Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Gran Premio de Caracas
Noviembre de 1948

Revista Primera Plana
19.11.1968

Habla de aquel día como si lo hubiera vivido ayer; en realidad pasaron veinte años, pero la aventura significó mucho para Oscar Gálvez, El Aguilucho, siempre dispuesto a recordar, aficionado tanto a la conversación como al volante, sigue conmoviéndose. "Pero si yo no podía perder aquella carrera." Es verdad; no podía perderla como no podía perder ninguna. La figura de Oscar Gálvez sólo resiste comparación con la de Juan Manuel Fangio; pero las carreteras argentinas lo han visto transitar como ídolo máximo.
"La carrera de Caracas es el recuerdo más triste, de mi vida, después de la muerte de mi hermano Juan." Luego de 15 etapas, veinte días de cruzar todo tipo de caminos y 9.500 kilómetros cubiertos, Gálvez tuvo la visión del abandono. Era terrible porque estaba ganando la prueba más importante del automovilismo sudamericano; además, su ventaja sobre el segundo rondaba las cinco horas. Argentina, Chile, Perú, Ecuador habían quedado atrás.
Ya en Lima, con poco más de un tercio de camino recorrido, Gálvez iba en punta con comodidad; por si algo fallaba, Juan Gálvez lo escoltaba, sin apremiarlo, pero también con amplia ventaja sobre el resto.
Hasta esa altura, las cosas iban demasiado bien: Oscar, aunque eterno optimista, siempre tenía alguna sospecha cuando todo salía "a pedir de boca". Y fue justamente en la etapa siguiente, entre Lima y Tumbes, cuando Fangio, su más peligroso rival a través de esa carrera y de toda la historia, sufrió uno de los accidentes más serios de su vida, agravado por la muerte de su acompañante, Daniel Urrutia. Fue también un golpe triste para Gálvez, porque con motivo de la rivalidad entre los dos pilotos (Gálvez V. Fangio y Ford v. Chevrolet) se tejieron las más variadas conjeturas; hasta se llegó a suponer que Oscar Gálvez había negado ayuda a Fangio.
Pero la prueba seguía y Gálvez superó el trance que, por otra parte, lo favoreció en la clasificación. Insensiblemente continuó acumulando parciales hasta que llegó aquel 8 de noviembre histórico: "Partimos de Valera rumbo a Caracas; para mí era casi un paseo". La etapa definitiva comprendía 690 kilómetros; no había grandes dificultades en el camino. Las radios de Buenos Aires funcionaban desde las 6 de la mañana; dos cosas se esperaban con la seguridad de lo cotidiano: el triunfo de El Aguilucho y su dedicatoria a Perón. Todo era un mero formulismo porque la carrera ya estaba ganada.
Juan llevaba la delantera y Oscar, sin forzar, se acercaba a Caracas pensando en concretar la victoria más importante de la historia, justo a los diez años de su aparición en las rutas. "Entonces lo vi a Juan a un costado del camino, empantanado." Por supuesto que paró; no sólo era el hermano y estaba en un trance duro, sino que las cinco horas de diferencia le daban tiempo a Oscar para dormir una siesta y todo. Oscar Gálvez no se imaginaba que allí iba a malograr el esfuerzo de veinte días y los preparativos de dos meses; su coche, ya castigado por una marcha de casi diez mil kilómetros, no soportó el esfuerzo de la cinchada y se rajó el cigüeñal. "Cuando me di cuenta, no sabía si ponerme a llorar; tenía que abandonar; estaba a doscientos kilómetros de la bandera a cuadros y tenía que abandonar." 
Para esto pasaban las horas y los puestos, de las radios en la llegada no sabían cómo entretener a los aficionados: a los Gálvez, los punteros, los pilotos más célebres de la competencia, no se les veía el pelo. Llegó Víctor García como ganador de la etapa, un mendocino veloz que acrecentó su fama con esa colocación. Llegó Domingo Marimón, un cordobés cuyo toscano iba a convertirse en símbolo de victoria para todo el continente; por fin, tosiendo y convulsionado, se vio aparecer el Ford de El Aguilucho.
Allí se montaba el acto más trascendental de la prueba. Gálvez llegaba y ganaba; había estado detenido más de dos horas, los últimos doscientos kilómetros los sufrió, y los recuerda, como "el tramo más largo de mis veinticinco años de piloto", un aficionado venezolano lo empujó de a ratos, lo guió. "Sí, me empujaron, pero el reglamento permitía ser ayudado para superar accidentes del terreno." Claro que los accidentes partían de las entrañas del Ford y no del terreno, pero Oscar no quería comprender que eso no era una pesadilla sino que estaba viviendo la realidad. Una realidad que destrozaba sus ilusiones y las de millones de fanáticos de toda América del Sur, "esa gente que me alentó en todos los caminos, en todos los pueblos". Esa gente que lo sacó en andas del auto al llegar a Caracas, porque el Gran Premio se había inventado para que lo ganara Oscar Gálvez. La aventura había terminado con una ventaja de veinte minutos sobre Toscano Marimón.
Después llegó la palabra oficial, la noticia fría, la descalificación de Oscar Gálvez por haber cruzado la línea de llegada de manera antirreglamentaria. "Lo empujaron doscientos kilómetros", decían sus detractores; "lo empujaban solamente cuando el coche se paraba", esgrimían los defensores. El caso es que Oscar Gálvez perdió la carrera más grande de la historia en forma increíble, dejó de embolsar 100.000 pesos de premio, no pudo dedicar un triunfo inexistente, derramó en manos de Marimón un tendal de trofeos y la cola de la fama. Lo curioso es que Marimón popularizó su nombre, pero recogió más odio que amor. Para los adoradores de Gálvez se transformó en una especie de ladrón de victorias.
Diez días después, Oscar Gálvez empezaba a tejer su venganza: como apéndice del Gran Premio a Caracas se realizó la prueba Lima-Buenos Aires, sobre cinco etapas y 5.200 kilómetros. El Aguilucho, con el coche a punto y una obsesión entre ceja y ceja, arrasó con las tres primeras etapas, en la cuarta fue cuarto y a Buenos Aires llegó sexto pero con el triunfo en el bolsillo. "Fue uno de los recibimientos más emocionantes que me hicieron". Los fordistas querían demostrarle que había sido el ganador de toda la vuelta. Y en realidad, veinte años después, se hace difícil creer que Oscar Gálvez no haya ganado aquella carrera: "Si la tenía en la mano; aquí, entre los dedos". La voz silbante de Gálvez se sigue quebrando cada vez que revive aquel episodio. Ganó siete grandes premios en un cuarto de siglo; en ese lapso recuerda dos accidentes que pudieron ser fatales: en 1938 salió despedido a través del parabrisas en un vuelco, cerca de Bahía Blanca; en 1940, acompañado por su hermano Juan, cayó por un balcón de la cordillera a un foso de 220 metros; en aquél ganó un susto y su primera gota de popularidad, y en el segundo, su seudónimo; pero el 8 de noviembre de 1948, en Caracas, perdió todo.

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Oscar Galvez

 


 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

 

 

 

 

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