"que esta barra quilombera..."
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Lo primero fue la pelota, el potrero y dos equipos que defendían un barrio, la casaca y el honor deportivo en 90 sacrosantos minutos. Y después el fútbol-espectáculo o fútbol-negocio. Hace más de tres décadas que el fútbol perdió la inocencia aplastado por la estructura del "no perder" y del fervor mercenario: las barras bravas. El fútbol nuestro de cada día con millones de dólares en danza es noticia de primera plana. Inserto en lo real, parte de la realidad, el juego que apasiona al país entero desborda lo específicamente deportivo para involucrarse en otros espacios: económico, político, sindical, filosófico, psicológico, y también criminal. Los jugadores de San Lorenzo agredidos por la barra brava del club, Zacarías víctima de un atentado ocurrido en los camarines; 30 detenidos durante la trigésima fecha del campeonato de primera división, Veira acusado de violar a un menor, futbolistas enredados en el tráfico de drogas; son algunos de los titulares que escandalizan a la opinión pública. A lo largo de los últimos treinta años la violencia del fútbol ha cobrado más de un centenar de víctimas: una cada tres meses y fracción.
El deporte más mimado, organizado y consagrado por la historia mundial, que puede detener la producción de un país tanto como una huelga general, tiene entre nosotros todas las características de la pasión. A saber: produce milagros. Como Maradona, reclamándole mayor justicia social para los argentinos al propio Presidente de visita por Italia, y otra vez el Pibe de Oro como eje de conversación entre Alfonsín y la cúpula del poder japonés en Tokio. En fin, que el mundo entero nos identifique por nuestra carne y por el fútbol. Como toda pasión, la del fútbol es una inclinación muy viva, una afición vehemente. De ahí que los hinchas y fanáticos puedan dirimir diferencias poéticas, sociales y económicas durante un partido jugado por su club. Pero, como toda pasión, es también una perturbación, un efecto violento o desordenado, prevención en favor o en contra. Como en el Evangelio: el relato de una condenación, agonía y muerte. Las barras bravas y su violencia, los trasfondos del fútbol-empresa, del oportunismo y la demagogia, crucificaron el entusiasmo de las multitudes junto con la singular escuela o estilo argentino. Desnaturalizaron nuestro fútbol.

el sacrificio en la cancha
"A mí que no me vengan con la ley jugando al cuco, porque nunca, ningún gobierno, le bajará la cortina al fútbol", sentenció Valentín Suárez, presidente de la AFA, en 1967. Ese mismo año, el 9 de abril, Héctor Tito" Souto, 15 años, estudiante, era asesinado en la cancha de Huracán por "Cinco Dedos", miembro de la barra brava local. El muchachito había cometido un delito: defender a un amigo como él hincha de Racing, atacado por vivar al "equipo de José" durante una típica acción bélica de las barras bravas conocida como "de distracción" (simular pertenecer al equipo contrario para atraer a sus simpatizantes y luego atacarlos en patota). Días después, el juez que dictaba prisión preventiva a los principales culpables del asesinato de Tito, precisaba jurídicamente a la barra brava como una "manifestación de delincuencia social organizada". Quedaron también definidos los objetivos de dicha organización: "depredación, provocación de desórdenes, agresión y lucha con barras bravas rivales o atentados contra pacíficos espectadores que pueden presentárseles como opositores a sus ideas". Voceros policiales y del Club Huracán, pretendieron adjudicar la muerte de Souto a un apretujamiento producido por una avalancha. En los vestuarios de Huracán, el doctor Roberto Paladino dejaba constancia de que el cadáver de Tito no mostraba signos exteriores de golpes y que la muerte podía deberse a asfixia. Souto había recibido dos manoplazos de "Pinky" —barra brava de Huracán— uno en la nuca y otro en la sien, en medio de una lluvia de golpes. Desmayado, la patota lo dio vuelta cara al cielo y "Cinco Dedos" —mecánico, 23 años, 80 kilos— enterró sus ocho dedos sanos sobre el alambrado, y apoyando un pie sobre el pecho y otro en el abdomen de Souto, comenzó a flexionar rítmicamente mientras, al borde del paroxismo, el resto lo alentaba: "mátalo, dale, mátalo", registra Amílcar Romero ensayista y escritor, en su libro Violencia en el fútbol 1958-'85.
La indignación popular, expresada durante el multitudinario entierro de Souto, presionó a través de la prensa. Clarín aprovechó para pedir por "una policía especial, la brigada moralizadora que viene reclamando este diario". Decía también: "la AFA debe planificar con la policía un plan de acción. Gente adiestrada que se meta donde están los delincuentes, que vista como ellos, y que use la misma ley fuera de código, pero que tiene una aplicación muy antigua: ojo por ojo y diente por diente". Por su parte, la AFA sancionó por cinco fechas a Huracán; entonces la prensa, en forma sorpresiva, dio un giro de ciento ochenta grados: Huracán debía apelar ante los estrados judiciales para quitarse el papel de cómplice de asesinato que le había colocado la suspensión de la AFA. Finalmente, la sanción fue levantada.
El fiscal que atendió el caso Souto postuló una criminología del deporte estableciendo una relación entre éste, el especador y la inadaptación, ya que "parecería que estos espectáculos generan un tipo específico de criminalidad con caracteres etiológicos definitivamente propios". Sin embargo, su conclusión fue que en esta sociedad "todos somos culpables", por lo que solicitó la absolución de los condenados. El caso Souto se anticipaba en muchos aspectos a la historia del país. En tanto, Suárez —llamado el "Hombre esperado" por todo el ambiente deportivo— señalaría que con el fútbol "se trata de difundir entusiasmo en las masas; pero para lograrlo hay que motivar de antemano a la gente con condiciones que se acerquen a la felicidad cotidiana. Y cuando ese hombre está en la tribuna no le importa el fair play porque ha dejado de ser hipócrita: desnuda su pasión y descarga la agresividad que no pudo soltar en la semana. Entonces, eso le sirve, porque la catarsis es saludable". Así, 1967 culminaría con dos campeonatos —un torneo promocional y otro para el descenso—, con partidos adelantados los viernes para televisión, y con el maratón de la Copa Libertadores. Cinco, de los siete días de la semana, con fútbol.

el discreto encanto de la pelota
Fue para 1978 cuando los estadios comienzan a rodearse de autos y a encontrar un lugar para estacionar en varias cuadras a la redonda, formaba parte de la emoción snob. Un año después, Julio Lagos y Mónica D'Anvers alentaban desde la televisión la gira del seleccionado por Europa para que todo el mundo supiera que los argentinos "somos derechos y humanos". Había que borrar impresiones que el exilio sembró durante el Mundial. Después, la clase media descubriría la vieja y violenta trayectoria del fútbol junto con los horrores del Proceso. Pero esas barras bravas que supuestamente irrumpían porque habían aprendido mal durante la dictadura militar, no eran nuevas.
Las investigaciones de Romero las encuentra ya oficializadas a comienzos de los sesenta. River, en 1962, anunció la incorporación rentada de hinchas que acompañarían al equipo a todos lados para que no aflojaran en instantes fundamentales. El comisario Alberto Villar, tras asumir la jefatura de policía en 1974, llamó a su despacho a los líderes de las barras bravas para prevenirles "sobre el peligro de la infiltración extremista". Una advertencia innecesaria ya que desde sus inicios contaban en sus filas con policías en actividad, además de abierta protección uniformada. Durante los años de apogeo de la represión, muchas barras bravas formarían parte de los "Grupos de tarea". Un cuerpo de élite, encabezado por el "Negro" Thompson —barra brava de Quilmes— buscó en 1982 el apoyo de la AFA, Adidas, Cervecería Quilmes y de la viuda de Fortabat para viajar a España acompañando a la selección de Menotti, con un doble objetivo: alentar los colores patrios y "pararle la mano a los zurdos". La guerra de las Malvinas impidió su concreción. El presidente de la AFA les dijo que no era momento para viajar. Igualmente el "Negro" Thompson siguió siendo mimado por la superestructura futbolística y por la policía. Durante un difícil encuentro de Quilmes en cancha de Boca, los uniformados lo escoltaron hasta la misma tribuna. Tiempo después, el "Negro" sería acusado por el asesinato del paraguayo Raúl Servín Martínez, a pocas cuadras de La Bombonera. La AFA lo iba a defender públicamente, hasta días antes que recibiera la condena del juez.
Romero, señala que "desde 1958 hay decenas de muertos por las barras bravas, en realidad paradeportivas, grupos que tienen capacidad operativa propia, que protegen a sus jugadores y a la poca gente que puedan llevar, pero que excepcionalmente se enfrentan con sus iguales. Sus víctimas son clasemedieros: estudiantes, trabajadores, aquellos que mantienen la ideología de un progresismo indefinido. Las muertes en nuestras canchas, la violencia, son prenunciadas. Forman parte de un escalada interna que, para quienes se hallan fuera del discurso, resultan sorpresivas e impactan".

los mercenarios del fervor
Yá en 1950 se propicia la creación de un cuerpo corporativo -socios representantes de socios- para ocupar el vacío existente entre los directivos y los espectadores. El proyecto iba a consolidarse en forma espontánea primero, luego institucionalmente. Una década después, las barras bravas se aceptan públicamente y se las financia como grupo de choque. Implantada la dictadura militar, tendrán injerencia en la formación de los equipos, en las decisiones sobre los cambios de técnicos, compra de jugadores y presencia en los entrenamientos. Las barras bravas tienen un código de funcionamiento en base al autoritarismo. Por eso sus cantos no son casuales: "los vamos a hacer jabón por el callejón", les vocean a los de Atlanta por pertenecer a Villa Crespo, clásico barrio judío. O aquel que le dedicaron recientemente a Veira: "te la pongo, te la dejo, el Bambino se coge a los pendejos". Como no son casuales los símbolos nazis, ni el "aguante". Porque el "aguante" es gritar sin parar, pese al desenlace del partido, es "bancársela", ir a la pelea aunque la mano esté dura. Los líderes son segregados naturalmente por las barras bravas, siempre que los galones sean obtenidos con actos de vandalismo y coraje, enfrentamientos con la policía y conexiones políticas. Conforman un clan que se une no exclusivamente por lo que Freud llama protección del tabú con el tótem presidiéndolo como emblema sino que se aglutina frente al peligro externo. Según Ezequiel Fernández Moores, otro especialista e investigador de la estructura futbolística, la permeabilidad de las barras bravas hacia una ideología fascista se produce porque poseen códigos de violencia, de incondicionalidad. A esto se une la protección que les brindan los dirigentes, —ya sea por acción u omisión— y la falta de compromiso, el "no te metas" arraigado en nuestra sociedad. Es necesario —advierte— distinguirla de la hinchada común. "Las barras bravas son asalariados que en muchos clubes van a porcentaje en compra y venta de jugadores. Protegen a determinados personajes, reciben dinero para que los demás griten, o por llevar gente a la cancha porque son 'punteros políticos'. Cuando Menotti estaba en Boca y el club ganaba, el entusiasmo no era compartido por los barras bravas de La Bombonera porque el director técnico no es un hombre de ellos. En muchos casos, son financiados por dirigentes opositores a la conducción de turno". Y otro detalle para tener en cuenta: los paradeportivos protegen a los jugadores que son uniformados. Junto a la de todos los uniformados, el deporte ha sido una de las formas más conocidas de la impunidad. "No sería grosero —observa Romero— la inclusión de los deportistas dentro de ese privilegio uniformado en la Argentina".

la desnaturalización del fútbol
El fútbol se anticipa muchas veces a la realidad. Observan los especialistas, que fue en la cancha donde volvieron a oírse los acordes de la marcha peronista, los primeros cánticos contra Martínez de Hoz y los represores militares. Hace más de medio siglo Ezequiel Martínez Estrada advertía la peculiaridad porteña de dividir la ciudad en clanes a través de los clubes de fútbol. La barra brava, bien podría ser entonces un síntoma de atomización de la sociedad porque su única ideología dominante es la posibilidad del ataque externo: todos los demás son enemigos.
Fuera del terreno de las especulaciones, el alejamiento de las mayorías de las canchas, es testimonio del repudio popular hacia la violencia de los barras bravas. La época de oro de nuestro fútbol convocaba multitudes en los estadios, curiosamente sin títulos mundiales a excepción del sub-campeonato mundial de 1930. La incorporación del "no perder", la "media europea", el "catenaccio" italiano y las barras bravas, genera una estructura viciada que asfixió a la pasión netamente popular. Dante Panzeri definió alguna vez al fútbol—espectáculo como "un negocio de pocos que viven con él merced a una mayoría que humanamente muere con él'. En esto fue premonitorio.
De treinta millones de argentinos, apenas un cuarto de millón concurre anualmente a las canchas. Se apela a los precios de las entradas para justificar el ausentismo. Lo cierto es que la violencia ejercida por una minoría, el temor a ser la próxima víctima, el desinterés por una modalidad futbolística cada vez más deslucida, aumenta la deserción de la tribuna. Y esto conforma también una violación a los derechos humanos. Porque desde hace más de un siglo, el deporte como tal, el derecho a su ejercicio y contemplación, es un derecho adquirido por los pueblos en durísimas luchas. Un derecho que secularmente estuvo reservado a las minorías: el derecho al ocio conquistado por los trabajadores con las batallas por las "ocho horas". La reaparición de multitudes en las graderías para asistir a los eventos deportivos —ausentes desde la Roma de los Césares— crea una espiral ascendente en la que el deporte alimenta al espectador y este al deporte. Por eso, cuando algunos intelectuales critican las prácticas deportivas masivas, cuando hablan de los supuestos "opios del pueblo", es probable que a sus libros de consulta les faltaran algunas páginas. Por eso también, cuando el tablonero concurre cada domingo a una cancha de fútbol, afirma ese derecho aunque desconozca la gesta que su memoria histórica defiende. Lo que cabe es la denuncia de esa minoría, cuyos intereses coercitivos están destruyendo los legítimos derechos de la mayoría. Como la ejercida por los tribuneros de Mandiyú —Corrientes— que individualizaron al que había arrojado una piedra y obligaron a la suspensión de un partido hasta que no fuera retirado de la tribuna; como el paro nacional dispuesto por los jugadores de fútbol, un hecho absolutamente inédito en el país, tras el atentado del que resultó víctima Zacarías; como el intento de los padres de las víctimas del fútbol por constituir una asociación similar a las de las Madres de Plazo de Mayo para que no queden impunes los asesinatos de sus hijos.

el corporativismo en el fútbol
ariel scher
Ni acumula linajes rancios como la Sociedad Rural, ni tiene el poderío financiero de la Asociación de Bancos, ni mete miedo como el Ejército. Tampoco le hace falta. Argumentos propios y ajenos la tornan una corporación tan indiscutible como cualquiera de las otras. Se podrá agregar que es una corporación muy peculiar. Es probable. Pero, próxima o distante de las particularidades, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) es la corporación del fútbol
Generada para expresar los intereses de los clubes que practican fútbol, la AFA traspasó desde su nacimiento el límite que separa a una simple organización nucleante de un espacio institucional de peso propio, firmemente vinculado con el poder y la política. Prácticamente todos los grupos gobernantes del país en los últimos cincuenta años pasaron también por la conducción del fútbol. Miembros de la clase alta tradicional, militares, políticos radicales y peronistas, dirigentes surgidos del mundo sindical y del mundo empresario, todos, de acuerdo con sus modos de concebir y de ejecutar la política, se ligaron con la entidad cumbre del fútbol nacional
La figura a través de la cual se estableció el nexo entre la AFA y los sectores de poder fue, por lo general, la de su presidente. Un seguimiento de los titulares de la AFA permite observar un correlato casi ininterrumpido entre el perfil de quienes accedieron a la cúspide institucional del fútbol y quienes llegaron a la cúspide gubernativa de la Nación. Cada color que pintó la Casa de Gobierno tiñó simultáneamente la sede de la AFA. Como si fuera un ministerio más, la mayoría de los responsables del Poder Ejecutivo procuró ubicar a un hombre de su confianza a la cabeza de una entidad estatutariamente autónoma. No resulta una casualidad que de los 29 individuos, que comandaron la AFA, 20 se hayan desempeñado en otras áreas de la función pública. Formalmente, la elección del presidente es un derecho que los clubes ejercen por intermedio de sus representantes. En la práctica, esos mismos representantes acogieron sin demasiadas protestas las sugerencias emanadas desde el Estado o escogieron un mediador adecuado para acercarse a este.
La AFA fue fundada el 3 de noviembre de 1934. Su creación fue el paso final de una larga marcha transitada entre las fusiones y los cismas que signaron la vida de las asociaciones que la antecedieron. Esas primeras asociaciones tuvieron por presidentes a ciudadanos de alto prestigio social como el ruralista Florencio Martínez de Hoz, el político bloquista Aldo Cantoni, el ministro Adolfo Orma o los abogados Ricardo Aldao, Virgilio Tedín Uriburu y Alejandro Ruzo. Atenta a la incidencia que tenía el fútbol sobre la población local, la clase dominante no caviló en gobernarlo.
Desde su surgimiento y hasta la aparición del peronismo, la AFA fue presidida predominantemente por dirigentes emergidos de la oligarquía porteña. Entre ellos estuvo Eduardo Sánchez Terrero, quien condujo la entidad en 1937 y 1938, mientras su suegro Agustín P. Justo era presidente de la República. Su gestión poseyó el mismo matiz que la de su sucesor, el abogado Adrián Escobar, un político del Partido Demócrata Nacional que fue diputado durante 24 años. Como además de presidir la AFA ejercía la dirección de Correos y Telégrafos, a Escobar se lo conoció popularmente como "el presidente cartero". Hombres como Sánchez Terrero y Escobar gozaban del aprecio pleno de los dirigentes de fútbol. Sus múltiples y encumbradas relaciones les permitían conseguir fondos subsidiarios y exenciones impositivas, que conformaban contribuciones importantes para las instituciones que estaban en expansión.
El mismo sentido tuvo la designación de Ramón S. Castillo (h) en 1941. ¿Qué mejor canal para vincular al fútbol con la política que el hijo de quien entonces era jefe de Estado? La idea fue buena hasta el 4 de junio de 1943. Ese día Castillo padre debió abandonar contra su voluntad la Casa Rosada y, poco después, Castillo hijo también tuvo que dejar su sitio en lo que constituyó algo así como el primer golpe de Estado en el interior de la AFA.
La marca del Grupo de Oficiales Unidos (GOU) quedó impresa en la AFA en 1945. Ese año alcanzó la presidencia de la entidad el general Eduardo Avalos, quien efectuó su gestión asistido por otro militar del GOU, el coronel Tomás A. Ducó. En realidad, Avalos debió necesitar bastante de la ayuda de sus colaboradores en razón de que otras responsabilidades le insumían mucho trabajo. Octubre de 1945, por ejemplo, fue un mes convulsionado en la Argentina, un país en el que Avalos era ministro de Guerra, ministro interino del Interior y comandante de Campo de Mayo. Como resulta presumible, no le quedaba demasiado tiempo para ocuparse del fútbol.
Con el peronismo en el poder las situaciones implícitas adquirieron carácter expreso. La AFA fue abiertamente peronista. Tuvo cinco presidentes y todos fueron miembros del partido en el gobierno. Al administrador general de Correos y Telégrafos Oscar Nicolini, el presidente de la Suprema Corte de Justicia bonaerense Cayetano Giardulli, el director nacional de Trabajo y Acción Directa Valentín Suárez, el presidente de la Cámara de Apelaciones en la Justicia del Trabajo Domingo Peluffo, y el sindicalista y rector de la Universidad Obrera Nacional Cecilio Conditti se sucedieron hasta 1955. Luego, la Revolución Libertadora se propuso "desperonizar" la institución y decidió intervenirla, poniendo al frente a Arturo Bullrich.
El período que va desde 1956 (la intervención de Bullrich fue muy breve) a la irrupción de Onganía, fue cubierto casi en su totalidad por un solo hombre. Raúl Colombo, de él se trató, sobrevivió a las críticas durante poco menos de una década como consecuencia de sus conexiones políticas. Al principio le bastó con ser antiperonista, después lo auxilió su amistad con Arturo Frondizi y posteriormente se mantuvo gracias a sus contactos con el gobierno de José María Guido. Dirigente de larga trayectoria en el fútbol y en el radicalismo, fue el símbolo de un tiempo de crisis. Sólo abandonó el cargo en 1965 para depositarlo en manos de otro radical: Francisco Perette, hermano de quien era vicepresidente de la Nación.
El golpe de 1966 desplazó a Perette e intervino a la AFA por segunda vez. La nueva intervención se extendió hasta 1974 y constituyó un proceso confuso que lideraron ocho interventores, algunos tan singulares como el empresario y ex presidente de la Unión Industrial Argentina, Juan Martín Oneto Gaona, que asumió declarando que no sabía nada de fútbol. El peronismo, que en 1973 heredó la intervención, nombró primero a Baldomero Gigán —vinculado con Raúl Lastiri y José López Rega— y luego a Fernando Mitjans —el escribano personal de Perón—, quien finalmente normalizó la institución sobre la base de una reforma estatutaria impulsada por López Rega. Mitjans duró poco en la cima y cedió su lugar a David Bracutto, un médico estrechamente relacionado con el sindicalista Lorenzo Miguel.
El Proceso adicionó una etapa que es más conocida. El Ente Autárquico Mundial '78 (EAM '78) y el almirante Carlos Alberto Lacoste fueron los amos de los días negros. La AFA, presidida por Alfredo Cantilo y Julio Grondona, obsequió su rol central de otros momentos. Los militares de Videla evitaron la intervención pero sólo por una cuestión de forma. Años más tarde, tras la expiración de la dictadura, Grondona aseguró su continuidad merced a su lazo personal y político con el presidente Raúl Alfonsín y, desde entonces extendió su tarea hasta el presente.
Ni la Sociedad Rural, ni la Asociación de Banco, ni el Ejército. Dicho está, tampoco hace falta. La AFA tiene lo suyo. Una historia protagonizada por políticos y poderosos así lo testimonia.
*Los datos vertidos en esta nota integran la investigación 'Fútbol: pasión de multitudes y de cúpulas' efectuada por Héctor Palomino y el autor en el Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración (CISEA).


uy, uy, uy, uy, que papelón

Podría empezar recordando que, cuando la marchita estaba prohibida, sus acordes (justo aquellos que correspondían al "Perón/Perón") resonaban en los cánticos de las hinchadas acompañando al clásico y esperanzado "dale campeón". O acaso las veces que escuché la propia marcha en las canchas. O la emoción que sentí cuando los muchachos del tablón comenzaron a corear "se va acabar la dictadura militar" allá a mediados del '82. No es la cuestión. No trato de descubrir un elevado nivel de conciencia donde tal vez no lo hubo. Para peor, tampoco sé si el "dale campeón " se acompasaba con la marchita como sabía defenderse de un patrimonio histórico y cultural o simplemente por lo pegadizo de la música.
Quiero, apenas, tentar una antología módica, antojadiza y de memoria de los cantos de la cancha. Si mal no recuerdo, allá por los '50 no tenían mucha variedad. Surgió entonces el célebre "SI, sí señores,yo soy de Bocal, sí, sí señoreslde corazón, porque este año, desde la Boca, salió el nuevo campeón" que perdura hasta nuestros días. Existía el homenaje al jugador o al juego eximio patentizado en el canto exigencia "al Colón" que reclamaba el magno Coliseo lírico para los ídolos populares y que -acaso- condicionó futuras decisiones de Pacho O'Donnell.
Había pocos, sencillos, pareados honrando algún apellido: "tin, tin, tin, gol de Valentín" que atormentó mi adolescencia. Hubo otro: "la gente ya no come, por ver a Walter Gómez" que hizo feliz mi infancia. Pasarían muchos años y muchos impudores para que llegara el más liberado y rotundo "al que no le guste Scotta, que me chupe las pelotas".
En eso de enaltecer apellidos los muchachos han progresado. Cuando Lanusse comenzaba a flaquear, la hinchada de Boca le ponía esta letra a la música de "tres cosas tiene la vida": "tres cosas tiene la Boca, Potente, Ferrero y Cambón, el que tenga esas tres cosas, que le dé gracias a Dios". No puedo omitir el homenaje sincero de los hinchas de Argentino Juniors a Maradona cuando éste aún vestía su camiseta: "Maradona no se vende, Maradona no se va, Maradona es del barrio, del barrio La Paternal". Claro Maradona se fue y a tantas partes... pero quien les quita a los muchachos haber soñado que Dieguito no iba a dejar el barrio. Termino recordando como enaltecían los de Huracán a un ídolo a quien querían más que a sus futbolistas: " 'Somo' del barrio, del barrio de la Quema, 'somo' del barrio, de Ringo Bonavena".
No pretenderá que las hinchadas se dedican sólo a endiosar jugadores. Su misión básica es confrontar con la contraria. Gastarla, si se gana. Amenazarla si se pierde o hay ganas. Burlarse de ella, siempre.
El desafío, el menoscabo, están simpre presentes. A veces basta con dejar constancia de una superioridad histórica del equipo propio sobre el otro, lo que se sintetiza sabiamente mediante la expresión "hijos nuestros". Se alude a no dudarlo, a una perversa relación paterno filial connotada por marcados visos autoritarios... pero se entiende y humilla a punto tal que la réplica usual ("hijos de puta") suele resultar ineficaz y reveladora de debilidad. "Y llora, y llora, y lloral (el que sea) llora" gozan los salvajes cuando la hinchada contraria perdidosa enrolla sus banderas y se va o reclama por un penal no cobrado. Al equipo amenazado por el descenso se lo atormenta con "se van para la B" o con el levemente más sutil "van a jugar, van a jugar, con Sacachispas y Arsenal". No faltan consignas más ingeniosas como aquella que Caloi definió como surrealista: "La Boca, la Boca, la Boca, se inundó, y a todos, los de Boca, la mierda los tapó". ¿Qué decir de ésta, que sugiere un destape futuro y no menos surrealisia?: "Racing va salir campeón, Racing va a salir campeón, el día que la Merello aparezca en bolas por televisión". El enfrentamiento sabe ser más directo. La pesada de Vélez precisa el reto a duelo fijando lugar y hora: "Van a cobrar, ya van a ver, a la salida, en el puente de Linier" (sin "s"f por favor). Los de Huracán profetizan su victoria final: "ya lo veo, ya lo veo, ya lo veo, ya lo veo, ya lo veo, a los de Chaca, disparando por Caseros". La pesada de Nueva Chicago anuncia su presencia belicosa con la mera invocación de su origen barrial "Mataderos, Mataderos, Mataderos". Hábil explotación de un vocablo irónico. Acaso hagan prosa sin saberlo y evoquen en sus interlocutores las ominosas imágenes trazadas por la pluma de Esteban Echeverría.
Abundan también las proclamas de virilidad y coraje ¡Con cuántas palabras rima "huevos"! Al derrotado se lo increpa: "ahora, ahora, nos chupan bien las bolas". Machismo puro; no extrañe que años ha la hinchada de San Lorenzo tocara el cielo cuando (durante una gira) su centro delantero Doval fue acusado de manosear el trasero a una azafata. El ídolo reforzó su condición. Los "santos" bramaban "van a bailar, van a bailar! con la azafata! de Doval". Cierta vez se excluyó a Houseman y a un compañero de la Selección, invocándose borrosamente una equívoca relación entre ambos. La hinchada de Huracán no trepidó en definir esas relaciones y el rol que le cupo a su "loco" Houseman; "el loco, el loco sabía, que (el otro) era comilón! el loco se lo cogía, en la concentración". Casi nada.
Sobraban machismo y chauvinismo en esta cuarteta pergeñada cuando la selección argentina perdió injustamente con la inglesa en el mundial del '66: "Y si la reina, se pone en cuatro patas, el ronco Onega, le clava la batata". ¿Anticipo del galtierismo?. Los lugares comunes del periodismo o de la enseñanza primaria pueden ser capitalizados por barritas creativas. La hinchada de San Lorenzo glosaba así una goleada contra un ignoto equipo boliviano: "que se vayan para el Altiplano, que acá hay afano, que acá hay afano".
El talento emerge sobre todo en los duelos de consignas. En enfrentamientos consistentes en esperar la situación propicia o el canto del otro y replicar rápida, contundentemente. Algunos ya están estereotipados, pero los hay buenos. River soporta el estigma de ser "gallina" tras haber perdido un trágico encuentro con Peñarol allá por 1966. Cuando los contrarios increpan: "qué dicen las gallinas, lará lará, lará" los millonarios acuden a un retruétano digno de Alberto Olmedo: "que nos chupen los huevos, lará lará lará".
A veces, kafkianamente, las hinchadas de equipos "grandes" comienzan a corear aliento al equipo contrario y socoarronamente añaden "como no tienen hinchada, les hacemos la gauchada". Menosprecian así a las ínfimas barras contrarias. Una vuelta escuché a la de Argentino Juniors retrucar con orgullo y desafío "Somos poquitos, somos los de siempre, pá los de Boca somos suficientes". Tomá mate.
No es justo negar a los cantos alegría, ingenio menudo y zumbón, creatividad. Un pueblo al que le es difícil cantar a coro (lo dijo Jauretche) pudo expresarse a gritos a partir de las concentraciones peronistas. Y de las canchas, añade uno. La comunidad cultural —con razón— celebra como un avance que el lenguaje se libere en los teatros o la televisión. Nadie asume que el desparpajo llegó mucho antes a las canchas, al borde de la verde gramilla, como diría Muñoz. Payadores de lo efímero, chicaneros de primera, los canchautores no aspiran a la perduración de sus nombres. Apenas a ser glorificados con el reconocimiento de los propios. ¡Cuántos humoristas tuve detrás en los tablones o el cemento!, ¿quién no los escuchó alguna vez?
Un cachito de nuestra cultura popular pasó por la cancha. Lo supo Discepolín quien compuso para el cine un hincha arquetípíco. También Calé que transformó una cuarteta ingenua y meritoria (ganamo/perdemo/pero a River lo queremó), en otra más materialista (ganamo/perdemo/mejor que ganemo) y trazó para siempre la caricatura del hincha ("el seguidor y fiel" en las revistas Rico Tipo y River. ¿Qué decir de Caloi y Clemente, ligados a las dos victorias mundialistas de nuestra Selección?
Salute, vates del tablón y del cemento. Una sociedad modernizada quiere olvidarse de los muchachos en todos los órdenes. Ustedes pagan el pato. Dios sabe que eso no es justo y que ustedes y sus cantos merecen de esta sociedad mucho más que el olvido o la crítica simplista y banal.
mario wainfeld

revista crisis
1987