Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

GRAN BUENOS AIRES
EL GIGANTE QUE AMENAZA AL PAÍS

 

Revista Siete Días
04 de octubre de 1966

por ALBERTO AGOSTINELLI - fotos: PABLO ALONSO

El desarrollo de las provincias y una urbanización del Gran Buenos Aires impedirán que el gigante siga creciendo y frenando al país.

El peligro está entre nosotros y 5 millones de argentinos viven en él, testigos de su crecimiento incontenible. Este anillo problemático de 4 mil kilómetros cuadrados tiene un nombre: Gran Buenos Aires, y una inquietante consecuencia que obstaculiza el desarrollo integral de todo el país.
Porque la realidad es ésa: el Gran Buenos Aires constituye un agudo problema, que como peligroso "boomerang" se vuelve sobre todo el país.
Si en la actualidad este gigante registra una población de 5 millones de habitantes —que representa el 25 por ciento de la población total de la República—, para 1980 la cifra se elevará a 7 millones de seres. La estimación responde a un cálculo muy simple: el aumento se producirá por un crecimiento interno natural y, además, por las persistentes migraciones del interior.
¿Cómo detenerlo? Porque resulta evidente la urgencia por contener esa inquietante amenaza. ¿Acaso bastaría encarar a corto plazo grandes planes urbanísticos que ordenen el caos y la hostilidad del Gran Buenos Aires? Habría que responder que eso solo no bastaría. La explicación es sencilla: la tarea urbanística se podría delinear para los próximos 10 años, teniendo en cuenta el actual número de habitantes. Pero sucede que en ese lapso de 10 años, la población habría aumentado considerablemente, y paralelamente, la complejidad de sus problemas.
La salida que dinamitaría al gigante parece no residir solamente en una profunda y científica tarea de urbanización. La problemática del Gran Buenos Aires escapa a los límites de cada uno de sus municipios, para coincidir con el espinoso desarrollo de la economía argentina. En una palabra, el Gran Buenos Aires no superará sus crecientes conflictos hasta tanto no se encare una planificación total de la economía nacional, que por un lado frene las migraciones internas (gente de Santiago del Estero o del Noroeste que invaden periódicamente el Aglomerado y en muchos casos la Capital) y, por otro, provoque el regreso de grandes contingentes hacia zonas del interior, actualmente despobladas, que se trasformarían en polos de desarrollo.

La quimera del oro
Primero fue el Sur. Hace un siglo, la noche concluía con el último estampido de un arma de fuego. Agazapada tras los cuatro puentes que sobre el Riachuelo la vinculaban a la Capital, se extendía la tierra del miedo. Avellaneda, Quilmes, Lanús eran los feudos de la violencia, donde orilleros y rufianes se trenzaban en interminables duelos de amores y política. El Sur, agresivo y misterioso, tardó en aceptar las nuevas tendencias del progreso. El Norte, en cambio, se perfiló hacia un destino esencialmente opuesto: mientras más allá del Riachuelo se aglutinaban seberías, barracas y curtiembres, sobre la elegante zona norte se insinuaban entonces las antesalas de los actuales centros nocturnos. El Oeste era indiferente a estos procesos: estaba destinado a la clase media y sólo grandes quintas de verduras y frutales abastecían a la Capital. Era también la entrada y salida del país y una de las rutas por las que ingresaron sucesivos conjuntos. Los mismos que s partir de la década del 30 precipitaron cerca de 3 millones de hombres y mujeres del interior, que serían los protagonistas del salto industrial del país. El Gran Buenos Aires los alojó. Es obvio: esos millones de seres necesariamente desorganizarían el Aglomerado Bonaerense. Nadie pensó en ese momento que quienes venían a "hacer" el país, serían los causantes de un crecimiento disperso y caótico.
Con el tiempo desaparecieron los orilleros del Sur y los "macrós" del Norte. Desaparecieron también las apacibles quintas y las residencias veraniegas. En su lugar se alzó un escenario agresivo, impetuoso, hiriente: junto a los oscuros nudos fabriles crecieron improvisados barrios de emergencia. Buscar la "quimera del oro" tuvo su precio. Hoy, 200 villas miseria albergan a 600 mil habitantes cuyas vidas transcurren en un medio agobiante y hostil. El resto, se empeña en la agotadora e interminable construcción de su vivienda. El vertiginoso crecimiento del Gran Buenos Aires desbordó su cauce y se abalanzó de pronto sobre la impresionante multitud que los alimentaba incesantemente.
En la actualidad, los problemas se renuevan constantemente reforzando su capacidad destructiva. Sin un plan que oriente su avasalladora expansión, el Gran Buenos Aires tiende a expandirse descontroladamente  hacia el interior de la provincia. Los loteos indiscriminados acentúan esta situación. Cualquier zona es apta para sostener la bandera roja del remate, incluso las más alejadas de la Capital. Innumerables parcelas —muchas de ellas desprovistas de las mínimas posibilidades de urbanización— son fraccionadas arbitrariamente, convirtiéndose en oscuras "áreas fantasmas". Este creciente alejamiento de los lugares de trabajo, se suma a las restantes dificultades del hombre del Gran Buenos Aires complicando incesantemente el panorama. Una persona establecida en San Isidro, por ejemplo, pierde en 20 años de trabajo, cerca de 2 años en viajar desde su casa a la Capital. Un millón de bonaerenses, empleados en ella, protagonizan diariamente esta agotadora carrera contra el tiempo desde los más distantes lugares del Aglomerado.
Hoy, la desbordante población del Gran Buenos Aires, contempla cómo sus necesidades más vitales e inmediatas tropiezan con una situación que tiende a agravarse inexorablemente: más de la mitad no posee agua corriente y sólo el
8,1 por ciento cuenta con desagües cloacales. Los establecimientos fabriles, por su parte, registran índices alarmantes de insalubridad: el 73 por ciento de esos centros carecen de cloacas, contaminando el agua de los ríos y arroyos vecinos. Los problemas darían pie para confeccionar una interminable lista. Para el arquitecto Eduardo Sarrailh, consejero ejecutivo del Plan Regulador de la Capital, el Gran Buenos Aires "es el reino de la tristeza y la opacidad. Decir Gran Buenos Aires es volver a insistir en la perpetua calle de tierra, en la débil luz de una esquina perdida en la noche y en un futuro que choca contra un indiscriminado enjambre de cajas que pretenden constituir las viviendas de sus pobladores. Son techos, no un elemento que aliente los deseos de vivir".
El fin de la aventura surgió de pronto confirmando que la "quimera del oro" se había
vuelto contra sus tenaces buscadores, protagonistas involuntarios de una historia improvisada.

Guerrillas entre municipios
Pero alguna vez la "historia improvisada" debía concluir. La historia no podía quedar en manos de los que hicieron la epopeya industrial. Sus dirigentes —albergados en los distintos municipios— debieron salir al encuentro de los conflictos sociales. Pero no lo hicieron. Las municipalidades bonaerenses se dedicaron a una estéril competencia que conducía inevitablemente a la paulatina derrota de la más débil. También ellas recrearon legendarias escenas del Far West. El crecimiento de cada partido estaba definitivamente jugado en su posible industrialización y la clave residía en los impuestos que aportan a las comunas los establecimientos industriales. Esos impuestos, aún hoy, constituyen un disputado factor de ingresos y operatividad.
A este problema de inalterable rivalidad se agrega otro. "El concepto de la autonomía de los municipios —explicó el doctor Carlos Mouchet, abogado legalista del Plan Regulador de la Capital—, ha permitido dividir en dos un partido (tal el caso de San Martín del que se desprendió 3 de Febrero), lo cual atenta contra el futuro de sus habitantes. En lugar de concentrarse el Poder Ejecutivo de la zona, se lo atomiza dando lugar a mayores burocracias, falsos límites jurisdiccionales y conduciendo a un inevitable destino: la inoperancia."
El ostensible desnivel que separa a los partidos entre sí, se abisma progresivamente, transformando al Gran Buenos Aires en un frágil mosaico de contradicciones, donde la abundancia convive con la necesidad más Inquietante. Así, mientras Vicente López goza de un óptimo servicio de luz eléctrica sirviendo a un 90 por ciento de su población, en otros partidos, como Escobar, el déficit eléctrico es abrumador, Merlo, por ejemplo, uno de los partidos con mayor índice de crecimiento, muestra una aberrante escena que se repite cotidianamente: la fatigosa bomba manual es el único recurso que dispone la familia para afrontar sus necesidades de agua potable.
Detrás de estas realidades cotidianas, un nuevo fantasma golpea la tambaleante estructura del Gran Buenos Aires. Nuevamente los municipios juegan su papel decisivo. "Hasta el presente —asegura el arquitecto Alberto Vernieri López, director del Plan Regulador de Avellaneda— la clave del desarrollo del Aglomerado ha sido
el desorden organizado. Las obras —agrega— siguieron una exclusiva consigna: cualquier cosa en cualquier lado." 
La ostensible ausencia de técnicos en las municipalidades no hace más que agravar una situación que ha sido abandonada a su propio e imprevisible impulso. Una mala política presupuestaria, unida a la paulatina pérdida de autoridad, despojó a las comunas de toda posibilidad de acción.
Los presupuestos municipales no estaban destinados a obras públicas sino a sostener sus inamovibles y lacerantes burocracias.
Al parecer, la buena administración municipal será posible cuando se consagre en la constitución de un "status" que asegure en forma estable sus bases políticas, financieras y administrativas. Actualmente, no gozan de autonomía en sentido jurídico y, por lo tanto, de poderes legislativos propios.

Cómo dinamitar un Gigante
Sin embargo, la complejidad del Gran Buenos Aires parece tener soluciones. El Plan Regulador de la Capital Federal propuso los lineamientos fundamentales que permitirían re-ordenar el Aglomerado. Los técnicos del referido organismo señalaron como primera prioridad la necesidad de detener la expansión tentacular del Gran Buenos Aires; o sea, impedir la radicación en zonas cada vez más alejadas de la Capital, cosa que obstaculizaría la urbanización de esas áreas.
Un segundo criterio sería —además— crear varios polos urbanos de atracción, que centrarían las actividades de cada zona, eliminando los traslados innecesarios y las congestionadas aglomeraciones. En tercer lugar, reducir la aguda distorsión que provoca la actual radicación fabril, mediante diversos parques industriales que ocuparían el 25 por ciento de la superficie que, en la actualidad cubren esos establecimientos.
Pero esta ambiciosa tarea de urbanización sería imposible de realizar sin la creación de una Junta de Planeamiento para toda el área metropolitana. Esta junta —cuya creación depende de una reglamentación legal— sería auspiciada (según explicaron algunos técnicos) por el gobierno nacional, el provincial y la municipalidad de Buenos Aires.
Habrá que insistir, no obstante, que una tarea de urbanización dejaría al Aglomerado a medio hacer.
"La migración del campo hacia el Gran Buenos Aires —expresó el sociólogo Hugo Calelo, del equipo planificador de la comuna de Morón—, proseguirá hasta tanto no se modifique la situación del interior. La existencia de grandes extensiones de tierras ocupadas con empresas agrícolas de bajo rendimiento y con sistemas de producción anticuados, influye de manera directa en este desplazamiento." La urgente necesidad de incrementar y desarrollar las economías regionales es recalcada por el economista Aldo Ferrer: "El proceso de concentración industrial y demográfica en el Gran Buenos Aires, agudizó el desequilibrio entre las diversas regiones argentinas. Creo —afirmó— que se ha llegado al punto de plantear la descentralización, es decir que la localización de industrias en zonas del interior del país pueden operar a costos más bajos que las que se instalen en el Gran Buenos Aires. Por otra parte —añadió—, la necesidad de expandir las industrias básicas (siderurgia, química pesada, petroquímica, etc.), cuyas materias primas provienen del interior, posibilita la radicación de complejos industriales en esas zonas. Esto generaría cinturones urbanos que servirían para equilibrar las migraciones hacia el Aglomerado Bonaerense."
Pero esto también tiene sus dificultades. Las aperturas regionales —promover el desarrollo de todas las regiones del país, considerando sus posibilidades actuales— no se podrían realizar con el exclusivo concurso de la mano de obra local, porque en muchos centros, y más aún, en algunas provincias argentinas esta mano de obra no existe. Aquí es donde los habitantes del Gran Buenos Aires se vuelven imprescindibles y pueden volver a protagonizar una nueva epopeya, Pero, claro está, no en las condiciones que caracterizaron la de la década del 30 y 40. Porque si esas condiciones son similares, es obvio que el atractivo será nulo: nadie, a esta altura de las cosas, prefiere cambiar un pavimento cercano por un desvaído camino de provincia; o un servicio de micros frecuente y eficaz, por su viaje a lomo de burro. En una palabra: la posibilidad de que la reactivación regional provoque el movimiento inverso (o sea la migración desde el Gran Buenos Aires hacia el interior) se dará sólo cuando esas aperturas regionales promuevan fuentes de trabajo dignas, y opciones de vida ventajosas para el hombre del Gran Buenos Aires.
A simple vista, la iniciativa parecería audaz e inalcanzable. Pero la Argentina debe decidirse de una vez por todas a destruir esa inmensa cabeza de Goliat, que representa el Gran Buenos Aires, la cual se sustenta sobre las débiles extremidades que le suministra el resto del país.
Las alternativas están planteadas: o la Argentina se decide a domesticar al Gigante, o el Gigante acabará por devorarse al país.

 

 

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Este es el gigante: los técnicos trabajan para que el Gran Buenos Aires no siga extendiendo sus tentáculos.

Gran Buenos Aires
El Gran Buenos Aires encierra un polvorín de problemas humanos, sociales y, sobre todo económicos


"Hasta el presente, la clave del desarrollo del Gran Buenos Aires ha sido el desorden organizado: cualquier cosa se realiza en cualquier lado".


A. Ferrer: "Desarrollar las economías regionales". H. Calelo: "Modificar las estructuras del campo". E. Sarrailh, del Plan Regulador de la Capital. Mouchet: "Concentrar el P. Ejecutivo en la zona"


 

 

 

 

 

 

 

Gran Buenos Aires
Zona de contrastes: Lomas de San Isidro con sus viviendas lujosas (arriba). Abajo: sin planificación se remata indiscriminadamente, ofreciendo terrenos inundables

 

 

 

 

 

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