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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Monsieur Le Polacó
Revista Somos
diciembre 1984

 

Goyeneche y el tango vuelven de París.
Fue el miércoles a la tarde de la semana pasada. El cronista de SOMOS llegó hasta una sala de grabación de la calle Hipólito Yrigoyen. Del otro lado del vidrio que separa el control del estudio, Carlos Franzetti dirigía a 38 músicos que ejecutaban 'Los mareados'. De este lado,del mismo vidrio, apoyado sobre la consola, entre el técnico de sonido y el productor del álbum, Roberto Goyeneche —pantalón de gimnasia y una remera con la inscripción "Oh la la París"— se exaltaba y gritaba para nadie: "No, viejo, esto es mucho, escuchá, escuchá: ma'que la Sinfónica de Nueva York ni de Berlín, ésta es la Sinfónica del Cielo, escuchá. Voy a tener que grabar tirado en un catre. Tengo noventa longplays grabados, pero éste, para mí, es el primero". El cronista de SOMOS, desconcertado, buscó la explicación de Mochín Marafioti, representante de Goyeneche, dueño de Caño 14 y productor de este LP que "va a salir en abril y que seguramente se llame París 1984. Porque después de lo de Europa El Polaco nació de vuelta", y Marafioti quiso seguir contando, pero otra vez la voz de Goyeneche: "No, no, esto es mucho. Mi vieja tenía razón: los caballos no comen bombones".

 

 

"Lo de Europa", como lo llama Marafioti, no es otra cosa que la gira del grupo Tango Argentino, que encabezó Roberto Goyeneche y que salió de Buenos Aires el 8 de setiembre y debutó el 14 en el teatro Cachelet,de París, que durante 28 días sostuvo en su boletería el cartel de "'No hay más localidades''. El grupo Tango Argentino lo formaban Horacio Salgán,con De Lío y su orquesta, María Graña, Elba Berón y media docena de bailarines y, según cuenta Goyeneche, "rompimos todo, vendimos hasta los pasillos". Y no exagera, porque a los 2.800 franceses que llenaron el Cachelet —a 18 dólares la entrada— se sumaron los que quedaron afuera y presionaron hasta que se colocaron sillas en los pasillos. Y lo mismo pasó después, en el Teatro Nacional de Nimes, y en Grenoble, y en Lyon, y cuando dejó Francia y fue a Bari, Italia. Y el año que viene será Tokio, Los Ángeles y Nueva York.
Pero el éxito de Goyeneche en Europa hay que rastrearlo a partir de corresponsales y diarios como Le Monde, que no trepidó al decir: "Goyeneche, con todos los recursos de su bien cuidado profesionalismo, logra el milagro: fascina y nos recuerda a nuestra querida Piaf". O el diario Liberation, cuando asegura que "Roberto Goyeneche -silueta y voz patética-, capaz de sumir en la angustia a cualquiera con sólo cantarle la guía telefónica porteña y que petrifica a toda una sala cuando canta 'La última curda' ''.
Pero hay que rastrearlo por ahí. No se le puede preguntar esto a Goyeneche, porque como anticipa Marafioti: "El problema de hacerle un reportaje a El Polaco es que él no se da cuenta de que es Roberto Goyeneche''.
"¿Y qué quieren? ¿Que hable de mi? —dice y parece enojarse—. Yo no sirvo para hablar de mí, de mí que hable Marafioti. Yo estoy para cantar, y nunca en mi vida tuve tantas ganas de cantar como ahora. Y ojo, eh, ojo, porque yo transpiro la camiseta los noventa minutos, y ojo, eh, ojo,porque ahí sí, arriba del escenario me la juego y si hay que ir a cara de perro voy a cara de perro y que me lo pongan a Frank Sinatra, a Tony Bennet, a Ella Fitzgerald, al que venga. Y cuando yo me juego hay que hamacarse, ojo, eh."
La charla se daba en el camarín de Michelangelo mientras Goyeneche se preparaba para salir a cantar, peinándose frente al espejo del que colgaba una cadenita con un camafeo que enmarca la foto de su madre y, al lado de un vaso vaciado, una esfinge chiquita de la Virgen de Notre Dame que, de a ratos. El Polaco besuquea intermitente y apasionado.
"Porque me hizo muchos milagros —cuenta y explica—. Estando en París vamos con Mochín a la catedral de Notre Dame. Entro, empiezo a recorrer, a mirar y me mando hasta el altar donde está la Virgen y entonces ahí me empieza a palpitar el corazón con tanta fuerza que le digo a Mochín: 'Sácame, Mochín, sácame de acá porque me muero, sácame'. Y claro, después me explicaron lo que me había pasado: se me estaba manifestando la Virgen, ahí, en ese momento. Desde entonces la tengo siempre conmigo. Y mire si será milagrosa,que me devolvió el smoking.
—¿Cómo? ¿Qué esmoquin?
—Claro; le cuento: llegamos a París, bajamos del avión, pasamos la aduana, vamos al hotel y resulta que cuando abrimos la valija mi smoking no estaba. Todo el mundo revolviendo todo y mi smoking no aparece. Yo ya lo daba por perdido, llega la hora de cenar, bajamos, salimos del hotel y ¡zas!: ahí, colgadito de un auto estacionado, mi smoking, solo, esperándome.
—¿Le gustó París?
—Sí, sí, muy lindo, muy lindo. Pero tenía dos problemas. Uno la comida: estuve dos meses comiendo sánguches, porque como no sabía el idioma no me entendían nada de lo que pedía así que tuve que conformarme con lo único que podía decir: sandwich. Y el otro, que era más grave todavía, era no saber cómo había salido Platense, así que todos los domingos a la noche tenía que ir hasta la oficina de Aerolíneas Argentinas y pedir que me averiguaran cómo había salido El Marrón. Y, viejo, nos jugábamos el descenso. Pero sí, me gustó París, lo que pasa es que lejos de Buenos Aires yo extraño mucho. Para mí Buenos Aires es todo, me dio todo lo que tengo: mi familia, mi música, mi nieta —que me tiene trastornado—, me dio a Pichuco que todavía hoy, cuando siento un bandoneón detrás de mí me parece que es el Gordo.
—¿Cómo llegó a Pichuco?
—De casualidad. Era un homenaje a Osmar Maderna, en el Café El Nacional. Yo estaba cantando con la orquesta de Salgan y entró él. Entonces la gente empezó: "Mira a Pichuco, ahí va Pichuco", y entonces yo me enojé y pedí silencio. Terminé de cantar y él me llamó y me dijo: "Quiero hablar con usted a ver si podemos arreglar algo". Pero a mí me pareció que me lo decía como para arreglar el bochinche que armó cuando entró. Pero no, me equivoqué, porque al poco tiempo me mandó a llamar de vuelta, me hizo una prueba y me dijo: "Nunca vi un cantor de tangos rubio, y menos que cante bien". Y me quedé con él hasta que un día me dijo: "Bueno, pibe, llegó la hora de que deje la orquesta". Yo no entendía nada. "Que pasa, Gordo —le pregunté—, ¿andan mal las cosas?". "No —me dijo—, lo que pasa es que usted está llamado a ganar mucha guita y yo no se la puedo pagar." Nos despedimos y lloramos como locos, pero él me dijo: "No se preocupe, va a llegar el día en que nos volvamos a cruzar y ya no va a ser Goyeneche en la orquesta de Troilo sino Troilo acompañando a Goyeneche". Y así fue.
—Claro que para entonces usted ya no trabajaba de colectivero.
—No, no, claro, eso ya había pasado. Eso fue en la época de Horacio Salgan, porque en esa época no se ganaba mucho, porque Salgan tocaba poco, hacía una o dos presentaciones por semana. ¿Y sabe por qué? Porque vivía en Gonnet, la loma del diablo, y no se podía venir todos los días para la Capital. Entonces trabajábamos poco y como acá (y se pasa las manos por el estómago) tenemos algo que se llama aparato digestivo y que si no lo llenamos con algo empieza a hacer un ruido que no te deja ni escuchar la orquesta, llegamos a la conclusión de que había que laburar de otra cosa. Y me metí en la línea 67, después estuve en otra, después trabajé con un taxi. Una linda época, sí. Me acuerdo que un día iba en el taxi y sube Ricardo Tanturi. Veníamos callados y por radio pasan un disco mío, entonces Tanturi dice: "Anda bien el pibe éste, ¿eh?" Yo me di vuelta y le dije: "Gracias". Y me acuerdo que Tanturi me miró sin comprender, como dice el tango, y entonces le aclaré: "Soy yo". "Pero viejo —me dijo—, ¿qué hace usted acá? No, usted tiene que largar esto, usted está para cantar."
—¿Y qué cantante es el que más le gusta? ¿Gardel?
—No (y mira para los costados como si fuese a confesar lo inconfesable); a mí me gusta Tony Bennet, viejo, Sinatra y Sara Vaughan en ese orden.
—¿Algún sueño?
—Sí —y se me dio— que Platense se salve del descenso, por favor.
Y SOMOS y Marafioti salen del camarín y Marafioti sigue contando a Goyeneche: "El Polaco es un chico. La otra vez me llama Antonio Carrizo y me dice que tiene una cena privada con Vittorio Gassman. Quería que fuera El Polaco para presentárselo a Gassman. Entonces agarro el teléfono y lo llamo a la casa, le explico y sabes qué me contesta: Che, Mochín, ¿te parece que hay que ir? ¿Sabes qué?: estoy viendo una película en el 2 que viene fenómeno y todavía no sé cuál es el asesino. Por eso te digo: El Polaco vive en su mundo, como un pibe".
Y Marafioti sonríe, se resigna y se va.
Sobre el escenario de Michelangelo, él, como siempre: el pañuelo en una mano, el micrófono temblándole en la otra, un pie a los golpes como para reconocer el piso y la lengua humedeciéndole los labios entre verso y verso de Malena. Desde la platea alguien grita: "Mucho Polaco", y Goyeneche se pasa el pañuelo, desde la nuca hasta la boca "Y en cada verso pone su corazón".
Daniel Ares
París: Danielle Raymond
Italia: Bruno Pasarelli
Fotos: Oscar y Norberto Mosteirín

"El tango, el Polaco y yo"
A Antonio Carrizo basta nombrarle el tango y Goyeneche para que se active y después no hay más que dejarlo hablar: "el fenómeno no es el resurgir del tango en Europa. El fenómeno fue su ausencia, es decir, la desaparición del tango después de la segunda guerra. Con la guerra el gran tango desaparece de Europa y entonces los europeos, los franceses fundamentalmente, saltan de Gardel a Piazzolla. Porque después de la guerra ya no va nadie a llevar el tango a Europa. ¿Por qué? Porque por un lado en Francia irrumpe el existencialismo y entonces es la era de la balada, la Francia de Chevalier, de Gilbert Becaud, de Edith Piaf, después vendrá George Brassens. Y por otro lado, en la Argentina, se da el florecimiento de la cosa paisajista, es como que empezamos a mirar más hacia adentro: surgen Juan L. Ortiz, Horacio Rega Molina, María Elena Walsh y, junto a ellos, el tango que entra en su mejor momento con Aníbal Troilo a la cabeza, y Osvaldo Fresedo, y Cátulo Castillo, y Homero Manzi, y Expósito.
Y después el tango vuelve a Europa de la mano de Piazzolla, de la Tana Rinaldi. Claro que el tango nunca había desaparecido totalmente, quedaban discos, lugares para bailarlo, pero hasta la vuelta de esta gente no retoma la fuerza que había tenido antes de la guerra.
Es entonces cuando llega el Polaco y lo pone en un punto óptimo. Y los franceses recuperan el tango con tanta inteligencia que vienen a buscarlo y señalan: lo queremos a ése. Y se llevan a Goyeneche. ¿Por qué? Porque se dieron cuenta de que el Polaco tiene misterio. Porque el tango hay que cantarlo desde las tripas. Pero eso sí: sin mostrarlas. Porque ahí lo tenés a Julio Sosa, un gran cantor, pero que muestra las tripas, es como un poco impúdico. Pero Goyeneche no, Goyeneche tiene intimidad. Se podría decir que el Polaco es Proust, es el Camino de Swan, es 'En busca del tiempo perdido'. Eso es lo que amamos en Goyeneche, porque cuando lo escuchamos a él encontramos muchas cosas, nos encontramos a nosotros mismos. El fenómeno del Polaco es ése para los argentinos y, quizás, también para los franceses. Que seguramente, por ese lado y sin darse cuenta, se engancharon con el tango y con Roberto Goyeneche. Como no podía ser de otra manera."

 

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