Revista Periscopio
24.03.1970 |
El martes 17, Jaime Francisco de Nevares, Obispo de Neuquén, mandó
un mensaje al Presidente para pedirle la libertad de los siete
trabajadores de El Chocón —entre ellos el cura obrero Pascual
Rodríguez, de 34 años— catalogados como cabecillas de una huelga que
en el páramo patagónico, a 1.200 kilómetros de Buenos Aires, tuvo
sobre ascuas al Gobierno durante 20 días; los siete habían sido
apresados 48 horas antes y traídos a Coordinación Federal bajo el
rigor del estado de sitio.
—Le hice decir al Presidente que los obreros peleaban con armas
limpias —comentó monseñor de Nevares al enviado de Periscopio.
Después lo asaltó una duda, "porque el asunto de las armas a lo
mejor se interpreta mal"; se la disipó uno de los trabajadores,
quien aseguró:
—Es cierto, monseñor, porque en mi casa no tengo más arma blanca que
una botella de leche para el chico.
El Obispado, un modesto edificio en la Avenida Olascoaga, que
sobrelleva 40 años, parecía un refugio para inundados: un montón de
paquetes de yerba, fideos, pan, azúcar y una hilera de catres y
frazadas asoleándose en el patio. Familiares de los presos,
huelguistas, gente que había hecho a dedo, en camiones, unos 90
kilómetros desde El Chocón, se arremolinaba alrededor de Nevares y
de los curas Gustavo Valls y Juan San Sebastián, que nada tiene que
ver con el Secretario de Trabajo; intuían el llamado de la
Presidencia.
Llegó por la noche; los liberados vendrían a Neuquén en un avión
militar (todos, menos Primo Valenzuela, que desde tiempo atrás tenía
orden de captura por delitos comunes, en Mendoza); se les prohibía,
eso sí, volver a El Chocón. Casi simultáneamente, un emisario del
Obispo le hablaba por teléfono desde la Residencia de Olivos, donde
se festejaban los 56 años del Presidente: "Vea, monseñor, es un
regalo de cumpleaños de Onganía".
El desfile, por el Obispado, se hizo incesante la mañana del
miércoles; la gente daba vivas a Nevares, lo abrazaba; las mujeres
lloraban, agradecidas, pero en medio del alegrón crecía la
incertidumbre.
—¿Qué va a pasar ahora, monseñor? Ni Nevares ni los 15 curas —más de
la mitad enrolados en el Movimiento del Tercer Mundo— que en nombre
del clero neuquino se solidarizaron con el Obispo y los obreros
—denunciaron que la zona de las obras era un campo de concentración—
podían prometer nada.
El manifiesto de los sacerdotes iba a parecerse mucho a un "plan de
lucha"; por lo pronto, la tradicional procesión del Viernes Santo
—unos 2 kilómetros desde Neuquén camino a General Roca— debe
transformarse este año en una meditación de los cristianos en las
iglesias "para compartir el sufrimiento de Jesús en la persona de
los obreros"; las limosnas del Domingo de Ramos van a los fondos de
ayuda, y en Pascua los párrocos han de concentrarse en la Catedral,
en una misa concelebrada —la única que se rezará—, para rogar por
las familias de los desocupados.
La decisión, en todo caso, escapa de las manos del Obispo y de las
de los curas conciliares; desgastada la huelga, derruidas las
barricadas que erigieron los comuneros de El Chocón, sobre 1.900 del
plantel de la empresa cuestionada (Impregilo - Sollazzo) quedan 800,
que volvieron al trabajo; los despedidos trepan casi al centenar y
el resto, con el mono al hombro, ambuló por la Ruta 22 a Zapala, en
busca de ocupación.
—La gente paraba los camiones y se metía en ellos, sin importarles,
sin preguntar siquiera adonde iban —relató a periscopio el cura San
Sebastián.
Y lo cierto es que hasta la semana pasada, cuando un piadoso telón
había caído sobre los huelguistas, era improbable un freno para la
ola de cesantías. El Gobernador Felipe Sapag llegaba el jueves 19
con un anuncio: el Ministro Imaz lograría que la empresa retomara a
todo el personal, menos a 11 comunistas, pero a medida que pasaba el
tiempo se hacía difícil pensar que Impregilo - Sollazzo (operó en
Nigeria, Rhodesia y Pakistán) los perdonara.
Uno de los mandamás de la contratista, José Schwindt, sugirió cargar
los camiones con chilenos "y asunto terminado". Otros, amanuenses de
Rogelio Coria, Secretario de la Construcción, creen que hay que
llevar soldados de los que acaban de incorporarse; eso no sería
novedad en Neuquén, pues no hace mucho, en Covunco, los conscriptos
armaron un puente; les daban medio día franco, con viáticos, y no la
pasaban mal, pero un coro de protestas acusó a los militares de
quitar fuentes de trabajo a los pobladores.
LA QUIMERA DEL ORO
Recién el jueves las reservas de la Policía bonaerense y la Federal
abandonaban la villa de El Chocón; estaban acuarteladas en un galpón
para cine.
En Neuquén, la gente culpa a los bonaerenses de las tropelías; en
cambio, elogia a la policía provincial, liderada por un marino,
Jorge A. Funes; el subjefe, Félix Larrañaga, que denunció la vida
infrahumana de los obreros en un galpón de la compañía Analvi —se
hacinaban en camastros de madera de álamo y tenían que salir a tomar
aire, de noche, porque los sofocaba el hedor de la mugre—, será
felicitado por Sapag. Con todo, una topadora ya derribó el tugurio
de la subcontratista.
En cuanto a las tropas de la Gendarmería, comandadas por el jefe
regional Juan J. Magni, anclaron en Neuquén el 12 y se replegaron
sin llegar a El Chocón; Magni fue convencido por Nevares y el propio
Sapag (el Gobernador, agraviado por el envío inconsulto, amenazó con
renunciar la madrugada del viernes 13) de que no debía actuar. Ese
episodio de los gendarmes serviría para tejer una abigarrada trama
política que quitó el sueño al peronismo sapagista.
¿Quién había ordenado la movilización? El enigma cedía —o tal vez se
recreaba— el jueves último: un comunicado de la Gendarmería
noticiaba que la orden provino de Onganía.
Las guardias son limitadas; apenas una custodia de los policías
neuquinos, dos kilómetros antes de entrar a la villa. Los agentes
echan una mirada a los que entran en ómnibus de la compañía Petróleo
y les basta para detectar agitadores. Un sargento formuló esta
confesión: "¡Qué lástima que terminó la huelga, porque ganábamos
2.000 pesos extra por día!" Quizás eso explique tanta lenidad de los
locales.
Desde una loma —El Mirador— se ven unas 300 casas de material, con
techos de chapa, sobre las que el sol abrasa; son las viviendas de
obreros casados, con especialización. El sector no está urbanizado,
ni mucho menos; la tierra se mete por todas partes, hay chicos
semidesnudos y por las puertas entreabiertas asoman camastros. A la
vera de las casas florecen las garrafas para cocinas o calentadores;
la gente camina silenciosa, eludiendo los corrillos; ni siquiera se
congregan después de las comidas que se sirven en un pabellón con
olor a grasa (pagan 400 pesos viejos diarios); luego, los camiones
los juntan para llevarlos a las obras.
La empresa adelanta 10 ó 20 mil pesos a cuenta del sueldo, que
liquida en la primera semana del mes; un peón gana, con extras,
sábados y domingos, unos 40.000; un operario, poco más de 50.000.
Los anticipos originan colas, pero la cantidad la fija un capataz.
La mayoría cobra y gira a las familias; se quejan porque no les
alcanza.
Es que las huestes que llegaron desde todas partes para la "obra del
siglo" venían encandiladas con la ilusión de "pararse después de un
año duro"; nada de eso ha ocurrido y probablemente no ocurrirá en
una provincia con hambre.
La angustia, las privaciones, en hombres que están lejos de sus
hogares, han servido para fomentar Iras mucho más permanentes que el
choque con Coria; ese motivo, que pareció limitar el conflicto a una
simple reyerta gremial, sirve pero no lo explica.
De El Chocón salían en cuotas sindicales cerca de 3 millones; una
parte iba a la delegación Neuquén de la UOCRA y otra a las oficinas
que dirige Coria; en la provincia, los jerarcas paseaban en Torino y
transcurrían en francachelas costosas, pero los trabajadores estaban
al margen. La primera escaramuza se produjo en diciembre último;
Coria quiso ganarlos llamándolos compañeros, pero fue repudiado;
prometió elecciones en 30 días, y tuvo que concederlas en tres.
Los delegados electos (el camionero Antonio Alac, el dinamitero
Edgardo Adán Torres y el electricista Armando Olivares) tienen entre
20 y 30 años; predicarían la rebelión contra Coria, contra el
participacionismo, contra las condiciones de trabajo y por aumentos
del 40 por ciento; les bastaba tocar la sirena y llamar a asambleas
que se volcaban, unánimes, a esos líderes carismáticos, sobre todo
El Turco Alac.
Además se mostraron duchos; Wilson Olivares, 29, hermano de Armando,
que fue empleado de una boite en San Juan y oficiaba de mecánico de
motores Diesel, contó a Periscopio que el comité de huelga
clandestino (unos 150 obreros) había asignado a cada uno tareas de
agitación; otros se ocupaban de organizar grupos de trabajo
político; otros ejercían una tarea moralizante: por ejemplo,
perseguían y condenaban a rateros, rompehuelgas y borrachos.
—Un alcoholista se curó. Para eso lo encerramos durante tres días
dándole
sólo unas gotitas de alcohol puro en el café, a la mañana —dijo
Wilson.
Pero se queja porque no tuvieron un apoyo más amplio del pueblo
neuquino. "Con ese apoyo hubiéramos llegado hasta la violencia, a
cualquier cosa. Sin él todo hubiera sido una aventura temeraria; por
eso no le hicimos caso a la FUBA, que nos aconsejó buscar armas y
tirar contra las guardias."
La ida de los delegados a Córdoba, para asistir a la asamblea citada
por Agustín Tosco en enero, fue el pretexto de que se valió Coria
para derrocarlos; no obstante, consiguieron apoyo de sus bases: es
que habían interceptado una comunicación telefónica entre el albañil
y su delegado Rogelio Papagno; Coria hablaba desde las oficinas de
Impregilo - Sollazzo en Buenos Aires. Más adelante, otra infidencia
les alcanzó para repudiar a Héctor Mamblona, enviado del Secretario
San Sebastián: Coria lo había despedido en el Aeroparque.
A esta altura, apaciguados los ánimos, "solicitadas" como las de
Hidronor y Coria (La Razón del jueves las coloca en la misma página,
a la par) contribuyen a ahondar la polémica: Hidronor ha descubierto
televisores en la villa temporaria (según la empresa, los obreros
ganan bien, viven mejor, se instruyen y divierten); para Coria, no
se podía permitir que se quebrara la "unidad" del gremio, la
disciplina sindical; además, asigna a los de El Chocón el propósito
de "sumar [el movimiento] a las aventuras golpistas". Coria no
exhibe antecedentes que prueben su erudición en cuanto a disciplina
sindical; el viernes pasado, Carlos Alberto Pereyra (41, ex
secretario del gremio) denunció que el albañil tiene tres autos, un
piso que le costó 22 millones en Soler al 3500, y una fortuna que
llega a 220 millones. "Basta verlo jugar en el Casino Provincial,
mientras un peón gana 24.000", sintetiza Pereyra.
LOS IDOLOS CAIDOS
—Le vamos a hacer un agujero a Coria —afirmó Alac.
Fue lo primero que prometió al llegar al Aeropuerto de Neuquén. A él
y a los otros presos (Torres, Armando Olivares, Rubén Osmar
Montenegro, Bernardino Eleuterio y el curita Rodríguez) los llevaron
en andas hasta La Fraternidad, en Brown 47; todos vivaban a la
huelga; Nevares, también.
Después de los primeros forcejeos (traía a los liberados Osvaldo
Ganchegui, capellán de Institutos Penales, vestido con campera
verde), un centenar de simpatizantes se sentó a una mesa para comer
un estofado.
Cada uno de ellos contó su historia. Eleuterio es un bonachón de
edad indefinida (quizá unos 60) al que llaman El Abuelo; la Policía
le encontró una escopeta; al hijo, José Luis, un chico de 16, le
quedó, el apodo de Liebre.
Rodríguez, que desde hace un año trabajaba como obrero en El Chocón,
sostuvo que lo habían fichado de comunista a causa de algo que
escribió, hace tiempo, en Entre Ríos, sobre el Che.
—Pascualito, ¿y de mí qué dicen? —pregunta Nevares.
El cura, con un pantalón vaquero descolorido, sonríe; los compañeros
de trabajo lo abrazan y las muchachas lo besan y tutean. San
Sebastián bromea: "Frente a la SIDE está la SIDO (Servicio de
Informaciones del Obispado)". Sin embargo, pocos dudan de que a
Pascual no lo retomarán. "No importa. Crearé la parroquia de El
Chocón y al frente de ella estará Pascualito", se sinceró Nevares.
Ninguno de los otros quedará en la zona; ni siquiera los tienta la
promesa de Sapag: acomodar a los despedidos en el presupuesto
provincial, "y que no hagan bulla". Montenegro se irá más al sur, a
cumplir su sueño de un auto propio, "aunque sea un fortachito"; Alac
volverá a Villa Regina, en Río Negro; Torres apuntará para el Norte
y los Olivares regresarán a San Juan. Uno de ellos afirmó: "Ya no
hacemos falta, porque el comité de huelga sigue en pie, organizado,
con gente adentro; la lucha no ha terminado".
Tal vez sea una jactancia, tal vez no. Por ahora, para borrar las
iras, 6 sociólogos de Promoción de la Comunidad (SEPAC), encabezados
por Carlos Nougués y Yelda Pagano admiten que la relación entre la
empresa y el personal tuvo fallas.
Hay, a la vista, una contradicción: frente a las casuchas están las
casas de ejecutivos (un centenar, a un costo de 10 millones cada
una, amuebladas por Stilka); ellos frecuentan un club al que no
entran obreros. Esas diferencias están allí, cotidianas.
Creer que 11 comunistas han socavado el orden parece excesivo; según
Imaz, hubo una lista de rojos que operaron en El Chocón; la nómina
se forjó con datos de los servicios de Inteligencia y del propio
Sapag. El Gobernador prefirió no aludir al asunto, el jueves, en
Neuquén; interrumpió la rueda de prensa cuando un corresponsal de La
Nación le preguntó si pensaba, en busca de fondos, lotear la Casa de
Gobierno y cómo se integrará el equipo de fútbol (una alusión
chabacana al nuevo Gabinete); Sapag, molesto, se retiró sin
contestar. Quizá no pueda seguir callado mucho tiempo.
Fanor Díaz
"ME TIRAN EL BOCHIN AL FONDO"
El Obispo Jaime Francisco de Nevares respondió así a un cuestionario
de Periscopio.
—¿La huelga terminó en derrota para los obreros de El Chocón?
—Prefiero hablar de victoria o derrota de la Justicia. Si hubiera
juzgado que la Justicia no estaba de parte de los trabajadores de El
Chocón, a pesar de lo que los quiero y admiro, mi actitud hubiera
sido otra. Todos han sido perjudicados con este lamentable
conflicto, empezando por el país, y en ese sentido es una derrota de
todos. Pero considerando que los trabajadores han debido enfrentarse
a fuerzas de opresión muy superiores, en lucha desigual, la libertad
de los detenidos, la reincorporación de los ce-santeados y la
revisión y cambio de conceptos y opiniones a que ha llegado mucha
gente responsable en la conducción, convierte su sacrificio en una
victoria.
—¿La huelga tuvo, exclusivamente, una causa gremial? En este
balance, ¿quiénes son responsables?
—La huelga tuvo muchas causas. El detonante fue una medida
arbitraria y provocativa de las autoridades nacionales del gremio de
la construcción. Quienes dieron una información gravemente deformada
a las autoridades, quienes no aceptaron otras versiones venidas de
fuentes responsables locales, quienes por principio o por
negligencia descuidaron la correcta conducción en el campo laboral y
de las condiciones de vida de los trabajadores, son gravemente
responsables. La sensatez y serenidad de los obreros evitó qué esa
responsabilidad se convirtiera en criminal.
—Coria ha dicho cosas que parecen aludir a su intervención y que le
imputan "tentaciones" demagógicas. ¿Qué puede decir sobre esto?
—Que las manifestaciones de esa persona no tienen importancia.
—El Ministro Imaz denunció participación comunista en el comité de
huelga. ¿Es verdad?
—No lo sé. Pero es posible que así sea, según las informaciones muy
distorsionadas que ha recibido el señor Ministro.
—¿Cree que con la gestión del Gobernador Sapag, se podrá superar el
estado de miseria y subdesarrollo denunciado por usted?
—Creo que sí, y tengo la esperanza de que en ello se vea secundado
por el Gobierno nacional.
—¿Cuáles son sus planes de aquí en adelante para aliviar las
dificultades del sector obrero en la zona de El Chocón?
—Creo y espero que después de lo acontecido, que ha despertado
muchas conciencias, con la nueva conducción local de Hidronor más la
preocupación del Gobierno provincial, no se volverán a dar estos
conflictos.
—Acaba usted de denunciar el desalojo de pobladores que ocupan casas
desde hace tiempo en la zona de Parques Nacionales.
—Es muy grave y de urgente solución. No le quita gravedad el que no
sea un gran número, ya que la zona es poco poblada.
—Mucha gente se pregunta cómo un Obispo como usted, con un apellido
aristocrático, aparece alineado en una posición socializante.
—Tendría tantas correcciones que hacer a la pregunta que se volvería
largo contestarla. Sólo diré que no tengo ningún hermano general,
aunque lo quiera como a un hermano
—La aristocracia no está en la sangre ni en el apellido; está en la
nobleza de sentimientos y rectitud de conducta. Esto lo he
encontrado abundante y admirable entre los trabajadores de El
Chocón.
—¿Qué experiencias humanas y pastorales ha recogido durante la
huelga de El Chocón?
—Contestada en parte con la anterior. El contacto tan íntimo con los
trabajadores y sus familias, en estas circunstancias dramáticas, me
ha enriquecido espiritualmente; además me ha humillado el constatar
que en este campo "me tiran el bochín al fondo".
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