Carrizo: La pequeñez de un grande


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No interesa cuál, quizás ni él mismo lo sepa: entre aquel domingo de 1948 y el del 22 de diciembre de 1968, en una de esas tardes de fútbol intenta perpetuarse Amadeo Raúl Carrizo. Tal vez se conformaría con la peor; es probable que los silbidos, los insultos y las más crueles bromas suenen mejor que el silencio en sus oídos. A sus 43 años les llegó con mora el instante de las armónicas decisiones; precisamente cuando el balance entre un físico asombroso y un cerebro serpenteado por candideces descubre al fin el gran desequilibrio.
Como un irredimible malcriado, lo tuvo todo y casi todo lo jugó, sin imaginar que llegaría el día en el que un hombre necesita juntarse con su historia para ponerle un gesto a su rostro. Carrizo está serio. Aunque trate de convencerse de que faltan otros días para darse vuelta y mirar su vida, Aún insiste: "Yo pienso que puedo jugar un par de años más". Es una muletilla intemporal: desde hace mucho se divierte repitiéndola. Cuando ni él mismo se atreva a pronunciarla, su nariz se aplastará contra una realidad a la que no quiso esperar.
Si se exigiera la necesidad de un normotipo físico para humanizar a los arqueros, Carrizo sería, sin dudas, el modelo. Con ese fundamento —nunca lo apoyó demasiado: admitió su fastidio por el entrenamiento—, iluminó todas las canchas donde cuidaba un arco, con una estupenda lección de fútbol. Nadie como él conoció tantas razones, adivinó tantas formas ni pronosticó tantos por qué, cuando una pelota de fútbol estuvo en juego entre veintidós hombres. En su carrera, Carrizo logró la fusión de dos conceptos que no pueden disociarse: se lo aceptó como uno de los mejores guardavallas del fútbol mundial, al mismo tiempo que se lo repudiaba por cobarde.
"Yo nunca sentí miedo; siempre dijeron eso de mí porque yo era Carrizo y todos se fijaban en lo que yo hacía. Entonces, un error mío lo comentaban como no lo hubieran hecho si lo cometía otro arquero cualquiera." No estaba hincado frente a un confesionario: ¿quién podía esperar que Carrizo admitiera ser pusilánime? Para cada acusación tuvo una respuesta que solamente su conciencia puede juzgar: "En Río, cuando jugamos contra Brasil por la Copa de las Naciones, tenía una lesión en la rodilla; no era de mucha gravedad, pero consideraba que debía ser revisado antes de entrar en la cancha". Fue en 1964 y uno de sus compañeros de entonces recordó la semana última, ahora sonriente, la angustia de los jugadores ante la negativa de Carrizo: "Rattin le dijo que lo necesitábamos en el arco y que si no se animaba a jugar, cuando volviéramos a la Argentina iba a llamar a todos los periodistas para contar lo que había pasado". Carrizo jugó; Argentina ganó 3-0 y Amadeo detuvo un penal tirado por Gerson.
En el ciclo de su vida deportiva, Carrizo encontró pronto un duro obstáculo para la continuidad de sus éxitos; aparecía una vez por año y fue convirtiéndose en una fijación insalvable: jugar contra Boca Júniors en la Bombonera. En 1965, tras un partido en el que Boca se impuso con un gol convertido por Norberto Menéndez (ex compañero de Carrizo, en River), el goleador se acercó a Amadeo y palmeó sus nalgas, mencionándole el resultado del match. Menéndez no pudo seguir mofándose; recibió un puñetazo que le abrió el pómulo. Fue la única vez que hice una cosa así —se disculpa Carrizo—, y me dolió más porque le pegué a un muchacho que aprecio. Siete días después, Menéndez vino a mi casa para pedirme que lo perdonara; yo no estaba y habló, con mi esposa." Esta actitud de Menéndez no se divulgó; en cambio, los nervios que endurecían a Carrizo cuando Alfredo Rojas lo topaba en cada oportunidad en la que alcanzaba una pelota, o la imagen de Ángel Rojas señalándole el fondo del arco y exigiéndole que la fuera a buscar allí, se impusieron como un manchón: "El Viejo es miedoso".
Cuando River vio derrumbarse sus ilusiones de conquistar la copa Libertadores de América, en 1966, se comprobó que la fama del arquero era internacional, la final contra Peñarol se jugó en Santiago de Chile; River ganaba por 2 a 0 cuando Carrizo, adelantado, vio venir un shot largo; paró la pelota con el pecho y la pasó a un compañero con el pie. Fue suficiente para que todo Peñarol se echara sobre él. El primero en llegar fue el ecuatoriano Alberto Spencer: "Maricón, ¿por qué no haces eso en la cancha de Boca? Te Voy a arrancar la cabeza". Carrizo tembló y, en adelante, comenzó a cometer errores infantiles. Allí había resurgido su inmadurez. Peñarol aplastó a River y ganó por 4 a 1 Carrizo recuerda: "Es cierto; estuve mal, pero porque no tenía quienes me respaldaran. De haber estado un Ricardo Vaghi en la cancha, no hubiese pasado nada de lo que pasó".
Lo acepta demasiado tarde. Es necesario inducirlo, forzarlo con evidencias y ejemplos para que arriesgue una definición concreta. Habló durante dos horas, contestando preguntas que lo enfrentaban con los pasajes más desagradables de su carrera. Evitó dar nombres, se defendió inquebrantablemente, justificó todas sus actitudes amparándose en un tono común, que nada esclarecía: "Yo he tenido épocas malas, errores con los que se habrán perdido partidos. En una trayectoria tan larga, son lógicos". Al mencionarse a Hugo Gatti arriesgó, con rodeos, una crítica que luego retocó hasta arribar a un elogio.
—¿Por qué a Gatti no lo molestan los delanteros rivales y a usted sí?
—Porque a mí me importan los goles. Me duelen. Posiblemente a Gatti no le importen mucho. Cuando a mí me hacen un gol, no voy, cancherito y riéndome, a buscar la pelota, porque si hay treinta mil hinchas sufriendo, me estoy burlando de ellos, y es como para que me tiren de todo. A pesar de esas cosas, reconozco que Gatti es un excelentísimo arquero.
—¿Usted se divirtió, cuando, en 1954, lo gambeteó a Borello?
—No; ya expliqué mil veces que era una jugada necesaria, de acuerdo a cómo venían la pelota y el adversario.
—¿Y cuando le pegó con la pelota en la nuca a Rosello?
—Le puse la pelota en la cabeza, nada más. Fue una jugada muy infantil; pensé que no tenía que tomarse tan a la tremenda; no era contra el jugador: fue un agregado chistoso.
—¿Qué sentía cuando se le acercaban, con la pelota, durante un partido, Infante, Blanco, Valentín, Picot, Sanfilippo? ¿Era miedo?
—No podía sentir nada especial, porque casi nunca sabía quién era el contrario. Yo veía la camiseta, solamente. Muchas veces —la mayoría— tuve que preguntar quién me había hecho el gol.
—¿Por qué, al referirse a Picot, usted dijo: "Ese negro se hizo famoso por los goles que me hizo a mí?"
—Siempre lo elogiaron mucho por esos goles. Él mismo se sintió tan satisfecho, que seguramente debe ser por eso que lo dije.
—¿Qué le gustaría ser, ahora?
—Arquero.
Fue su respuesta concreta. La única. En la prolongada conversación pareció demostrar que, en otros aspectos, no sabe exactamente lo que quiere. Le sorprendió, o le dolió, o le asombró, que River Plate le diera el pase en blanco, tras veintiséis años de actuación. ¿Hasta cuándo pensaba seguir? "Yo puedo seguir jugando, pero al menos esperaba que River reconociera mis méritos, dándome una función en el club."
Carrizo también manifestó su vocación pedagógica, diseñando una escuela de arqueros que, teniéndolo por exclusivo maestro, según él, podía haber desgranado enseñanza entre los jóvenes guardavallas riverplatenses. Aseguró que el puesto permite la posibilidad de transmitir "tres o cuatro" indicaciones fundamentales. Cuando se le urgió para que las nombrara, comenzó su tartamudeó: "Bueno, para ser buen arquero es necesario un buen físico, porque difícilmente uno bajo llegue a destacarse. Sí, ya sé que eso no se puede enseñar. También, estar atento siempre al juego, no distraerse. Otra cosa: intuir lo que va a hacer el rival; jugar siempre a la lógica".
No enseñó más. Quiso escaparse: "Haría falta tener un pizarrón; lo demás hay que hacerlo en la cancha". Carrizo se envolvió en sus propias imprecisiones y consagró la burla de Alfredo Di Stéfano: "¿Así que Amadeo quiere poner una escuela de arqueros? Es bueno saberlo, porque cuando a mí se me acabe esto de la dirección técnica, puedo poner una escuela de centro forwards, ¿no?"

El homenaje y las vísperas
Un día ("Fue a fines del año pasado"), alguien ("Se les ocurrió a los muchachos") pensó en realizar un partido de fútbol, cuya recaudación abultara el patrimonio de Carrizo. Sería una despedida. Poco tiempo pasó antes de que muchos advirtieran que se trataba de una empresa comercial Carrizo no observó, con emoción, el proceso: prefirió colocarse a la cabeza del movimiento. River accedió a ocuparse de la organización y consiguió que la AFA otorgara una fecha para el encuentro: el 16 de abril. Pero el agasajado ("No me interesa la plata que se pudo recaudar —confesó— y hubiera jugado sin recibir un peso; sólo quería sentirme halagado por la fiesta que se hacía para mí") acompañó a los muchachos en una visita al presidente de Boca, para pedirle que ofreciera el equipo. Por si la gestión necesitaba de algún refuerzo, Carrizo alargó la solicitud a Rattin. Cuando obtuvo las dos aprobaciones, no lo pensó demasiado y el presidente de River Plate recibió un telegrama: "Considerándome socios riverplatenses patrimonio deporte nacional, ante despido inconsulto autoridades River Plate, acepto gesto desinteresado Club Boca Juniors. Por lo tanto, 16 de abril, 21.00, estaré en puesto de lucha Bombonera como reconocimiento a toda la hinchada argentina. Amadeo Carrizo".
Armando dedujo que al caso podía resultarle antipático a River, se lavó las manos y optó por las medias tintas: a través de una carta, ofreció el equipo de Boca para intervenir en el match, pero esquivó su organización. La comisión directiva de River se reunió y Carrizo, como nunca, fue destrozado por hombres de su club. El presidente de la comisión de fútbol, Roberto Russo, lanzó: "Es increíble que se preste a jugar en Boca; siempre se enfermaba cuando tenía que ir a esa cancha". Algo de razón tenía: tras uno de sus accidentados partidos, Carrizo despreció: "Mire, si hubiera tenido que dejar a River y jugar para Boca, ¡no me hablaba más yo mismo!" Pero nada se pierde, todo se transforma; el jueves 27, enfatizó: "¡Gran orgullo hubiese sido para mí jugar en un club como Boca Juniors!"
El amor por su camiseta no fue característica destacada de Carrizo. Probablemente resulte más distintivo, en su personalidad, detectar una definida inclinación por el dinero. El tesorero de River, Pedro Prevignano lo sabe muy bien: "En 1964, cuando Carrizo cumplió veinte años en la institución, Roberto Llauró le entregó 500 000 pesos y le pidió que fuera a ver al presidente, Antonio Liberti, para agradecérselo, porque era él quien había pedido a la comisión directiva que le hiciéramos ese regalo. Amadeo fue y, aparte de agradecer, le reclamó otros 500.000, como aumento de prima. Le
dijo que necesitaba dinero para abrir una boutique y, al final, consiguió 250.000 más. A los pocos días, se apareció en el club, lo más campante, con un coche sport flamante: lo había comprado con lo que le dimos". Esta imagen quedó confirmada cuando Amadeo llegó en su Torino al estadio de San Lorenzo y le dijo a Alberto Rendo: "A, ver, petiso, si me dan una manito para el partido de homenaje".
Hay una mención que a Carrizo lo paraliza: el Campeonato Mundial de Fútbol que se jugo en Suecia, en 1958. Integró la selección argentina que regresó vencida. Un partido —el que Checoslovaquia ganó a la Argentina por 6 a 1— fue el que hizo estallar a un público descontrolado, el 22 de junio de aquel año, en Ezeiza. Regresaba el team nacional y una lluvia de denuestos y monedas cayó sobre el arquero, supuestamente el mayor culpable del contraste. "Fue terrible, lo reconozco; a mí eso me dejó hecho un trapo; ellos fueron muy superiores, pero los checoslovacos no nos bombardearon, como puede sugerir el resultado. No quiero hablar del partido ése. Puede ser que yo haya sido culpable de algún gol, pero, los demás ¿jugaron todos bien?"
La frase final es la clave de 80 minutos que a ningún protagonista le interesó desmenuzar. Hay indicios muy firmes de que Carrizo —por su conocida debilidad anímica— fue elegido para descargar en él las consecuencias de una culpa común. Un testigo refirió a Primera Plana: "Es posible que si se quisiera revisar lo del partido con Checoslovaquia, habría que rehabilitar en mucho a Carrizo; varios defensores —Varacka, especialmente— recibirían buena parte de lo que les hubiera correspondido entonces". El enjuiciamiento se hizo sobre la base de lo que unos pocos periodistas argentinos dijeron o escribieron, y del silencio que mantuvo la delegación.
"Para poner las cosas en su lugar, yo tendría que haber ido a las radios, a los diarios, y acusar a compañeros míos; no lo hice, ya pasó todo y no quiero ni acordarme", se conmueve Carrizo. Fue un nuevo cartabón para medir su estatura espiritual.
Tutea a su interlocutor, a poco de conocerlo, con la misma ingenuidad de un niño frente a un fugaz compañero de juegos; se hizo acompañar por un amigo, quien debía advertirle qué estaba bien decir y qué no. Concluida la comedia en la que jugaban a los enemigos irreconciliables, Gatti lo definió, en El Día, de La Plata, el 30 de marzo último: "Tiene bondad en el alma y no puede hacer mal a nadie". Soportó el cuestionario con elemental entusiasmo y el primer resplandor de su rostro asomó al referirse a las posibilidades económicas de su futuro: "Si pudiera, seguía toda la gira con el Alianza: por tres partidos me pagaron 1.100 dólares. Fue una lástima que me fracturé un dedo. Los peruanos se volvían locos cuando sacaba la pelota con el pie. Lo había avivado a un negrito, Perico León, y se desmarcaba. Yo le daba con efecto y ¡paf!: se la ponía en el pecho. El estadio volaba". Carrizo se refería a tres encuentros en los que un intermediario lo ubicó en el equipo de Alianza Lima.
La semana pasada frotaba sus manos, imaginando una contestación afirmativa para su pedido a otro gestor: 20.000 dólares de prima y 1.000 mensuales para jugar en un club mexicano durante 1969. A pesar de que Carrizo insiste en que no ganó mucho dinero en su campaña, demuestra lo contrario: "River publicó esa lista de las cantidades que pagó a cada jugador en 1968. Yo figuro con más de ocho millones de pesos, pero a mí me interesa lo que me pude poner en el bolsillo: fueron poco más de cuatro millones, solamente. Recién en los últimos dos años ganó 269.000 pesos de sueldo por mes. Cuando llegaron a River Matosas y Cubilla, todavía tuve que esperar un año para que me equipararan con ellos".
Sin temor, confiesa una fortuna superior a los veinte millones de pesos en bienes materiales. Cuando River comunicó a la AFA que anulaba el previsto partido a beneficio, Carrizo comprendió que se le escurría una chance para incrementar sus fondos. Curiosamente, en esa misma fecha, River y Gimnasia jugarán un cotejo pactado por la transferencia de Hugo Carballo, el hombre que tomó el puesto de Amadeo, Cuando en 1966, al finalizar un partido entre los mismos clubes, Carrizo felicitó a Carballo —"Muy 'bien, pibe; vos ya sos un arquerazo"—, no se lo imaginaba.
Pocos hombres cuentan con tanta capacidad y suerte como las que Carrizo poseyó. Recontando el tiempo de su trayectoria, se infiere que pudo retirarse deportivamente como un admirado jugador, aunque él prefirió bailotear en el lastimoso camino de los que no se respetan a sí mismos.
En el profesionalismo argentino fue el único arquero que integró seis equipos campeones; el único que atajó quince penales en partidos de campeonato; el que mantuvo el arco menos
vencido en seis temporadas; el que posee mayor tiempo con su valla invicta. Es el futbolista que jugó con edad más alta, 42 años; el que en más partidos oficiales intervino: 518. Tuvo el honor deportivo de integrar el primer team riverplatense que venció a Boca en su cancha actual, y el que batió al seleccionado brasileño en 1957, por la copa Roca, en Maracaná: nunca había perdido allí desde que Uruguay le derrotara en la final de la copa Jules Rimet.
Estos datos estadísticos y muchos otros se publicaron en su verdadero homenaje. Puede que Carrizo los haya coleccionado, aunque sin otorgarles todo su valor. De lo contrario, habría sido fiel a su dimensión futbolística.
Algún día, alguien que no lo haya conocido, preguntará por Amadeo Carrizo. Tal vez le contesten que fue el más grande, pero no deberá extrañarse si la respuesta le informa todo lo contrario.
Revista Primera Plana
08/04/1969