Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Gobierno-Gremios-Perón

Revista Primera Plana
29 de octubre de 1968

Gobierno-Gremios: El fin del principio
Al cabo de la última semana parecían diluirse los intentos opositores de extender a las cuatro esquinas del país el tozudo motín petrolero de La Plata; es que el viernes 25 se conoció en Buenos Aires una resolución de la asamblea obrera mendocina del ramo: votaba por suspender los paros decretados cuatro días atrás en solidaridad con los platenses.
En cuanto a las filiales de Chubut y Santa Cruz, que también adhirieron en principio, el jueves 24, a la huelga, se mostraban dispuestas, el sábado 26, a demorarla sin plazo fijo.
El socorro llegado a La Plata desde el Sur y el Oeste recién un mes después del pronunciamiento delataba la poca capacidad del sindicato para reaccionar contra el avance oficial; aunque es cierto que los dirigentes zonales, antes de hacerlo, debieron sacudir el yugo que les imponía el Secretario General de la entidad, Adolfo Cavalli, un panegirista del Gobierno Onganía.
De todos modos, la suspensión de las medidas de fuerza, merced a un par de intimaciones hechas por la Secretaría de Trabajo, probó que, tanto en Comodoro Rivadavia como en Mendoza, habían más ímpetus de rebelión contra Cavalli que deseos de iniciar una huelga revolucionaria.
La semana pasada, pues, la erupción de dos nuevos focos subversivos en medio de la abulia popular, se explicó más que nada por la necesidad de exteriorizar —frente al Secretario General del gremio— el espíritu de cuerpo de los operarios de YPF; pero, además, en esta rencilla intervino Raimundo Ongaro, quien puso en juego toda su energía para ampliar el conflicto a todos los vientos.
Solitario, víctima de la anarquía que divide a los grupos opositores tradicionales y le resta apoyo, el linotipista había llegado a Mendoza el reciente 17 de octubre: allí logró soliviantar algunos sectores obreros, especialmente en la industria del petróleo, cuya sección provincial, a la sazón, buscaba un arreglo entre el Gobierno y La Plata.
Esta maniobra se inició el 5 de octubre, cuando los mendocinos dirigidos por Juan Carlos Zamora se apartaron del oficialista Cavalli: retiraron su colaboración a YPF en apoyo de sus compañeros bonaerenses. El 14, Zamora se coligó con Víctor Bersan, líder de Comodoro, y con Osvaldo Cejas, caudillo petrolero de Santa Cruz: juntos decidieron buscar una solución a la impasse de La Plata.
Por consejo de oficiales del Ejército (nacionalistas, a quienes desagradaría verse envueltos en una movilización del personal de la planta rebelde) propusieron secretamente al Gobierno el arbitraje del Obispo Antonio Plaza, el diocesano de La Plata. El viernes 18, el Secretario Rubens San Sebastián (Trabajo) advirtió al trío que el Gobierno no necesita mediadores y que todas las gestiones de avenimiento deberían conducirse "a nivel jerárquico", esto es, en su propia repartición y en la Secretaría de Energía y Minería.
Más tarde, Zamora y los suyos recurrieron a la Presidencia, que sólo ofreció una respuesta parecida; es así que al regresar el sábado 19 a sus sedes, Bersan, Cejas y el mendocino ya eran presa del desaliento. Fue cuando Cavalli adoptó francamente la posición patronal, y exhortó a los platenses a retornar al trabajo, porque, detrás de la huelga "subyacen —dijo— sucias motivaciones políticas y gremiales" (Nº 304).

La increíble proclama de Cavalli
coincidió en Mendoza con la campaña de Ongaro y sus amigos, que pedían salvar el honor del gremio, y hasta con la actitud de YPF, que el lunes 21 comenzó a incorporar crumiros en la destilería de La Plata: esa noche, una asamblea tumultuosa —gestada seguramente por Ongaro— exigió a la seccional mendocina la iniciación de un paro. La misma mesa directiva, encrespada, lo decretó por 72 horas y para esta semana.
Visiblemente, Mendoza establecía un compás de espera con el objeto de inducir, una vez más —ahora bajo presión—, la salida negociadora dentro del Gobierno; de hecho, la entidad provincial asumió, en ese momento, el papel rector abandonado por Cavalli.
La amenaza de detener la explotación durante tres días no era insignificante: allí existen los yacimientos de Tupungato, Barrancas; Vizcacheras, y la destilería de Lujan de Cuyo; cotidianamente se extraen unos 10.000 metros cúbicos de fluido crudo y se procesan alrededor de 7.000 m3. El personal oscila en las 3.500 personas, cuya ausencia podría generar la disminución del bombeo y el atascamiento de las cañerías con parafina.
De todos modos, el martes 22 San Sebastián disparó contra Mendoza un ultimátum: o la seccional suspendía el paro programado, o se le retiraba la personería; en ese momento, una embajada compuesta por Carlos Viana, Osvaldo Balmaceda, Juan C. Prado y Juan B. Ballester bajó a Buenos Aires para negociar.
El miércoles, los obreros mantuvieron una conferencia de cuatro horas, en el despacho de Luis María Gotelli (Energía y Minería), con este último y San Sebastián. Si el paro de Mendoza fue una proeza de Ongaro, su levantamiento comportó una victoria particular del Secretario de Trabajo: mezcló promesas con advertencias hasta lograr su objetivo.
En síntesis, San Sebastián anunció que si Mendoza se rebela, el Gobierno avasallará a la filial y movilizará a los huelguistas. Gotelli, de su parte, argumentó que en La Plata sólo queda la agitación callejera: la destilería produce unos 13.000 m3 cada 24 horas, y unos 500 rompehuelgas ya se sumaron a las tareas. Más flexible, en adelante, el Secretario de Trabajo ofreció gestionar para los petroleros mendocinos un préstamo de 880 millones de pesos, en la Caja de Ahorro Postal, con aplicación a planes de vivienda. Además, prometió garantizar el juego libre dentro del sindicato, cuando llegue el momento de destronar a Cavalli; los emisarios mendocinos accedieron a suspender la protesta, una medida que ratificó la asamblea, reunida el viernes 25.
El miércoles 23, sin dudas, la principal arma que esgrimió San Sebastián fue una reunión del Consejo Nacional de Seguridad que se realizaría al día siguiente en la Casa Rosada; es preciso suponer que el Secretario exageró los objetivos de la asamblea ante los representantes mendocinos, porque según trascendió 24 horas después, ni el Presidente ni el Secretario del CONASE, Osiris Villegas, aconsejaron entonces la convocatoria del plantel petrolero.
Ínterin, Ongaro había volado desde Mendoza hasta Comodoro Rivadavia, donde reclamó la solidaridad de Bersan y Cejas, hacia Zamora y los platenses; la logró, porque ninguna seccional del gremio se niega a plegarse a una acción cuando la encabezan los mendocinos, quienes tienen la más alta tradición de lucha. La decisión de Chubut se conoció el viernes, pero estaba condicionada a los resultados de un pleno de secretarios de campamentos, que deliberaba el domingo 27. Ya el sábado, al advertir los militantes patagónicos la retirada mendocina, se insinuó entre ellos una corriente favorable a la postergación del paro. Tal vez Ongaro se equivocó : al elegir Comodoro como segunda escala: dejó aguardando a la filial de Campo Vespucio, en Salta, un reducto firmemente dispuesto a seguir el camino de los platenses. Con todo, ellos deseaban recibir a un caudillo de nivel nacional para informarse ampliamente sobre los respaldos que podrían brindarles luego otros grupos sociales. Sin el jefe de la CGT "rebelde". Campo Vespucio optó por un prudente "estado de alerta".
Las precauciones tomadas por los salteños no eran vanas. Básicamente, el sindicato es una asociación civil cuyo instrumento de lucha es la huelga, más claramente, la negativa a brindar su fuerza a la producción. Entonces, en una sociedad formada por civiles —productores y consumidores—, los gremios pueden, a veces, torcer la voluntad de su adversario mediante ese recurso extremo; en cambio, la táctica no sirve para enfrentar a un gobierno militar, que tiene el poder coercitivo suficiente como para impedir que se detenga el curso normal de la industria. Tal es la enseñanza recogida por los dirigentes argentinos luego del fracaso del Plan de Acción de 1967; por eso, si Ongaro busca realmente el Poder, deberá abandonar su gremio —ahora reducido a una simple mutualidad— y retornar a los caminos que él y sus compañeros recorrían en el bienio 1956-1958, cuando luchaban desde afuera. El método contrario es el de 1945; consiste en buscar un militar que abra las puertas de la Casa Rosada. Pero ya lo explota Vandor.

PERONISMO
Ha llegado un inspector

El último sábado, al mediodía, el representante de Primera Plana en Madrid, Armando Puente, comprobó que, pese a las informaciones difundidas, Juan D. Perón seguía en su quinta de la Puerta de Hierro; esas noticias sostenían que el ex Presidente viajó de incógnito a Alemania Federal para entrevistarse con un emisario del Gobierno.
Sea quien fuere el que lanzó a volar tal versión, conocía ciertamente el cañamazo en el cual Perón borda sus giros políticos: el mutis justicialista de las calles, el pasado 17 de octubre, y la orden impartida al guerrillero Raimundo Ongaro de parlamentar con su "enemigo principal", Augusto Vandor, un oportunista, parecen indicar que el desterrado trata de sembrar con rosas el camino de Onganía (Nº 304).
Es difícil establecer si Perón busca una tregua, la paz con el Gobierno —que equivaldría a una rendición—, o si sólo intenta comprobar la voluntad oficial; lo cierto es que, el lunes 21, cuando se conocieron las conclusiones de la reunión de alto nivel que hace quince días mantuvo Perón, eN Madrid, con los curadores de su paquete electoral —Jerónimo Remorino, Jorge Paladino—, aumentaron las sospechas de que existirá un acercamiento, porque:
• Los "tres grandes" decidieron darle al peronismo una estructura "política", ajena a los sindicatos e integrada por la clase media y los profesionales del sector, cercanos a Guillermo Borda.
• Ya no se trata de combatir al Gobierno a través de una alianza con las demás fuerzas opositoras, sino de "presionar para cambiar" la adusta fisonomía del oficialismo.
• El cónclave descartó la lucha insurreccional, que hasta pocos días atrás Perón alentaba en sus cartas.
Parece también remota la posibilidad de que todo el Movimiento acepte sin chistar las consignas de apaciguamiento: el 17 de octubre, cuando Remorino cablegrafió la indicación de suspender los actos callejeros y colocar ofrendas florales en la tumba de Tomás L. Perón, los activistas que jugaron su tranquilidad en los últimos seis meses optaron por depositar una corona de gladíolos en la puerta del ex Canciller.
Pero la semana última, las sorpresas superaron a las bromas: el domingo 20, en el arribo de Paladino a Buenos Aires se supo de su inesperada enemistad con Remorino; es que en Madrid, y frente a El Líder, Remorino propuso incluir en la Secretaría del Movimiento (organismo táctico, local) al legendario Héctor Villalón, a quien El Oso Paladino repudia. "Se puede construir con bosta —juzgó el metalúrgico antivandorista Héctor Tristán, en ese momento—, pero, para qué utilizarla si hay buenos materiales." Los peronólogos interpretaron en seguida que Paladino y Villalón —que también incursionan en los negocios internacionales— se aliaban para contrarrestar, en el entorno de Perón, la influencia de Jorge Antonio, otro millonario. Según versiones, Remorino y Villalón pertenecen al directorio de "Oroncaribe", una firma cubana de exportación.
Por de pronto, la presencia de VillaIón en el nuevo comando local acarreará la disidencia de los sindicalistas Ricardo de Luca y Julio Guillan, quienes lo expulsaron hace un año del Movimiento Revolucionario Peronista. Mientras tanto, Vandor trata de aprovechar las instrucciones de Perón para engrosar la CGT de Azopardo 802 con elementos que provienen del ala "rebelde": es que junto a Ongaro resulta sacrificado ser opositor.
De Ongaro, sin embargo, habló con calor otra sorpresiva visita: el financista Jorge Antonio, quien desde el domingo 20 pernocta en Montevideo. "Es un muchacho fabuloso", comentó a Roberto Aizcorbe, de Primera Plana, que supo cómo entrevistarlo el miércoles 23 en la suite 302 del hotel Columbia, situado en la calle Reconquista: el barrio latino de esa capital.
Jovial, bonancible, embutido en un impecable ambo de franela gris, adornado con una corbata de color fucsia que firmó Jacques Fath, Antonio, 51, justifica su presencia en el Uruguay diciendo: "Aquí me quieren". Más inclinado a pedir informes acerca de la situación argentina que a darlos sobre las volteretas de Perón, el fundador de la industria nacional del automóvil supuso que la integración de un comando peronista dirigido por Remorino y paralelo al de Ongaro es "un puro cachondeo del general", es decir, un escaparate de titiritero.
Es imposible que Onganía no esté advertido de ello, aun cuando le convenga mandar cultivar el jardín peronista para quitarse problemas de encima: "Yo con Perón no firmo un pacto ni frente a un escribano público", suele decir el Presidente a sus amigos. Según Antonio, no obstante, el Gobierno tiene un déficit de popularidad, aunque la Casa Rosada haya sabido manejar el proceso castrense hasta borrar del Ejército al adversario de mayor calibre: Julio Alsogaray.
El empresario no descarta, entonces, que sea posible convocar al Gobierno, desde el peronismo, a "un gran acuerdo nacional": Onganía está en condiciones de aceptarlo o rechazarlo, aunque arriesga en este caso un tropiezo futuro por falta de consentimiento.
En cambio, la vida de Perón puede contarse en minutos, si se la calcula en tiempo histórico. "Tenga la seguridad —dijo a Primera Plana— de que si Perón desaparece antes de concluir el avenimiento nacional, la Argentina se convertirá en un nuevo Víetnam."
El pacto con los radicales "no funciona porque es «contra natura»", sentenció Antonio, bajo la mirada de su secretario, el abogado español Julio Germade ("Julio, atiéndeme ese llamado de Alemania, o de Nueva York, no sé"), y del ex gobernador de Buenos Aires, Carlos V. Aloe. Desde luego, un acuerdo Onganía-Perón implica automáticamente la sublevación del Comandante en Jefe del Ejército, Alejandro Lanusse, pero con poco éxito, porque "Perón también tiene su patota en las Fuerzas Armadas".
"Yo no hago negocios con la Argentina; a mi país lo borré comercialmente del mapa en 1955", contesta el espigado Antonio, cuando se le pregunta si la paz peronista no es un recurso que sirve para apañar sus aventuras.
Es imposible saber si, al cabo de la semana, Antonio logró imbuir sus ideas a Mabel di Leo, Bernardo Alberte, Ricardo de Luca y Pedro Michelini, quienes lo visitaron en el Columbia. Algo es cierto: el peronismo aparenta volver a su táctica habitual en los últimos 13 años; consiste en apoyar a una de las corrientes internas del Gobierno para facilitarle el triunfo y luego obtener ventajas con ello. Tanto Antonio como Remorino creen en la existencia de un partido "nacionalista" dentro del Gobierno, acaso el grupo más débil: suponen que, en estos meses, los militares se enconarán contra Adalbert Krieger Vasena y Emilio van Peborgh, puesto que los dos Ministros promueven la privatización de las empresas militares. Están dadas, desde luego, las condiciones para pactar con el "nacionalismo" y llegar con él junto al trono de Onganía. Falta saber si los "nacionalistas" son tales.
Revista Primera Plana
29 de octubre de 1968

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