Universidad
"Nadie ignora que mi cesantía es sólo un detalle minúsculo en un vasto plan que ha puesto en peligro las libertades públicas y que ha convertido la enseñanza en un bisbiseo de rosarios."
Aníbal Ponce
Un nombre sintetiza esta deformación política a nivel universitario: se llama Benito Nazar Anchorena. Su aparición como interventor de la universidad de Buenos Aires en el mes de octubre de 1930 y su proyecto de estatuto universitario fechado en abril del año siguiente logran poner en su contra a la población estudiantil. "Curiosamente, si el estudiantado había tomado posición contra el gobierno
temblequeante e ineficaz del señor Yrigoyen— dice Ricardo Rojas en 'El radicalismo de mañana'—, muy pocos recuerdan la acción de denuncia y oposición que caracterizó al estudiantado después del 6 de setiembre. Se intentó volver a la situación de privilegio profesoral adscripto a los grupos más tradicionales y reaccionarios como si nada hubiera significado la Reforma de 1918. Se pretendió dar marcha atrás en la rueda de la Historia, sin entender que ésta es irreversible. Se eliminó a grupos de trabajo de numerosos científicos, sin ponderar justicieramente lo que significaba para el país una pérdida de tales dimensiones. Y un gobierno que se autotitulaba revolucionario y pretendía convertirse en algo modernista actualizando al país, lo único que hizo fue perseguir, golpear y encarcelar a los profesores más dignos y a los alumnos más críticos".
Así es como en la lista de los primeros van apareciendo nombres como el del penalista Peco y entre los segundos apellidos que hoy nos son familiares como el de Homero Mancini (Manzi), Ernesto Giúdice y Arturo Jauretche. Entre los separados de sus cátedras y, en los hechos, expulsados del país, se destaca Aníbal Ponce, que recala en México y allá muere solitario (v. Jaime Labastida, prólogo a Humanismo y revolución, México, 1970).
Y son precisamente estos hombres quienes encabezan la denuncia de las comisiones escrutadoras que el 11 de mayo de 1931 inician el "fraude patriótico" en la universidad: sus nombres, en esa coyuntura histórica, son toda una definición: Marcó del Pont en Ciencias Económicas, junto a Miguens y Moreno; Avellaneda y Peralta Ramos en Medicina; Bosch en Agronomía y Veterinaria; Ruiz Moreno en Derecho; Huergo en Ciencias Exactas y Alberini en Filosofía y Letras.
El estudiantado, en señal de protesta, en un noventa y cinco por ciento se abstiene de votar en urnas custodiadas por la policía y un grupo de profesores, que han sido suspendidos hasta tanto se los confirme desde la Presidencia de la Nación, da a conocer un manifiesto cuestionando la violencia policial imperante: Alfredo L. Palacios, Ricardo Rojas, Nerio Rojas, Luis Roque Gondra encabezan la larga lista, que prosigue con los nombres de Raúl Vaccarezza, Florentino Sanguinetti, José María Moner Sans, Ricardo M. Ortiz, Leónidas Anastasi (quienes, además de denunciar el fraude a nivel universitario, lo combaten cotidianamente en la zona de lo específicamente político). "El fraude universitario del señor Benito Nazar Anchorena —escribió entonces Raúl Scalabrini Ortiz— es análogo y correlativo al que propugnaban los Justo, Fresco y Pinedo en el orden nacional. Porque aparece en ese momento una figura ya clásica que resume sobre sí todos los vicios y procedimientos cínicos del sistema. Su nombre completo es José Arce" (en el periódico Reconquista, marzo de 1937). Y agrega: "No hay universidad sin patria libre con la presencia de los señores Bunge & Bom y sus socios británicos".

"Fraude patriótico" y grandes negociados
El nexo que establece Scalabrini entre los procedimientos electorales de la "década infame" a nivel nacional y el nacimiento de la "magnatrenza conservadora de Arce y sus cofrades" en la universidad, es retomado por el senador Lisandro de la Torre para vincularlos con la serie ininterrumpida de "escándalos" que van punteando grotesca o trágicamente ese período:
1. La incorporación a la cámara, en 1936, de los diputados electos de manera fraudulenta. Aceptación que cuenta con la aprobación de los representantes radicales Emilio Ravignani y Juan I. Cooke, a quienes de la Torre estigmatiza de manera terminante: "De acuerdo a ciertos antecedentes populares del partido al que pertenecen los señores diputados se hubiera podido creer en su rigor y en su responsabilidad. No ha sido así, señores; por lo tanto, podemos declarar con entera convicción que nada separa a la bancada radical de la bancada conservadora en tanto bloques. A lo sumo, de ahora en más se podrá distinguirlos pura y exclusivamente en virtud de sus dignidades personales" (Diario de sesiones, octubre de 1936).
2. Esas actitudes complacientes por parte de representantes del radicalismo apuntaban —según el mismo de la Torre— a conseguir el apoyo financiero para la campaña electoral para presidente y vice en 1937. "Y lo que entonces fueron barros se tornaron en tempestades con el siniestro asunto de la Chade, donde los complicados en el fraude electoral brotaron como hongos, recibieron su paga constante y sonante prolongando las concesiones hasta el venidero siglo" (Informe Rodríguez Conde, páginas 107 y 123).
3. El negociado del puerto de Rosario, cuya concesión debía caducar en 1942, tambien recibió una prórroga que fue "defendida en las cámaras por los señores Fresco, Barceló y Moreno entre otros. Lo que nos permite suponer, honorables colegas, que el llamado "fraude patriótico" no es más que el rubro oficial de una sociedad en comandita con las oficinas en Londres", denunció también Lisandro de la Torre. "Y si allá están los tenedores de bonos, aquí sólo aparecen los gerentes con librea" (Obras completas, tomo IV).
4. Las exacciones a los "colectiveros" de la ciudad de Buenos Aires que, en sus núcleos más combativos, se oponían al monopolio del transporte diagramado en la la "famosa Corporación de Transportes" empezó a ponerse en la superficie a finales de 1937 culminando hacia 1940. "Ya no sólo son diputados y senadores los responsables en este nuevo baldón para la nacionalidad —señaló de la Torre— sino que ediles del municipio de la ciudad capital se ven envueltos en este nuevo negociado. Los nombres ni merecen darse teniendo en cuenta la ciénaga en que hemos caído...".
5. Y, finalmente, en el affaire (como titulaban entonces el diario Crítica y la revista Ahora) del debatido y resonante asunto de las carnes. De la Torre resume en una frase los orígenes más profundos de los años del "fraude patriótico": "Señores, todo este sucio negocio tiene una fecha de nacimiento: se llama el pacto Roca-Runciman, firmado y defendido por los hombres más vinculados al sistema que nos gobierna y que más pasión han puesto en defenderlo y hacerlo sobrevivir. En julio de 1933 se inauguró esta etapa de nuestra historia. En julio de 1933 se acabó con los postulados de nuestros fundadores del siglo XIX; sus grandes palabras han devenido retórica.
Y en eso estamos chapoteando, señores, día a día sin saber cuándo terminaremos". Esas palabras no podían pasar de manera impune. Ni aun tratándose de Lisandro de la Torre. Y el 23 de junio de 1935 un asesino a sueldo intenta ultimarlo en la cámara de senadores. Su discípulo político, el senador recientemente electo Enzo Bordabehere, trata de salvarlo y es asesinado. El culpable se llama Valdez Cora. Y es un entusiasta defensor del "fraude patriótico" en diversas localidades de la provincia (v. Samuel Yaski, Lisandro de la Torre de cerca, 1969).

Maffia y "fraude patriótico"
Y para globalizar el cuadro que vive la Argentina entre los años 1930 y 1943, conviene seguir —especialmente en el diario La Capital de Rosario— las vinculaciones entre las últimas estribaciones de la política en degradación y las napas superiores del hampa. Es en esa ciudad —llamada entonces "la Chicago argentina"— donde se verifican con mayor nitidez los vasos comunicantes entre un sector y otro: la banda que el 19 de febrero de 1935 ataca el comité del Partido Demócrata Progresista en Rafaela cuenta entre sus miembros a dos figuras que reaparecen sosteniendo la candidatura del doctor Iriondo para gobernador de la provincia. Se llaman Juan Di Lisio y Esteban Pacovio. Y el cronista policial del diario rosarino se ocupa de destacar la significativa coincidencia.
Los responsables del asalto a la casa del doctor Luciano Molinas —líder de la democracia progresista—, a fines del mes de octubre del 37, son los mismos que aparecen complicados en una de las acciones de la banda de Chicho Grande contra la Cooperativa de San Jerónimo Norte. Hay otro Di Lisio, que parece hermano del anterior, y dos acusados sólo conocidos por sus alias respectivos: Soyfer Gramajo o Rayo Gramajo y Héctor Salduendo. "Los dos son hombres de la amistad del señor Iriondo", comenta La Capital. "No debemos asombrarnos de estas extrañas vinculaciones —comenta Raúl Scalabrini Ortiz en el periódico Reconquista—, cuando su antecedente más notorio y prestigioso fue el famoso Juan Moreyra. Lo único que los diferencia a estos caballeros es que ya no comen en la antecocina del patrón o en la fonda de Rígoli, sino que se sientan de vez en cuando a las mesas de las Cámaras Británicas de Comercio de Buenos Aires o Rosario o llevan el palio en el Congreso Eucarístico o en el día del Corpus Christi".

Nacionalistas, forjistas y comunistas: balance y presagios
Los únicos grupos políticos —además del socialismo y de la democracia progresista— que logran sustraerse a esta decadencia del sistema evidenciada al máximo en el llamado "fraude patriótico" son los que actúan al margen de la política parlamentaria. Como muy bien señala Alberto Ciria, si por un lado son los mayores fiscales de esos procedimientos, por el otro son los únicos que —con todas sus contradicciones— están en condiciones de proponer una política de reemplazo para esa "década infame" signada por el fraude patriótico:
1. Los más previsibles son los nacionalistas, que —desde Marcelo Sánchez Sorondo hasta el Padre Castellani pasando por José María Rosa o los hermanos Irazusta— ponen de acento en la traición del general Justo a los postulados que los "políticos de siempre" le impidieron llevar a cabo al general Uriburu. En su crítica desde la extrema derecha sólo apuestan al "cambio del parlamentarismo en un sistema corporativo que se haga cargo finalmente del país real y desdeñe a todo el utopismo libresco de origen liberal".
2. Los más matizados son los hombres de FORJA, encabezados por sus teóricos mayores Scalabrini Ortiz y Jauretche, quienes señalan la raíz del "fraude patriótico" en el corte producido el seis de setiembre contra Hipólito Yrigoyen: al eliminar o desconocer la presencia del pueblo, el proceso de nacionalización de la Argentina ha sido mutilado. El fraude es "cipayismo"; el fraude significa poner a la Argentina al nivel de los dominios del imperio británico. En el mejor de los casos, para ser tratados como un dominio más o menos privilegiado. 
3. Los más categóricos son los comunistas: perseguidos duramente a través de sus representantes sindicales, cuestionados en su legalidad por la ley anticomunista propiciada por el senador Matías Sánchez Sorondo, la única alternativa que proponen como remedio inmediato es la formación de un amplio frente popular —como el de la Francia de León Blum o la España de Manuel Azaña— que lleve al poder a un "burgués progresista" con suficiente "sensibilidad popular" que sirva para poner "coto a los desmanes y excesos de una oligarquía profascista". Pero quien, nuevamente, parece sintetizar este momento argentino es Lisandro de la Torre, que, de hecho, se ha convertido, hasta su suicidio el 5 de enero de 1939, en el fiscal de la República: "El llamado fraude patriótico nos ha llevado a los extremos de degradación política. Me aventuro a decir que, en la otra cara de la moneda, nos acecha una guerra civil o la dictadura de algún general".

Bibliografía
Navarro Gerassi, Marysa: Los nacionalistas, 1969.
Puiggrós, Rodolfo: La democracia fraudulenta, 1968.
Ciria, Alberto: Partidos y poder en la Argentina moderna (1930-1946), 1964.
El Presidente Ortiz y el Senado de la Nación, 1941.
Gutiérrez, Edmundo: Bosquejos biográficos del Dr. Ramón S. Castillo, 1941.
Oyhanarte, Horacio: Por la Patria, desde el exilio, 1932. Partido Socialista Independiente, Almanaque del Trabajador, 1931.
Gutiérrez Diez, Amable: Nuestro radicalismo, 1930.
Gabriel, José: Bandera celeste. La lucha social argentina, 1932. 
Giúdice, Ernesto: Ha muerto el dictador, pero no la dictadura, 1932. 
Camila, Juan E.: Al filo del medio siglo, 1951.
Repetto, Nicolás: Política, 1940. 
Roca, Deodoro: El difícil tiempo nuevo, 1956.

Aclaración final
De la editorial Centro Editor de América Latina cuenta Página 12 lo que sigue:
"Boris Spivacow (1915-1994) se inició como editor en 1945, en abril, donde creó entre otras la serie Bolsillitos, un hito en la divulgación de la literatura infantil. Ya en esa época comenzó a trabajar con Oscar Díaz, quien luego sería jefe de arte y pieza clave en el armado del CEAL. En 1958, designado gerente general de Eudeba, planeó una editorial que, contra lo que podía pensarse, en vez de reducirse al ámbito universitario saldría a ganarse al gran público. El lema “Libros para todos” sintetizó ese objetivo. La estrategia consistió en editar libros con precio accesible y una distribución que excedía el circuito habitual de las librerías, para concentrarse en los kioscos. El fondo estaba organizado en colecciones, un mecanismo que garantizaba tanto la continuidad en el mercado como la previsibilidad en cuanto a la cantidad de ejemplares a editar.
Después de la intervención militar en la universidad, con la Noche de los Bastones Largos (julio de 1966) Spivacow renunció a su cargo, con la mayoría de los miembros de su equipo. En septiembre de ese mismo año anunció el proyecto del CEAL y en mayo de 1967 comenzó a publicarse la primera colección que salió a los kioscos, Los cuentos de Polidoro, integrada por ochenta fascículos que recreaban clásicos de la literatura infantil. Esas circunstancias inscribieron una marca de origen fuerte: al integrar su redacción con especialistas en su mayoría expulsados o virtualmente prohibidos en las universidades, preservando un espacio democrático en medio de ambientes hostiles y sobre todo al proponer versiones de la historia signadas por la crítica y el pluralismo, el CEAL fue un símbolo de la resistencia a las sucesivas dictaduras militares. Y también de la brutalidad de la represión: la imagen que representa la censura en la Argentina contemporánea es la hoguera donde en 1980 se incineraron por orden judicial un millón y medio de ejemplares de libros y fascículos."
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-2238-2006-09-17.html