GUERRILLA
Al que asomó la cabeza

Hace cuatro años moría, en Salta, una guerrilla que aún estaba por nacer. Hoy, sólo dos de sus combatientes siguen en la cárcel, y allí deberán permanecer toda la vida: son Juan Héctor Jouvé y Federico Méndez, Para aventar ese calvario, acaba de formarse en Buenos Aires un Comité Nacional que lideran los abogados Norberto Frontini, Mario Mathov, Arnoldo Kleiner, David Baigún, Jesús Porto y Gustavo Roca, un amigo de Ernesto Guevara.
Fue en marzo de 1964 cuando la Gendarmería desbarató a los irregulares: dos cayeron asesinados, entre ellos el capitán cubano Hermes Peña Torres otros dos, detenidos, pronto quedaron libres (eran espías a sueldo del Gobierno) ; de los catorce procesados, doce salieron de sus celdas, de manera condicional, a fines de 1967, mientras Jouvé y Méndez escuchaban su sentencia: cadena perpetua.
Porque, según la Justicia, ambos son culpables de homicidio calificado y alevoso en la persona del guerrillero Nardo modesto empleado del Banco Israelita de Córdoba, que se llamaba César Bernardo Groswald. En esa ciudad, Jouvé estudiaba Medicina y trabajaba en una escuela religiosa; Méndez, en cambio, era mecánico y asistía a los cursos de la Universidad Tecnológica. Aunque el Comité sea apenas un símbolo —todas las instancias judiciales, salvo la Corte Suprema, convalidaron el fallo—, su gesto ha dado aliento a Jouvé: se casó veinte días atrás, en la prisión.
El caso salteño vuelve al tapete, pues los exegetas de Guevara suponen que el pomposo Ejército Guerrillero Popular (no llegó a tirotearse con los gendarmes, si bien les tendió una emboscada y despenó a un soldado en La Toma, departamento de Oran) fue una avanzadilla prevista por el antiguo Ministro de Cuba para explorar el terreno, un ensayo general de la aventura que él mismo iba a acaudillar en noviembre de 1966. Aquel grupo, organizado por el periodista argentino Jorge Massetti, discípulo del Che, con quien se vinculara en La Habana en 1958, realmente se entrenó en el territorio boliviano.
Massetti, el rocambolesco Comandante Segundo, y sus lugartenientes Hermes (Peña "Torres) y Pupi (Adolfo Rotblat, un asmático a quien ultimaron antes de que pudiese desertar), cruzaron la frontera por el Río Bermejo y hendieron el Norte argentino. Según Ricardo Rojo, autor de una memoria sobre el Che, el Comandante Segundo anticipaba la llegada del Primero, esto es, del Mesías: Guevara.
Con un patético relato del despiadado juicio que terminó con la liquidación de Nardo por indisciplinas reiteradas, Rojo se suma a quienes acusan a Massetti y los suyos de montar el fusilamiento: él suscribe el testimonio de la Gendarmería, que esgrime el Diario de Hermes, cuestionado por los miembros del Comité. Ninguno de ellos, sin embargo, se extraña de la actitud de Rojo; el jueves pasado, Frontini, Mathov y Kleiner dijeron a Primera Plana que el ex asesor de Frondizi "es un vulgar confidente de los servicios secretos argentinos y norteamericanos". Ellos sostuvieron, desde el principio, que la Gendarmería no tiene facultades para instruir el sumario y que las confesiones fueron arrancadas mediante torturas. A comienzos del año pasado apelaron una sentencia del Juez Federal de Tucumán, que condenaba a los doce guerrilleros a lapsos de entre uno y seis años de cárcel, catorce para Méndez, y dieciocho para Jouvé. Tuvieron tan poca fortuna que la Cámara Federal, en vez de revisar el veredicto, aumentó las penas de todos y convirtió la de los cabecillas en perpetua. Luego, la Cámara desestimó un recurso extraordinario, y la defensa se vio obligada a iniciar uno de queja, que actualmente tramita ante la Corte Suprema. Sus argumentos principales: 
• El Diario de Hermes se introdujo en el sumario el 12 de mayo, siete días después de su hallazgo; Hermes, de todos modos, había perecido el 18 de abril de 1964; el tiempo transcurrido entre ambas fechas hace sospechar a Frontini y los suyos que el texto nada tiene que ver con Peña Torres, máxime
cuando la escritura acusa rasgos infantiles y el capitán era hombre de profunda cultura universitaria. 
• El Diario no menciona para nada a Jouvé y a Méndez. Existen dudas, además, sobre la identidad del cadáver que pasa por pertenecer a Groswald: un gendarme, testimonió haber descubierto "la rodilla de un muerto vestido con uniforme guerrillero"; un hermano y un tío del malaventurado cuentacorrentista, llamados a reconocerlo, se contradijeron.
Mientras la suerte de los dos sindicados se juega en la Corte, sus ex camaradas —a través de familiares y activistas— empiezan la agitación en torno de sus nombres. Puede que el delito de Jouvé y Méndez contra Nardo sea incierto: lo verídico es que todos ellos integraban una patrulla armada, que no se dedicaba, precisamente, a la caza de faisanes chaqueños. Que muchos de ellos ahora acudan a la Justicia argentina, desde fuera de la cárcel, prueba la absoluta debilidad del sistema "capitalista" para defenderse.
PRIMERA PLANA
16 de julio de 1968

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