General Lanusse: ¿Y ahora qué?

—¿No cree usted, señor Presidente, que los problemas militares pueden complicar el "tiempo económico"?
—Señores, el año militar ha terminado; ahora entramos en el "tiempo agrícola". ¿Qué piensan ustedes de las próximas cosechas?
El Jefe del Estado no bromeaba ni se evadía, el lunes 2, cuando lanzó esta respuesta sobre un par de empresarios que, minutos antes, de iniciarse el banquete celebratorio del Día de la Industria, se empeñaron en arrancarle algún secreto castrense.
Es que para Onganía (y para el resto del oficialismo y los cuadros de las Fuerzas Armadas) apenas existen ya problemas de tal índole; cree haberlos solucionado con la instalación, en la cima del Ejército, del teniente general Alejandro Agustín Lanusse, "un Comandante duro para los próximos diez años", un caudillo en cierne; en suma, el poder situado detrás del trono para protegerlo.
Que en algún momento 'Cano' Lanusse avance a ocupar el sitial máximo es una posibilidad rebatida con ardor en la Casa Rosada, aunque exista teóricamente. "¿Será el guardaespaldas militar de Onganía? —se preguntaba el semanario Azul y Blanco—. ¿O interpretará Lanusse, por el contrario, que su deber consiste en controlar al Gobierno?" Es que no se abren sino estos dos caminos delante del nuevo titular del Ejército.
Las esferas civiles —también aquel par de industriales— se hacían eco de la última hipótesis; no lograban olvidar que tres días antes del ágape circuló esta versión; "Lanusse exige el relevo de los nacionalistas que integran el Gabinete, y todo el control pasará a manos del Ministro de Economía, su amigo". El rumor fue desmentido el mismo viernes, 30, después que el Presidente, de modo inesperado, almorzó con sus cinco Ministros. Sin embargo, volvía a la carga con nuevos bríos y agregados, el jueves 5, cuando el Comandante se entrevistó durante una hora y media con el Presidente: "Lanusse pidió a Onganía la firma del protocolo sobre garantía de inversiones (por el que tanto lucharon Adalbert Krieger Vasena y Alvaro Alsogaray), el fin de la gestión militar en los Ferrocarriles y su traspaso a Economía".
Ningún indicio abonaba estos esquemas: la semana pasada, el Comandante sólo se interesó, en la. Casa Rosada, por conocer la suerte del dimitente Director de Prensa, Enrique Nores Bodereau. Por otra parte, concebir la sospecha de una presión vale tanto como desconocer la personalidad rígida, casi medieval, del Jefe del Estado.
Pero como, inevitablemente, se producirán remociones en el elenco oficial, los círculos opositores habrán de achacarlas a la influencia de Lanusse. Es cierto, sin embargo, que si esos cambios alcanzan, entre otros, al Ministro Guillermo Borda y a los Secretarios Mario Díaz Colodrero, José Mariano Astigueta y Federico, Frischknecht, satisfarán a Lanusse. Sin embargo, los relevos (que muchos altos funcionarios aguardan para la primera quincena de noviembre) no ocurrirán, que se sepa, cómo consecuencia de un planteo, del Comandante; obedecen a una decisión ya madura del propio Onganía, quien desea trocar un magro aumento de salarios por la depuración sindical y la solidez de su equipo.
Tantos augurios acerca del predominio de Lanusse tienen su nacimiento en un episodio con trece años de vejez: en noviembre de 1955, él apoyó el cuartelazo de la derecha contra el Presidente Eduardo Lonardi, un supuesto "nacionalista". Ahora, en mucho ambiente político, se esgrime esta parábola: como Onganía es, en el fondo, un nacionalista," el Comandante del Ejército se cruzará en su derrotero para sujetarlo o, destituirlo. La interpretación subyuga pero no convence: ni Lonardi era nacionalista, en el sentido banderizo del término, ni lo es Onganía. La necesidad de diferenciar las dos grandes tendencias que accionan dentro del Gobierno, condujo al abuso de dos palabras que parecen tan poco acertadas como vacías de significación. Así se advierte la paradoja de que el "nacionalista" Borda ensalce leyes y códigos del más rancio cuño "liberal".
Las versiones que cacareaban un súbito giro del Gobierno hacia su ala "liberal" quizá brotaron de conjeturas alentadas por la amistad de Lanusse y Adalbert Krieger Vasena; si bien se han apagado ya, es imposible descartar la futura unción de un nuevo team político, más práctico y menos dogmático. No obstante, subsisten la inquietud sobre la misión que se atribuye a Lanusse y el temor de nuevas diferencias en el plano militar, debido a la despechada elegía que entonó, una quincena atrás, el teniente general Julio Alsogaray, sustituido por Onganía con una rudeza expeditiva que no siempre utiliza para desprenderse de sus colaboradores.
Ahora bien: en las Fuerzas Armadas aquellas protestas de Alsogaray tuvieron la virtud de allanarle a Lanusse el despacho del tercer piso, en el enorme edificio que mira hacia la Plaza Colón, al disipar los leves enconos ("cosquilleos", según un miembro del Estado Mayor del Ejército) desatados en algunos sectores del arma por el segundo relevó dé un Comandante en veinte meses. Es que, entre los militares, es un pecado "aclarar sin causa", rebelarse ante una disposición superior: si los mandos se sorprendieron por el pase a retiro del general Alsogaray una eventualidad que conocían, pero cuya consolidación no podía sino estremecerlos—, también se molestaron por sus rezongos a destiempo y por la visible orientación política de ellos.
La leyenda endilga al Presidente esta definición: "Las Fuerzas Armadas deben dar "un paso atrás para no desgastarse en la función pública y estar preparadas para derrocarme, si lo logran".
Nadie sabe si Lanusse, que ha dado el paso atrás, se quedará allí para siempre, pero, por el momento, las declaraciones de Alsogaray, el 30 de agosto, le sirvieron de arco de triunfo. Los medios opositores se indignaban, la semana pasada, porque ni el Presidente ni el Comandante adoptaron sanciones contra Alsogaray, "Por mucho menos —alegaban, con exactitud—, el general Adolfo Cándido López pasó cuatro meses encarcelado." Es que la elegía del ex Comandante ha obrado tan a favor del Gobierno que, castigarlo, equivaldría a matar ese beneficio.
Si hasta el general retirado Carlos Augusto Caro, un defensor de Arturo Illia y enemigo de Onganía en 1966, aprovechó el estado de ánimo general para descargar una carta abierta sobre Alsogaray, el jueves 5: "Usted denuncia al Gobierno que acompañó durante. dos años, sólo después de haber sido relevado —acusa—. Usted propiciaba la implantación de uña dictadura 'a la romana', concentrando el poder en una persona suficientemente ejecutiva [...], y la Revolución Argentina parece haber interpretado con fidelidad esa concepción suya. ¿Por qué está ahora en desacuerdo con ella?"
Otra reconvención había partido, cuarenta y ocho horas antes, del Juez Miguel F. Echegaray: "'Hay ciertos procedimientos que despiertan dudas', aseveró usted [refiriéndose al Poder Judicial], lo que es grave porque se trataría de una corrupción masiva [...]. Ni este Gobierno ni otros, durante el período en que me ha tocado ocupar cargos, han ejercido sobre mí presión de ningún género, ni me han hecho llegar sugerencias que pudieran alterar mi libertad o mi discrecionalidad jurídica".
Con todo, y a pesar de que Alsogaray sostiene que la nueva Junta de Comandantes surge con una capitis diminutio, él y Lanusse intercambiaron saludos afectuosos y charla menuda el jueves último, al encontrarse en el acto de homenaje a un militar fallecido hace diez años. En cuanto a la capitis diminutio, Lanusse dijo a uno de sus allegados: "Esta Junta la nombró el Presidente; la anterior, en cambio, la heredó. ¿No le parece que la nueva Junta, por eso, es aún más fuerte?"

El "knack" y cómo lograrlo
"Yo no necesito preocuparme por el Gabinete; dentro de un tiempo, acaso sean los Ministros quienes se preocupen por mí", es otra frase de Lanusse que ya circula por los casinos y cuarteles. Los hombros escaldados de Alsogaray son, sin duda, una señal de peligro que el Comandante en Jefe no perderá de vista; sin duda, no cometerá, en sus relaciones con el Gobierno, los mismos errores de su antecesor. La táctica que empleará es sencilla: consiste en nuclear en torno de sí una oficialidad unida y poderosa; entonces, el rumbo de los asuntos públicos deberá orientarse según ese polo magnético o, al menos, no deberá nunca chocar con él. A fines de 1962, el Ejército conoció, luego de ciertos liderazgos transitorios, un caudillo: Onganía; desde que él se marchó a su casa, en noviembre de 1965, el Ejército contó únicamente con jefes administrativos: Pistarini, Alsogaray. No caben dudas de que Lanusse intentará asumir ese papel, todavía en manos de Onganía.
Es improbable, así, que el Comandante emponzoñe al Presidente contra determinados funcionarios, un procedimiento que Alsogaray ensayó sin éxito en varias oportunidades. "Yo tengo tres cursos de acción —ha explicado Lanusse a sus íntimos—: vigilar al Gobierno y hasta deponer al Presidente si una improbable circunstancia amenaza al país; convertirme en un satélite suyo; pedir el retiro si la Administración no funciona."
Interesa, desde luego, saber cuál de las tres maneras de tratar al Gobierno privará en la Fuerza; en principio, Lanusse optará por la vigilancia, pero: no sobre los colaboradores de Onganía, sino sobre los que, a su criterio, constituyen los fines del golpe de junio de 1966.
Según relatan los panegiristas del Comandante, él no cree demasiado en la rígida separación de los "tiempos" (económico, social, político) ideada por Onganía; sospecha que, de algún modo, las etapas se mezclan. Eso sí: piensa que deben cumplirse íntegramente y está conforme con la tarea oficial desarrollada hasta ahora (pese a que en el Gabinete siente especial predilección por Krieger Vasena y Nicanor Costa Méndez).
Los plazos —razona Lanusse— deben permitir no sólo la recuperación de un alto standard de vida y el crecimiento a ritmo normal de la economía; el Comandante —desilusionado de la política argentina de las dos décadas últimas— también pretende la desaparición de los elencos partidarios que manejaron la República durante ese lapso. Él supone que luego, naturalmente, aparecerán nuevas tendencias políticas guiadas por otras figuras, hoy demasiado jóvenes como para cargar el Estado.
"Yo no me opongo a que se entronice el busto de Juan Perón en el Salón Blanco de la Casa Rosada", se le oye repetir a menudo. "Pero si ese hombre, que representa a un sector del pasado, vuelve a poner los pies en esta tierra, alguno de los dos —él o yo— saldrá muerto, porque no estoy dispuesto a permitir que mis hijos vuelvan, a vivir mi experiencia." Pero, ¿y si el ex mandatario retornara sin ánimo de intervenir en la situación pública? "Es tan difícil creerlo como esperar que vuelva a nacer."
Estas ideas, dispersas entre quienes fueron sus interlocutores en las últimas semanas, facilitan una idea de cuáles son los "objetivos revolucionarios" que Lanusse se empeñará en custodiar: 1) El rescate de la economía a través de la libre empresa; 2) la vigencia de una larga pausa electoral, a cuyo término el país deberá regresar a la democracia representativa, expresada a través de los partidos y las urnas; 3) la defensa de un estilo de convivencia, dentro del cual no se incluye al peronismo en sus formas ortodoxas. El mismo programa que ventilaba Alsogaray; pero Lanusse no tiene apuro.
Una forma de pensar tan restrictiva para los grupos de oposición existentes no debe sorprender: en 1955, al tronchar la continuidad institucional, las Fuerzas Armadas condenaron al ostracismo a 4 millones de argentinos peronistas y dieron el poder a los viejos políticos responsables, por sus lacras, del alud justicialista. En 1966, el régimen había demostrado su incapacidad administrativa y algo más penoso: su incoherencia, sus rencillas internas, que impidieron la formación de una liga "democrática" lo suficientemente vigorosa como para enfrentar el reingreso del partido proscripto a la plena vida nacional.
Puestos a decidir, hombres como Lanusse podrían haber liberado de obstáculos el avance del neoperonismo hacia el Gobierno; en 1966, no obstante, el recuerdo de 1955 pesó más y las Fuerzas Armadas prefirieron implantar "una dictadura que el Comandante, enemigo de todas ellas, tolera convencido de que será la última y traerá beneficios", difunden sus amigos.
Desde luego, Lanusse no permitirá que le hagan trampas: veterano del 28 de setiembre de 1951, aventará nuevas decepciones; seguramente atacará al Gobierno si: 1) Toma un rumbo socializante; 2) convoca a elecciones antes de tiempo, presa de algún desaliento; 3) permite el retorno de Perón o el peronismo; y, desde luego, si Onganía elige el camino del exilado en Madrid y trata de perpetuarse, o si ejerce arbitraria y ciegamente el poder que el Ejército le entregó.
En cualquiera de estos casos, "Lanusse definirá la situación de un solo tajo, sin vacilaciones", profetizan los admiradores del Comandante. Advierten así que Onganía no deberá inquietarse por planteo alguno de parte de él; apenas tendrá que cuidarse del golpe.
Menos temerá Onganía que Lanusse —como lo hizo Alsogaray— elabore pactos, conspiraciones o trapícheos con los dirigentes políticos; la experiencia indica que el Comandante nunca se los tomó en serio, aunque echó mano de ellos cuando le parecía conveniente. Toda su preocupación actual, en materia política, consiste en el escaso diálogo existente entre pueblo y Gobierno; para remediar ese déficit, Lanusse se
muestra favorable a experimentar el "consejalismo", una panacea con cuerpos asesores nacida en Córdoba, de donde él viene de mandar el Tercer Ejército, y que podría extenderse hasta el ámbito nacional.
Pero si a Lanusse no lo desvelan los políticos, éstos, desde la ultratumba, sí se interesan por él: ávidamente discuten las consecuencias de su elevación a la Comandancia: los radicales del Pueblo (balbinismo) parecen los más afectados por la salida de Alsogaray; es lógico: de él aguardaban un alzamiento que les devolviera alguna migaja del poder. No tienen confianza en Lanusse, pero sobrevalúan el capital que Alsogaray dejó abandonado en los cuarteles y piensan que Pedro Eugenio Aramburu, desde el retiro, puede heredarlo y aplastar a Onganía y a su Comandante.
Tanta fantasía no cabe aún en un aramburista como Héctor Sandler: "La política —señaló el miércoles último a Primera Plana— anda por el momento patitiesa. Las conversaciones que teníamos con otras fuerzas se diluyeron la espera de nuevos acontecimientos". Los nuevos acontecimientos: ni aramburismo supone que Onganía se dedicará ahora a captar dirigentes gremiales peronistas, que a Lanusse le disgustará el plan y terminará por desalojar al Presidente. Esos núcleos desean iniciar la reconquista del Comandante esta semana, durante, las evocaciones de la sedición de 1955.
El juicio de los aramburistas —que tanto pregonaron "el golpe de Julio"— difiere con el escuchado en círculos adictos a López Suárez y a la "generación intermedia" radical piloteada por Facundo Suárez. Ellos prevén que Lanusse ejecutará una redistribución de mandos entre los generales jóvenes y los coroneles. Ese reparto, a capricho del Comandante, determinaría la formación de una oposición interna en el Ejército, que se reclutará entre los oficiales menos favorecidos. El "lopizmo" busca adueñarse de ese presunto caudal, pero también calcula que tendrá un duro competidor en Alsogaray, a quien se supone decidido a politizar, en compañía de su hermano Alvaro, que regresa este mes.
Según explicó Rogelio Frigerio a un redactor de Primera Plana, el cambio de Alsogaray por Lanusse fue un error de Onganía. Si bien Alsogaray representa intereses económicos foráneos y apoyaba la gestión económica de Krieger Vasena, era nada más que un instrumento de los monopolios, porque carecía de fuerza militar como para influir sobre el Presidente. Pegado a la imagen de su hermano, el general Alsogaray molestaba —sigue Frigerio—, pero no podía ir lejos. En cambio, Lanusse, que comparte la política de Krieger Vasena, es antiperonista y secunda a los monopolios, tiene fuerza propia en el Ejército y su temperamento belicoso lo arrojará contra Onganía en cualquier momento. En la hipótesis generosa, Frigerio entiende que Lanusse bloqueará los actos del Presidente; en la peor, que lo derribará.
Los sectores más disímiles del peronismo coinciden en idéntica apreciación. "El alejamiento de los hermanos Alsogaray no modifica el esquema de fuerzas enfrentadas", opinó el cirujano Raúl Matera. "¿Qué es lo que ha cambiado? —se pregunta Raimundo Ongaro—. Continúan en pie el sistema liberal capitalista y las estructuras nada cristianas de la explotación del hombre por el hombre."

Según pasan los años
"Al señor Comandante en Jefe, general Juan Carlos Onganía, ¡vista!"
En la segunda quincena de setiembre de 1962, cuando el actual Presidente ya era el vencedor de los colorados, la voz de mando de Lanusse atronó Campo de Mayo, donde Onganía inspeccionaba unidades. Lo extraordinario: el triunfador aún no era Comandante legítimo; sin embargo, en un rapto de fervor, Lanusse lo presentó así a sus subordinados. Unos días más tarde, el Presidente Guido confirmaba con un Decreto el arrebato del entonces general de brigada.
Según los oficialistas, Onganía devuelve ahora ese favor"; más aún: quiere legar a Lanusse su cetro de caudillo militar, para que no se quiebre, como en el pasado, una línea sucesoria mantenida este siglo por Agustín P. Justo, Perón y él mismo. Pero desde la jungla de las interpretaciones, existen quienes mencionan otra, más sutil: Onganía colocó a Lanusse en un lugar tan expectable, que cualquier disidencia puede transformarlo en un rebelde y borrarlo del mapa.
De 50 años, casado con Ileana Bell y padre de ocho hijos, Lanusse es dueño, por accesión familiar, de una respetable fortuna. Tras su pronunciamiento de 1951, sufre cuatro años de cárcel en el Sur, no sin antes haber arrestado, pistola en mano, en la puerta 8 de Campo de Mayo, a 30 militares leales. En 1955, ya teniente coronel, es jefe de Granaderos; acepta plegarse al putsch contra Lonardi y entregar la Presidencia a Aramburu. Líder azul desde 1962, se convierte en paladín de las jornadas de abril de 1963, cuando saca a su camarada Alcides López Aufranc, en Magdalena, de una trampa tendida por la aviación naval.
Enemigo del Frente Nacional y Popular en junio de 1963, alienta a Oscar Alende a romper lanzas con Arturo Frondizi, según relatan los jerarcas de la UCRI. Durante el Gobierno Illia, pretende rectificar con sus sermones la conducta presidencial; le servía de enlace con la Casa Rosada su primo José Luis Cantilo. Ya conspira en marzo de 1966, al asistir a una recepción en el gremio de Luz y Fuerza, con el objeto de separar a Perón de los sindicalistas y atraerlos al golpismo.
Su actuación posterior se conoce suficientemente: encargado del Tercer Ejército, en febrero de 1967, en medio del Plan de Acción de la CGT y mientras se descontaba el fin de Onganía, sale a defenderlo con una declaración que copia observaciones impartidas por Alsogaray a los mandos y, que tiene la virtud de disipar los oscuros presagios. ¿Respondió Lanusse, entonces, a un pedido de Onganía, o buscó sobrepasar al Comandante? Él niega ambas cosas; lo cierto es que, un año después, su nombre es mencionado para la inminente sucesión de Alsogaray.
Que conserve por mucho tiempo su alto cargo depende de innumerables factores, entre los cuales no desempeñan un papel menor las coyunturas políticas, difíciles de avizorar. Hay quienes dicen que Onganía espera un desacato de Lanusse para eliminarlo; de ser así, construiría luego un Ejército nuevo, a partir de los cuadros de coroneles, no contaminados, como el actual Comandante, por la azarosa historia militar reciente.
Algo es cierto: Lanusse —ajeno a loa políticos, insensible a tentaciones partidistas como Alsogaray— cultivará las bases del Ejército: su verdadera fisonomía tardará en conocerse; en todo caso, nunca antes de haberse impuesto a ellas. Por los oficiales, pollos suboficiales, reñirá hasta con Krieger Vasena, que no puede dejar al margen de su esquema de ingresos a los cuadros, insuficientemente pagos.
La guarnición de Córdoba recuerda a Lanusse como al hombre que la dotó de mejores viviendas; tampoco olvidan la "fibra militar" del Comandante; un fanático sentido del deber y el orden que, mal que les pese, la oficialidad y la tropa reciben como un emblema de su condición.
Así, más adelante, si el aislamiento del Presidente se acentúa, Lanusse será el único sostén del Estado; si, por el contrario —cosa improbable—, el Presidente se abandona a la demagogia sindical o si pretende eternizarse en el Gobierno, acaso sea Lanusse el hombre que lo destrone. La última posibilidad: que Onganía acabe su tarea y, al llamar a elecciones, entregue el poder al actual Comandante.
10 de setiembre de 1968
Primera Plana

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Lanusse en La Plata, abril de 1963 tras la toma de Punta Indio

 

 

 

 

 

 


Alsogaray - Caro
Sandler - Frigerio

 

 

 

 

 

 

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